Por Derek Prince
El pacto de Dios con Abraham 1ª parte
La relación con Dios debe basarse en un pacto y éste en un sacrificio. Veamos el ejemplo del pacto que Dios hizo con Abraham en Génesis 15: 6-18 donde Dios establece un pacto con el hombre:
6 Abram creyó al Señor, y el Señor se lo reconoció como justicia.
7 Además, le dijo: —Yo soy el Señor, que te hice salir de Ur de los caldeos para darte en posesión esta tierra.
8 Pero Abram le preguntó: —Señor y Dios, ¿cómo sabré que voy a poseerla?
9 El Señor le respondió: —Tráeme una ternera, una cabra y un carnero, todos ellos de tres años, y también una tórtola y un pichón de paloma.
10 Abram llevó todos estos animales, los partió por la mitad, y puso una mitad frente a la otra, pero a las aves no las partió.
11 Y las aves de rapiña comenzaron a lanzarse sobre los animales muertos, pero Abram las espantaba.
12 Al anochecer, Abram cayó en un profundo sueño, y lo envolvió una oscuridad aterradora.
13 El Señor le dijo: —Debes saber que tus descendientes vivirán como extranjeros en tierra extraña, donde serán esclavizados y maltratados durante cuatrocientos años.
14 Pero yo castigaré a la nación que los esclavizará, y luego tus descendientes saldrán en libertad y con grandes riquezas. 15 Tú, en cambio, te reunirás en paz con tus antepasados, y te enterrarán cuando ya seas muy anciano.
16 Cuatro generaciones después tus descendientes volverán a este lugar, porque antes de eso no habrá llegado al colmo la iniquidad de los amorreos.
17 Cuando el sol se puso y cayó la noche, aparecieron una hornilla humeante y una antorcha encendida, las cuales pasaban entre los animales descuartizados. 18 En aquel día el Señor hizo un pacto con Abram. Le dijo: —A tus descendientes les daré esta tierra, desde el río de Egipto hasta el gran río, el Éufrates.
Esa es una descripción muy particular de cómo Dios entra en una relación con el hombre. Se basa en un pacto. El pacto requiere un sacrificio. Se realizó cuando Abraham dijo: “¿Cómo puedo saber, Dios, que cumplirás tu promesa conmigo?» Y la respuesta de Dios fue hacer un pacto con él. Entendamos que el compromiso final de Dios de hacer lo que ha prometido está en un pacto. Una vez que Dios lo hace, no hay nada más que hacer para comprometerse. El pacto es el compromiso final.
También debemos considerar lo que se hizo en esos sacrificios. Abraham tuvo que matar los animales, cortar sus cuerpos en dos partes y luego pasó entre las piezas del sacrificio. Y lo más notable es que Dios mismo, en la figura de esa antorcha encendida, bajó del cielo y él también, a su vez, pasó entre las piezas del sacrificio. Así fue que el pacto se hizo, o como se dice en hebreo, «el pacto fue cortado», cuando las dos partes pasaron entre las piezas del sacrificio. ¿Qué significado tiene esto? El sacrificio representaba la muerte de cada parte. Al pasar cada uno por entre las partes del sacrificio, estaban diciendo, en efecto, «Esta es mi muerte. En este momento, entrego mi vida. Ahora que he adquirido este compromiso, ya no vivo para mí, vivo para aquel con quien he entrado en pacto».
Observemos que en la epístola a los Hebreos 9:17 dice que un pacto no es válido mientras las partes permanecen vivas. Se necesita la muerte de ambos para que el pacto sea válido. Ahora piense en ese horno humeante y en esa antorcha encendida. La oscuridad se apoderó de Abraham en ese momento. No sólo la oscuridad de la noche, sino la oscuridad del humo del horno. Pero en medio de esa oscuridad había una sola cosa que traía luz. La antorcha encendida. Esa antorcha encendida nos recuerda las siete lámparas de fuego ante el trono que Juan vio en Apocalipsis 4. Es Dios en la persona del Espíritu Santo. Así que Dios mismo bajó y pasó entre esas piezas. ¿No le sorprende que Dios se esfuerce tanto y sea tan concreto y específico y, en cierto sentido, tan realista, para entrar en una relación personal con un hombre?
