Por Len Schested

En un capitulo de Frente a un Milagro, Don Basham narra la ocasión en que él y su esposa Atice perdieron a una hija recién nacida y reflexiona de la siguiente manera:

Dentro de mi ser me preguntaba cómo reaccionaria yo cuando llegara la ocasión, y la muerte alcanzara nuestro circulo familiar inmediato. ¿Me sostendría en la prueba, el amor y el consuelo del Espíritu Santo, como yo se lo aseguré a otros que sucedería? Nadie lo sabe hasta cuando tiene que enfrentarse a tal situación, y cada uno de nosotros está exento de esta experiencia final, sólo tempo­ralmente.

Ya sea en nuestra familia inmediata con familiares ancianos, o con amigos y conocidos, todos tenemos que confrontar la realidad de la muerte. Len Schested, una oradora y confe­rencista internacional de Fort Worth, Texas, ofrece algunos consejos sanos en un relato abierto de cómo aprendió ella a aceptar la pér­dida de su esposo; y a hacer los ajustes necesa­rios para su nueva vida sola. Este ensayo apa­reció originalmente con el titulo «Instant Sin­gleness: Widowhood» (Soltería Instantánea: Viudez), en el libro «Solo Flight: Twelve Per­sonal Perspectives on the Single Life» (Vuelo Solo: Doce Perspectivas Personales sobre la Vida de Soltero).

En un solo día, en una sola hora, por un solo acontecimiento, me convertí en una persona sola otra vez. Fue un suceso trágico perder a mi com­pañero en la muerte, sin embargo, desperdiciar es­ta experiencia sin relatar mi peregrinaje sería aumentar la tragedia. Estas ideas expondrán las múltiples maneras de tomar un suceso doloroso y angustiador y transformarlo en victoria.

He leído muchos libros sobre el dolor porque me ha interesado comprender mejor el comportamiento humano. En el tiempo que he pasado con personas que estaban sufriendo, he llegado a com­prender que todos somos individuales en nuestras respuestas. Debido a su individualidad, cada perso­na reacciona y responde en forma diferente a los su­cesos de la vida.

Yo soy Len y usted es usted. Ud. no debe intentar empujarme a que tenga los mismos sentimientos suyos; ni yo debo demandar que Ud. reaccione de la misma manera que yo. Va­cilo en decir lo que siento, sin embargo, deseo dar esperanza a la gente. Si una persona no ha enfren­tado el sufrimiento, entonces talvez estas palabras la pueden preparar mejor para tratar con el dolor cuando ocurra.

Me doy cuenta que el proceso normal en el su­frimiento incluye una interacción de grados de choque, pánico, llanto, depresión, resentimiento, represión, culpa, angustia física y finalmente espe­ranza. Yo no pasé por muchas de estas emociones negativas. No me mal entienda; no quiero decir con eso que soy sobrehumana. En el pasado he tenido experiencias personales que me hicieron saber que Dios está presente y aquí para ayudar­me en todo lo que pasa. De manera que yo sabía que él estaría conmigo durante mi proceso de su­frimiento.

Quiero tratar la muerte como cristiana y no como pagana. He observado a personas que asis­ten con regularidad a la iglesia, van a los cultos de oración, dan sus diezmos y hacen todas las cosas esperadas de un buen cristiano. Entonces, de algu­na manera, cuando la muerte viene, se convierten de pronto en paganos en sus reacciones a la muer­te y al morir. Actúan como si Dios no existiera.

Soy cristiana y mis sentimientos son muy profun­dos, no obstante, mi fe en Dios trasciende aún mis emociones. Con esto no quiero indicar que no haya pasado por las etapas del sufrimiento.

