Por Mario Fumero

Artículo segundo y final

El abuso y la existencia de muchos malos obre­ros y falsos maestros dentro de un cuerpo sin suje­ción y dividido, ha obligado a las organizaciones cristianas o misiones a crear una serie de leyes y comités para que estudien y aprueben las solicitu­des de los que desean ejercer el ministerio o pasto­rado en la Iglesia. Se han creado así condiciones, reglamentos, entrevistas y pruebas humanas, etc. para «evitar los errores de los malos obreros que pudieran arruinar o destruir las iglesias». Y por falta del discernimiento de espíritus se han elabo­rado fórmulas humanas y legislaciones que en mu­chos casos contradicen la misma enseñanza bíbli­ca.

La Biblia establece el orden y la función de los ministerios, los cuales son: «Apóstoles, profe­tas, evangelistas, pastores y maestros» (Ef. 4: 11). Sin embargo, la nueva estructura ministerial esta­blece títulos, privilegios y nombramientos diferentes. Por ejemplo, en casi todas las organizacio­nes hay un reglamento que reza así: «Nadie puede bautizar, casar o dar la Santa Cena en la Iglesia si no es MINISTRO ORDENADO O LICENCIA­DO».

Esta resolución nació por razones específi­cas a problemas de cierta época y lugar determina­do, pero después, esta estructura se exportó junto con los misioneros y se impuso dentro de marcos en los que no servía y como resultado creó un es­tancamiento en la obra. Hay una situación cir­cunstancial que se soluciona, se vuelve ley y se impone por igual en todos los marcos. Este asunto ha afectado mucho la obra evangelística en el campo misionero latinoamericano.

Para las estructuras dogmáticas no importa lo que Dios haga, ni como Dios use a un hermano para edificar y organizar una iglesia. Lo que im­porta es el molde impuesto desde el exterior y eso es todo. Estas ideas limitan la extensión del evan­gelio y crean otra serie de problemas en la obra evangelizadora, pues además de ser ministros or­denados, los pastores en los campos deben ser «graduados, reconocidos y puestos» por la mi­sión, incapacitando a la iglesia local a que producir por sí misma obreros locales. Subsecuentemen­te crea una burocracia de pastores puestos y fa­bricados por hombres que si no tienen sueldos no trabajan y cuando hay mejor oferta en otra parte, se van sin importarles las ovejas, ni la obra, como si el evangelio y el pastorado fuera un negocio.

Muchas veces estos obreros carecen de sensibilidad y poder, pero reúnen los otros requisitos intelectuales, de astucia y ambición. ¿No es más sabio que Dios levante obreros dentro de los mismos marcos, que conozcan mejor a su gente y tengan de qué vivir?

Las estructuras humanas se oponen cuando se quiere actuar de acuerdo al patrón apostólico. En el caso del bautismo por ejemplo, todos sabemos que los diáconos bautizaban y que los apóstoles eran los que menos lo hacían (1 Coro 1: 14-16). En la Biblia no hay legislación que limite a un grupo específico la ministración de todas las cosas que Dios ordena. Al contrario, dice que a todos nos ha hecho «real sacerdocio y nación santa». Recorde­mos el caso de Felipe quien bautizó al eunuco sin tener permiso ni aprobación de una iglesia local y sin haber seguido un programa prefijado.

Nuestra legislación estipula en forma humana todo lo que debemos hacer sobre el bautismo. La estructura dice que para ser bautizado se necesita esperar seis meses, recibir un curso de catecúmeno y después ser examinado y aprobado por la igle­sia. Estas medidas de precaución en el bautismo son buenas y tuvieron su sana intención de acuer­do a las circunstancias de una época y lugar, pero no es justo ni lógico imponerlo por los siglos de los siglos.

¿Qué haría usted si una persona se convirtiera después de haber escuchado el evangelio y leído la Biblia por mucho tiempo y al día siguiente des­pués de haber aceptado viniera donde usted y le dijera: «Hermano pastor, quiero que me bautice hoy mismo»? Su respuesta revelaría hasta que punto las estructuras humanas habrían dominado la voz de la razón, de la Palabra y del Espíritu. Si usted dijera que tiene que esperar, tomar un cur­so, consultar con su iglesia para su aprobación, etc., yo le preguntaría: ¿Dónde dice la Biblia tal cosa?

La Palabra de Dios, la Biblia, no establece pautas fijas ni normas al respecto. El asunto es dejado a la conciencia y al sentir del Espíritu. Tenemos el ejemplo del car­celero de Filipo quien le pide a Pablo que lo bau­tice esa misma noche y dice la Palabra que «al ins­tante fue bautizado, él y toda su casa» (Hech, 16: 33).

Pablo pudo haber dado una excusa lógica -la que usted o yo hubiéramos puesto de seguro- que el agua estaba fría, que era mejor esperar ir al río con más hermanos, que no podía hacerlo sin la aprobación de la iglesia de Jerusalén. ¿Qué puede impedir un bautismo bíblicamente hablando? Busquemos lo que dice la Biblia y pongamos nuestras legislaciones por debajo de la Palabra de Dios en la circunstancia específica de cada caso.