¿Cuál era el significado de ese sacrificio y el pasar entre las piezas? ¿Qué le decía Dios a Abraham? Que cada uno, en ese momento, renunciaba a su vida en favor del otro. Cada uno decía: «De ahora en adelante, tu vida es más importante que la mía. Voy a vivir para ti. Por lo tanto, renuncio a mi propia vida para lograrlo».
Volvamos por un momento a la descripción del Señor y Abraham entrando en un pacto. Extraeremos algunas lecciones de esta relación con Dios en la actualidad. En primer lugar, nuestra experiencia espiritual total incluye tiempos de oscuridad. El cristianismo no es una religión que sólo funcione en buen tiempo y cuando las cosas anden o parezcan ir bien. El cristianismo es una religión para todas las ocasiones.
Abraham no era un renegado, ni un creyente débil o inmaduro. Era un seguidor fuerte y comprometido con el Señor. Sin embargo, pasó por un tiempo de oscuridad. Y vendrá, casi siempre en la vida de cada creyente comprometido. Si usted se encuentra en ese momento, quiero darle una palabra de aliento. No asuma que le ha fallado a Dios, que lo ha negado, o que Dios le ha fallado. Dios sabe que usted es capaz de mantenerse fiel en esa oscuridad. Tal vez si usted fuera un creyente más joven o inmaduro Dios no podría confiar en usted. Tenga en cuenta que la oscuridad es parte de nuestra experiencia cristiana total, pero tenemos al Espíritu Santo que nos sostendrá a través de la oscuridad hacia la victoria.
En segundo lugar, ese horno habla del sufrimiento como fuego purificador de Dios. En muchos lugares de la Escritura un horno es un tipo de sufrimiento intenso. Por ejemplo, Dios le dijo a Israel en Isaías 48:10: “¡Mira! Te he refinado, pero no como a la plata; te he probado en el horno de la aflicción.” Usted quizá pregunte: «Dios, ¿por qué tengo que estar en este horno?» Dios responderá: «Porque el horno hará en usted lo que ninguna otra cosa haría».
En Malaquías, Dios prometió a los descendientes de Leví, su sacerdote, que los refinaría como se refina la plata y como se refina el oro. Y cuando Dios quiere hacer nacer un sacerdote, lo hace pasar por el horno de la aflicción para purificarlo. Y así Abraham también, tuvo que tener esa experiencia del horno. El horno, en cierto sentido, era un anticipo de la aflicción de su pueblo en Egipto. Pero de alguna manera, me parece, que Dios le permitió a Abraham un anticipo, para que él como padre entendiera algo de lo que pasarían sus hijos. Tome en cuenta entonces, que el horno de la aflicción no significa que usted esté fuera de la voluntad de Dios. Significa que la aflicción está refinándolo y purificándolo de una manera que ninguna otra cosa haría.
Hay esta hermosa palabra que Dios le dio a Israel sólo una vez más: «He aquí que te he refinado, pero no como la plata; te he probado en el horno de la aflicción». La versión de la Reina Valera de 1960 dice: «Te he escogido en el horno de la aflicción». La forma en que una persona reacciona en el horno va a determinar cómo Dios tratará con este en el futuro.
Entonces, la tercera y última lección es que, en medio de esa oscuridad, la antorcha encendida, que era la presencia sobrenatural de Dios, iluminaba sólo una cosa: los emblemas del sacrificio, que eran la base del pacto. En otras palabras, en tiempos de gran oscuridad puede ocurrir que Dios le ilumine muy pocas cosas. Quizá no le permita saber por qué está allí o qué va a pasar después, pero puede iluminarle sólo una cosa: el sacrificio, que es distintivo del pacto, porque Dios quiere que usted llegue al lugar en su experiencia donde sepa que él se comprometió cuando hizo un pacto; que no hay nada más que Dios pueda hacer para comprometerse más.
Recordemos las palabras de Pablo en Romanos 8:32: “El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no habrá de darnos generosamente, junto con él, todas las cosas?” Ese sacrificio final es la muerte del Hijo de Dios, Jesucristo, en la cruz por nuestros pecados. Y si usted no puede ver nada más, en medio de la oscuridad, mientras pueda ver el sacrificio de Jesús, entonces sabe que Dios está de su lado. Pablo dice un poco antes en Romanos 8:31: ¿Qué diremos frente a esto? Si Dios está de nuestra parte, ¿quién puede estar en contra nuestra?
