Sincretismo: La conciliación de doctrinas opuestas

Por Robert Grant

Un amigo mío dijo en cierta ocasión una ver­dad tan profunda que me dejó pensativo: «Tenemos por delante toda una nueva frontera en el de­sarrollo de nuestra vida de pacto.» Esta declara­ción, implica que hay áreas sin explorar en nuestra experiencia cristiana, y que todavía tenemos que entrar a ellas. Una de las inquietudes continuas de los líderes en el Cuerpo de Cristo es cómo hacer que nosotros y el pueblo de Dios pasemos de don­de estamos hasta donde debiéramos estar o el lugar que Dios tiene destinado para nosotros. Para lograr el progreso deseado, necesitamos, puntos claros de referencia, que nos orienten y nos dirijan, y lugares para anclar.

Vivimos en un mundo complejo donde estos puntos de referencia y estos lugares de anclaje se hacen cada vez más necesarios. Todos somos testigos de las consecuencias reales que han venido sobre nuestra sociedad por haber removido a Dios de su centro, -una sociedad relegada, con rumbo decadente, cuya preocupación es la realización personal y la propia conservación. Todo lo que queda cuando no se tiene a Dios es el empeño imprudente por el placer personal. Todos quieren «realizarse ahora», haciendo caso omiso de las lecciones de la historia que documentan el fallecimiento de las sociedades que tuvieron ese lema.

La defunción de nuestra sociedad

Las viejas tradiciones dentro de nuestro propio país se acercan a un estado de atrofia. La atrofia es una condición de los tejidos musculares cuando no se ejercitan o se usan y se vuelven inútiles, consumidos e incapaces totalmente para funcionar. Así han quedado muchas tradiciones que antes significaron algo para este país.

Una de las características trágicas de nuestros días es que las figuras de autoridad han perdido drásticamente su credibilidad. La arena política de nuestro país había sido tradicionalmente un refugio de principios en los que usted y yo podíamos creer. Cuando todo lo demás seguía su curso alocado, se podía ver a los políticos y al gobierno de este gran país como a personas en quienes confiar. Pero todo eso va desapareciendo.

Lo que vemos en general es pérdida de confianza, inseguridad sobre las circunstancias que rodean a la gente. Y además una preocupación intensa con pensamientos de conservación personal y de la realización inmediata de los individuos.

La razón, al mencionar todo esto, es que en medio de este ambiente se oyen muchas voces que quieren influenciar nuestra manera de pensar y de vivir. Toda clase de ideas se están proponiendo con la intención específica de alterar nuestra forma de vida. Por ejemplo, la televisión nos bombardea con ciertos conceptos de lo que la familia debe ser, lo que el hombre es (más bien de lo que no es), lo que la madre es o no es, cómo deben ser las relaciones, los valores morales que se deben adoptar, cómo gastar su dinero, cómo es un héroe y qué hacer con las cosas materiales. Estos y otros conceptos son presentados continuamente por los medios de comunicación.

¿Se ha puesto a pensar alguna vez en que los comerciales que se ven en la televisión han sido diseñados en su mayoría para ministrar el descontento a usted y a mí? Todo su objetivo es mostrar un producto mejor para dejarnos insatisfechos con lo que tenemos ahora y persuadirnos a comprar los artículos que ellos ofrecen.

El ambiente educativo que nos rodea nos impulsa cada día más a tener que decidir qué hacer con nuestros hijos y, en todo respecto, las escuelas públicas son llevadas por el impulso de las filosofías humanistas. Muchas veces usamos el término «filosofía» al azar y no le damos un contenido.

La filosofía es un intento de tomar todo el conocimiento existente, reunirlo, ligar la experiencia humana a ello y deducir un sistema de pensamiento que pueda interpretar la vida y su significado. Dicho sencillamente, la filosofía humanista es el sistema de pensamiento que dice: «la realización personal del hombre y su bienestar es la meta más alta y justifica el costo más elevado.» Todo lo que se origina en la filosofía humanista tiene esta motivación como base.

Colosenses 2:8 es un mandato apostólico para la Iglesia sobre el tema de la filosofía: «Mirad que nadie os lleve cautivos por medio de su filosofía y vanas sutilezas, según la tradición de los hombres, conforme a los principios elementales del mundo, y no según Cristo.»

Somos el pueblo de Dios que se enfrenta a esta generación y debemos hacer nuestro peregrinaje a través de esta era cuidando de no recoger la basura tirada por el camino. La gran pregunta es ¿cómo lo lograremos?

