Por Charles Simpson

¿Qué significa ser una señal? Una «señal» es una demostración viviente, una manifestación vi­sible del propósito de Dios. A menudo, cuando Dios habla a las naciones, usa a personas como se­ñales. Jesús fue la señal más grande de Dios para el mundo; una demostración viviente de su volun­tad, profetizado siglos antes por Isaías: «Por tan­to, el Señor mismo os dará señal: He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel (Dios con nosotros)» (ls. 7: 14).

Simeón, uno de mis personajes bíblicos favori­tos, sabía que habría de venir una señal para Israel y la estaba esperando. El Espíritu Santo estaba so­bre él; era un hombre de una era pasada que vio su final y el comienzo de la próxima. Cuando María y José llevaron al niño Jesús al templo para ser circuncidado, Simeón reconoció a Jesús, de entre los miles de infantes que eran llevados, como la señal de Dios para Israel. Cuando bendijo al niño, profetizó de la siguiente manera: «Este Niño está señalado para la caída y el levantamiento de mu­chos en Israel, y para señal de contradicción -y una espada traspasará aun tu misma alma, a fin de que se revelen los pensamientos de muchos corazones» (Luc.2:34,35).

La profecía de Simeón es importante para no­sotros si queremos comprender lo que significa ser una señal. Primero, debemos notar que Simeón di­jo que el niño, como señal, causaría la caída y el levantamiento de muchos. En otras palabras, Jesús no sería quien empujara a alguien para que cayera o lo tomara para levantarlo. Más bien, la manera en que ellos respondieran a su persona, sería lo que les causaría levantarse o caer.

Una señal no determina por sí misma lo que nos suceda; lo que hacemos nosotros en respuesta a la señal es lo que determina qué sucederá. Si vemos una señal de tránsito que indica «una vía» y entra­mos a la calle en dirección contraria y tenemos un accidente, no podemos culpar del accidente a la señal: todo lo que hizo ésta fue advertirnos. La se­ñal no nos accidentó; fue puesta para evitar colisio­nes. Lo que nosotros hicimos en respuesta a la señal nos condujo a consecuencias desafortunadas. De igual manera, Jesús como señal no hizo que Israel cayera. Algunos no leyeron la señal y por eso cayeron. Otros sí la leyeron y se levantaron.

Segundo, encontramos que Simeón continuó su profecía con pensamientos muy sobrios sobre la oposición. Dijo que Jesús estaba destinado a ser una señal que sería contradicha (2:34). A veces no nos gusta lo que indica una señal. Pero de nada nos sirve quejarnos. Nos guste o no, el mensaje permanece igual. Se le puede tirar lodo a la señal, pero esta sigue allí. Cuando a Israel no le gustaba el mensaje de una de las «señales» de Dios, Su reac­ción era matar al mensajero. Pero no podían cambiar el mensaje. El mensaje permanecía igual.

Tercero, Simeón dijo que por causa de Jesús como señal, el pensamiento de muchos sería reve­lado (2:35). Jesús dejó expuesto lo que estaba en el corazón de la gente. Tomemos, por ejemplo, al fariseo, pilar de la comunidad. Su túnica era her­mosa y se veía muy devoto. Su apariencia era la de un hombre santo; ofrendaba para el templo y oraba en las esquinas de las calles. Pero cuando Jesús vino, el fariseo derramó su veneno, proban­do lo que Jesús había dicho de él: era un sepulcro blanqueado. Dios sabe lo que está en el corazón de la gente, pero se necesita una señal para sacarlo fuera y que todos lo vean.

Isaías y Ezequiel

Una y otra vez a través de las Escrituras pode­mos ver cómo Dios usa a su pueblo como una se­ñal. El hijo de Isaías es un ejemplo. Eran los días en que los nombres tenían un significado especial para el pueblo de Dios y el Señor le dijo a Isaías que pusiera a su hijo por nombre «Maher-salal­hasbaz», que significa «el despojo se apresura, la presa se precipita» (Is. 8:3). Así como la venida de «Emanuel» quería decir para Israel «Dios con nosotros,» el hijo de Isaías significa «Juicio». Ma­her-salal-hasbaz fue una señal para una nación co­rrupta que decía que Dios juzgaría a su pueblo.

Ser señal en los días de Isaías, seguramente que causaba problemas, de la misma manera que suce­dió en los días de Jesús. Además de que Maher-sa­lal-hasbaz es una etiqueta bastante larga para col­gársela a un niño, la gente se sentía incómoda en su presencia. Imagínese una conversación de la si­guiente manera:

– ¡Qué niño tan hermoso! ¿Cómo se llama?

-Juicio.

– ¡Oh, perdone, Siento haberlo preguntado!

