Por J.Wright Follette

Quieto estuvo Moab desde su juventud, y sobre su sedimento ha estado reposado, y no fue vaciado de vasija en vasija, ni nunca estuvo en cautiverio; por tanto, quedó su sabor en él, y su olor no se ha cambiado. Jer. 48: 11

En este texto encontramos una declara­ción parcial del juicio contra Moab. Mi propósito no es tomar este juicio y de­mostrar desde un punto de vista históri­co sus razones y resultados. Pero me gustaría se­leccionar de este versículo un grupito de palabras, una figura del lenguaje realmente, y ver si hay al­guna aplicación espiritual para nuestro beneficio.

¡Las palabras «vaciado de vasija en vasija» son tan sugestivas! Cuando el Espíritu Santo usa esta expresión quiere darnos a entender más de lo que pudiéramos pensar leyéndolas superficial y descui­dadamente. La figura tiene que ver con el proceso en la fabricación del vino. Describe uno de los mé­todos usados para producir un vino claro, exquisi­to y bien refinado. Es vaciado en una vasija y de­jado por un tiempo bajo circunstancias respectivas tal vez de calor, frío, luz u obscuridad. Luego es vaciado de nuevo en otra vasija. Cada vez hay un asentamiento de sedimentos y heces que quedan en la vasija cuando el vinicultor cuidadosamente pasa el precioso líquido a otra vasija aún. Repite este proceso hasta que el vino esté perfectamente refinado y hasta que al verter su líquido claro y parejo este ofrezca una frescura de aroma o fragan­cia muy selecta y del agrado del fabricante. Esto no sucede si se le permite al vino permanecer to­do el tiempo en una vasija, pues «reposa sobre su sedimento» y adquiere el olor de las heces, perdien­do el valor de su propio color.

¿De qué nos habla esta figura? Como cristianos, estamos lo suficientemente familiarizados con los métodos de Dios en entrenamiento del alma para reconocer de inmediato su enseñanza. Pero obser­vemos la figura más detalladamente. Hay una lec­ción muy útil en las Escrituras en donde se nos menciona como a vasijas. El Espíritu Santo usa es­te tipo para enseñamos lecciones sobre la edifica­ción del carácter, la fragilidad, el ser útiles, estar vacíos y otras verdades de gran ayuda. Pero la fi­gura aquí es bastante diferente; en vez de ser re­presentados como vasijas debemos de jugar la par­te del vino que es vaciado o trasvasijado. Las vasi­jas entonces son muy distintas a nosotros y son producidas sólo por el fabricante y sirven sólo pa­ra refinar el vino.

Quisiera ver más claramente de lo que podemos y reconocer que estamos en la maravillosa escuela del Espíritu Santo. Dios es un Maestro por exce­lencia y nos tiene a nosotros, sus hijos, bajo entre­namiento. No somos salvados, santificados y bau­tizados en el Espíritu Santo porque seamos madu­ros o el producto terminado. Estas maravillosas bendiciones nos vienen porque no somos maduros. De manera que si nos entregamos a sus propósitos y finalidades, el Espíritu Santo verá que seamos llevados paso a paso (de vasija en vasija) en el cre­cimiento hacia la madurez. Y con voluntades en­tregadas y espíritus maduros y quebrantados po­damos llegar a ser entonces «vino bien refinado.»

Aquí encontramos uno de los métodos que Dios, usa para cumplir con el deseo de su corazón. ¿Qué pudiera ser ese deseo? Que seamos conformados a la imagen de su amado Hijo. Esta es una verdadera tarea. Cuando tenemos una visión de lo que somos por naturaleza y nos damos cuenta que el propósi­to de Dios es transformamos a la imagen de Cristo nos quedamos atónitos. Bien que sea así porque no hay poder natural capaz de cumplir con una empresa tan titánica. Nos sentimos impotentes y vemos que si habrá de realizarse el poder tiene que venir de una fuente fuera de nosotros. Así es. So­mos los niños de Dios. El suple los medios y el po­der para lograr nuestra transformación. Sólo pide un material entregado, dispuesto y quebrantado para trabajar. ¿Podremos suplírselo?

La vasija de su trato

También tenemos una lección práctica para que la verdad nos venga con mayor fuerza. Todos nos hemos encontrado pasando de una vasija a otra en el incesante trato de Dios. ¿Qué podrán significar estas vasijas? Representan las diferentes pruebas, arreglos únicos de circunstancias difíciles, condi­ciones peculiares, premoniciones inexplicables, pruebas en relación a sanidades y el conjunto ge­neral de experiencias y vicisitudes comunes en la vida de un cristiano consagrado, No dice que to­das las vasijas son iguales. Eso echaría a perder la enseñanza en esta figura. Las vasijas son bien dife­rentes, raramente una semejante a la otra entre to­das. Veamos unas pocas.

