Autor Charles Simpson
La obediencia «ahora y aquí» nos lleva a vivir en el reino.
«Me conformo con una cabaña en un rincón de la gloria …,» «!qué precioso será todo allí! «Allá en el cielo, allá en el cielo …» Estos refranes son bien conocidos para muchos de nosotros con tradición evangélica. En verdad que han sido de gran inspiración para muchos de nuestros corazones.
Tan maravillosa es la esperanza del cielo, que muchos creyentes han centrado todas sus vidas en el anhelo de llegar. Sin embargo, el canto constante de notas prometedoras de calles de oro, puertas de perlas, muros de piedras preciosas y mansiones allá, pudiera tener en nosotros un efecto narcotizante que contrarreste nuestra actitud combativa de obedecer ahora.
El arrullo de la teología del «cielo más allá» está siendo rudamente interrumpido por la insistencia de la teología del «reino ahora.» Los del «reino ahora» no niegan el dulce hogar, pero creen que será más dulce si obedecemos al Señor Jesús ahora, nos sometemos a Su gobierno y entramos en Su descanso.
Los apáticos y los patéticos necesitan oír las buenas nuevas que Canaán es aquí y el descanso para ahora. La gloria de Dios es que El es poderoso y conquistará al pecado, la pobreza, la enfermedad y la división aquí y ahora. El manifestará Su victoria a través de su pueblo victorioso. Note que no he dicho que el mundo conquistará al diablo, a la carne, al pecado, a la pobreza, etc; sino que lo que es nacido de Dios vence al mundo por la fe en el Señor Jesucristo (1 Juan 5:1-5). Su victoria es nuestra con Su señorío. Pablo afirma esta verdad en Romanos 5:17: » … mucho más reinarán en vida por medio de Uno, Jesucristo, aquellos que reciben la abundancia de la gracia y del don de justicia.» La mejor evidencia de que Jesús es el Señor es que «reinemos en vida» sobre nuestras circunstancias, enemigos y obstáculos por medio de la gracia con que El triunfó.
Cuando el escritor de Hebreos dice: «Queda, por tanto, un reposo sagrado para el pueblo de Dios» (Hebreos 4:9), no habla de un descanso después de la muerte, sino de una tierra, o un estado de vida, que ha de ser experimentado aquí. Históricamente, habla del fracaso de Israel de entrar en Canaán, la tierra prometida de descanso. El escritor exhorta a los cristianos de su tiempo a no perder ese descanso como lo hizo Israel. Es obvio que una persona puede tener una fe académica en Jesús y no tener paz en su vida. Toda una generación de israelitas murió en confusión como lo han hecho muchas generaciones de cristianos desde entonces. Fueron redimidos por la sangre y bautizados en la nube y en el mar; pero murieron prematuramente sin entrar en los propósitos de Dios para su generación. No entraron por causa del temor (había gigantes en la tierra), de la desobediencia (a Dios y a Moisés) y la falta de unidad entre ellos. Estas son las mismas características que nos impedirán entrar o que nos harán retroceder ante el propósito de Dios y Su descanso.
Una generación nueva
Felizmente, hubo otra generación. Digo felizmente, aún cuando no nacieran en condiciones felices. Cada día que Israel vagaba por el desierto, había un promedio de sesenta funerales, que son cerca de veinticinco mil por año durante cuarenta años. Al ver morir a madres, padres, tíos y tías, la generación joven aprendió plenamente las lecciones amargas que el ir por su propio camino acarrean. La doblez de ánimo, las costumbres egipcias y la rebelión se convirtieron en cualidades detestables. En 1 Corintios y en Hebreos se nos dice que Dios no se agradó con la vieja generación. Mientras unos morían, en otros la determinación de entrar en la tierra crecía hasta convertirse en su única meta. Algunos hombres mayores, como Josué y Caleb, probaron que la nueva generación es más que un nivel de años – es una actitud. La vieja generación moría, pero Josué y Caleb eran renovados por su fe y su visión. Finalmente, hasta el mismo Moisés durmió en el regazo del Señor y Dios empezó a dar instrucciones al nuevo líder, Josué, en la orilla del Jordán.
