Autora Basilea Schlink

Si tomamos en serio su Palabra. Obedeciéndole, cumpliéndole, nuestra vida se llenará de fuerza divina, victoria y alegría. Pero si, por el contrario, no atendemos a su interpelación, esa misma interpelación nos conducirá a la muerte. Nuestra vida queda privada de capacidad de superación, pierde su poder y no da fruto.

Frecuentemente pensamos que es asunto de nuestra disposición, el hecho y la extensión de nuestra plegaria. y es que olvidamos que la palabra «Orad» (Mt. 26:41) es una orden. Esta palabra ha salido de la boca del Señor de los Señores y, ante ella no hay más que una actitud: la que obedece.

Jesús nos ha liberado de todos los poderes de las tinieblas, que quieren apartarnos de la oración. Esos poderes que quieren impedir que nuestra vida sea una vida de oración, que esté sellada por la oración. Se oponen a que la oración sea la raíz de nuestro hablar y nuestro obrar, como dice la Escritura: «Orad sin cesar» (1 Tes. 5: 17).

El mandato de orar no dice expresamente que nos damos a la oración solamente por la mañana, al mediodía y por la noche. Ciertamente, debemos fijar, en lo que se pueda, ciertos tiempos de oración para el diálogo personal con Dios y para la intersección. Pero esto no nos dispensa de que el Señor nos ha llamado a una mayor glorificación, porque somos elegidos de su amor: Nos ha llamado a una vida total de oración, a una vida de constante intercambio con El, y esto, por otra parte, de muchas formas y maneras.

La oración tiene muchas formas y, cuando en nuestra vida, todas ellas encuentran su sitio y su legitimidad, alcanzamos, en el pleno sentido, una vida de oración.

La oración que nos es más conocida es la de petición.

En ella presentamos a Dios todos nuestros deseos personales como el niño que se ofrece al Padre Celestial.

Después tenemos la oración de la fe, que frecuentemente se presenta como lucha, según las palabras de Jesús: «Esta clase de demonio no sale si no es con la oración y el ayuno» (Mt. 17 :21). Este ejercicio corresponde, sobre todo, a la intercesión.

Otro género de oración es la de acción de gracias. A ella pertenecen la alabanza y la adoración. Y el Señor quiere regalarnos también la oración interior, o sea, la oración incesante, que consiste en una constante comunicación del corazón y de la tendencia del alma con Dios. Quien vive en esta interior oración, se verá conducido a las otras formas de oración, porque el Espíritu de Dios le lleva a dirigirse al Señor y le arrastra también al combate de la intercesión y a la alabanza.

Dios quiere que nuestra vida sea una vida de oración interior constante. Él se complace en hacernos el bien, y sabe que la mayor bendición para nuestra vida es la oración. Por eso quiere hacer de nuestra vida, una vida de oración continuada.

Con el mandato y el don de la oración, Dios ha puesto en las manos de los hombres un enorme poder. Con sus claras promesas, El, el Dios todopoderoso, se ha comprometido a hacer lo que le pedimos, con tal que hagamos esa oración en la fe y el nombre de Jesús.

Con el mandato: «Orad», nos ha concedido un crédito a nuestro favor del que nos podemos beneficiar, al volvernos a Él. Se ha comprometido a cumplir su voluntaria deuda. Así precisamente lo expresó un hombre de Dios: «La oración es el poder más grande del mundo, pues puede mover la mano de Aquel que mueve el mundo.

La oración es una posibilidad sin igual, pues por ella nosotros podemos cambiarlo todo: hombres, cosas, necesidades, relaciones. La oración tiene una fuerza infinita. Por eso Satanás hace todo lo posible para disminuir la oración. El sabe que no le somos peligrosos si trabajamos e inventamos mucho, incluso en lo tocante al reino de Dios. Pero, sabe también que invadimos su reino y saqueamos su botín, si rezamos mucho. Satán no teme a nada tanto como a nuestra oración.

Un cuadro de un antiguo pintor ha representado esto muy bien: En una báscula vemos cómo un platillo col» cinco demonios es vencido por el peso de un solo niño que ora. Este cuadro es un símbolo que nos indica cómo la oración, aunque sólo sea de un niño, vence al poder demonios. Si tal es el poder de la oración, de la buena oración. Satanás tiembla, pues tiene que ceder ante la oración cargada de fuerza.