En mi peregrinaje a través de la pérdida de mi marido pasé por estas fases de dolor:

  1. Choque. Fue un choque que la muerte suce­diera realmente. Nadie sabe exactamente la dura­ción de la vida. Yo había disfrutado al estar con mi marido y cuidarlo. Era un gozo y un placer amarlo y vivir con él. La realidad, que de repente ya no estaba aquí, fue muy difícil de entender. Pude haber pasado toda mi vida amándolo y cui­dando de él. Cuando murió, la ruptura de la rela­ción fue un choque grande.
  2. Incredulidad. Tenía el sentimiento de la irrea­lidad. En ocasiones sabía que no estaba aceptando su muerte porque hablaba como si él estuviera aún aquí. Hubo cierto grado de negación de la realidad porque hacía elecciones consciente de que «esto es lo que a él le gustaría.»
  3. Soledad. Me hacía falta el compañerismo, la afirmación y el sostén de mi marido. Cuando uno ama a una persona, la ama totalmente. Ama su mente, su corazón y todo con respecto a él. Cuan­do todo eso es quitado de repente, lo que queda es un gran vacío.

Lo echaba de menos mayormente cuando me acostaba. No era sólo el sexo, era la total ausencia del ser amado. Por horas me quedaba allí acostada, pensando y hablando conmigo misma. Todavía echo de menos la afirmación que mi esposo me brindaba. ¡Víctor Hugo lo dijo mejor cuando es­cribió que necesitamos afirmación más que pan!

Mi marido era una persona que daba mucha firme­za. El me ayudó a hacer y a ser más de lo que yo pensaba que podía. Estaba muy orgulloso de mí y me lo decía. Echo de menos su amor, su afirma­ción, su sostén y su caricia gentil tanto como toda su intimidad.

Hay un cierto grado de soledad que ocurre cuando la rutina es alterada drásticamente. La vi­da no es tan «regulada» como solía ser. Nos levan­tábamos siempre a la misma hora, comíamos a la misma hora, íbamos al trabajo y nos acostábamos a una hora fija. Ahora encuentro que como cuan­do quiero y hago lo que quiero y cuando quiero. Así, la vida no es tan ordenada como antes.

  1. Culpa. Hay ciertas áreas de culpa que afloran. Cuando una persona ha cometido una infracción, lo sabe y necesita corregirlo (1 Juan 1 :9). Hay una medida falsa de culpa que fastidia a las perso­nas en ocasiones. Yo he tenido que tratar con cierta culpa falsa sobre sucesos que a la postre real­mente no tenían ninguna consecuencia. Sentía esa culpa falsa cuando pensaba en las cosas que yo de­seaba y que ocasionaban alguna inconveniencia a mi marido.
  2. Aceptación. La etapa más importante en el ajuste de mi dolor fue la aceptación. Es difícil precisar el suceso o el día exacto cuando me di cuenta que había aceptado su muerte. En algunas áreas de mi ajuste fui más lenta que en otras. Me llevó como seis meses aceptar realmente el hecho de que ya no tenía marido.

Supe que había hecho los ajustes y aceptado su muerte cuando finalmente comencé a sentir que podía hacer algo por mí misma y que podía fun­cionar bien. En otras palabras, cuando dejé de de­pender completamente de mis amigos y empecé a hacer mis propias decisiones.

Hay algunas etapas en el proceso normal de la pena por las que yo no pasé. No sentí ninguna emoción pesada y negativa de amargura y resenti­miento. Creo que las razones fueron varias. Si yo no creyese en Dios hubiera preguntado: «¿Por qué me pasó esto a mí?» Me podría enojar y amar­gar, pero en mi caminar diario con Dios, sé que él es real. ¡El Señor no comete errores! ¡Él es propicio y adecuado para todas mis necesidades! Has­ta donde puedo juzgarme, soy sincera en estas de­claraciones. Yo sé que Dios está actuando en el pasado, en el presente y en el futuro. Oigo que la gente discute por la inerrabilidad de la Biblia. Pe­ro no oigo que nadie pelee por vivir las verdades expresadas allí. ¡ ¡Yo si   creo realmente en las Es­crituras!

