Autor Keith Bentson

Quiero hablarles sobre el desarrollo del siervo de Dios. Me dirijo a todos y cada uno de ustedes. Todos están incluidos; pues todos son llamados a ser útiles a Dios, a hacer Su voluntad, a ser Sus siervos. Me dirijo tanto a los jóvenes como a los ancianos; a los varones como a las hermanas. Deseo que cada uno sienta su responsabilidad, no de ser meramente un siervo de Dios sino a desarrollarse como siervo. Nuestro tema específicamente es: el desarrollo del siervo de Dios. Vamos a leer en Hechos 4: 32-27:

«y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma, y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común. Y con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y abundante gracia era sobre todos ellos. Así que no había entre ellos ningún necesitado; porque todos los que poseían heredades o casas, las vendían, y traían el precio de lo vendido, y lo ponían a los pies de los apóstoles; y se repartía a cada uno según su necesidad. »

«Entonces José, a quien los apóstoles pusieron por sobrenombre Bernabé (que traducido es, Hijo de consolación), levita, natural de Chipre, como tenía una heredad, la vendió y trajo el precio y lo puso a los pies de los apóstoles.»

El ambiente en que se desarrollan los siervos  

¿De dónde podremos arrancar creyentes de un calibre tal que podrán ser verdaderos siervos de Dios? ¿De dónde van a surgir? ¿Cómo podremos producir obreros que tengan poder y unción para llevar el Reino de Dios adelante? Tales siervos se desprenderán de un ambiente donde sobre todas las cosas reinan el amor y la fe.

Y la iglesia primitiva abundaba en fe y amor. Cuando usted vende sus propiedades en beneficio de los santos, usted tiene amor. y ese amor opera porque hay una buena dosis de fe. Sí, amor más fe; fe y amor. Dos elementos inseparables.

En la iglesia primitiva, cuando uno veía a otro hermano necesitado, decía:

«Oh, querido, ¿cómo es que tienes necesidad? ¡Pues yo tengo una heredad que recibí de mi padre! Es mía ahora y ¡la voy a vender! ¿Oué me hace tener un terreno por ahí? ¿Tú tienes necesidad? «¡Yo lo vendo!»

Sí, el amor y la fe en la iglesia primitiva habían barrido con toda avaricia. ¿Saben lo que yo he aprendido a hacer? Cuando noto que asoma algo de avaricia en mi corazón, la venzo vendiendo y repartiendo de lo que tengo. Oh, tenemos que vigilar nuestro corazón para que no haya avaricia, sino un fluir constante de amor. Me acuerdo del primer mes en que estuve de vuelta aquí en la Argentina, hace unos pocos meses no más. Recibí de los hermanos argentinos tantas ofrendas que tuve temor y en seguida repartí. Me despojé de casi todo para que yo no pensara: «¡Ah! Te va muy bien, Bentson.» No, yo tengo temor en mi corazón. Sé que ese espíritu de regocijarnos en poseer dinero y cosas materiales es un veneno. Uno puede cantar y al mismo tiempo tener avaricia en el corazón. Hasta uno puede traer buenas ofrendas y a la vez sufrir de avaricia. Pero aquí, en la iglesia del libro de Hechos de los Apóstoles, los hermanos están tan entregados al Señor y los unos a los otros que no les importa nada los bienes de este mundo. Todos vendían y ponían el precio de lo vendido a los pies de los apóstoles. ¡Qué avivamiento, qué fe, qué amor!

Entre los muchos hermanos que se preocupaban por los necesitados estaba un tal José. Era un discípulo entre miles y con un nombre tan común como el de José. El también vendió su heredad, cantando «¡Gloria a Dios, una preocupación menos!» Luego trajo el dinero y lo puso a los pies de los apóstoles.

Un nombre nuevo

Pero este hombre José no solamente daba de los bienes que tenía, sino que daba de la riqueza que estaba en su alma. Era un discípulo normal, quien constantemente daba a otros de los tesoros de su corazón. ¡Había tantos nuevos discípulos! En efecto, todos los días se agregaban a la iglesia otros nuevos. Y en medio de ellos se encontraba José, animándoles, consolándoles. Siempre tenía una buena palabra para cada uno que cruzaba su senda. Los llevaba a casa, oraba con ellos. Muchos de los nuevos habían sido rechazados por sus familias por su nueva fe en Cristo. José los consolaba. Yo dudo que él se pusiera detrás de algún púlpito: en el Templo no había púlpito. Pero en las casas y por las calles, cuando él se encontraba con otro hermano, le daba un buen apretón de manos, un abrazo, diciendo: «¿Cómo te va, querido? Oh, Dios te bendiga.» Así manaban amor y gracia de su alma.