Durante mis viajes me llamó especialmente la atención el hecho de que allí donde encontraba una comunidad con vida intensa, era por algo particular también. ‘Recuerdo de un lugar en el que la vida espiritual había desaparecido y que estaba proscrito y sin horizontes de nuevo nacimiento. Pero allí vivía una orante durante ocho o diez años había rezado diariamente, en favor de aquel lugar. Un día, de manera milagrosa, se produjo un despertar de la vida espiritual. Desde entonces ese lugar es sitio de religiosidad y entrega. Sí, la oración de una persona había vencido a esa muerte interior que duraba siglos. Los hombres y sus mutuas relaciones habían cambiado por completo.

Podemos ver, en tanto recemos con seriedad, cómo todas las necesidades pueden ·ser aliviadas, por el Reino de Dios, por la victoria de Jesús. Pero, ¡cuánto desaprovechamos! Cuán frecuentemente somos culpables, ante los hombres, simplemente por el hecho de no rezar por ellos. Aquí vale la Palabra: «El que sabe hacer el bien y no lo hace, es reo de pecado» (Sant. 4:17). Esto, especialmente para el caso de la oración omitida.

El que no ora peca, comete una grave falta de omisión, de la que no puede excusarse. Bien percibimos nosotros mismos que nos acusamos, cuando pretendemos disculparnos con la falta de tiempo. ¿Por qué? Porque, precisamente, cuando tenemos poco tiempo y nuestra vida está atosigada por el trabajo, ¿acaso no es este un motivo especial para ir a la oración y así no ser devorados por la impaciencia y el disgusto?

Sólo la oración puede protegernos y ayudarnos y, en poco tiempo, estaremos preparados para atraer la bendición de Dios, que sobre todas las cosas recae sobre nuestro trabajo.

He oído que en una casa bávara estaba escrita esta sentencia: «Afilar la guadaña no retrasa la siega. La oración no retrasa el trabajo.» Esto me impresionó mucho. y es que es insensato ir al trabajo de la siega sin afilar la guadaña. Ciertamente que se puede trabajar. Sin embargo no se aprovecha. Se necesita para la misma tarea el doble de tiempo y cuesta más disgusto. El inteligente no considera como pérdida de tiempo, el empleado en afilar la guadaña. Por el contrario, cuando se tiene poco tiempo y mucho trabajo por delante, afilará cuidadosamente la herramienta y así adelantará mucho su trabajo.

Los hijos de este mundo son listos. En cambio, nosotros los hijos de la luz, que conocemos la siembra eterna, es decir, la oración, y su cosecha eterna, ¡cuán ciegos y cortos de vista somos! Es que no deberíamos estar convencidos de que se trata de la cosecha eterna, del eterno trabajo de nuestra vida y que lo importante es el «afilar», es decir, el orar. De lo contrario todo trabajo, sea en la casa o en la profesión, en la educación de los hijos o para el Reino de Dios, se realizará con una guadaña roma, es decir, con un corazón embotado, porque no está, por obra de la oración, lleno del Espíritu divino de paz, de amor, de humildad, de paciencia.

¿Cómo puede el trabajo realizar el bien? Cuando estamos precisamente sobrecargados, tenemos que dedicar mucho tiempo a la oración, porque con un corazón embotado, seco, sin afilar, no podemos ser fieles ni en lo más pequeño. Si no nos preparamos con la oración, cualquier cosa no lograda nos llenará de irritación. Irritados lo haremos todo mal y necesitaremos doble tiempo. Incluso será penoso y difícil nuestro trato con las personas que trabajamos.

Si llegásemos a comprender que la oración aumenta nuestro tiempo y da a todas nuestras tareas, paz, buena conducta, amor, paciencia y con el buen logro. Se grabaría en nosotros de manera inolvidable esto: primero mero, la oración» (1Tim. 2: 1). Así tendríamos la experiencia de lo fácil y rápido de nuestro trabajo.

Hagamos un convenio con el Señor y digámosle: «De ahora en adelante no quiero emprender nada sin haber orado antes. Cuando más me apremie el tiempo, tanto mayor cuidado pondré en presentárselo, primero a Dios. Me tomaré tiempo para la oración y estaré en la presencia de Dios con todo mi ser, bajo el poder de la sangre salvadora de Jesús y me dirigiré a mi trabajo como uno que está en Cristo Jesús.»