Diluyendo la Verdad

El sincretismo ha sido uno de los grandes pecados del pueblo de Dios a través de la historia. Esta palabra viene del griego; significa mezclar y se define como «el intento de fundir doctrinas opuestas o contradictorias en un sistema que produzca unión y acuerdo.» Así que, el sincretismo o mez­cla se aplicaría a la propensión que tiene el pue­blo de Dios de intentar combinar los pensamientos de Dios con los del hombre.

Las lecciones en la historia bíblica y la nación de Israel nos dicen al­go de lo que opina Dios con respecto a estas mez­clas, especialmente cuando vemos su forma de res­ponder abriendo la tierra para tragarse a multitudes, mandando hambre y pestilencias y permitien­do que las naciones sean llevadas al cautiverio. Es­tas cosas nos dan una idea de cómo siente Dios con respecto a las mezclas o el sincretismo.

Yo no entiendo completamente por qué el Señor responde de esa manera, pero conozco algunas ra­zones. Una es que las mezclas diluyen la verdad y la realidad reduciendo su potencia y efectividad. Es como agregar agua tres o cuatro veces a un vi­no rico y escogido, su calidad se reduce a tal gra­do que queda irreconocible. Cuando una persona es clara en su pensamiento en un cuarenta o un cincuenta por ciento, con respecto a la manera de vivir, lo que emana de su vida es muy incierto.

Una segunda razón por la cual Dios detesta las mezclas es porque hace que su reputación se em­pañe. Hace un tiempo que el Señor me ha estado inquietando con estas mezclas, primero dentro de mí mismo y también dentro de aquellos por los cuales tengo responsabilidad. Tuve que oír al Se­ñor repetirlo varias veces antes de responder por­que no creía que lo que estuviera pasando alre­dedor mío tuviera tanta influencia en mí. Pero entonces me di cuenta que si la Iglesia en Colosas necesitó ser advertida del peligro de ser cautivada por las filosofías, entonces yo podría estar más influenciado en mi pensamiento de lo que suponía.

Mis pensamientos regresaron a los comienzos del fundamento de la Iglesia y a los días del derra­mamiento del Espíritu Santo, para ver la provisión de Dios que la hizo permanecer firme en sus días.

Realmente, el ambiente en que se desarrolló la Iglesia en el primer siglo fue muy similar al nues­tro. Había tendencias decadentes en la sociedad: el repudio de la ley, la indulgencia, la pérdida de valores domésticos y un número alto de divorcios. Igual que en nuestros días, ellos tenían moralistas que predicaban sus ideales encumbrados de vivir una vida mejor, pero no les podían impartir algu­na dinámica espiritual que los capacitara para al­canzarlos.

La sociedad en los días de la Iglesia pri­mitiva, se caracterizaba por su incapacidad de sa­lir de su propio dilema. Tuvieron su corrupción en la política y sus problemas en los negocios. Tam­bién tuvieron su ambiente religioso cargado de ac­tividad ilegítima, tal vez más que en nuestros días. Todas estas condiciones confrontaban a los cre­yentes del primer siglo y también se palpaba la creciente impotencia de la sociedad para resol­ver sus propios problemas con el resultante pesimismo y depresión de los que no podían esca­par. Muy semejante a nuestros días.

Después de la ascensión de Jesús según Hechos 1, un pequeño grupo de 120 personas, respondien­do al mandamiento del Señor, tuvieron que en­frentar a la generación de sus días. Tuvieron que comenzar una jornada para alcanzar el lugar que Dios les había preparado, igual que tenemos que hacer nosotros en nuestro tiempo.

¿Cuáles eran las provisiones de Dios? Nuestro enfoque principal cuando estudiamos el capítulo 2 de los Hechos ha sido tradicionalmente el derra­mamiento del Espíritu Santo y la unción que ca­yó sobre los primeros creyentes; el poder del Es­píritu manifestado en las señales, las maravillas y los milagros. Era el cumplimiento de la promesa del Padre que Jesús les había dicho.

Pero hay otro aspecto, en este evento en parti­cular, que es de gran importancia para nosotros y es la clase de personas sobre las que se derramó el Espíritu Santo. ¿Quiénes eran ellas? Es de suma importancia que sepamos que no eran como todos los demás; no era cualquier grupo arbitrario de personas. Era una compañía selecta, llamada y es­cogida específicamente por el Señor.

Eran mayordomos a quienes se les había con­fiado los misterios del Reino de Dios. Recordemos que ellos no tenían el Nuevo Testamento. Las vidas de aquellos sobre los que descendió el Espíritu Santo para proclamar el Reino de Dios, estaban íntimamente ligadas con la palabra que oían. La extensión del Reino de Dios dependía de las vidas de esos cristianos primitivos.

