Autor John Poole

Una demostración viva del Reino de Dios dentro de su localidad.

El Señor crucificado había resucitado de entre los muertos, habiendo triunfado gloriosamente sobre el pecado, la muerte y el infierno. Había ascendido a los cielos y en respuesta a Su petición, el Padre había derramado el Espíritu sobre los ciento veinte que lo esperaron con oración y alabanza. Las noticias de estos acontecimientos extraordinarios se propagaron por toda la ciudad de Jerusalén, y una gran multitud perpleja y asombrada vino para ser retada por Pedro y el resto de los apóstoles para que «se arrepintiera, se bautizara y recibiera el Espíritu Santo». Tres mil respondieron con alegría a la invitación de salvarse de la generación sin dirección y de entrar en una nueva vida.

Ahora la pregunta era: ¿Cómo harían estos individuos, (algunos habían seguido a Jesús desde el comienzo de Su ministerio, muchos recién se habían convencido de su señorío) para continuar con la obra que El había empezado? Dios había amado al mundo de tal manera que había enviado a Su Hijo unigénito para que los hombres pudieran encontrar un camino que conducía desde fuera de las tinieblas al Reino de la luz. ¿De qué manera continuarían este ministerio aquellos que le siguieron? ¿Cuál sería su curso de acción? ¿Cómo cumplirían su tarea de mostrarle a los habitantes de Jerusalén el amor y el perdón de Dios? ¿Cómo confrontarían la maldad y las injusticias de las que estaban rodeados? ¿Qué dirían al corrupto sistema político y religioso de su país? Todas estas preguntas y muchas otras similares demandan nuestra atención y consideración si hemos de responder adecuadamente al desafío de «Cómo se debe relacionar la iglesia local con la comunidad»

Siguiendo el ejemplo de Jesús 

Para poder tener una perspectiva interna de la situación es necesario ver la vida y ministerio de Jesús. Recuerde que los que le siguieron fueron enseñados a hacer y actuar como él lo había hecho durante Su vida terrenal. No les pidió que desarrollaran programas e ideas propias, sino que siguieran en Sus pisadas. Él fue para ellos el gran ejemplo; ellos debían de salir y hacer lo   que él había hecho. Es aquí donde muchos de nosotros hemos cometido graves errores. En nuestro afán de mantener la enseñanza de la deidad de Cristo, hemos descuidado el hecho de que él vino para ser un ejemplo. Ciertamente que era más que eso, pero un ejemplo, no menos. El esperaba que Sus instrucciones fueran obedecidas y que el patrón de ministerio que había puesto delante de Sus seguidores fuese llevado a cabo.

Recuerde la situación. Jesús había venido a la tierra como el representante de otro gobierno. Fue un embajador del Reino de los Cielos aquí en la tierra. Cuando comenzó Su ministerio pudo haber hecho un sin número de cosas para señalar la diferencia entre el gobierno que él representaba y el gobierno bajo el cual vivía la gente. Pudo haber usado todo Su tiempo tratando con el corrupto sistema religioso que se hacía presente en todas partes. O hablando contra las abundantes injusticias bajo las que el pueblo judío estaba forzado a vivir. Pudo haber hecho el intento de empezar una revolución política o de reformar el sistema religioso. Pero, ¿qué fue en realidad lo que hizo?

Cierto, primero habló contra los hipócritas religiosos en muchas ocasiones. Habló del día de justicia que vendría para aquellos a quienes les eran negado sus derechos y su libertad. Sin embargo, no cabe argumento alguno en el hecho de que el énfasis principal de Su ministerio era la edificación de otra comunidad. El usó la mayor parte de Su tiempo poniendo el fundamento en las vidas de los apóstoles, para la inauguración del Reino de Dios en la tierra. Trabajó para producir un ejemplo de lo que es una vida vivida bajo el reino de Dios. Produciría un modelo operativo, algo que los hombres pudieran ver para poder decir: ¿»Eso es de lo que se trata todo? ¿Podemos verlo en operación.»?

Fue con este fin que trabajó, persuadiendo a aquellos que le siguieron que la cosa más importante en sus vidas era aprender la manera de relacionarse con Dios y unos con los otros. Estaba edificando un reino donde los hombres aprenderían a rendir sus vidas mutuamente con amor verdadero. Lo aclaró muy bien. El era diferente y también el Reino. En medio de una generación rebelde, él estaba bajo autoridad y enseñaba ese principio. Dentro de una edad marcada por el egoísmo, él enseñó la felicidad de dar. Rodeado de gente sin control personal, él fue disciplinado en Su estilo de vida. No sólo hablaba de alternativas, él era una alternativa. Seguirlo significaba una nueva manera de vivir. Llamó a los hombres para que vivieran bajo un nuevo gobierno y mostró con Su propia vida que el entrar bajo la autoridad del Padre era tener un gozo completo, paz que no podía ser quitada por el mundo y una justicia que era verdadera, no simplemente religiosa.