Aquí hay una hecha de vidrio (pero no del co­lor del vino) y cuando el vino es vaciado en ella, este asume un matiz amarillo, o verde, o azul según el color de la vasija. Esta es la vasija de los malen­tendidos. La gente juzga el color del vino por el color del vidrio e inmediatamente clasifica al vino como de mal color. Después sigue un curso sin fin de razones de las causas que le dieron ese color y del por qué un vino tan bien parecido adoptara de repente un color tan extraño. Por supuesto que el vino está siempre consciente de estas expresiones y dedica su tiempo a orar mientras se asienta. Por­que el vino tiene que permanecer absolutamente quieto el suficiente tiempo para que el sedimento baje al fondo y a los lados de la vasija. Muchos mantienen el vino en movimiento intentando ex plicar que este está bien realmente y que el color se debe al vidrio solamente. Eso causa un atraso que requiere más tiempo para aclarar el vino. Ape­nas se asienta y se aclara, el Fabricante lo levanta cuidadosamente y lo vierte en otra vasija. ¿Qué queda atrás? Residuos de auto vindicación y más de nuestra vida egoísta.

Al ser trasvasijado, el vino ve su nueva vasija, un recipiente grande y redondo, gris y feo. Al principio hay cierta aprensión tal vez, porque el recipiente parece tan extraño, tan poco invitador y tan diferente a las otras vasijas por las que ha pasado. Es tan plano y abierto que cuando el vino es vaciado no puede mantener su curso y corre y se extiende hasta llenar todo el recipiente abierto. Esta es la vasija de la mirada del público. Allí es donde Dios nos exhibe para que experimentemos nuestra debilidad y la humillación pública. El vi­no no puede recogerse y aparentar tener otra for­ma. Tiene que extenderse abiertamente ante el juicio y la crítica pública. La luz penetrante, la confusión y los comentarios del «derrame» (así lo ve la gente) hacen un milagro. El vino se vuelve quieto, rendido y silencioso: Luego es vertido de nuevo. Prendidos de los lados de la vasija gris y fea hay residuos de orgullo y auto preservación, pero el vino es de un tinte más rico.

Tiempo de oscuridad

La siguiente vasija está hecha de barro. No es transparente y no puede reflejar nada de luz. Es alargada y tiene un cuello angosto. No importa la forma de la vasija, el vino es vertido en ella. Como de costumbre, tiene dificultad en asentarse (debi­do a la oscuridad). Teme no pertenecer allí. Pero al fin se rinde y la llena quietamente. Allí perma­nece por horas, días y hasta meses en la sombra y la oscuridad. A veces el vino oye la música y las exclamaciones de deleite de los que están en la luz, pero el barro no la refleja y el vino recuerda la luz que encontró en tiempos pasados y con sencillez descansa confiado que la luz volverá a brillar. Esta es la vasija de la prueba larga y oscura, en la que Dios nos deja solos para probarnos hasta en las sombras de oscuridad. Pero ¡qué maravillas hace en el vino! Cuando es vertido de nuevo, resplandece con la luz de la fe probada. Atrás quedan los resi­duos de la impaciencia, el cuestionamiento y la in­credulidad.

Pero eso no es todo. Otra vez el vino es vertido en una vasija nueva. Esta vez, una de tamaño extraño y de diseño único. La forma es muy peculiar; está llena de protuberancias, ángulos, esquinas, de­presiones y bordes. El vino con dificultad encuen­tra su camino en todos los rincones y esquinas. La gente lo observa e inmediatamente decide que el vino está en la vasija equivocada. Nunca fue llama­do para ocupar un recipiente así. Es un desperdi­cio de tiempo, dinero y energías, de manera que las impresiones del vino debieron estar totalmente erradas. Esta es la vasija de la dirección singular. Basta decir que los caminos de Dios no son nues­tros caminos. El no desciende con su secretario privado para explicar toda la dirección que él da a sus hijos. Es muerte segura para la carne el ser lle­vado de un lado de la tierra para otro sin poder satis­facer la curiosidad y los razonamientos de la carne.

