Por Dick Leggatt

Poco tiempo después de haber conocido a una pareja, que es ahora amiga nuestra, nos sorprendie­ron con una declaración con respecto a que en to­dos sus años de casados nunca habían tenido dis­putas entre ellos. Como mi esposa Cindi y yo sí hemos tenido nuestra buena porción de desacuer­dos, comenzamos a observarlos con mucha aten­ción cada vez que nos reuníamos socialmente para ver cuál era su secreto. Días más tarde, íbamos juntos con ellos en el auto cuando se toparon con una diferencia de opinión, y descubrimos que su «secreto» era sólo asunto de semántica.

Su discusión fue algo así como lo que sigue:

Marido (con sentimiento): «Querida, así no fue como pasó.»

Esposa (con expresión): «Sí, así fue exacta­mente como sucedió, queridísimo. «

Marido (entre dientes ligeramente apreta­dos): «Amor, realmente estás muy equivocada.»

No había modo de que mi esposa y yo pudié­ramos salirnos para evitar oír lo que estaba suce­diendo, así que nos ocupamos en hacer tareas tan importantes como limpiar la peluza del asiento, contar los anuncios en la carretera o silbar alguna tonada, haciendo todo lo posible para desaparecer entre los pliegues de la tapicería y no pecar de in­trusos en ese difícil momento. A lo que ellos llamarían una «diferencia de opinión», nosotros la hubiéramos reconocido sencillamente como una discusión. Fue un gran alivio para nosotros des­cubrir que no éramos tan anormales. Todas las parejas de casados tienen momentos similares.

Llámesele una discusión, un pequeño desa­cuerdo, una diferencia de opinión, el hecho es que la gente discrepa ocasionalmente, y que la solución de ese desacuerdo tiene que resolverse verbalmen­te. Es parte de la vida cotidiana y particularmente cierto en esa, de la más intrincada de las relaciones, que se llama el matrimonio.

Yo no soy ningún experto en el área de la comunicación en el matrimonio. A través de los años mi puntaje de éxito y fracasos en este asunto sería probablemente de 50-50. Pero lo que he ob­servado en el contacto con los demás, en el estu­dio privado y la experiencia personal, es que los desacuerdos periódicos son una parte inevitable y normal en el matrimonio. Es como el tornillo con la tuerca en el «los dos serán una sola carne.»

No es sorprendente que ocurra alguna fricción ocasio­nal dentro del proceso que hace que dos voluntades individuales únicas se lleguen a convertir en una. En este artículo, quiero explorar algunas ra­zones y remedios para esa fricción y sugerir algu­na guía práctica para que nuestra comunicación en el matrimonio tenga éxito, particularmente en los tiempos de desacuerdo.

La mala comunicación en el matrimonio, es­pecialmente en las discusiones que no se manejan bien, ha causado grandes estragos en la familia. Las discusiones y las confrontaciones, no importa lo leves que sean, involucran factores de stress y tensión, y en ese ambiente, las palabras sin con­trol pueden cortar y herir devastadoramente, ti­rando de las fibras hasta de un buen matrimonio. Proverbios 18:21 dice: «La muerte y la vida están en poder de la lengua.» La muerte de muchos ma­trimonios, básicamente buenos, ha sido consecuen­cia de una lengua sin freno. Por eso queremos dar­le algunos consejos que puedan ayudarle a some­ter lo que diga durante el calor emocional y la tensión de una confrontación con su cónyuge.

Siete cosas que debe evitar decir

Las maneras en que los esposos se atacan ver­balmente el uno al otro son probablemente innu­merables. Pero, además de las expresiones obvias que se deben evitar, hay siete que quiero señalar porque son muy sutiles, pero devastadoras en sus implicaciones y efecto.

  1. «Tú nunca haces lo que te digo.»

Evite usar la palabra «nunca.» En primer lugar, es terriblemente inexacta. «Nunca» significa que su cónyuge no ha hecho ni una sola vez, lo que le es requerido. La reacción más frecuente a tal inexactitud es que la parte ofendida se ponga a la defensiva y trate de justificarse a sí misma, lo que la cegará, a él o a ella, con relación al punto que usted está tratando de comunicar. «Nunca» es una exageración que se derrota a sí misma.