SOLUCIONES

Existen muchos programas en las iglesias que nacieron con el mejor propósito. Por ejemplo, la Escuela Dominical ha sido por años lo que muchos llaman «la espina dorsal de la Iglesia». A tra­vés de ella la Iglesia ha recibido mucha bendición y crecimiento; pero quizás muchas de sus normas y formas estén ya un poco anticuadas. Porque según lo re­vela el decaimiento que se nota últimamente en ella y en los cristianos viejos, carentes de funda­mentos para enfrentar la condición actual de in­credulidad y apostasía. Los grupos se clasifican por edades naturales y la enseñanza se efectúa en muchos casos en locales inadecuados y con tiem­po limitado que impiden la concentración y la profundización, además de un sistema de exposi­tor bíblico que repite continuamente los mismos temas y pasajes bíblicos a las mismas personas.

Esto nos debiera llevar a una consideración de la estructura actual de la enseñanza y a analizar los puntos en que hemos fallado para buscar, no su anulación, pues para mí la enseñanza es la vida misma del cristiano, sino una forma más adapta­ble de estructuras en la escuela dominical, pero ¿qué importan los cambios si esta se hace más práctica y efectiva?

Otro ejemplo es el sistema que tienen la ma­yoría de las iglesias de dividir; la congregación en sociedades de damas, de caballeros y de jóvenes. Esto ha servido para el crecimiento de la obra durante un tiempo y lugar determinados, pe­ro … ¿estarán ahora prestando el mismo servicio que hubo en el principio en todos los lugares, o estarán estas sociedades en decadencia?

Sería absurdo aferrarnos a estas y otras tantas cosas que forman parte de nuestras estructuras huma­nas como si fueran la «única forma de función para la Iglesia» y no reconocer cuándo es el tiem­po de cambiar ciertas cosas y buscar otras más prácticas y renovadoras. Que conste, no estoy en contra de las sociedades mientras éstas no sean un estorbo para el fin supremo de la Iglesia. A veces nos damos cuenta que hace falta un cambio en tal o cual aspecto, pero NO PODEMOS CAMBIAR PARTE DEL SISTEMA HUMANO, aunque en­contremos una fórmula mejor y más adaptable, porque las estructuras se han convertido en leyes demasiado arraigadas en los miembros y líderes.

Algunas iglesias necesitan estar siempre en cam­paña con «evangelistas» para mantenerse avivadas. Así nacieron y así quedaron. Las «malas costum­bres» también se convierten en estructuras. Estas congregaciones dependen del que viene para cre­cer; no hay vida en ellas mismas; les gusta estar en esos avivamientos de maleta. Una vez, un pastor me contaba su problema. El deseaba que su iglesia fuese transformada desde adentro y que cada miembro creciera y se multiplicara según enseña la Palabra.

Por lo tanto, decidió suspender tantas campañas para poner a la iglesia a trabajar y a buscar un verdadero avivamiento que no estuviera en los pantalones del que venía a causar sensa­ción. Pero muchos hermanos se opusieron dicien­do que el pastor estaba cambiando la doctrina. Enviaron cartas al concilio y éste a su vez lo pre­sionó para que obedeciera a las demandas de la congregación que no eran otra cosa que «malas costumbres».

Hay muchas razones que impiden el cambio en tales circunstancias. Hay intereses creados y per­sonales y las cosas producen dependencia. Si de­seáramos sustituir lo anticuado por algo más com­patible a la necesidad actual, encontraríamos con tristeza que la iglesia entraría en un caos. Esto porque nunca aprendió que los métodos y las formas son algo que se puede cambiar cuando el Espíritu así lo desee.

En mi viaje por Europa, vi una estructura ecle­siástica más elástica y diferente, ajustada a las ne­cesidades específicas de la situación y del momen­to. En los países comunistas la Iglesia ha tenido que subsistir en una forma diferente a la de Euro­pa Occidental y aún la de América, y ha creado una estructura que se adapta a su marco de perse­cución y opresión. Ellos han aprendido a funcio­nar en casas, campos y lugares ocultos. No se cir­cunscriben alrededor de un pastor o evangelista, ni en templos o edificios. Muchos cristianos en América no sabrían cómo subsistir si no pudieran ir al edificio llamado iglesia. Sin embargo, cuando la persecución llegue, tendrán que volver al patrón bíblico de «la iglesia en tu casa».

Nosotros en Honduras, estamos enseñando a la congregación a funcionar en los hogares sin que necesiten al pastor o misionero o líder. Estamos tratando que todos los hermanos tengan los cultos de oración, evangelización y edificación en sus hogares en los diferentes sectores de la ciudad. Es­ta estructura de «la Iglesia en tu casa» es algo nuevo que hemos adoptado, más acorde al presente y al futuro que entrevemos en la Palabra y en la si­tuación política en que vivimos.