Mi peregrinaje personal en la fe revela una con­fianza profunda en Dios y en sus provisiones para mí. Estuve soltera por mucho tiempo cuando era misionera en la India. Esto produjo un efecto es­tabilizador en mi carácter en tres maneras: 1) Yo sabía que era una persona completa. No necesita­ba tener un esposo para serlo. 2) Sabía que no im­portaba lo que sucediera, el Señor cuidaría de mí. 3) Había entregado a Dios las áreas difíciles de mi pasado. ¡Mi fe en Dios es básica, así como mis ex­periencias pasadas de su fidelidad! Dios es propi­cio y adecuado para toda situación no importa lo difícil, intrincada o imposible que parezca ser.

Puesto que Dios había sido bueno para mí en el pasado, yo sabía que él supliría mis necesidades actuales. Esta fue la fuerza estabilizante en el pro­ceso de mi dolor. Por supuesto que lloré y pasé tiempos de profunda pena. ¡Hubo tiempos en los que eché de menos intensamente a mi esposo! Ve­nían cuando yo deseaba compartir algo con él. Era frustrante no poder hacerlo como en el pasa­do. Las lágrimas fueron muy positivas mientras lavaban mi dolor.

Algunas de las cosas más difíciles que tuve que enfrentar fueron las siguientes: 1) El sueño. No podía dormir bien. 2) Compañerismo. Teníamos mucha intimidad personal. Podía decirle cualquier cosa que deseaba. Ahora me hacía falta eso. 3) Cercanía. Siempre estábamos juntos. Disfrutá­bamos en hacer cosas juntos. Ambos crecimos porque nos teníamos el uno al otro. Inter actuába­mos en lo que hacíamos. 4) Decisiones. Hacer de­cisiones era difícil para mí.

Hay categorías de decisiones inmediatas y a largo plazo que tienen que hacerse cuando se pier­de a un esposo. La mente, el espíritu y el cuerpo son asaltados al instante por las múltiples decisio­nes que se deben hacer. Todo el mundo viene de todas partes haciendo preguntas. Uno se pregunta qué será lo correcto. Si hago tal o cual declaración, ¿será terminante? ¿Podré cambiar de opinión después? ¿Habré hecho una decisión equivocada? Nunca tuve que pensar en este tipo de cosas. Oré al Señor para que me iluminara en estas áreas:

1.Funeral y entierro. Siento que en nuestra so­ciedad se le da demasiada atención a toda la pom­pa y circunstancia de los funerales y entierros. Si somos cristianos debemos detenernos a pensar en lo que ha sucedido. Uno de nuestros seres queri­dos ha muerto. Parte de nosotros ha muerto. No obstante, sabemos adonde ha ido. No es un gran misterio. Debemos enterrar el cuerpo de una ma­nera sencilla. El servicio funeral de mi esposo fue positivo y una expresión sencilla de su fe. Leímos sus pasajes favoritos de las Escrituras y cantamos lo que a él le gustaba.

No quisimos celebrar la muerte como los paganos. Los cristianos vemos la muerte como irnos a casa y como una celebración de victoria. No es necesario «quebrar» esta última vez tratando de decirle al difunto lo mucho que le amaba. Los funerales son para los vivos.

  1. Finanzas. Busque a un consejero cristiano y confiable que conozca de finanzas. La mayoría de las personas se ven frente a decisiones de inversio­nes, presupuestos y herencias.
  2. Quedarse o mudarse. Yo tuve que hacer esta decisión, si quedarme en la misma ciudad o mudar­me a otra. Decidí quedarme. Ahora tenía que de­cidir si vender la casa y mudarme a un apartamento o no. Decidí no hacer ningún cambio por tres años como mínimo.
  3. Asuntos prácticos. Hay cosas prácticas, minu­ciosidades de todos los días con las que se debe li­diar. Cosas como reparaciones de la casa y del au­to, la limpieza del patio, qué negocios frecuentar y cuándo viajar.
  4. Los hijos. Nuestros hijos ya eran mayores y muchas cosas ya se habían decidido. Tuve que en­terarles de la muerte de su padre. Cuando estuvi­mos todos reunidos, decidimos quién se llevaba qué como recuerdo. Mis hijos hicieron las cosas más fáciles por su actitud entre ellos, demostran­do su generosidad unos con los otros. Tal vez una de las cosas más importantes es mantenerse en contacto con los hijos.
  5. Aprender a ser independiente. Yo no quería ser una de esas «viudas arrimadas». No quería que la gente dijera cosas negativas por depender de otros. Quería ser independiente, pero también ne­cesitaba a las personas. Mi decisión fue permane­cer independiente.
  6. Posibilidad de volverse a casar. Esta es una de las cosas que la mayoría de las personas tiene que decidir. Yo no quiero que se me empuje a sa­lir con otros ni volverme a casar. Todavía no es­toy lista para hacer ninguna de las dos cosas. Lo haré cuando esté lista. Sé que soy capaz de amar y de ser amada, pero no quiero ser forzada a hacer nada.