Además de inexacta, la palabra «nunca» es totalmente desalentadora. Lo que le está diciendo a su cónyuge es que él o ella es un absoluto fraca­so y que jamás ha hecho bien una sola cosa. También comunica ·que todo intento para satisfacerlo, carece de significado para usted y no cuenta para nada. Eso es suficiente para que cualquiera desista de seguir intentándolo. De manera que nunca use la palabra «nunca.»

  1. «¡Eres igual que tu madre (o padre)!»

Esta exclamación no parece ser tan dañina en la superficie, pero lleva ciertas implicaciones que la hacen arder realmente. Primero, es una manera sutil de criticar a los padres de su cónyuge. No se dice para sobresaltar las cualidades positivas de ellos, sino más bien las negativas que de todas ma­neras su compañero(a) no desea tener. Los padres pasan a sus hijos no sólo las cualidades buenas, si­no también las malas; las que los hijos resentían cuando estaban creciendo. Segundo, señalar esas características es un golpe bajo porque su compa­ñero(a) no escogió a sus padres ni su aporte nega­tivo con el que probablemente lucha para vencer. No es sabio hacer que alguien se sienta responsable por algo que no hizo o que no puede alterar. Es como poner una marca sobre su cónyuge que diga:

«No hay esperanza: jamás cambiarás.»

  1. «Estás mal entendiendo lo que digo.»

Esta exclamación es sumamente sutil. En ver­dad, lo es tanto, que me llevó tres años compren­der por qué mi esposa se sentía tan herida cuando la decía. Finalmente, ella me hizo una pregunta que me abrió los ojos. Me dijo: «¿Será posible que el problema sea que no estés hablando con claridad?» La implicación es que como, yo estoy comunicando perfectamente, la falta tiene que ser tuya. Ninguno de nosotros es un comunicador perfecto; pero eso es lo que reclamamos ser cuan­do decimos: «Me estás malentendiendo.»

Es mucho mejor decir: «Tal vez no lo estoy diciendo con suficiente claridad», tomando la res­ponsabilidad y permitiendo que su compañero(a) no sienta que toda la culpa es de ella o de él y así se elimina otra barrera en la comunicación.

  1. » Ya no lo soporto más!»

En momentos de crisis, declaraciones melodra­máticas como ésta, salen de la boca. Pero el melo­drama puede ser un enemigo para solucionar los asuntos complicados. Estas frases pueden conver­tirse en un escape ilegal para no encarar plenamente las dificultades.

Es difícil justificar esta actitud desde un pun­to de vista bíblico. Dios nos sitúa a veces en situa­ciones difíciles y dolorosas y nos ordena a perse­verar. La amonestación de Pablo en Hechos 14:22 a los discípulos de Antioquía de que «a través de muchas tribulaciones hemos de entrar al reino de Dios», se aplica igualmente a la vida cotidiana y particularmente en el matrimonio. Nuestra respuesta al dolor y a la dificultad en el matrimonio no debe ser escapar cuando las cosas se vuelven duras, sino más bien soportar.

  1. «La culpa es toda tuya.»

Esta es el área donde Cindi y yo hemos teni­do que batallar duro. Por medio de la manipula­ción y el dominio verbal, yo trataba de salir irre­prochable en los desacuerdos y problemas. Sólo que eso dejaba a Cindi como la única culpable. Debido a que las mujeres son más susceptibles a la culpa que los hombres, uno de los métodos que los hombres usamos para «ganar» un argumento es haciendo que la esposa se sienta culpable.

Sin embargo, nadie gana realmente, porque el marido pierde cuando no encara su propia responsabilidad y la esposa languidece bajo una carga insoportable de culpa. Los efectos a larga distancia de estas tác­ticas son demasiado costosos para cualquier ma­trimonio.

Santiago 5: 16 dice: «Confesaos vuestros peca­dos unos a otros, y orad unos por otros para que seáis sanados.» Cuando el hombre admite su cul­pa, eso permite que la sanidad venga a ambos y libera a la esposa de la carga que su marido le im­pondría si no lo hiciera.

Un comentario más: cuando las cosas no andan bien, a menudo no es por culpa de nadie … de ma­nera que esta no debiera de aceptarse o asignarse.

  1. «No quiero hablar de eso.»

Esto es muy peligroso en el matrimonio, por­que cuando la comunicación se corta, las avenidas de la reconciliación son bloqueadas. Aunque las palabras que se intercambien sean de enojo, son preferibles a que no haya palabras del todo.