Esa es una buena pregunta. ¿Cómo puede usted saber que Dios está por usted? Puede saberlo de esta manera: haciendo el mismo compromiso con Dios que Dios ha hecho con usted. Y en ese compromiso Dios le recibirá en una relación de pacto con él mismo.
Amistad con Dios
Analicemos el desarrollo de ese pacto en la historia y también en la relación personal que se produjo entre Dios y Abraham. He expresado esto tan clara y brevemente como sé en mi libro, El Pacto Matrimonial, por lo tanto, voy a citar algunos párrafos de ese libro. Estos párrafos explican el desarrollo, en la historia del pacto, que el Señor hizo con Abraham.
«La muerte del animal sacrificado es física, pero simboliza otra forma de muerte para quienes ofrecen el sacrificio y pasan entre las piezas. Quienes lo hacen renuncian a todo derecho, a partir de ese momento, de vivir para sí mismos. Al pasar entre las piezas del sacrificio, cada parte dice, en efecto, a la otra: «Si es necesario, moriré por ti. A partir de ahora, tus intereses tienen prioridad sobre los míos. Si tengo algo que necesitas pero que no puedo proveer, entonces mi provisión se convierte en tu provisión. Ya no vivo para mí, vivo para ti».
Para Dios, este acuerdo no es un ritual vacío. Es un compromiso solemne y sagrado. Si examinamos el curso de los acontecimientos que resultaron del pacto del Señor con Abram, veremos que cada una de las partes tuvo que cumplir con el compromiso que representaba el pacto.
Algunos años después, cuando Abram se hubo convertido en Abraham, Dios le dijo: «Quiero a tu hijo Isaac, tu único hijo. Lo más precioso que tienes ya no es tuyo, porque tú y yo hemos hecho un pacto. Tu hijo es mío». Para su eterno crédito, Abraham no vaciló. Estuvo dispuesto a ofrecer hasta a Isaac. Sólo en el último momento el Señor intervino directamente desde el cielo y le impidió sacrificar a su hijo.
Sin embargo, ese no es el final de la historia. Dios también se había comprometido con Abraham. Dos mil años más tarde, Dios cumplió su parte del pacto. Para satisfacer la necesidad de Abraham y sus descendientes, Dios ofreció a su único Hijo. Pero esta vez no hubo indulto de última hora. En la cruz, Jesús entregó su vida como el precio completo de la redención para Abraham y todos sus descendientes. Ese acto fue el resultado del compromiso que Dios y Abram habían contraído el uno con el otro en aquella fatídica noche, dos mil años antes, cuando pasaron entre aquellas piezas del sacrificio. Todo lo que siguió a partir de entonces en el curso de la historia estuvo determinado por su pacto. Así de solemne, total e irrevocable es el compromiso que se adquiere en un pacto.
Cada persona, Dios y Abraham, había hecho un compromiso total. Llegó el momento en que Dios llamó a Abraham para que cumpliera su compromiso y ofreciera a Isaac. Pero el compromiso de Dios era total como el de Abraham. Así que, dos mil años después, el otro lado del pacto entró en vigor: Dios entregó a su único Hijo, el Señor Jesucristo.
El compromiso que usted hace con Dios determina la medida del compromiso de Dios con usted. Un compromiso total con Dios exige un compromiso total por parte de Dios. Esa es la esencia misma del pacto.
Sin embargo, ese pacto también tuvo un efecto adicional práctico en la relación personal de Abraham con Dios. En la epístola de Santiago 2, Santiago habla de lo que hizo Abraham cuando ofreció a Isaac y el resultado. Dice lo siguiente: “¿No fue justificado por las obras, Abraham nuestro padre, cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar? ¿No ves que la fe actuó con sus obras, y que la fe fue perfeccionada por las obras? Y se cumplió la Escritura que dice: Abraham creyó a Dios, y le fue imputado por justicia, y fue llamado: Amigo de Dios.»