Estoy seguro que el vino no disfrutaba (en lo natural) buscando su dirección en las diferentes salientes y depresiones, pero había sido vertido y tenía que correr y llenar la vasija. Me alegro que no tenemos que saber el por qué Dios hace las co­sas. Tampoco tenemos que explicarle al público por qué él nos dirige como lo hace en ocasiones. Tan pronto como el vino descansa y la lección es aprendida, la mano gentil del Fabricante lo levan­ta de nuevo para verterlo. ¡Cómo resplandece con una nueva obediencia y entrega! Atrás quedaron las heces de la desconfianza y el temor.

No podemos tomar tiempo para hablar de las tantas vasijas tan diferentes en carácter. Aquí hay una hecha de una variedad de materiales; hay casi de todo en su composición. Al vino no le gusta para nada. Nunca se consideró siquiera preguntar cómo debía ser hecha. Representa el complejo arreglo de las circunstancias en que somos puestos cuando no tenemos nada que ver con la situación. Es la vasija de la culpa de todos los demás. Es un lugar incómodo para estar. La gente no cumple con sus responsabilidades, o se olvida, o alguien es reacio y no tiene entrega, u otro se rehusa a ir y venir como se supone. Sin darnos cuenta y sin que­rerlo nos vemos envueltos en apuros. Estamos dis­puestos a menudo a pasar por la prueba cuando nosotros tenemos la culpa o tenemos algo que ver con ello, pero ser arrastrados a una situación con la que no tenemos nada que ver y por la que no somos responsables es (para la carne) una verdade­ra muerte. Pero, ¿quién hizo la vasija? Dios no te culpa a ti por la prueba o por su composición. To­do lo que el vino tiene que hacer es ceder, ser ver­tido y llenar. No necesitamos gastar mucho tiem­po para decirle al Señor de qué tamaño, forma, color y textura es la vasija. El la hizo. Más bien ce­damos y fluyamos.

Suficiente se ha dicho sobre las vasijas y lo que enseñan. Enfoquémonos ahora en otra fase de la verdad. ¿De qué manera debe actuar el vino cuando es vertido? Analizando mi propia experiencia y observando a otros que han pasado por pruebas y dificultades, he encontrado que hay tres maneras de actuar.

Obstinado o quebrantado

Primero, podemos ser vertidos, pero con un es­píritu rígido. La voluntad es rendida y el verter continúa, pero el alma permanece rígida y el espí­ritu sin quebrantar. De esta manera se pierde el objetivo del trasvase. El alma retiene su forma y no se ablanda para que se asiente el sedimento. Verdaderamente se ha rendido a Dios «para hacer su voluntad, aunque lo mate» y podrá morir hacien­do la voluntad de Dios, pero no con un espíritu quebrantado.

¿Has intentado alguna vez pasar leche cuajada a un recipiente pequeño? Ya te puedes imaginar la dificultad y los resultados. No había en la leche quebrantamiento. El texto dice que porque el vi­no no había sido vaciado de vasija en vasija se asentó en sus sedimentos. La palabra hebrea que se usa significa espesarse o cuajarse. Algunas almas están tan asentadas que se han cuajado. La cuestión no es si van a ser vertidas porque todos vamos a ser vertidos y vaciados. La pregunta es si hemos si­do quebrantados. Uno puede ser vertido y vaciado en cien vasijas y nunca aprender la lección y ser «quebrantado.» Quebrantemos el espíritu y mien­tras seamos vaciados habrá menús agonía afuera, menos dolor y angustia porque con gracia nos fun­diremos y llenaremos la vasija rápidamente.

Otra manera es ceder a ser vertidos y encontrar­nos llenando un número de vasijas diferentes, so­portando mientras que escondido en nuestro espí­ritu estamos haciendo un mal gesto. ¿Cuántas veces has cedido a Dios en una prueba, pero al salir de ella te queda un mal gesto en tu espíritu? Esta­mos convencidos por la Palabra de Dios y por las experiencias del pasado, que lo mejor y más segu­ro es ceder a la presión de Dios y pasar la prueba. Ya entregamos nuestra voluntad (en nuestra con­sagración) para pasar la prueba. Pero a veces lo hacemos soportándola, diciendo en nuestro cora­zón: «Sí, Señor, pasaré, pero no creo que sea jus­to; no tenías que ser tan severo, etc.» Podemos consentir en voluntad y no quebrantar el espíritu. Sería posible entregarnos a la voluntad de Dios y ser quemados y todavía no quebrantados. Muchas vasijas están soportando el derrame, pero nunca parecen aprender la lección. Quebrantémonos y dejemos que las heces se asienten.