Un día los apóstoles estaban conversando entre sí, cuando uno de ellos mencionó a José.

-¡Qué bueno es ese José, el que es de Chipre! ¡Cómo bendice a los hermanos! ¡Cómo anima y consuela!

Y por ahí uno de ellos hizo un juego de palabras en griego y salió el apodo «Bernabé», o sea «Hijo de consolación». Y el nombre prendió. ¡Así no más! Al decir el nombre «Bernabé», todos sabían que ese era el nombre correcto para José, Y desde ese momento en adelante cundió su uso entre todos los discípulos. «¡Hermano Bernabé!»

-¿Quién es Bernabé?

– ¡José! ¡Se le cambió de nombre! ¡Ahora se llama Bernabé!

Querida hermana y hermano: ¿Otros le han cambiado el nombre a usted? Usted ya tiene un nombre, yo sé. Usted tenía una tía muy buena, de modo que cuando usted nació los padres dijeron: «Vamos a ponerle el nombre de la tía.» Y aunque usted no salió como ella, ¡con todo tiene que seguir llevando su nombre! O usted lleva el nombre de su padre: Había un arreglo entre la madre y él, que si usted resultaba ser varón llevaría el nombre del padre. Y así fue. Todo esto está lo más bien. Pero ¡hay que adquirir un nombre para sí! ¡Cada uno de ustedes tiene que ganarse su nombre nuevo! José fue José por años, pero por la gracia que poseía y por la bendición que resultaba a otros, adquirió un nombre para sí: Bernabé, Hijo de consolación. Los mismos apóstoles le pusieron el apodo de Bernabé.

¿Saben una cosa? Algunos se contentan con dar sus ofrendas, pero no se dan de sí mismos a otros. No consuelan a otros. En cambio, hay hermanos que gustosamente charlan, conversan y predican, ¡pero no dan mucho de lo material! Pero José entregaba ambas cosas. ¡Reunía en una mano los bienes que tenía y en la otra su propia alma y se daba con todo! ¡Qué Hijo de consolación, este Bernabé!

Recoge a Saulo de Tarso  

En Hechos de los Apóstoles capítulo 9 tenemos el relato de la conversión de Saulo de Tarso. Herido por Cristo, llega a la ciudad de Damasco donde recibe otra vez la vista, es lleno del Espíritu Santo y ¡ya predica a Cristo! Pero pronto se levantan muchos en su contra de tal manera que al fin él tiene que ser bajado por el muro de la ciudad en una canasta. Se dirige a Jerusalén, de donde había salido. Al llegar, quiere ver solamente a los discípulos de Cristo. Viene pensando: ¡Oué cosa! Cuando salí de aquí llevaba documentos en la mano para encarcelar a los cristianos; y ahora ¡quiero estar solamente con ellos!» y se pone a buscar a aquellos que ahora son sus hermanos.

Pero ¡qué decepción! ¡Parece que los discípulos se han esfumado! ¡No los hay! Un día él tiene un presentimiento que por cierta calle se reúne un grupo pequeño de discípulos (¡unos quinientos!) de modo que se dirige hacia allí. ¡Pero un hermano lo reconoce viniendo por el camino, corre dentro de la casa, advierte a todos y todos se callan, bajan las persianas y quedan temblando de miedo!

¡Qué terrible! ¡El feroz Saulo ha regresado a Jerusalén! ¿Qué haremos?

¡Qué lástima! Nadie creía que Saulo se hubiera convertido. Todos le temían. Nadie estaba dispuesto a recoger a Saulo. Entre los miles de creyentes, nadie tenía confianza en que él se hubiera tornado a Cristo en Damasco. Nadie, menos … sí, usted ya sabe: ¡nadie menos nuestro apreciado Bernabé!

Yo lo veo a Bernabé, pensativo; luego dirigiéndose hacia la misma casa de Saulo. Allí llama a la puerta. Se le presenta el que tiene fama de perseguidor.

-Sí, ¿qué buscaba?

-¿Es usted el hermano Saulo?

-¿Usted me llama Hermano?