Dedicados a las Enseñanzas de los Apóstoles

El efecto de su proclamación es enormemente significativo. En Hechos 2:42 dice que «se dedica­ban continuamente a las enseñanzas de los apósto­les … » Estas personas que oían las instrucciones de los apóstoles no lo hacían descuidadamente; oían para dedicar la totalidad de sus vidas a lo que se enunciaba. La actitud evocada en ellas por lo que oían se caracteriza en la pregunta: Hermanos, ¿qué haremos? Ellos no pedían que se les dijera algo en qué creer solamente. Ellos querían que se les dijera cómo cambiar su conducta y su manera de vivir.

Esta línea de pensamiento no es muy popular en algunos lugares, pero lo era en el libro de los Hechos y es lo que Dios esperaba de ellos.

Doy gracias a Dios que tenemos registrada la vida de esos primeros apóstoles, en las Escrituras. Gracias a Dios por la Biblia, porque por ella medimos todas las cosas y en ella se arraiga nuestra fe. (En ella verificamos o corregimos lo que creemos.) También tenemos herramientas de referencia; diversas traducciones o recursos académicos que nos ayudan a ver con claridad el significado de la Biblia. Tenemos comentarios que interpretan lo que está escrito. Todo lo que necesitemos en herramientas y equipo está a nuestra disposición para descubrir y comprender las verdades en ella.

Pero junto con todos estos recursos hay algo que debemos saber: Dios nunca ha tratado con su pueblo sin que envíe a un mensajero para que lleve su palabra. Cuando su palabra estaba grabada en tablas de piedra, nombró y autorizó a un mensajero para llevarla. Los profetas que vinieron y hablaron a la nación de Israel durante sus horas de crisis, se refirieron a lo que ya estaba escrito, pero fueron autorizados y enviados de tal manera que esas viejas palabras se hicieron nuevas cuando las hablaron.

Ahora, sólo porque alguien hable lo que Dios ha dicho no significa que él lo haya enviado a proclamarlo. Hay un efecto diferente cuando alguien a quien Dios ha enviado dice algo. Hay muchas voces en nuestros días que reclaman nuestra atención, pero el Espíritu de Dios nos dice que tenemos que distinguir entre las voces que oímos. Necesitamos discernimiento y entendimiento para identificar a aquél a quien Dios envía, porque él nos puede dar la respuesta a nuestra situación.

Las Escrituras son la medida de todas las cosas, pero creo que la aplicación fresca de su verdad para nuestra generación está vitalmente relacionada con aquellos a quienes el Señor unge, autoriza y envía.

Creo que nuestra actitud hacia los que Dios envía y autoriza es un factor muy significativo en lo que nos espera adelante, pues eso determinará cómo y qué oigamos, y qué vamos a hacer con ello.

Hay una diferencia entre oír una palabra y escuchar bajo el peso de una palabra. La actitud hacia quien la habla determinará la postura que se adopte.

Las consecuencias son serias cuando no le damos el mismo valor a una cosa que Dios pone en

ella. Si nos quedamos cortos en nuestra estimación, perderemos lo que Dios quería darnos. Sería como los que oyeron tronar cuando Dios habló.

Lo que he dicho se refiere a la función apostólica. No puedo hablar de este ministerio con mucha autoridad porque yo mismo me estoy haciendo demasiadas preguntas. Pero creo que es algo que Dios quiere y que está por venir: hay algo en el horizonte que está más cercano que antes. El espíritu de Dios lo está animando y definiendo para que lo que es verdadero y lo que esté establecido en Dios se manifieste.

Preparemos nuestros corazones para recibir a sus enviados, y oigamos esta exhortación que, aunque muy personal, puede ayudarle a usted. Yo he sentido que el Señor me ha hablado para que el rostro conocido y la voz que oímos regularmente no pierda su lugar indicado en el orden de Dios. Mantenga los dones y llamamientos de Dios en su lugar de función y gobierne su actitud y la postura de su corazón para que Dios permita que su unción nos alcance a través de ellos. La compañía apostólica y los ministerios apostólicos fueron el soporte que mantuvo firme a la Iglesia del primer siglo en su crisis y ellos serán también los que nos llevarán a través de nuestra niebla.

Voy a concluir diciendo que vamos a tener una reputación, no importa de qué clase sea: no podemos evitarlo. Esperemos que si hay algo que se diga de nosotros que sea lo mismo que se dijo de los cristianos del primer siglo: que continuamente estábamos dedicados a la enseñanza de los apóstoles.

Robert Grant hizo sus estudios de Religión en las Universidades de Southern California y George Washington, Ha fundado varias comu­nidades cristianas en el este y sur de los Estados Unidos. El, su esposa Sue y dos hijos viven en Mission Viejo, California.

Tomado de New Wine Magazine, enero 1980 

Reproducido de la Revista Vino Nuevo vol. 4-nº 9- octubre 1982.