«Esfuérzate y sé valiente,» le dice Dios a Josué en el capítulo 1 y verso 6. «Esfuérzate y sé muy valiente,» dice en el verso 7 y en el verso 9 lo repite: «Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente.» El capítulo termina con «que te esfuerces y seas valiente.» Recibimos la impresión de que Josué tendría que ser fuerte y valiente. Si Dios dice algo una vez, es para siempre, y está infalible e ineludiblemente predispuesto para su cumplimiento. Aquí lo repite Dios cuatro veces en un capítulo. En realidad, Dios lo dijo directamente a Josué tres veces y una cuarta vez a través del pueblo cuando este le prometía obediencia y lealtad a su liderazgo. Las batallas se deciden en los corazones antes de ganarlas o perderlas en los campos.
La nueva generación se caracterizaría por su fuerza de voluntad y por su valor. No se equivoque, que para entrar en los propósitos de Dios en esta generación, se necesitan la misma fuerza, el mismo valor y el mismo compromiso. Mirar atrás y doblez de ánimo tienen la misma consecuencia desastrosa para la jornada de esta generación.
De acuerdo al capítulo 1 y verso 8, la obediencia a la Palabra de Dios también caracterizaría su actitud como el cuidado en acatar las instrucciones de Dios. El éxito dependería en su celo de hacer las cosas exactamente como El decía. A menudo Dios les recordó esta actitud esencial de obediencia.
Dios también ordenó otras dos características a la generación que entraría en la tierra: lealtad a los hermanos en los versos 12-15 y lealtad a los líderes en los versos 17 y 18.
Toda generación que quiera reinar en la tierra y entrar en el descanso del pueblo de Dios necesita valor espiritual, obediencia según las Escrituras y lealtad a los hermanos y a los líderes escogidos de Dios. Notará que todos entraron juntos, no uno por uno. Dios no está edificando individuos santos, sencillamente. Su interés es una nación santa (1 Pedro 2:9 y Éxodo 19:6). El amor que produce valor, obediencia y lealtad es el cemento que usa para edificar.
Enfrentando la realidad
El primer capítulo de Josué es más que una reunión de santos en busca de emoción, para vitorear a un nuevo capitán de equipo. Es la preparación inevitable para el capítulo 2 – ¡Jericó! Jericó era una realidad de la vida que los confrontaba como la fortaleza de Satanás y los desafiaba a entrar en la tierra del descanso prometido. Allí estaba, un oasis recostado a casi 400 metros bajo el nivel del mar cerca del Mar Muerto. Jericó era impugnable. Algunos arqueólogos dicen que tenía dobles murallas de 3.35 metros de grueso y 9 metros de altura. Había otros lugares a través de los cuales Dios los pudo haber llevado para una entrada más conveniente. Sin embargo, Dios los llevó a Jericó para que se enfrentaran con el obstáculo supremo. La mayoría de los cristianos que conozco que reinan y que tienen descanso, no entraron en esa tierra por el camino fácil.
Cada uno tiene su Jericó personal. Satanás ha erigido una fortaleza especial para evitar que usted entre en la voluntad de Dios- su lugar – su lugar para reinar y gobernar. Puede ser una ambición, un hábito, un temor que no está dispuesto a entregar, o una ofensa que no quiere perdonar. Tal vez es otro el enemigo que se levanta para desafiarlo a que entre en la promesa de Dios. Dios no es un cobarde que busca escapar al enfrentamiento para meter a los santos en el cielo por la puerta de atrás mientras Satanás duerme. No, El hace sonar las trompetas, reúne a Su pueblo en plena vista para cuadrarse contra el obstáculo. Como Israel en Cades, algunos se echaron atrás, pero tarde que temprano enfrentarán sus Jericós si es que han de entrar.