– ¡Sí, hermano Saulo! Me dicen que usted anduvo predicando por Damasco. ¿Es cierto?

– ¡Pase, hermano, pase! Siéntese aquí. Sí, es cierto, yo prediqué.

-¿y qué predicaste?

– ¡A Cristo, el Señor!

-Eso, sí, es lo que había entendido.

Predicaste a Cristo. Y, ¿cómo te fue?

-Ah- dice Saulo -cada vez que predicaba sentía más fe.

Al hablar con otros, me convencía cada vez más que Aquel que se me apareció en el camino es en verdad el Cristo …

Bernabé lo estudia mientras escucha a Saulo contar las maravillas de Dios. Luego le dice:

-Ven conmigo, hermano Saulo. Yo te voy a presentar a los apóstoles y luego introducirte en las iglesias evangélicas (que no siempre es fácil, ¿verdad?). Y así salieron los dos de la casa para luego encontrarse sentados en la presencia de los Doce. Bernabé lo ha llevado a los apóstoles; se lo ha presentado a los que son siervos especiales de Cristo; y Saulo es bien recibido … gracias a Bernabé.

Bernabé como evangelista    

Pasemos ahora al capítulo 11 de Los Hechos. ¡Ah, qué pasaje más hermoso es éste! Permítanme refrescarles la memoria. En Jerusalén se había levantado una gran persecución. Muchos discípulos tuvieron que huir. Pero quedaron allí los apóstoles y también nuestro hermano Bernabé. Pero entre los que se esparcían desde Jerusalén se encontraban algunos de la isla de Chipre, como también de Cirene, al norte de África. Estos llegaron a la ciudad de importancia en el imperio romano (después de Roma y Alejandría en África). Al entrar en la ciudad, unos varones de Chipre y de Cirene comenzaron a hablar la Palabra, no solamente a judíos, como era de costumbre, ¡sino a los gentiles! Y no les hablaban de la circuncisión judaica, ni de los preceptos de la Ley. ¡Les hablaron del nuevo pacto en la sangre de Cristo! Y al hablar, la gracia de Dios salió de sus corazones para prenderse en el corazón de ellos, ¡y se convirtieron de veras!

Ahora, es difícil para nosotros comprender cuán trascendental es este acontecimiento. Es precisamente eso: un acontecimiento. La iglesia hasta ahora, había estado compuesta enteramente de judíos. Y los creyentes judíos veían a través de sus cristales judaicos: las Escrituras, las promesas, el evangelio, el Cristo; y como consecuencia habían predicado solamente a los judíos. Cuando de repente comienzan a convertirse los gentiles ¡y no solamente uno o dos de ellos, sino una gran multitud! Ahora, ¿qué hacemos?

Reacción en Jerusalén  

A su debido tiempo llegó la noticia de estas cosas a oídos de la iglesia que estaba en Jerusalén. ¿y qué habrán pensado? ¿Qué habrán dicho? O mejor, ¿Qué no habrán dicho? Ustedes saben cómo corren las noticias, ¡especialmente cuando se trata de un «movimiento» desconocido! ¡Se dice de todo! Bueno, llegó la noticia de estas cosas a Jerusalén, a la casa matriz, a la «catedral», si se quiere. Jerusalén es el centro. Allí está el Templo, allí murió y resucitó Jesús; allí vino el Espíritu Santo en el día de Pentecostés. ¿Qué van a hacer los de Jerusalén?

Ya en otra ocasión un hombre aislado, Felipe, había predicado a los samaritanos. Los samaritanos eran «mestizos», pues eran en parte judíos y en parte gentiles. Y en ese caso, al llegar la noticia a Jerusalén, fueron enviados nada menos que Pedro y Juan a ver qué pasaba con Felipe. Pero ahora, en el caso de los de Antioquía, no fueron enviados Pedro y Juan, ¡sino nuestro amigo Bernabé! ¿Qué me dicen? Bernabé fue comisionado por la iglesia en Jerusalén para ir a Antioquía a estudiar la situación. Los apóstoles tenían plena confianza en Bernabé.