El reto a una nueva sociedad

No es de sorprenderse entonces que después de que el Espíritu Santo descendió en el día de Pentecostés, aquellos que le habían seguido continuaron el patrón que el había comenzado como lo describe Hechos 2:

“Y aquellos cuya fe los había juntado tenían todas las cosas en común: Vendían sus propiedades y posesiones y hacían una contribución general según lo requería la necesidad de cada uno. Unánimemente mantenían su asistencia todos los días en el templo, y, partiendo el pan en los hogares privados, compartían sus comidas con alegría sencilla, y alababan a Dios y disfrutaban del favor del pueblo. Y el Señor añadía diariamente a su número los que él estaba salvando.”

En medio de la ciudad de Jerusalén, una nueva Jerusalén estaba tomando forma, una nueva sociedad se estaba formando. Con la demostración de una nueva manera de vivir, los creyentes primitivos estaban listos para desafiar el estilo de vida, los hábitos y las costumbres de la gente que los rodeaba. Igual que en el ministerio personal de Jesús, en medio de un mundo ambicioso y arrebatador de «yo primero», vivía un pueblo amoroso y generoso que obviamente amaba a Dios y a los demás.

Esta es la manera que nuestra iglesia ha escogido para influenciar a la comunidad que nos rodea. Por estar esparcidos sobre una gran área geográfica, situados en numerosas ciudades y pueblos, la pregunta de cómo relacionarse con la comunidad ha sido por años totalmente ignorada, o a lo más, fuente de confusión en otros períodos. Pero recientemente, la misma pregunta se ha convertido en un motivo de animación y acción. Después de muchos comienzos en falso, nos hemos convencido que no podemos hacer un reto significativo a la vida de la comunidad en la que vivimos hasta no tener primero una nueva forma de vida que ofrecer a los individuos que esperan en medio de la confusión y frustración del mundo.

Cuando hablo de ofrecer una nueva sociedad a las personas, no estoy pensando en el cielo. Puesto que no cabe aquí una discusión de la vida después de la muerte, deberá ser suficiente aclarar que decir a la gente que «sabemos adónde vamos cuando morimos» no es la declaración más poderosa del mundo. Lo que tiene que ser demostrado es que existe, una verdadera alternativa aquí en la tierra. Hablar sólo del cielo y de cómo será «allá arriba» no cumplirá con la tarea. Hay que demostrar a la gente que existe una mejor manera de vivir aquí en la tierra. ¿Cómo podremos esperar que los hombres crean que un Dios todopoderoso puede producir una utopía en los cielos, pero no puede hacer que Su propio pueblo viva junto con paz y gozo aquí en la tierra? ¿Qué es lo que estamos demostrando? ¿Qué le podremos decir a la gente que está cansada de palabras fáciles como respuestas a los problemas prácticos de este mundo! Todos tienen su propia idea de cómo hacerlo. No hay escasez de sugerencias y soluciones. Pero ¿dónde está la gente que ha vivido las soluciones ante las dificultades que confrontan diariamente las personas de nuestra nación? Los políticos, los religiosos, hasta los agitadores, todos levantan la voz, pero la gente se cansa de oír promesas que nunca se cumplen, nubes sin agua, pozos secos ¿Responderemos nosotros como los demás, añadiendo nuestras voces al coro y gritando más alto que ellos? ¿Será suficiente decir que nosotros estamos bien y que los demás están equivocados? ¿Será suficiente decir que Jesús es la respuesta de sus necesidades a gente que está en medio del dolor, la pobreza, el prejuicio, la violencia y la injusticia?

Propongo que en una nación como la nuestra, más palabras acerca de Cristo y de Su Reino no afectarán el resultado tan buscado. Tenemos que ser una demostración viva del Reino que fundó sobre la tierra. La mayoría de las personas en América han oído algo del mensaje del Evangelio, pero muy pocos de ellos han visto realmente el Evangelio en acción, en la carne y en las vidas de personas reales. Tiene que venir un avivamiento nacional que produzca tales comunidades de fe.