Muchos miden sus obstáculos para explicar sus fracasos con sus medidas. !Dios mide a Su pueblo por los obstáculos que están dispuestos a enfrentar y conquistar! Josué envió espías a Jericó para reconocer la tierra, no para ver si podían tomarla, sino para ver cómo lo harían. Es importante que conozcamos al enemigo. No debemos preocuparnos por el enemigo de tal manera que nos cause miedo.
Sin embargo, no podemos ignorarlo. Muchos cristianos han sido devorados porque recibieron anteojos teológicos con puntos ciegos en el conocimiento de Satanás y sus demonios. La Biblia tiene lo que necesitamos para prepararnos a enfrentar la realidad de Satanás y derrotarlo-en el poder y la gracia de Dios. Para poderlo vencer, tenemos que conocer bien lo que yace al otro lado de las murallas que ha erigido. Jericó tenía un punto débil – una ramera que tuvo temor de Dios. Siempre hay una falla en el plan de Satanás, pero sólo Dios la puede revelar. Generalmente nos sorprenderá saber a quién y qué usa El.
Cruzando el Jordán
Israel estuvo acampado por un tiempo hacia el este del Jordán, estudiando la tierra prometida al otro lado del río, con sus obstáculos, sus gigantes y su abundancia. Además de lo que había al oeste del Jordán, el río mismo estaba desbordado. Josué comenzaba a comprender por qué Dios había dicho: «Esfuérzate y sé valiente.»
El compromiso al que Jesús llamó no fue una verbosidad frívola e idealista. El urgía a los hombres a calcular el costo (Lucas 14: 25-33). Si no lo hacían ellos, él se los recordaba. Es una regla en el progreso espiritual, que antes de la victoria hay una expedición de reconocimiento, se toma inventario y se ofrece la oportunidad de volver atrás. El ejército de Dios es un ejército de voluntarios que han tomado en cuenta y aceptado la muerte. Siempre hay ocasión de cambiar la decisión:
Noemí a Rut: «Vuélvete.»
Elías a Elíseo: «Quédate aquí.» Jesús a los discípulos: «¿Queréis vosotros iros también?»
Todos los que eligen seguir quedarán eternamente agradecidos, pero el amor y la naturaleza de Dios no obligan a nadie a entrar en el fuego de la batalla. Es Su compromiso de amor.
Después de calcular -cuando todo se ha tomado en cuenta- debemos decidir. Algunos cristianos lo han calculado una y otra vez. Lo analizan y hacen inventario todas las semanas o todos los años, sólo para volverlo hacer de nuevo. Bien ha llamado alguien esta indecisión «parálisis de análisis.» El tiempo viene cuando hay que poner la mano en el arado o volver atrás – es el tiempo de decisión y de acción.
El Jordán es un tipo de la muerte, no física, sino espiritual. (También física si es necesario.) Estaban por pasar el punto donde no habría regreso posible. La decisión de cruzar el Jordán era lo más ilógico desde el punto de vista natural. Si no se ahogaban todos en el Jordán, los jebuseos, los amalecitas o los jericoítas acabarían con ellos. El Jordán representaba un nivel de compromiso que las generaciones anteriores no habían conocido. Esta es la contraparte en el Antiguo Testamento de Romanos 12: 1: «Por consiguiente, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios que presentéis vuestro cuerpo en sacrificio vivo y santo … « Es interesante notar que la generación anterior procuró salvar su vida de ese destino – pero murió en el desierto. Irónicamente, la única manera de vivir es morir al instinto de conservación. El verdadero señorío de Cristo se manifiesta en el sacrificio del yo.
Debe notar que los israelitas no entraron en el Jordán como una turba desordenada «por fe». El capítulo 3 de Josué describe una escena de orden. Esta generación de israelitas estaba bajo autoridad. Sus oficiales iban en medio de ellos dando las órdenes. El pueblo consagró y sacrificó sus vidas a Dios, sin saber cómo haría Dios para que cruzaran el Jordán y entraran en el descanso de Canaán.