La tercera manera es rendir la voluntad y que­brantar el espíritu y corazón. Esto es del agrado de Dios. Así perdemos nuestra dureza; nuestro espíritu natural cede y nos volvemos dóciles y fluimos con facilidad hasta en las partes más intrincadas de la vasija. Aquí es donde podemos decir: «Dulce voluntad de Dios.» «Mi deleite es hacer tu voluntad, oh Dios.» etc.

Una palabra sobre las razones de todo este ver­ter y vaciar. Tenga la seguridad de que Dios no lo hace para burlarse de nosotros. Nos hemos consa­grado a él y nuestras vidas no nos pertenecen para disponer de ellas y evitar muchos derrames. Dios está detrás de todo y él nos está entrenando. El objeto de vaciarnos de vasija en vasija es el de pro­ducir un espíritu quebrantado y dócil. Notemos una diferencia. Una voluntad entregada es una co­sa y un espíritu quebrantado es otra.

Se entiende que la entrega de nuestra voluntad es un principio básico y subyacente en el cristiano consagrado. Este es el fundamento sobre el que opera Dios. La entrega de nuestra voluntad es en realidad nuestro permiso para que Dios nos vacíe y nos vierta. Cuan­do decimos sí a la voluntad de Dios y nos rendi­mos, él comienza a vaciarnos y a verternos. Esto lo tiene que hacer para producir un espíritu entre­gado y quebrantado.

La segunda razón por la que nos vierte es para impedir que reposemos sobre nuestros sedimentos. Hay una tendencia natural de querer lo fácil. Nos disgustan los disturbios y el tener que hacer las cosas diferentemente a la manera que las hemos hecho por cuarenta años. Tenemos miedo hasta de dejar que nuestro trabajo pase a otras manos. «El camino de menor resistencia es una rutina.» Si nunca somos vertidos de experiencia en expe­riencia el vino se vuelve agrio y adquiere el olor de las heces. No se sorprenda si Dios lo está vertiendo de una vasija en la que ha sido bendecido por días, meses o años. Tal vez esté descansando en su se­dimento y él es muy selecto con su vino y lo refi­na un poco más.

Otra razón es que él quiere ampliarnos más en simpatía y comprensión de los demás. Quien no haya tenido muchos problemas en la vida, no es particularmente una persona servicial. Pero quien haya pasado por cien y una pruebas, experiencias, muertes, esperanzas perdidas, golpes y una o dos tragedias y ha aprendido su lección y «por la prác­tica tiene los sentidos ejercitados», esa persona va­le la pena. El será capaz de compenetrarse en las necesidades y sufrimientos de la humanidad y sa­ber cómo orar. Puede entrar en perfecta comunión con una persona que está pasando por una agonía indecible de espíritu y por la presión de una terri­ble prueba. El puede ver más allá de la fragilidad de la carne y recordar que somos polvo, confía en Dios con una fe sublime para que le dé el poder y la victoria. No tenga temor del proceso. Hay po­sibilidades tan ricas en todo esto. Queremos servir a una humanidad necesitada. Nada es mejor para equiparnos que quebrantar el espíritu y el corazón y llegar a ser vino diáfano, brillante, rico y refres­cante.

Como el Novio

Otra vez pregunto, ¿por qué este espíritu que­brantado? ¿Preguntaríamos por qué si tuviéramos una visión del adorable Novio del alma? En él en­contramos no sólo la voluntad entregada, sino tam­bién el corazón y el espíritu quebrantados. El se hizo flexible, débil y dócil hasta que su vida fue derramada. «Crucificado por debilidad» dice la Palabra. Y él era el Dios poderoso; ¡qué quebran­tamiento! Era una de las características que mar­caba a nuestro Novio. ¿Quisiéramos tener comu­nión con él? Si hemos de unirnos a él, tenemos que ser quebrantados en el espíritu porque nues­tro Novio es entregado y de espíritu quebrantado. ¿Ve ahora más de su propósito en todo esto? El está haciendo que su pueblo se libere más y más de esta tierra y que sea más entregado y quebran­tado para su traslado. Yo no quiero apegarme a esta tierra y reposar en mi sedimento. Aprenda­mos prestos la lección porque él viene pronto y no puede trasladar a espíritus sin quebrantar. Lo material tiene que estar entregado.

Veamos a Pablo como ilustración de este vaciar. Seguramente que como instrumento selecto él de­bió conocer algo de este método de desarrollo. En su conversión, Dios hizo algo que lleva años en las vidas de muchos cristianos. Pablo rindió su volun­tad. Su oración fue: «Señor, ¿qué quieres que ha­ga?» Aunque Pablo rindió su voluntad a la volun­tad de Dios e inmediatamente comenzó a caminar en ella, quedaba todavía en él un espíritu natural fuerte (no necesariamente malo o demasiado rebel­de). Su entrega no hizo a su espíritu dócil, quieto y quebrantado en un minuto.