El versículo 23 dice: «Este, cuando llegó, y vio la gracia de Dios. . .» ¿Qué vio, hermanos? ¡Bernabé vio la gracia de Dios! Ahora bien, estoy seguro de que los gentiles en Antioquía no adoraban a Dios en la misma manera que los judíos en Jerusalén. Y hasta dudo de que estos gentiles diesen la mismísima interpretación a ciertas Escrituras que la que daban los judíos. No; aquí en Antioquía existía otra expresión de la fe que en Jerusalén. Pero Bernabé no se confundió por las formas; él vio la gracia de Dios. Percibió en su espíritu que el Espíritu Santo estaba glorificando a Cristo también en Antioquía. Esta manifestación era auténtica, había venido del cielo, auspiciada por Dios. Bernabé no tuvo celos; tampoco comenzó a corregirles. Vio la gracia de Dios y se regocijó. ¡Gloria a Dios! Se levantó en medio de ellos, y con corazón que desbordaba amor y gracia, les exhortó a todos a que permaneciesen fieles al Señor, que no volviesen atrás, que con propósito de corazón dejasen todas las costumbres paganas. ¡Bendito sea el Señor; en Antioquía un nuevo día había amanecido para el reino de Dios!

Un hombre bueno  

Quiero que vean algo en los versículos 23 y 24: «Este, cuando llegó, y vio la gracia de Dios, se recoqijó, y exhortó a todos a que con propósito de corazón permaneciesen fieles al Señor. PORQUE ERA VARON BUENO, y lleno del Espíritu Santo y de fe. Y una gran multitud fue agregada al Señor. «

Hace unos años leí el libro «Un Hombre Bueno», escrito por Alejandro Clifford. Es una simpática biografía de su padre. Me gustó mucho el relato y me gustó el título. Un día comenté al autor cuánto había apreciado el libro sobre su querido padre. Y sé que lo que está en el libro encuadra con la verdad, porque en más de una ocasión, personas que conocieron al anciano Jaime Clifford me han hablado de él con lágrimas en los ojos. De modo que comenté a su hijo que me había gustado muchísimo el libro y que para mí el título tenía gracia. Y él me dijo:

-Ah, me han criticado por ese título.

-Sí. Me han dicho que todo hombre es pecador y que no hay hombre bueno, ni aun uno …

Perdónenme, hermanos, pero no creo eso. Al contrario, creo que cuando la gracia de Dios llega a un hombre, lo cambia de tal forma que él queda bueno. En efecto, llega a ser tan bueno que Dios sería injusto en pasar por alto las obras buenas que el tal hace. Sí: Dios no puede olvidarse de las buenas obras que realizan los hombres buenos. Así enseñan las Escrituras (Heb. 6: 10).

Bernabé era un hombre bueno. Por donde usted lo tocaba, manaba la santa vida de Cristo. Bernabé era puro, transparente, cristalino. Era un hombre bueno y lleno del Espíritu Santo. ¡Gloria a Dios!

Bernabé crece  

También era lleno de fe. Tenía fe para fortalecer a los hermanos y fe para que muchísimos más se convirtiesen al Señor. Eso es lo que dice el texto bíblico: «Y una gran multitud fue agregada al Señor». ¡Qué precioso! ¡Cómo habían acertado los apóstoles cuando enviaron a Bernabé! Era un buen hombre; amaba a los nuevos hermanos y tenía gracia para hacer que la obra creciera. Tal vez ni Bernabé se diera cuenta, pero ya fluía en él la gracia de evangelista. ¿Qué me dice? Bernabé se está desarrollando; está creciendo. Cuando lo encontramos en el capítulo 4, era discípulo no más. Luego, en seguida se destaca por su palabra de ánimo y de exhortación, de consolación. Ahora lo descubrimos en Antioquía con una gracia que permite que toda una multitud se convierta al Señor. Desde discípulo a uno que exhorta, a evangelista. Dios está haciendo algo en él. Pero sigamos el relato.

Llega el momento cuando Bernabé se da cuenta de que los nuevos hermanos ya le están pisando los talones. El mismo no da abasto; le hacen falta otras manos … «¿Quién pudiera venir a ayudarme? Si acudo a Jerusalén . .. No, pues los de la capital van a ser quisquillosos sobre las diferencias que existen aquí. .. los horarios, la clase de gente, hasta no les agradará el color del vino que se usa en la Mesa del Señor … » De modo que Bernabé opta por ir a Tarso a buscar a Saulo. Lo había buscado una vez para traerle a la comunión de la iglesia, y ahora una segunda vez para introducirle a la obra. Al llegar, le suplica:

-Saulo, querido: necesito de tu ayuda. Soy un hombre totalmente inadecuado para una tarea tan grande. Dios te va a capacitar. Ven a Antioquía. Trabajaremos juntos. El Señor será glorificado.