A través de ese compromiso de pacto y de estar dispuesto a sacrificar a Isaac, Abraham fue considerado como amigo de Dios. Ese es un título muy significativo y muy honorable. La lección es ésta: el pacto es la puerta a la verdadera amistad. Lo que define la verdadera amistad es cuando dos personas hacen un pacto entre sí, y viven los términos de su pacto. Lamentablemente, en el mundo actual, el significado de la palabra «amigo» se ha diluido. Ahora es una palabra muy barata, y la amistad ha perdido su verdadero sentido. Pero el estándar de amistad de Dios no ha cambiado. Para Dios, la amistad se basa en el compromiso de pacto. A través del compromiso de pacto, Abraham se convirtió en amigo de Dios. Bajo el nuevo pacto, Jesús quiere llevarnos a la misma relación de amigos con él, a la que Abraham entró bajo el antiguo pacto. En Juan 15:15, Jesús dice a sus discípulos: “Ya no los llamo siervos, porque el siervo no está al tanto de lo que hace su amo; los he llamado amigos, porque todo lo que a mi Padre le oí decir se lo he dado a conocer a ustedes.”
Eso equivale a ser promovido de ser un esclavo a ser un amigo. Pero tenemos que entender, tanto para nosotros como para Abraham, que la amistad no es barata. Ser amigo de Jesús cuesta algo. Para nosotros hoy, el fundamento es el mismo que para Abraham. Es un compromiso de pacto. Jesús entregó su vida cuando dijo: «Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por su amigo». Pero recuerden, si queremos ser amigos de Jesús, tenemos que dar nuestra vida por él. Es un compromiso de dos vías. Y en la primera epístola de Juan 1:3, Juan dice esto: “Les anunciamos lo que hemos visto y oído, para que también ustedes tengan comunión con nosotros. Y nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo.”
En otras palabras, el evangelio es una invitación de la Divinidad a compartir la comunión que el Padre y el Hijo comparten entre sí. La palabra «comunión» en griego es koinonia. Es una palabra muy importante en el griego del Nuevo Testamento. Significa, literalmente, tener en común. Así que la comunión es tener en común. Estamos invitados a compartir la misma relación que Dios Padre y Dios Hijo tienen entre si. Y una cosa está muy clara en esta relación: Dios Padre y Dios Hijo tienen todo en común. Ninguno de los dos se reserva nada del otro.
En Juan 17:10, Jesús, hablando con el Padre, dice esto: “Todo lo que yo tengo es tuyo, y todo lo que tú tienes es mío; y por medio de ellos he sido glorificado.”
Esa es la koinonia perfecta, la comunión perfecta, el compartir perfecto de todas las cosas. Es el patrón perfecto de relación al que Dios quiere llevarnos. Tiene que haber un cierto orden. El que habla tiene que poner «lo mío» antes de «lo tuyo». Jesús dijo: «Todo lo que tengo es tuyo». Y sobre la base de eso pudo continuar y decir: «Y todo lo que tú tienes es mío». Ahora, si queremos ese tipo de relación, tenemos que seguir el mismo orden. Tenemos que decirle al Señor: «Señor, todo lo que tengo es tuyo. No retengo nada. Hago un compromiso total y sin reservas». Y una vez que uno puede decir que «todo lo mío es tuyo», entonces también puede saber que «todo lo tuyo es mío». Si se hace un compromiso total con Dios, Dios responde con un compromiso total con usted.
Repetiré algo que ya he dicho. La medida del compromiso de Dios con uno lo determina la medida de su compromiso con Dios. Dios no hace ni quiere compromisos. Dios ha establecido el precio de esa relación. Es: todo lo que usted tiene. «Cualquiera de ustedes que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser mi discípulo.” (Lucas 14:33).
Ahora, usted dirá: «Eso me parece muy difícil». Bueno, pero es realista y hay buenas noticias. Hay dos hechos acerca del reino de Dios que debemos de saber. En primer lugar, Dios nunca tiene nada en oferta. Él nunca rebaja el precio de ningún principio. Si usted quiere la relación que Pedro y Pablo y Juan tuvieron con el Señor, usted tiene que pagar lo que ellos pagaron. Pero por otro lado la buena noticia es que en el reino de Dios no hay inflación.