Hay necesidades inmediatas y a largo plazo en el ajuste que se debe hacer por la pérdida de su compañero. Algunas sugerencias para llenar las necesidades inmediatas son las siguientes:

  1. Exprese sus emociones. Hay algo muy real por qué llorar. Usted ha perdido a alguien digno y de mucho valor. Está bien llorar.

2.Recuerde a la persona tal como era. Manten­ga una perspectiva correcta de lo positivo y lo ne­gativo en su esposo/a. No deifique ni glorifique al difunto. Acepte lo bueno y malo que tenía. En su recuerdo de la persona, usted disfrutará en practicar las cosas buenas que él o ella le enseñó.

  1. Hable y escuche. Cuando las personas quieren hablar, debemos permitirle que digan lo que quie­ran. Sea un «alma de violín» para la persona que haya perdido a su compañero. La viuda debe tener libertad para hablar. Además de la comunica­ción verbal, el toque silencioso y el abrazo son muy importantes para una persona.
  2. Recuérdeles que Dios es real. El la ve y la co­noce en este mismo momento. El no ha abdicado de su trono. El está con usted en todo tiempo. ¡El sigue siendo lo que él dice que es! Dios tuvo un Hijo que murió. El sabe cómo se siente usted. Es difícil pensar en Dios en el tiempo de dolor, pero él está pensando en usted. Romanos 8: 18-25 proclama que los sufrimientos presentes son pasa­jeros e insignificantes.

Sin embargo, lo que ahora sufrimos no tie­ne comparación con la gloria que nos dará después. Porque la creación aguarda con pa­ciencia y esperanza el día en que Dios ha de resucitar a sus hijos. Ese día las espinas, los cardos, el pecado, la muerte y la podredumbre, impuestos al mundo por mandato de Dios, de­saparecerán; y el mundo que nos circunda compartirá la gloriosa libertad del pecado que disfrutan los hijos de Dios.

Sabemos que la naturaleza misma, los ani­males, las plantas, sufren enfermedades y muerte mientras esperan el gran acontecimien­to. Y aún nosotros los cristianos, que llevamos dentro el Espíritu Santo como un anticipo de la gloria que nos espera, clamamos que se nos libre de penas y sufrimientos. Nosotros tam­bién esperamos ansiosamente el día en que se nos concedan nuestros plenos derechos como hijos de Dios, que incluyen el tener los cuerpos nuevos que nos ha prometido, cuerpos que ja­más volverán a enfermarse ni a morir.

Uno se salva si tiene fe. Y tener fe significa esperar algo que no se ha recibido todavía. Si uno lo tiene ya, no tiene que esperar ni confiar en recibirlo. Pero mantenernos esperando de Dios lo que todavía no se ha manifestado nos enseña a tener paciencia y confianza. Romanos 8: 18-25 ENTV

Hay varias cosas que se deben hacer pensando en un ajuste final.

  1. Ame y sea amado. No se revuelque en la lás­tima de sí misma, porque se volverá «dura» y «amargada». Nadie quiere amar a alguien así. Sea una persona amorosa. La única manera de recibir amor es comenzar a amar. Eso requiere un esfuerzo disciplinado. Sea amorosa con todos los que encuentre a su paso.
  2. Acepte los sucesos que no pueda cambiar.