Estamos aprendiendo algo más. Cuando se comienza a pensar en términos de vivir el mensaje del Evangelio, pronto se da uno cuenta que tiene que ser hecho en una situación de pluralidad. No me refiero al testimonio individual, sino al testimonio colectivo del hombre. Aunque una vida cambiada es una herramienta efectiva en las manos de Dios, la desmostración del mensaje en un pueblo que ha aprendido a vivir unido bajo Su autoridad, tendrá un impacto mayor. La verdadera prueba de mi conversión no es solamente la manera en que cambia mi relación con Dios, sino cómo afecta mi relación con los demás. Veamos todo esto de una manera práctica. Para que la Iglesia funcione con integridad, deberá tener las respuestas a los problemas que confrontan a los ciudadanos de la nación. Tendremos que encarar la pregunta – «¿De qué manera habla el Reino de Dios a las situaciones del día? ¿De qué manera podremos demostrar concretamente al mundo que nos rodea que existe un mejor camino?

Una demostración viva del Reino de Dios  

Voy a comenzar con algo que es muy sencillo, pero que a menudo se pasa por alto. Todo comienza con la vida renovada del individuo. Es fácil olvidar lo que significa el mensaje del Evangelio operando en la vida de un hombre o mujer en relación con la comunidad donde vive. Una de las bendiciones más grandes de mi vida es ver en mi congregación todas las semanas a personas que antes contribuían a los problemas de las comunidades, ahora transformados por el poder de Dios en ciudadanos activos y constructivos. Desde adolescentes que causaban problemas a sus maestros en las escuelas y a la policía, hasta adultos que perdían día tras día de trabajo debido al alcoholismo, o la persona que flotaba todo el día en su trabajo con un compromiso mínimo a la excelencia. La juventud del Reino no es agitadora; los adultos del Reino son personas de valor en su trabajo. Vez tras vez hemos visto a los patrones venir a los individuos de nuestra congregación para que les recomienden a otras personas como ellos que estén en necesidad de trabajo. En este día de tanto descuido e indiferencia en los hábitos de trabajo, las personas del Reino están trabajando «como para el Señor.»

Dando un paso a la vez, vamos de la vida renovada del individuo a lo que está sucediendo en la familia. Sería imposible calcular todo lo que el Reino de Dios ha hecho en el rescate de las familias que han estado al borde del desastre. No sólo se han vuelto a integrar a los hogares que el enemigo había dividido, sino que muchos han sido revitalizados y cambiados de una «tregua silenciosa» a un compartir gozosos de amor y respeto. Sólo Dios sabe cuántos niños han sido rescatados de los pleitos, discusiones y días y noches llenos de tensión. Sólo la eternidad podrá decir de cuántas cicatrices han sido borradas, de cuántas heridas profundas han sido sanadas. Pero una cosa es segura – hay una reacción en cadena en estas restauraciones, amigos, vecinos y parientes pronto comienzan a darse cuenta que algo ha sucedido en esas familias que les ha traído paz y calma a sus espíritus antes agitados.

En este día cuando los hogares se deshacen tan fácilmente, el Reino de Dios está proveyendo la respuesta.

Cuando los hombres y las mujeres se pelan por el papel que cada uno debe empeñar, nosotros hablamos con sinceridad, instruyendo a las personas con la Biblia, pues Dios, que empezó toco esto, nos ha dado dirección muy clara. Mientras que los niños afuera continúan indisciplinados, viviendo en rebelión y en ira, en el Reino de Dios, los padres son instruidos en la manera de crear a sus hijos según los principios y las enseñanzas de la Palabra de Dios, y los hijos sumisos y amorosos se destacan en medio de nuestra sociedad como testimonios a la verdad de la palabra de Dios.

El círculo de amor se amplía en ese contexto y muchas de nuestras familias se han extendido para incluir dentro de ellas a individuos que vienen de familias destruidas, incorporando a adolescentes con problemas, madres sin esposo, aún familias completas con dificultades para vivir una vida normal. Mientras que la comunidad secular lidia con los problemas de qué hacer con personas como estas, el Reino de Dios calladamente les ministra la paz y el gozo. Y la palabra se difunde.

Aquí hay personas que se aman y les importa la situación de los otros.» Es asombroso ver el efecto que tiene en la vida de un individuo saber que alguien se interesa por él. Qué gran diferencia existe entre el ministerio de la mejor institucíón y la expresión de amor de una familia cristiana.

Otra área importante de testimonio para la comunidad radica en suplir las necesidades de nuestra congregación. Es interesante ver que uno de los primeros factores que se mencionan en el relato de la Iglesia de los Hechos es que el cuidado que los cristianos tenían entre sí, tomó proporciones prácticas. Empezaron a llenar las necesidades que había entre ellos. Esto puede llevarse a cabo de muchas maneras, pero la más obvia es por medio de la enseñanza en el manejo del dinero.