El precio nunca ha subido, ni nunca ha bajado, sigue siendo el mismo. El resultado de ese compromiso es paz, seguridad, gozo. ¿Los quiere usted? Tome la decisión que Jesús le presenta: «Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré y cenaré con él y él conmigo» (Apocalipsis 3:20). Fíjese en el orden de su ofrecimiento; primero el ofrece “entrar y cenar con usted.” Y si usted acepta su invitación, usted podrá cenar con él «Todo lo mío es suyo» y así «todo lo suyo es mío». ¿Está dispuesto a hacer ese tipo de compromiso con Dios?
El cristianismo se basa en relaciones correctas
Nuestro mundo actual está lleno de personas que han desarrollado habilidades para manejar todo tipo de cosas: autos, radios, motores, ordenadores, imprentas, instrumentos científicos y, por supuesto, dinero. Es una lista interminable de cosas, pero no saben tratar a las personas. Sus vidas son como un tren de relaciones fracasadas. Sin embargo, logran manejar todo lo que tocan, aunque no saben tratar a las personas, su vida es mas bien un fracaso que un éxito. Y, sin embargo, la clave del éxito en las relaciones no está lejos de nadie. Se encuentra, como la respuesta a tantos otros problemas de la vida, en ese libro único e inagotable que es la Biblia.
El cristianismo es principalmente una religión de relaciones correctas más que de doctrina correcta. Para muchos cristianos, la prueba principal para saber si un hombre está bien o mal es si tiene la doctrina correcta. No quiero subestimar la importancia de la doctrina, pero la doctrina no es terminal. No es un fin en sí misma. Es un medio hacia un fin. En Romanos 6:17, Pablo llama a la doctrina una «forma» o un «molde». Un molde es algo en lo que vertemos un líquido caliente para que salga con una forma determinada. La prueba del molde es el producto que genera. Lo mismo ocurre con la doctrina. Debe ser probada por lo que produce.
El producto son las relaciones. Las doctrinas son los medios, las relaciones son los fines. Es un hecho triste, pero muchas personas que se enorgullecen de sus doctrinas correctas están equivocadas en casi todas sus relaciones; en el hogar, con otras personas, en los negocios, con los miembros de su propia iglesia y, sin embargo, basan todas sus pretensiones de éxito en lo correcto de sus doctrinas.
El gran símbolo de la fe cristiana ha sido siempre la cruz. Esta es muy apropiada para ilustrar lo que estamos exponiendo porque una cruz está formada por un madero vertical y atravesado en su parte superior por otro más corto Estos maderos simbolizan dos relaciones. El vertical simboliza nuestra relación con Dios, pero el horizontal nuestra relación con los demás seres humanos. Ahora bien, es un hecho de la naturaleza y de la física que, si un madero está desalineado en una cruz, el otro debe estarlo también. Si el madero horizontal estuviera inclinado, no necesitamos ver si la viga vertical está inclinada también. Tiene que estarlo. Lo mismo ocurre en nuestras relaciones.
Si nuestras relaciones con los demás están mal, es imposible que nuestra relación con Dios esté bien. Esto es un hecho doloroso para algunos porque, especialmente en algunos sectores de la iglesia, los que podríamos llamar evangélicos o fundamentalistas, todo el énfasis se ha puesto en la doctrina y en la relación con Dios. Todo eso está muy bien, pero no es suficiente. Tenemos que poner los dos maderos en su lugar.
La esencia de una relación con Dios se encuentra en el Salmo 23. En el versículo 1, David dice: “El Señor es mi pastor, nada me falta.” Note dos cosas en esa relación. Primero, es presente, no es futura. Las personas religiosas a veces tienden a creer que todo lo bueno va a suceder en el futuro. Entretanto, todo va mal; el mundo se está cayendo a pedazos, pero en algún lugar del futuro las cosas van a estar bien. David habla de una relación presente, que tiene ahora.
Después, es una relación personal. Dice: «El Señor es mi pastor». Hay algo directo y personal entre el Señor y yo; esa es la base de mi seguridad. Mi seguridad no está en una doctrina, está en una relación. Una relación con Dios mismo. Una relación que garantiza la provisión de toda necesidad en mi vida.