Encare la realidad. Enfrente la verdad de lo que ha pasado. Su esposo ha muerto y no hay nada que pueda cambiar eso. Usted vio su cuerpo en la caja cuando descendía a la tierra. Usted sabe que pasó. Admitirlo ayuda a hacerle frente a la realidad. Usted no puede hacer que él o ella vuelva y es una verdad que nadie puede cambiar.

  1. Desarrolle mejor su persona. Después de to­do ya no está casada. La interacción que tuvo con su marido ha terminado. Concéntrese en usted mis­ma y construya una mejor «usted». ¿Qué clase de persona será ahora que ya no tiene lazos? ¿Será una media persona? ¡No! ¡Usted es una persona completa! ¿Hay alguna área de su vida que usted no pudo desarrollar mientras estuvo casada? Dedí­quese a esas áreas. Habrá cosas que usted pueda hacer ahora. A mi esposo no le gustaba nadar. Ahora me siento libre para nadar y para hacer otras cosas de las que él no disfrutaba necesaria­mente. Me gusta ir a la playa. Si bien son cosas pe­queñas, para mí son importantes.
  2. Interésese, comparta y relaciónese con otros.

Porque he experimentado la pérdida por muerte

de mi esposo, ahora me puedo identificar con ma­yor claridad con aquellos que han perdido a seres queridos.

Es posible que haya mujeres que se pongan el velo de las viudas y se golpeen el pecho llorando y diciendo: «¡Ay de mí!» Pero eso no es vivir ni enfrentar la realidad. Es mejor estar con la gente y actuar recíprocamente y aprender de ella. Este in­tercambio dinámico de dar y recibir es muy signi­ficativo en las relaciones humanas. Mientras quede en casa sintiendo lástima de mí misma, no podré hacer nada por nadie. Hay algunas viudas que no están haciendo nada, porque se quedan sentadas esperando el fin de sus vidas y no logran nada. Yo prefiero vivir «Peligrosamente» arriesgando mi vida por otros. ¡Tal vez no viva mucho de esa ma­nera, pero mi vida tendrá calidad!

Cuando me siento tentada a caer en las emo­ciones negativas del resentimiento, la depresión o la desesperación, elijo disciplinarme para intere­sarme por otros, compartir y relacionarme con la gente. Hay muchos que no tienen a nadie que se interese por ellos.

Si yo pudiera reunir a todas las viudas, les diría estas cosas. Usted fue honrada porque tuvo a al­guien a quien pudo amar en su vida. Si eso la ha enriquecido, compártalo. Si no, tal vez usted ne­cesita una nueva actitud. 

Patromonio: La influencia de mi padre

Algunas de las historias que mi madre nos solía contar eran muy graciosas. A mamá le gustaba hablarnos de papá. Una de las histo­rias era sobre una pesadilla en la que papá se encontraba acorralado por un oso, y despertó gritándole con fuerza. Otra noche soñó que la casa se estaba incendiando y se despertó tan sobresaltado que golpeó la lámpara de kerose­ne que estaba encendida, haciendo volar el vi­drio y el combustible por todas partes.

Las historias nos hacían reír, pero también nos hacían querer más a papá, porque sentíamos su amor y protección por nosotros. Cuan­do él tenía que salir (especialmente cuando era de noche) nos quedábamos inquietos. Pero tan pronto entraba, a la casa nos sentíamos se­guros y dormíamos mejor.

Padres, ¿cuánta seguridad dan ustedes a sus hijos? Los sicólogos nos dicen que la inseguri­dad es la base de muchos de los males que acaecen a la humanidad. Padre, de gracias a Dios por el lugar que usted ocupa.

(Padregrama Marzo 1981.)

Tomado de New Vine Magazine, mayo 1981.De Solo Flight. Tyndale

Reproducido de la Revista Vino Nuevo vol. 4-nº 8- agosto 1982