Los sacerdotes se adelantaron llevando esa caja pequeña, pero muy sagrada, de madera cubierta de oro el arca. Sobre el arca estaba el propiciatorio donde Dios se declaraba a Israel en gracia y verdad. Allí estaba la presencia de Dios para Israel. Para los cristianos, el arca es un símbolo físico de nuestro Señor Jesucristo, la encarnación de la presencia de Dios Emanuel, «Dios con nosotros.»
Cuando el arca pasó adelante, Israel comenzó a marchar deliberadamente, formados en una procesión disciplinada y reverente a 900 metros atrás del arca. Ellos no habían pasado antes por ese camino. Podían ver el arca adelante. La pequeña caja, sola sobre los hombros de los sacerdotes santificados avanzaba pausada y majestuosamente hacia el Jordán desbordado_ Era un ejército, una nación comprometida, la que seguía 2000 codos atrás. La historia aún por revelarse estaba pendiente de esa procesión. El Mismo Emanuel cubría la pequeña arca. Los ángeles de Dios se prepararon para detener las aguas rugientes del Jordán y hacer un camino a través de la muerte que conducía a la resurrección, igual que harían más tarde cuando Emanuel se enfrentó con Su propio Jordán en un compromiso hasta la muerte. Años después del paso de Emanuel, otra Nación Santa seguiría reverentemente el arca- los pioneros de la fe- a través de su Jordán para entrar en Su reino y en Su descanso.
El río estaba desbordado porque era el tiempo de la siega. El tabernáculo y el templo fueron dedicados en el tiempo de la siega, o durante la Fiesta de los Tabernáculos. La siega es el tiempo para cruzar el Jordán, comprometidos; para edificar la casa de Dios; para la venida del Señor (Santiago 5:7).
Cuando los pies de los hombres santos que llevaban la presencia manifestada de Dios, tocaron las aguas turbulentas, éstas se detuvieron y se levantaron en una pared de reverencia ante la presencia de Dios. El arca paró en medio del Jordán ordenando al río que dejara de fluir. Por horas cruzó la nación a la sombra del arca. La pared se levantó más y más alta. El paso permaneció seco hasta que todos los cientos de miles con sus pequeños y sus posesiones pasaron a su descanso. Para nosotros hoy, el arca todavía está firme, permitiéndonos cruzar la prueba, la tribulación y la muerte que conducen a Su señorío y a Su descanso. Las aguas no nos temen a nosotros, pero sí temen a Aquel que se para por nosotros.
Cuando todo Israel hubo pasado, un líder de cada tribu tomó una piedra del Jordán para hacer un monumento conmemorativo de la fidelidad de Dios. El compromiso con el Señor y Su propósito, aún hasta la muerte, es un mojón histórico – un día inolvidable. Esta clase de compromiso es el fundamento de la victoria. Algunos dijeron: «Dadme libertad o dadme muerte.» Dios propuso que las generaciones futuras no olvidaran que el compromiso es el costo de la conquista. Olvidarlo significa perder el dominio. Si bien tenemos que recordar – Dios no permita que lleguemos a ser sólo recuerdo. Podemos hacer mojones, pero que Dios nos impida convertirnos en uno.
Una tierra nueva
Todo cambió cuando Israel pasó el Jordán. Habían pasado de la teoría a la experiencia. Ahora estaban en la tierra, aunque fuese sólo en el margen.
El capítulo 5 de Josué narra los acontecimientos de los primeros días en Canaán.
El terror cundía en Jericó. No hay nada en nuestros días con qué comparar este terror nacional o social. Piense que usted está en Jericó. Su enemigo acaba de cruzar el Jordán sobrenaturalmente, sin un puente. Esas murallas de 9 metros de alto y casi 3 y medio de espesor parecían ahora demasiado pequeñas. Dos hombres en la ciudad donde yo vivo dicen haberse encontrado con hombres del espacio que bajaron de un extraño platillo volador. Todos los medios noticiosos de la nación publicaron la historia. Los hombres fueron sometidos a pruebas con un detector de mentiras y las pasaron. Uno de ellos describió el encuentro con lujo de detalles. El otro se desmayó aterrorizado cuando los vio. Así debió haber sido el terror que se apoderó de Jericó. ¿Qué defensa podrá tener una ciudad contra un pueblo cuyo Dios es el Señor?