Nuestra actitud hacia el dinero es exactamente la inversa de la que el mundo promueve. En la comunidad de fe, se enseña a la gente a comprar lo que necesita con el dinero que han ahorrado. Se le enseña a salir de deudas y cuando es necesario se le ayuda para que lo logre. Se le instruye y se le demuestra la alegría de compartir sus recursos con otros; con un creciente equilibrio entre el amor y la disciplina, no cabe el temor de echar a perder a la gente con dinero y otras ayudas materiales. Es parte de nuestra responsabilidad ayudarles a salir de la esclavitud para que sean introducidos a la libertad que Dios ha propuesto para ellos.

La ayuda viene de otras maneras también. Todavía puedo recordar la mirada de asombro en la cara de mi vecino la primera vez que un grupo de hombres de la congregación vino para pintar el exterior de mi casa. Mis vecinos ya se han acostumbrado, pero nunca deja de ser un testimonio para ellos. Constantemente se oyen expresiones como: «Esa gente tiene algo que yo quisiera tener. En verdad se ayudan entre sí. Así es como debiera ser la Iglesia. Ojalá más gente fuera así.» Y todo el tiempo el mensaje del Reino es predicado en palabra y en acción.

Cuando ocurren tragedias cerca o lejos de nosotros, respondemos lo mejor que podemos. Si una familia de la localidad pierde su casa en un incendio o si les ocurre alguna otra tragedia, les ayudamos en lo que podemos. Un diezmo de todas las entradas de la iglesia se aparta para ministrar a las necesidades en las áreas de desastre, para los pobres, los hambrientos y los marginados.

Hacemos todo lo posible para mantener informado al pueblo del Reino en las cosas que los confrontan como ciudadanos. Hablamos sobre los asuntos morales de nuestros días y escribimos cartas a nuestros representantes en el gobierno expresando nuestros puntos de vistas en temas como el aborto, los juegos prohibidos y las prácticas injustas dentro de la comunidad. Enseñamos a la gente que los políticos están interesados en sus cartas y que estas sirven como medios para que el sentir del pueblo sea tomado en cuenta. Cuando hay candidatos temerosos de Dios buscando puestos electivos, informamos a la congregación para que ellos los consideren. Dios nos ha dado hombres y mujeres que sienten el llamado de Dios para ministrar y compartir sus convicciones en el ambiente político.

Hay personas dentro del pueblo de Dios que han vivido bajo diversos tipos de opresión y ellos pueden ayudarnos a comprender y a trazar cualquier curso de acción para rescatar a otros que todavía se encuentran en sus prisiones.

El equilibrio de las metas  

¿Será posible que todo esto se salga fuera de enfoque? No hay duda que sí. Conozco a personas que están tan preocupadas buscando respuestas institucionales y políticas que no hacen provisiones para las espirituales. Tenemos que tener siempre en mente tres cosas vitales. Nuestra motivación tiene que ser siempre el amor del Padre. Jamás podrá haber otra motivación- Eso fue lo que lo movió a El y no puede ser diferente para nosotros. Si no nos movemos por el espíritu de amor, acabaremos frustrados y amargados con la gente que estamos tratando de ayudar. En segundo lugar, jamás debemos perder de vista nuestra meta: Ver que la gente sea conformada a la imagen de Cristo. Hemos sido llamados a levantar a Jesús y hacer que la gente le conozca. El enfoque de nuestras actividades es predicar al Señor resucitado con palabras y acción para que la gente sea atraída a él. En tercer lugar, nuestras actividades tienen que ser llevadas a cabo con una firme dependencia en el poder del Espíritu Santo. Cuando recurrimos al brazo de la carne, convirtiéndonos sólo en otro grupo de presión, ya perdimos la batalla. La nuestra no es un lucha contra carne y sangre, sino contra principados y poderes.

¿Es posible influir en nuestras comunidades locales? Tenemos que hacerlo. Pero la voz de la iglesia local sólo podrá tener integridad cuando venga de la comunión de personas que no sólo hablan con respecto a soluciones, sino que demuestran con sus vidas la alternativa divina que existe entre el sistema mundial y el camino nuevo que espera a las personas que desean hacer a Jesús el Señor de sus vidas. El peligro en la mayoría de nuestras congregaciones no es el énfasis exagerado sobre los problemas de la comunidad, sino el descuido de las responsabilidades que tenemos. Sobre todas las cosas, nosotros los de la comunidad de Dios, jamás debemos olvidar que somos llamados a ser la sal de la tierra y la luz del mundo.