El tratamiento silencioso, una de las armas más comunes en el matrimonio, nunca soluciona nada. Resignarse a guardar silencio es una invita­ción para que la amargura se arraigue en ambos. El silencio permite que las heridas se alimenten sin restricciones con toda la evidencia contra el marido o la esposa. Yo estoy convencido que ese silencio es un pecado que demanda arrepentimien­to para que la comunicación sea restaurada.

  1. «Yo me voy.»

En la mayoría de los casos, irse complica las cosas aún más y hace más difícil, sino imposible, la resolución y la reconciliación. Quédese y dialo­gue hasta que se solucione, no importa cuán difí­cil sea…

Manteniendo las cosas bajo control

Las siguientes son unas pocas sugerencias ge­nerales para mantener la comunicación bajo con­trol en cualquiera discusión difícil con su marido o su esposa.

1) Decida desde el principio permanecer abierto a lo que su compañero(a) tenga que decir, con la disposición de admitir errores legítimos de su parte. Deje que sus motivos sean descubrir la verdad, y no ganar la discusión.

2) Decídase a oír a su esposo(a) sin interrumpir o perder los estribos cuando él o ella toque un nervio sensitivo.

3) Ore y póngase su armadura espiritual. Recuerde que es el diablo quien atiza el fuego y quien instiga a la desarmonía.

4) Decida que no va a herir a su marido o a su esposa. Nadie sabe herirlo(a) como usted. Usted conoce todos sus puntos vulnerables y sensitivos. Hágase la promesa de que no importe lo que pase, usted no usará como arma contra él o ella, esa pe­queña y preciosa información que él o ella com­partió con usted para tirársela en la cara.

  1. S) Dispóngase a ser una especie de botadero para su esposo(a). Sepa que hay ocasiones cuando de­be permitir que él o ella vuelque toda la basura y el dolor que se han acumulado adentro sin desqui­tarse, corregir, ajustar, o sermonear.

6) Apéguese al asunto más importante y trate un asunto a la vez. Evite salirse del tema principal y caer en puntos menores o en algo que ya es historia.

7) Evite el sarcasmo y los chistes hasta que el desacuerdo esté resuelto. El sarcasmo lo único que produce es inflamar la discusión. En raras ocasiones, el chiste servirá para romper la tensión y quitar cierta presión. A menudo, cuando me irrito, Cindi me pregunta: «¿Ayudaría en algo si pongo una cara chistosa?» A veces lo hace y rom­pe la tensión; otras veces me enciende aún más.

Cuando vengan las resoluciones, permita que haya una acción positiva inmediata para fortalecer la reconciliación. Un perdón sincero y saludable debe ser expresado con muchos abrazos. Este tiempo de reconciliación es especialmente impor­tante para los niños. Si han visto el comienzo de las tensiones y se han dado cuenta de que mamá y papá han tenido un desacuerdo (ojalá que no ha­yan tenido que ser espectadores de todo el proce­so), permítales ser parte también del lado positi­va: el de la reconciliación.

Deje que compartan los abrazos y oigan el perdón. Les inculcará la seguridad, la realidad y la esperanza de que no importa lo difícil que se pongan las cosas, un amor de pacto da lugar a que éstas se resuelvan. Cuando ellos vean la realidad del proceso comple­to: el problema, la necesidad de la comunicación para resolverlo, y la reconciliación, les ayudará a tratar en forma realista los conflictos en sus propios matrimonios.

Una última dirección para resolver disputas.

Si la reconciliación les alude y la situación se vuel­ve gradualmente peor, pida ayuda. Aquí el cuida­do pastoral hará la diferencia. Si más parejas tu­vieran a alguien estable y de confianza a quien pu­dieran recurrir, no importa la hora o la circunstan­cia, para que les diera consejo responsable, una perspectiva objetiva y su propia experiencia perso­nal, muchos matrimonios serían salvados del desastre.

Fundamentos para la buena comunicación en el matrimonio

Cindi y yo habíamos estado casados apenas cuatro meses y ya habíamos experimentado los desacuerdos típicos del primer año de matrimonio, pero caímos sobre una piedra fundamental que puso un buen cimiento en nuestra relación. En nuestros desacuerdos, ambos decíamos cosas que en realidad no queríamos decir y que más tarde nos dolía haberlas pronunciado. Durante uno de esos intercambios poco bondadosos, Dios quitó el velo de nuestros ojos para que nos diéramos cuenta de lo que nos estábamos haciendo mutuamente. En forma simultánea, tuvimos ambos el mismo pensamiento.