Y vuelven los dos a Antioquía para pastorear la nueva iglesia. Y dice la Escritura que «. . .congregaron todo un año allí con la iglesia, y enseñaron a mucha gente; y a los discípulos se les llamó cristianos por primera vez en Antioquía» (Hechos 11 :26). ¡Qué lugar más histórico! Está en formación una nueva iglesia; una iglesia que será más propicia para extender el evangelio a los gentiles que la de Jerusalén. ¡Dios va a hacer algo! ¡Créanme, tarde o temprano, Dios va a hacer algo!

El capítulo 13 de Los Hechos es revelador sobre la persona y ministerio de Bernabé. El versículo 1 dice:

«Había entonces en la iglesia que estaba en Antioquía, profetas y maestros … « Observen, hermanos, ya que está bien formada la comunidad cristiana en Antioquía. ¡Hasta tiene sus propios profetas y maestros! ¿De dónde habrán venido? ¿De Jerusalén? No. Los profetas en Antioquía no habían llegado de fuera, sino que habían surgido de en medio de la misma iglesia local.

Observen ahora el primer nombre que se menciona como profeta: ¡Bernabé! ¡Qué gloria! ¡Amén! Nuestro querido Bernabé primero salió de Jerusalén como observador; en Antioquía exhortó, luego evangelizó, pastoreó ¡y ahora es profeta! Bernabé sigue creciendo, sigue desarrollándose. Ha crecido en base a su amor, en base a su auténtica humildad. La bendición de Dios está sobre él

Los altos propósitos de Dios    

En el capítulo 13 de los profetas y maestros de la iglesia en Antioquía están reunidos para ministrar a Dios. Dedican tanto tiempo y empeño al tan santo ejercicio que hasta ayunan. Los cinco están presentes: Bernabé, Simón, Lucio, Manaén y por último, Saulo. Están ministrando a Dios. Entran a la presencia de Dios para tributarle gloria y honor. Ministrar significa suministrar a otro lo que necesita y merece recibir. Dios no necesita de nada, pero sí merece todo loor. Ministrar a Dios es adorarle. Una versión de la Biblia dice sencillamente: «Mientras ellos adoraban a Dios … «

Ahora bien, queridos, tenemos que entender que cuando buscamos a Dios en la adoración, es muy factible que allí en su presencia Dios nos revele algo de sus secretos; algo de sus altos propósitos para la Iglesia. A veces como congregaciones nunca pasamos de orar por necesidades locales y perdemos la oportunidad de entrar en los propósitos más altos y universales de Dios. Estos cinco varones, al adorar a Dios, fueron llevados a una nueva esfera en el conocimiento de Dios. En un momento dado el mismo Espíritu Santo les habló. El representa a Cristo en la tierra. ¡Cuán precioso es cuando El habla! Una palabra del Espíritu Santo vale más que diez o cien mil palabras de la Junta o de la Comisión. ¡Amén! Y no estoy despreciando ninguna comisión; ustedes me comprenden. Las comisiones sirven para los pormenores de la ejecución. Pero cuando entramos en los propósitos eternos de Dios, Cristo es la única cabeza y El se revela por medio de su Espíritu.

En esta oportunidad, en Antioquía, habla el Espíritu Santo y dice:

«Apartadme a Bernabé … ¡Gloria a Dios! ¡Para este nuevo impulso en la extensión del evangelio, un impulso que se hará sentir a través de los siglos, el Espíritu Santo no escoge a Pedro ni a Juan, sino a nuestro querido Bernabé!

Estoy seguro, queridos hermanos, de que en ese día cuando el Espíritu reveló la voluntad de Dios para Bernabé, que él habrá recordado como, años antes, él había vendido su heredad: «Ah, Señor, gracias por haberme dado suficiente fe y amor como para vender esa propiedad. Si la tuviera ahora, estaría atado a ella. Cada año vendrían los cobradores de impuestos y tendría que estar pagando; ¡trabajaría para pagar impuestos! Señor, me libraste de tantas cosas. Gracias, Señor … Ahora estoy libre para llevar tu Nombre a las gentes. ¡Gloria a ti!»