Ahora voy a pasar al otro madero de la cruz: el horizontal. Voy a hablar de nuestra relación con los que nos rodean. En Efesios 2:14-16, Pablo habla de lo que Cristo realizó con su muerte en la cruz en relación con nuestros semejantes. Dice lo siguiente:
14 Porque Cristo es nuestra paz: de los dos pueblos ha hecho uno solo, derribando mediante su sacrificio el muro de enemistad que nos separaba, 15 pues anuló la ley con sus mandamientos y requisitos. Esto lo hizo para crear en sí mismo de los dos pueblos una nueva humanidad al hacer la paz, 16 para reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo mediante la cruz, por la que dio muerte a la enemistad.
Las frases clave son «de dos… uno». El propósito final de la relación es hacer de dos, uno. ¿La base? Un pacto. Esta verdad se aplica, igualmente, a las relaciones dentro del cuerpo de Cristo. El propósito de Dios es hacer de los dos, uno. Un hombre nuevo. Y la base, de nuevo, es el pacto. La cruz, en el propósito de Dios, eliminó la enemistad, las divisiones y las barreras. Las sustituyó por la reconciliación, el amor y la unidad. Si eso no ha sucedido en nuestra experiencia, entonces no hemos recibido la plena realización del propósito de la muerte de Jesús y el pacto que se hizo a través de su muerte.
En Efesios 4, Pablo dice cómo será ese hombre nuevo. Pero cambia su metáfora y habla de él como un cuerpo, el cuerpo de Cristo. No un cuerpo físico individual, sino el pueblo total de Dios considerado como uno. Y dice esto en Efesios 4:15-16 (RVR1960):
“15 sino que, siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, 16 de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor.”
Hay ciertos objetivos que se plantean aquí. Yo sugeriría tres: la unidad, la madurez, y luego un cuerpo. Ese es el objetivo de Dios para su pueblo. Llevarnos a la unidad y a la madurez y así hacer un solo cuerpo. Y en esta figura del cuerpo, Pablo pone especial énfasis en un tipo de organismo dentro del cuerpo, las coyunturas. Dice que el cuerpo se ajusta y se mantiene unido por lo que cada coyuntura suministra. ¿Cómo debemos entender las coyunturas? ¿Qué significan para nosotros? Para mí está claro que las coyunturas son las relaciones entre los miembros del cuerpo. Son las que mantienen unidos a los miembros. Y así podríamos decir que las coyunturas son las relaciones interpersonales con los demás miembros del cuerpo de Cristo. Y en este contexto, veamos algo de tremenda importancia. Pablo dice que el sustento viene por medio de las coyunturas.
Sé que Cristo ya ha hecho una provisión completa para todas las necesidades para cada miembro de su cuerpo, pero sé por experiencia que muchos en el pueblo de Dios no están viviendo en la plenitud de esa provisión. Tal vez la razón principal sea que los canales de suministro, las coyunturas, no están funcionando. En otras palabras, no están en una relación correcta con los otros creyentes y de esa manera, la provisión de Dios para ellos está interrumpida porque las coyunturas no están funcionando. En otras palabras, si usted quiere la plenitud de la provisión de Dios, no sólo tiene que cultivar una relación correcta con Dios mismo, sino que tiene que cultivar una relación correcta con el pueblo de Dios.
Veamos dos afirmaciones hechas sobre la iglesia primitiva en Hechos 4. Dice en los versículos 32 y 34:
32 Todos los creyentes eran de un solo sentir y pensar. 34 pues no había ningún necesitado en la comunidad.
Esas dos cosas van juntas. En primer lugar, la unidad y la armonía completa entre todos; en segundo lugar, todas sus necesidades satisfechas. «No había ningún necesitado en la comunidad» ¿Cuántos grupos cristianos conoce usted hoy día de los que se pueda decir: no hay ninguno entre ellos que tenga necesidad?”
Continuará
- A menos que se indique lo contrario, todas las citas bíblicas son de la Nueva Versión Internacional.
- Acerca de autor: Derek Prince (1915-2003)nació en la India de padres británicos. Se educó como erudito del griego y el latín en el colegio de Eton y en la universidad de Cambridge, en Inglaterra. También tuvo una beca de investigación en filosofía antigua y moderna en King’s College. Estudió varias lenguas modernas, incluyendo hebreo y arameo, en la universidad de Cambridge y hebreo en la universidad de Jerusalén.