Encontramos a Pa­blo vertido y vaciado, vaciado y: vertido, una y otra vez. ¿Sería para hacerlo rendir su voluntad? Nunca. Fue vaciado de vasija en vasija porque había entre­gado su voluntad. Pero en todas esas extrañas y difíciles experiencias su espíritu natural estaba ce­diendo; rompiéndose y derritiéndose hasta que en el final de su vida encontramos a Pablo con un es­píritu quebrantado y dulce que lo condujo a de­rramar su vida con una alegría secreta y celestial. Veamos 2 Corintios 11 :23-29:

¿Son siervos de Cristo? (Hablo como si hu­biera perdido el juicio.) Yo más. En muchos más trabajos, en muchas más cárceles, en azo­tes un sinnúmero de veces, a menudo en peli­gro de muerte.

Cinco veces he recibido de los judíos treinta y nueve azotes.

Tres veces he sido golpeado con varas; una vez fui apedreado, tres veces naufragué, y he pasado una noche y un día en lo profundo.

Con frecuencia he salido en viajes; he esta­do en peligros de ríos, peligros de salteadores, peligros de mis compatriotas, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre fal­sos hermanos;

he estado en trabajos y fatigas, en muchas noches de desvelo, en hambre y sed, a.menu­do sin comida, en el frío y la intemperie.

Además de tales cosas externas, está sobre mí la presión cotidiana de la preocupación por todas las iglesias.

¿Quién es débil sin que yo sea débil? ¿A quién se le hace pecar sin que yo no me preo­cupe intensamente?

¿No es un verdadero cuadro de ser vaciado de vasija en vasija? Vea Filipenses 4: 11: «No que hable porque tenga escasez, pues he aprendido a contentarme cualquiera sea mi situación.» Esta es una traducción desafortunada y conduce a con­clusiones erróneas. Usando la palabra «contento» se infiere que Pablo se había vuelto indiferente a lo que lo rodeaba y que estaba satisfecho con de­jar que se le montaran mientras se contentaba co­mo mejor pudiera. Eso no es lo que enseña. La lectura correcta es «a estar independiente cualquie­ra sea mi situación.» ¡Qué diferencia! El no per­mitía que la condición o la prueba lo dominara, sino que él era el amo independiente de ello y ha­cía que ello le sirviera a él. Cuando cualquier án­gulo, esquina o lado de la prueba se levantaba pa­ra atormentarlo e irritarlo, él se disolvía y fluía para llenar esa parte y silenciarla. El se hacía inde­pendiente de la vasija porque reconocía que el vi­no era de mayor valor que cualquier recipiente terrenal. El hacía que le sirviera para recoger las he­ces y sedimentos de su vida vieja.

En conclusión, podemos considerar cómo po­demos ser vertidos con mayor gracia: cómo ser quebrantados para llegar a ser el vino deseado. Primero tenemos que ver a Dios. El es quien hace las vasijas. El es quien vierte y nosotros somos su vino. Si logramos ver esto aclarará muchas dificul­tades. El Señor puede usar al enemigo y a otras personas como instrumentos para formar las prue­bas, pero sólo para cumplir con su propósito. El es primero. Nosotros somos su vino y muy selectos. Le costamos su vida y él es muy exigente cuando quiere el vino refinado hasta el último grado. Sólo dejamos atrás las heces de nuestra creación vieja Y la vida egoísta.

Tiro atrás, como cosa sin valor,

mis caminos, mi viejo yo:

hacia adelante voy

en busca de cosas

que están del tiempo más allá.

Debemos depender del Espíritu Santo que nos es dado en lugar del espíritu natural viejo, asenta­do y rígido. Cuando cedemos y nos quebrantamos en el espíritu, el Espíritu Santo se convierte en to­do lo que necesitamos. Ezequiel 36:27: «Y pondré dentro de vosotros mi espíritu … » Un día la últi­ma vasija será llenada y será la última vaciada. Que sea para el agrado de su corazón encontrarnos co­mo un vino selecto, rico, brillante y bien refinado, porque por su gracia habremos sido vaciados de vasija en vasija.

Afiliado con las Asambleas de Dios hasta su muerte en 1966, John Wright Follette enseñó la Palabra de Dios con una sencillez profunda que dejó una impresión permanente en el Cuerpo de Cristo.

Tomado de New Wine, agosto 1972

Reproducido de la Revista Vino Nuevo vol. 5-nº1-junio 1983