Ahora, fíjense cómo la Biblia denomina a Bernabé, una vez que él con Saulo ha salido a llevar el evangelio. Estando en la ciudad de Iconio, Lucas, el autor de Hechos de los Apóstoles, dice: «Y la gente de la ciudad estaba dividida: unos estaban con los judíos, y otros con los apóstoles» (Hechos 14:4). Y para recalcar (vs. 14): «Cuando lo oyeron los apóstoles … «. ¿Quiénes son estos apóstoles? Bernabé y Saulo. Son apóstoles. No de los Doce, no. Fueron puestos en la iglesia como apóstoles por Cristo después que El hubo subido al cielo (ver Efe. 4: 9-11). ¿Quién lo hubiera soñado? ¡Bernabé es apóstol! Es comisionado por Cristo; está lleno, tiene. autoridad, es enviado en una empresa divina. A m í no me importa que esté Saulo; ya todos conocemos muy bien a Saulo, pero siempre pasamos por alto a Bernabé. Subraye en su corazón que Bernabé es enviado por el Espíritu Santo, no como observador ¡sino como apóstol!

Voz de autoridad    

Cuando llegamos al capítulo 15 de Hechos de los Apóstoles, nos encontramos con un problema muy serio. Algunos judaizantes están enseñando a los gentiles que para ser realmente salvos, tienen que hacerse primero judíos, con el rito de la circuncisión y todo. De modo que, o se permite que un error entre a la vida de la iglesia, o se lo corta, aun arriesgando una división entre los elementos judaicos y gentiles. Bernabé y Saulo se presentan en Jerusalén. Pedro defiende la posición de la salvación de los gentiles sin que se hagan judíos. Luego habla Bernabé. ¡Qué lindo! Nuestro Bernabé se levanta y cuenta las maravillas de Dios entre los gentiles, sin que éstos hayan tenido que pasar por las ceremonias mosaicas. Cuando Bernabé habla, todo el mundo lo escucha. ¿Saben porqué? Porque es un hombre que ha ganado el derecho de hablar. Ha sido fiel desde el principio. Es un hombre sin tacha, sin arruga. La mano de Dios lo acompaña en todas partes.

Se termina la reunión acordando que como Dios ha venido haciendo, así se seguirá obrando: los gentiles no tienen que hacerse judíos para ser salvos. ¡Muchas gracias, Bernabé! En parte por tu vida, tu experiencia, tu testimonio, la verdad del evangelio se mantiene pura y en pie.

Pablo se separa de Bernabé  

Hay un pasaje más que quiero que vean. En un sentido es un pasaje un tanto triste. Me refiero a la discusión   que se suscitó entre Pablo y Bernabé que condujo a su separación. Un buen día Pablo sugiere a Bernabé que deberían volver a visitar a los hermanos convertidos en su primera gira misionera.

– ¡Cómo no! -responde Bernabé.

-Podemos ir los tres.

-Mejor que tú y yo solos hagamos el viaje.

-Sí. .. ¿pero te acuerdas que cuando salimos la primera vez con tanto gozo y fe, Marcos nos acompañaba? Sería lindo salir otra

vez los tres …

-Pero, Bernabé, ¿Cómo podemos llevar con nosotros a uno que habiendo salido antes se echó atrás desanimado? El abandonó la obra. Yo sé que es tu pariente, pero …

-No es por eso, Pablo. Por favor.

Es que él es un valor. Hay que desarrollarlo.

-Mira; esto es la obra de Dios. Si un joven no se muestra fiel, no podemos darle lugar nuevamente. Es cosa seria ser siervo de Dios.

-Es cierto, yo sé; yo entiendo … él se desanimó, se acobardó y volvió a casa. Pero, aún hay esperanza …

– ¡Bernabé! ¡La obra no es nuestra! ¡Es de Dios! Y sin parcialidad …

-No quiero ser parcial ni hacer acepción de personas, pero al mismo tiempo, no veo motivo por rechazarlo.

Y de ah í la conversación iba subiendo de tono. El relato bíblico dice que hubo tal desacuerdo entre ellos que se separaron el uno del otro. Qué triste, ¿no es cierto? Y por lo que sigue vemos que la iglesia estaba con Pablo, de modo que él salió con Silas, encomendado por la iglesia. Bernabé prepara su valija, toma la mano de su sobrino, y se vuelve a casa, a Chipre.