Satanás no teme a un cristianismo teórico. El conoce más teología que todos nosotros. Pero sí teme a los cristianos comprometidos que viven su relación con Dios en la experiencia; que no se satisfacen con analizar a Canaán, sino que se atreven a conquistarla y a gobernarla bajo el señorío de Cristo.
Otro aspecto al entrar en la tierra era que Dios demandaba de ellos una obediencia más disciplinada. Habían descuidado la circuncisión que les había sido dada como señal del Pacto y la celebración de la Pascua. No nos detendremos a explorar todo el significado del mandamiento de Dios de renovar estas prácticas. Suficiente con decir que su negligencia reflejaba el deterioro de su relación con Dios. Obediencia cuidadosa es el resultado inmediato de un compromiso real y verdadero con el Señor. La circuncisión les recordaba que eran el pueblo del pacto y la fidelidad de Dios. La Pascua, que como pueblo redimido, eran la posesión de Dios. Es peligroso olvidar estas verdades. Renovarlas es traer avivamiento.
Un cambio significativo ocurrió cuando entraron en Canaán: el maná cesó. Por años en el desierto, habían comido este pan que caía del cielo. Ahora Dios les dice que de allí en adelante comerán del fruto de la tierra.
Hay tres niveles de provisión en la vida cristiana. Una es la que llamo: La Provisión Egipcia. Es la que recibe el cristiano carnal. Viene del «Sistema Egipcio» y es el resultado de su esclavitud. Su trabajo es construir pirámides bajo el látigo del sistema y nada de lo que hace redunda para la gloria de Dios. Por lo general, recibe sólo la provisión suficiente para mantenerlo con vida en su condición de esclavo. Todo depende de la manera en que encaje con el sistema. Esta esclavitud termina por destruir su vida porque no tiene tiempo para nada más.
El segundo nivel es La Provisión de Fe ó del «Desierto. Viene cuando el cristiano carnal clama a Dios para que lo libre de la tiranía secular. No es necesario que deje su empleo secular, aunque algunos lo hacen. En todo caso, su ocupación toma el segundo lugar y el propósito de Dios el primero. Es entonces que el cristiano carnal tiene que confiar en Dios día a día por su «maná» en el desierto que viene del cielo. Dios puede hacerlo venir en el correo, a través de amigos o de alguna fuente inesperada; pero su provisión viene del cielo – no de la tierra, y es apenas lo suficiente para llenar su necesidad.
El tercer nivel es La Provisión de Canaán. Israel comienza a disfrutarla. Significaba la abundancia. No vino de Egipto ni del cielo; vino de la tierra cuando Israel aprendió los principios de sembrar para cosechar. En su madurez, Israel aprendería la disciplina de la productividad. Aprendería a cultivar la tierra (un tipo de la humanidad) y a cosechar el fruto.
Los tres niveles difieren por su fuente y en su cantidad: Egipto – mezquino; el desierto – suficiente; Canaán – abundancia. Todos son parte de nuestra jornada si la continuamos. (Deuteronomio capítulo 11 y 28, 1 Corintios 9 y 2 Corintios 9 presentan un buen estudio sobre este tema.)
Encuentro con el capitán
Israel había obedecido; el maná había cesado y Jericó, aunque aterrorizado, estaba todavía en pie. Josué salió a caminar solo para meditar sobre la situación y su responsabilidad, cuando vio a un varón parado enfrente de él con una espada desenvainada en su mano.
«¿Eres de los nuestros, o de los enemigos?» preguntó Josué.
«Ninguno,» vino la respuesta. «Soy el Príncipe del Ejército de Jehová.»