Cindi fue la primera en expresarlo, de esta manera: «Aquí estoy, lastimándote … y eres la persona a quien no quiero herir… Yo respondí: «Tampoco yo quiero hacerte daño.»

Una verdad sencilla, tal vez elemental, pero fue algo profundo que sirvió para dar solidez a nuestro fundamento.

Permítame ofrecerle otras cinco piedras fun­damentales para que haya una buena comunicación en el matrimonio y los compromisos verbales que deben acompañarlas.

1) Confianza: «Prometo no hacerte daño.» Este es el fruto de lo que he descrito arriba.

Es posible darse cuenta en un momento de la ne­cesidad de tenerse confianza mutua, pero lleva tiempo establecerla. Las palabras se dicen con mucha facilidad, pero la verdadera confianza en el matrimonio se desarrolla cuando se guardan las promesas.

Sin embargo, la confianza es también un acto de fe. Significa hacerse vulnerable uno para el otro, aunque no se esté seguro que se está completamente a salvo cuando se hace. Vulnerabilidad significa compartir con su compañero(a) ese secre­to precioso, esperanza o deseo, esos temores o debilidades profundas que nos persiguen, creyendo que la información jamás será usada en su contra como un arma. Se requiere fe abrirse de esa ma­nera, especialmente cuando la experiencia ha sido amarga en el pasado. Sin embargo, es un paso de fe que Dios honrará.

La confianza es una de las piedras principales en el fundamento del matrimonio.

2) Respeto y aprobación: «Tú eres im­portante para mí.»

He colocado el respeto antes que el amor, por­que es muy posible amar a alguien sin respetarlo. La evidencia es la manera de comportarse y hablar con su compañero(a}. La manera de actuar en re­lación con él o ella, si lo honra, si es cortés, consi­derado, atento y le da preferencia, es un baróme­tro de su respeto por él.

La aprobación es la expresión verbal del res­peto. Nuestra comunicación en el matrimonio de­biera estar colmada de frases como estas: » ¡Hicis­te un gran trabajo!», «Eres una excelente cocinera», «Estoy orgulloso de lo que hiciste», «Me ale­gro de haberme casado contigo.»

Muchas veces creemos que basta con decir: «Te amo.» Pero una vez fui sorprendido por Cindi cuando a mi «te amo» ella me preguntó inocente­mente: «¿Por qué?» Después que hube recobrado el habla, comencé a enumerar las cualidades por las que la amaba, y me di cuenta que así expresa­ba mi aprobación de ella. Ella necesitaba oírlo y yo decirlo para darle peso a mi «te amo.»

No es suficiente sentir respeto y aprobación por su compañero(a); es necesario que lo demues­tre y lo diga.

3) Amor: «Te amo, tal y como eres.»

El amor implica aceptación y redención. La naturaleza del amor de Dios es que él nos ama y nos acepta tal y como somos. No obstante, su amor nos atrae redentivamente y nos saca del pe­cado para darnos salvación. El amor en el matri­monio debe tener las mismas características. Debe tratarse de amar al cónyuge sin condiciones, tal y como es, con todo y sus puntos ásperos. Sin disimulo; no tiene que cambiar o alcanzar mi expectativa de lo que debe ser para amarle. La paradoja es que esta clase de amor incondicional es el que le moti­va para superar sus faltas y debilidades. Esa es la cualidad redentiva del amor.

En la comunicación verbal del amor, nunca se llega a gastar la frase: «Te amo», ni las expresio­nes de su aceptación abierta.

4) Sacrificio personal: «Tus necesida­des son más importantes que las mías.»

Voy a explicar esto con una ilustración, Cuan­do yo regreso a casa después de una conferencia o de un viaje, lo que yo quiero es sentarme callada­mente y reposar. Aunque Cindi no me presiona pa­ra hacer lo contrario, yo sé que ella quiere oír de­talles de la excursión: todos los detalles.