¿Saben lo que yo creo? Creo que tanto Bernabé como Pablo tenían razón. Es uno de esos casos en que hay dos puntos de vista y los dos son válidos. Pablo seguramente estaba en la razón: la obra era de Dios y Juan Marcos no había aprobado. Pero Bernabé estaba mirando más allá de la mera gira. El quería forjar una vida; dar a luz un obrero. Bernabé no es encomendado por la iglesia, pero cubre al joven y lo lleva Chipre.

Una vida redimida  

Pasan unos 13 años. Pablo está encarcelado en Roma. Escribe allí algunas de sus maravillosas epístolas. A la iglesia en Colosas dice: «Aristarco, mi compañero de prisiones, os saluda, Y marcos el sobrino de Bernabé, acerca del cual habéis recibido mandamiento; si fuera a vosotros, recibidle» (Col 4: 10). Marcos está acompañando a Pablo y manda saludos a los colosenses. El gran apóstol apoya a Juan Marcos: «Si fuere a vosotros, recibidle. «

Pasan unos 4 años más. Entre tanto Pablo ha ganado su libertad de la cárcel, pero ya otra vez está bajo custodia. El ahora presagia su fin. Desde su celda escribe a Timoteo: «He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. . . Procura venir pronto a verme, porque Demas me ha desamparado, amando este mundo, y se ha ido a Tesalónica … Toma a Marcos y tráele contigo, porque me es útil para el ministerio» (2 Timoteo 4: 7,9,10,11).

Gloria a Dios, Marcos no ama la comodidad. Es material dispuesto para lidiar al lado del gran apóstol en lo que serán los últimos meses de su vida terrenal. Es útil en el ministerio.

Ahora, rápidamente busque la página 912 en su Biblia! Sí, la página 912. Lea en voz alta el título allí escrito: «El Santo Evangelio Según SAN MARCOS».

Gracias, Bernabé. Tú lo salvaste.

Todos pensábamos que por afinidad de familia, no más, habías quedado con tu sobrino Marcos. Nadie te comprendía, pero tenías visión de quienes pudieron ser buenos obreros. Acertaste con -Saulo en el principio y acertaste con Marcos. Muchas gracias, Bernabé. ¡La Iglesia universal te es deudora!

¡Oh, que Dios nos dé muchos Bernabés! No dudo de que Dios levantará unos pocos apóstoles y profetas en nuestro medio. Pero que nos dé entre tanto un buen número de varones como Bernabé. Hombres y mujeres que sean purísimos en su fe, sin sombras en su amor, íntegros hasta la médula. Hombre y mujeres humildes que anhelen una sola cosa: que el reino de Dios avance y que Cristo sea glorificado.

Sobre todo humildad  

¿Ustedes han notado antes al leer Hechos de los Apóstoles que en lo que se refiere a Bernabé y Saulo, siempre se menciona el nombre de aquel primero? «Apartadme a Bernabé y a Saulo … «: «Este, llamando a Bernabé y a Saulo, deseaba oír … «: «Cuando lo oyeron los apóstoles Bernabé y Pablo … «: etc. Pero llega el momento cuando se dice: «Y Pablo y Bernabé continuaron en … » Sí, llega el momento en que el que había ocupado el lugar de preeminencia, ocupa el segundo lugar. y créanme, Bernabé no tuvo ni el más mínimo dejo de celos. No se sintió inseguro ni nervioso. El bien sabía que Dios estaba dando a Pablo un ministerio más eminente que el suyo. ¡y se regocijó por ello! ¡Cómo no! ¡Estaba tan contento por Pablo! ¿Qué padre no quiere que sus hijos tengan mayor gracia? ¿Qué pastor no quiere ver surgir en su congregación algunos hijos espirituales que tendrán un ministerio mayor que el de él? ¿Qué evangelista no quiere oír de otro cuyo ministerio está siendo bendecido más que el suyo?

Oh, hermanos míos, Iglesia de Cristo: ¡Revistámonos de humildad! ¡Alegrémonos cuando otros reciben mayor gracia! ¡Demos gloria a Dios cuando otras congregaciones son más bendecidas que la nuestra!

Yo ruego a Dios que la gracia de Cristo Jesús tome posesión de nuestras vidas de tal manera que en la plena lucha de la extensión del evangelio seamos hombres buenos, llenos del Espíritu Santo y de Fe. Amén.

Mensaje dado en Tandil (Buenos Aires) el 16 de abril de 1969.

Publicado con permiso de Editorial Logos, Casilla de Correos 2625, Buenos Aires, Argentina.

Revista Vino Nuevo Vol 1-Nº9