Creemos que es­tamos viviendo tiempos proféticos y queremos formar una iglesia práctica y funcional bajo cual­quiera circunstancia de emergencia, persecución, apostasía o confusión. Hemos encontrado algo mejor para nuestros jóvenes, damas y adultos en la unidad familiar, zonal y sectorial. La Escuela Do­minical tradicional la hemos convertido en ESCUELA DE CAPACITACION adaptable al es­pacio, a la cantidad y a la lógica de formación cristiana. Y esta.  se desarrolla durante toda la semana, elaborando clases de acuerdo a la necesidad y por niveles espirituales según el crecimiento de los convertidos.

Debemos tener cuidado de quitar estructuras viejas y establecer o experimentar con otras solo por imitar. Hay cosas que se pueden hacer en Honduras que no calzan en Nueva York o Miami. Antes de promover o predicar un cambio, debemos estar conscientes que viene del Espíritu y que es aplicable a la necesidad del lugar. Hay ideas que parecen hermosas en teoría, pero su imposi­ción sería algo desastroso. Además, hay verdades bíblicas que si se implantan dentro de ciertos marcos sin una obra previa del Espíritu traerían destrucción y división.

No debemos confundir RENOVACION con REVOLUCION. Algunos han abusado de la pala­bra «renovación», por lo que éste y otros con­ceptos como discipulado, acoyuntamiento, suje­ción y señorío, son anatemas en muchos círculos evangélicos. Por revolución se entiende cualquier cambio violento que sufre un sistema. El término es muy explotado por el comunismo internacio­nal que da a entender, según la historia, que es un cambio drástico entre un sistema y otro. Es decir, hay que destruir o aniquilar todo lo que es parte de una estructura para establecer sobre su ruina y ceniza una estructura nueva. El significado es de violencia, muerte, de echar abajo, acabar, destruir, de no dejar huellas, de virar en redondo, etc.

Renovarse es evolucionar lentamente, de acuer­do a las necesidades del momento en el conoci­miento de algo, en este caso, de Cristo y su Igle­sia. Es abrirse a cambios, a experiencias nuevas, a una vida no conformista sino evolutiva y que crece. Pablo usa este término para indicar que debemos estar dispuestos a recibir de Dios, cada día, revelación e inspiración nuevas en cuanto a la función del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia (Rom. 12:2). La experiencia es interna y continua (Ef. 4:23; Col. 3: 10; 2 Cor. 4: 16).

La Iglesia necesita una renovación, no una revolución, pues hay muchas cosas buenas y válidas que debemos mantener y sostener. La necesidad actual es que Dios añada a lo que sa­bemos y nos dé mayor claridad y profundidad en la vida práctica. En cuanto a las estructuras humanas y tradicionales, necesitamos dejar que el Espíritu Santo nos indique cuales son inade­cuadas y cuales requieren ser reparadas o renovadas. Debemos renovar nuestra actitud con­ceptual hacia las verdades doctrinales del Cuer­po, la Iglesia, la vida de Cristo, el Señorío, el discipulado, la evangelización, la consagración, etc.

Si usted cree que en la forma actual que tra­baja hay crecimiento y se siente satisfecho, pues amén y siga adelante. Funcione en eso y no cambie lo que tiene solo por capricho. Pero si encuentra que algo anda mal, si no está satis­fecho con el crecimiento y la realidad de su iglesia, si algo es anticuado o está en decaden­cia, ore y busque cómo quitar el obstáculo para colocar algo mejor.

Si descubre que los expositores bíblicos (un ejemplo no más) no nutren ni llenan la necesi­dad de la iglesia, pues prepare Ud. mismo las lecciones. Si las sociedades estorban la obra de evangelismo en las cosas o tienen un espíritu de competencia y división, intégrelas para que haya unidad en el cuerpo. Si la congregación confía mucho en los evangelistas, póngala a trabajar, a ayunar y a orar para que crezca por sí misma. Si la gente no cabe en un culto divídalos en grupos. Si le hace falta otro pastor que le ayude, póngalo.

No trate de luchar contra el mundo y las cir­cunstancias; deje que sean éstas las que luchen contra usted. No imponga su voluntad, ni haga cambios violentos. Haga sentir en el resto de los hermanos, la necesidad. Vale más una casa vieja que nos proteja que una casa destruida que nos deje a la intemperie. Los cambios del Espíritu no se exportan, nacen de acuerdo a la necesidad del lugar. Dios trata con cada iglesia en cada país de acuerdo a la sazón de los tiempos y a la necesidad de su pueblo.

Seamos realistas y veamos sin tapujos o lentes oscuros el marco que nos rodea: Miremos en dón­de hemos caído y preguntémosle al Señor como Pablo cuando se enfrentó a Cristo camino a Da­masco: ¿SEÑOR, QUE QUIERES QUE HAGA?

Mario Fumero, de origen cubano, es el director del Centro Evangelístico Brigadas de Amor Cristiano en Honduras, C.A. El y su esposa Lisbeth y sus tres hijos residen en Comayagüela, Honduras.

Reproducido de la Revista Vino Nuevo Vol. 4 nº 2 agosto 1981