Grabemos esto profundamente en nuestro corazón: Tal como sea nuestra vida de oración, así será nuestro trabajo, así será el fruto de nuestra vida, nuestra cosecha, así será la victoria sobre nuestras necesidades y tentaciones.

Una vida de oración es una vida de victoria, de fortaleza, de fecundidad. Sí, el Señor puede llenar nuestra vida y hacerla vida de oración, de intercesión Y acción de gracias, de constante e interior plegaria.

Para ello no basta nuestra decisión. No basta el que mi vida deba ser una vida de oración y el que yo quiera rezar más y dedicar a ello más tiempo, aún a costa de mi sueño. No, el ser llamado al servicio de Dios quiere decir ser llamado a un ofrecimiento total a nuestro Señor Jesús y realizar (en él) una total entrega a Él, y es que la verdadera oración significa el presentarse ante el Dios santo y tener Audiencia con el Rey de todos los reyes.

¿Cómo podemos presentarnos ante El si no estamos limpios y santificados? ¿Cómo podemos orar si no le hemos entregado nuestra voluntad? Solamente cuando pedimos algo, según su voluntad, es cuando Él nos oye.

Dios nos promete atender nuestras oraciones solamente cuando las hacemos en el nombre de Jesús, esto es, en su espíritu y voluntad. Sentirse llamado a una nueva vida de oración, significa sentirse llamado a una nueva revisión de vida. Esto implica el que nos dejemos iluminar y juzgar por el Señor y el que nuestras relaciones con los demás hombres vayan por los cauces del amor y del perdón. Entonces es cuando podremos elevar nuestras manos orantes y el demonio no podrá ni combatirnos ni disminuir nuestra plegaria.

Ciertamente, el sentirse llamado a una vida de oración y el tomar la decisión de rezar más, (en adelante), declararle la guerra al demonio, pues cuando nosotros, al orar, alabamos la victoria de Jesús sobre nuestros pecados, pedimos la liberación de nuestras ataduras, o luchamos para que otras almas alcancen la fe, y, con ello, penetramos en el reino de Satanás. Al intentar quitarle su presa, hemos de esperar resistencia y ataques de su parte.

Estos ataques sólo los resisten las almas humildes, pues sólo a éstas teme Satanás. Por la larga experiencia lo dice el gran orante Hydd: «Sólo corazones contritos y quebrantados, quiebran el poder del enemigo.» Sólo a las almas humildes se les da poder. Sólo las almas que entran en la oración sin ningún pecado o concupiscencia escondidos (Is. 59: 1-2), sino que constantemente, como dice San Juan (1 Juan 1 :7), confiesen sus pecados ante Dios y los hombres y se lavan en la sangre del Cordero, tienen poder para enfrentarse con el Enemigo y arrebatarles las almas. El servicio de la oración es sagrado servicio y exige, como consecuencia, corazones santos.

El servicio de la oración es una declaración de guerra al príncipe de las tinieblas y, por lo tanto, este servicio exige almas lavadas en la sangre del Cordero, almas contritas y humildes. Sabemos que nosotros no podemos convertirnos en semejantes almas, pero Dios vigila furtivamente nuestros corazones. Él ve si nos atrae el Espíritu de Verdad, si estamos dispuestos a sacar a la luz todos nuestros pecados y el confesarlos. El conoce si nosotros estamos dispuestos a dejarnos llevar humildemente por su poderosa mano y por su instrumento: los otros hombres, nuestros hermanos. El acepta nuestra voluntad de entrega, que se hace eficaz por la fuerza de su sacrificio y se sella con la gracia de la oración.

Los que así llegan a disponerse, perciben que su oración es oída, como leemos en la primera carta de Juan (3:22): «Cuanto pidiéremos nos será concedido, porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le es agradable.» ¡Cuánto poder                                                                                                                           concede Dios a la oración de los hombres humildes y santos!

Por eso la Sagrada escritura nos invita a que hagamos todo lo posible para cumplir la vocación que se encierra en éste: «¡Orad!» Es lo más importante: Dios quiere hacer de nuestra vida una vida de oración y, con ello una vida plena de poder y victoria.

Tomado de «EI poder de la oración» de Basilea Schlink. Derechos de autor: Verlag Evangelische Maríenchwesternchaft, Darmstadt-Eberstadt (Alemania) Ediciones Marova, S. L., Vlrlato, 55, Madrid, España 1975. Reproducido de V.N. Vol 2 #4.