Con eso, Josué cayó postrado con su rostro en tierra. El Capitán de los ejércitos estaba delante de él.
«¿Qué dice mi Señor a Su siervo?» «Quítate el calzado de tus pies! ¡EI lugar donde estás es santo!
Muchos concuerdan que Josué vio al Señor Jesús. Apocalipsis 19 describe a Jesús como el Capitán de los ejércitos celestiales. En ninguna parte de la Biblia se lee que un ángel de Dios aceptara la adoración. Esta persona no sólo la aceptó, sino que la ordenó. Yo creo que Josué vio al Señor Jesús.
En Egipto, Israel se encontró con Jesús en el Cordero de Dios; en el Mar Rojo como Bautizador; en el desierto como el Señor de justicia, de provisión y sanidad. En Gilgal su encuentro con El fue como el Señor de los ejércitos. Para cumplir su propósito, la iglesia deberá tener esta revelación de El. Solamente El es capaz de estructurar y disciplinar a Su pueblo para que destruyan las puertas del infierno.
Las instrucciones que el Señor le dio a Josué fueron muy extrañas: «Mira, yo he entregado en tu mano a Jericó y a su rey, con sus varones de guerras. Rodearéis, pues, la ciudad todos los hombres de guerra, yendo alrededor de la ciudad una vez; y esto haréis durante siete días. Y siete sacerdotes llevarán siete bocinas de cuernos de carnero delante del arca; y al séptimo día daréis siete vueltas a la ciudad y los sacerdotes tocarán las bocinas. Y cuando toquen prolongadamente el cuerno de carnero, así que oigáis el sonido de la bocina, todo el pueblo gritará a gran voz, y el muro de la ciudad caerá; entonces subirá el pueblo, cada uno derecho hacia adelante.» (Josué 6:2-5).
Josué mandó al pueblo para que permaneciese en silencio hasta que sonara la bocina en el día séptimo y entonces que gritaran todos.
Estas son instrucciones extrañas en verdad. Sin armas, sin ataque lógico -sólo marchar silenciosamente en formación y hacer lo que se les mandaba.
Me imagino la reacción de la generación anterior si ellos hubieran estado allí.
«!Nadie me va a decir a mí cuando tengo que gritar!»
«!Nadie me va a decir que guarde silencio!»
«¿Crees que Josué vio realmente esa visión?»
Pero todos esos habían muerto en el desierto.
Recuerdo lo que dijo en una ocasión un ministro amigo explicando la razón de la orden de Josué de guardar silencio. ¿Se puede imaginar lo que el cristiano común le pudo haber dicho a su hermano mientras marchaban?
«¿Tú crees que esas enormes murallas van a caer?»
«Dicen que tienen tres metros y medio de espesor.»
«¡Qué falta me hace el Pastor Moisés! «¡Este jovencito Josué va a hacer que nos maten a todos!»
Pero ellos marcharon en silencio – mirando hacia adelante, sus corazones confiando en el arca enfrente. Pasaron tres días, seis días y el séptimo llegó. Entonces marcharon una vez alrededor de la ciudad, cinco veces y a la séptima, los cuernos de carnero rompieron el silencio con un toque prolongado. Las trompetas arremetieron contra las puertas del infierno.
«¡Gritad porque Jehová os ha entregado la ciudad!» se oyó la voz de Josué. La nación dio un enorme grito que estremeció a todo el valle. ¡Los muros de Jericó crujieron, se desmoronaron y cayeron tendidos! Cada soldado marchó derecho hacia adelante a la conquista.
Así fue que Israel, una nación de esclavos, se había convertido en un ejército poderoso. Formados, cruzaron el río Jordán, comprometidos con los propósitos de Dios. Cuando hubo obediencia total, Dios destruyó la fortaleza y les dio un pie firme en Canaán. Así probaron el fruto de la tierra. Era su tierra. La promesa de Dios a Abraham, Isaac, Jacob y Moisés se cumplía.
Vino Nuevo Vol 1-Nº 9