Necesito hacer un gran esfuerzo para salir de mi silencio y entablar conversación con ella para su satisfacción y para su beneficio. Aunque todo lo  que quiera decir es: «Cariño, fue una gran con­ferencia. Hubo gran bendición. Disfruté bastante. Fin del mensaje.» El sacrificio personal en la co­municación demanda mucho más que eso. Sus ne­cesidades son más importantes que las mías.

5) Perdón: «Borrón y cuenta nueva.»

Se requiere madurez y grandeza de corazón para perdonar los errores, olvidarlos y nunca vol­verlos a resucitar. Ese es el aliento de vida en el matrimonio.

6) Sinceridad (con moderación): «Me siento exactamente así.»

Por lo general, se va a los extremos. O se es­conden las emociones bajo amenidades corteses que niegan los verdaderos sentimientos, o se explo­ta en un ataque brutal de palabras sin freno infla­madas por emociones feroces. La meta es aprender a ser veraces sin rodeos, sin ser insensibles o inne­cesariamente bruscos. Sinceridad equilibrada.

7) Pacto: «Lo que se requiera.»

Esta es la piedra más importante del funda­mento. Nuestra sociedad está perdiendo con ra­pidez su capacidad de hacer compromisos durade­ros y, por ende, entrar en un pacto. Los matrimo­nios sobreviven hasta que las cosas se vuelven difí­ciles y entonces la sociedad se disuelve. El dicho se ha popularizado que «si no es fácil, no me pi­das que lo haga.»

Los votos en el pacto lo dicen todo: «para afrontar las circunstancias que se presenten, sea en riqueza o en pobreza, para gozo o tristeza, pa­ra salud o enfermedad, en todo lo que la vida da y en todo lo que quita … hasta que la muerte nos separe.» El pacto demanda un compromiso incon­dicional: «No importa lo difícil que se pongan las cosas, juntos haremos lo que se requiera.» Podría ser que en los años venideros, esa cualidad sola, sea la que distinga al pueblo de Dios del resto de la sociedad, porque somos de aquellos «que aun jurando en daño suyo, no por eso cambia» (Salmo 15:4 ).

La aplicación de estos principios de comunica­ción y sus efectos en nuestros matrimonios pudie­ran hacernos casi extraños en nuestra sociedad. Pero en tiempos de desintegración y de aislamien­to social, el mundo podrá ver con mayor claridad el monte de la casa del Señor, especialmente por medio del ejemplo del pacto guardado en el matri­monio. Algunos maldecirán a la montaña y la ridi­culizarán, pero otros correrán a ella y se salvarán.

Dick Leggatt es graduado de la Universidad de Pittsburgh, Penn. con titulo de Bachiller en Literatura Inglesa. Es jefe de redacción de la revista New Wine y también uno de los pas­tores de Gulf Coast Fellowship en Mobile, Ala­bama. Es casado y tiene tres hijos.

Tomado de New Wine Magazine, julio/agosto 1979.

 

Especialmente para padres 

  1. Los héroes de la Biblia tienen mucho que enseñarnos sobre la persistencia, la perse­verancia, la resistencia. Comente sobre las que están en función en su familia. Asegúrese de mencionar a los miembros de la familia que han demostrado estas actitudes recientemente.
  2. La perseverancia es algo que se desarro­lla después de un tiempo cuando los padres y los hijos trabajan juntos. No viene como re­sultado de una actitud de «nade o húndase».

Prueba de perseverancia

Florence Chadwick se propuso ser la pri­mera mujer en nadar los 34 kilómetros entre la Isla Catalina y la costa de California. El 4 de julio de 1952 se sumergió en las frías aguas y nadó por quince horas en medio de una niebla muy densa hasta que finalmente desistió. Más tarde Florence se dio cuenta que sólo le quedaba poco menos de un kilómetro para alcanzar la meta. Había fracasado; no porque hubiera estado cansada, sino porque no podía ver su meta. La niebla le había em­pañado su visión y su determinación.

Dos meses después lo intentó de nuevo y bajo una niebla más espesa, pero esta vez su visión permaneció intacta: detrás de toda esa niebla tenía que estar la tierra. Florence Chadwick se convirtió en la primera mujer en conquistar el Canal de Catalina, superando to­das las marcas masculinas por más de dos horas. (Padregrama Julio 1981.)

Reproducido de la Revista Vino Nuevo Vol. 4 nº 7 junio 1982.