El precio que Ezequiel y su esposa tuvieron que pagar por ser una señal fue mucho mayor. En Ezequiel 24 leemos lo que sucedió: 

Vino a mí palabra de Jehová, diciendo: Hi­jo de hombre, he aquí que yo te quito de gol­pe el deleite de tus ojos; no endeches, ni llores, ni corran tus lágrimas. Reprime el suspirar, no hagas luto de mortuorios; ata tu turbante so­bre ti, y pon tus zapatos en tus pies, y no te cubras con rebozo, ni comas pan de enlutados.

Hablé al pueblo por la mañana, y a la tarde murió mi mujer; y a la mañana hice como me fue mandado.

Y me dijo el pueblo: ¿No nos enseñarás qué significan para nosotros estas cosas que haces? (15-19).

Ezequiel dijo al pueblo que su esposa era una señal de que Dios les quitaría su deleite, el santua­rio, al ser conquistados por el enemigo y que no tendrían ni la oportunidad de lamentarse; «Y les serás por señal,» dijo Dios, «y sabrán que yo soy Jehová» (27).

Podríamos preguntar por qué Dios tenía que llevarse a la esposa de Ezequiel. Es una pregunta secundaria, aunque para Ezequiel no lo fuera. Si consideramos lo que sucedió después, sabremos que Dios tuvo misericordia de esta mujer.

Durante la vida de los que oyeron a Ezequiel, Nabucodonosor sitió a Jerusalén y cuando hubo terminado, el templo había sido destruido y que­mado. Las mujeres fueron violadas, las familias masacradas y los sobrevivientes exilados.

Una señal para hoy

El relato es aterrador, pero la situación que en­caramos ahora en esta nación no es menos seria. Algunos dirán que el juicio de Israel fue demasia­do severo, y si se cree que fue el resultado de una situación extraordinaria, se debiera considerar lo que ha estado aconteciendo en el mundo en los últimos cuarenta años. Los bolcheviques de Rusia mataron a no menos de veinte millones de perso­nas, un número tan grande que no lo podemos imaginar. Sólo Dios sabe cuántos han sido asesina­dos en China, o cuántos han muerto en Centro América y en otras partes del mundo.

No digo esto con un sentido de morbidez, sino para recordarnos que ser una señal en tiempos co­mo estos es una carga pesada, y el pueblo de Dios ha sido llamado para ser una señal. Tal vez tenga­mos que ponerle «Juicio» a uno de nuestros hijos, o ver cómo se llevan a nuestra esposa. Dios ha di­cho que debemos ser señales y debernos aprender lo que eso significa.

Los sucesos que leemos en la Biblia sucedieron hace mucho tiempo. Por eso no nos preocupa de­masiado; pero cuando estaban sucediendo la vida era muy difícil. Piense en Isaías profetizando «Jui­cio» con el nombre de su hijo y viendo el desarro­llo de esa profecía, porciones de la cual no se cum­plieron sino hasta después de su muerte. Tuvo que vivir con una generación que estaba en confusión y sin entendimiento.

¿Podríamos siquiera imaginarnos la carga de Isaías o de Ezequiel? Seguramente que la gente creyó que Isaías era un tonto por llamar a su hijo «Maher-salal-hasbaz,» y que Ezequiel era un faná­tico mórbido por profetizar que su esposa iba a morir. No tenemos el suficiente fundamento para apreciar a estos hombres a quienes llamamos sier­vos de Dios. Observamos a través de los miles de años de la historia y decimos: » ¡Alabado sea Dios por Isaías!» Pero si este se apareciera en medio del pueblo de Dios hoy, seguramente que sería in­famado y corrido de la ciudad.

Me hace llorar y me anonada el pensar lo que le costó a Ezequiel ser una señal. Me hace dar gracias a Dios por un hombre como él. Sé que en la eter­nidad sus heridas han sido sanadas, los malenten­didos enderezados y que su mensaje ha sido proba­do correcto. Pero gracias a Dios por un hombre que caminó en la fe ante todo lo que sucedía.

Somos una señal

De igual manera Dios nos está llamando para que seamos una señal. No debemos de reaccionar cuando la gente responda a nuestro mensaje con un reto para que lo probemos y les mostremos su cumplimiento. Todo lo que tenemos que decir es que creemos que hemos oído a Dios. No podemos ofrecer «cinco buenas razones» por llamar a un niño Maher-salal-hasbaz; no hay ninguna, excepto que Dios dijo que se hiciera.

Dios nos dice que quiere que seamos una señal. Si tenemos miedo de las consecuencias podríamos preguntar si no es suficiente con «predicar» el mensaje. Pero esa no es la clase de Dios que es él. El hace una demostración de sus mensajes; él los personifica. Cuando él habla, la gente ve lo que él está diciendo. A algunos les gusta y a otros no, pero eso no hace que él cambie su mensaje.

No quisiera que se desarrollara un complejo de mártir entre los cristianos. Pero no podemos evitar que la señal cause la «caída y el levantamiento de muchos,» que haya «contradicción» y que «se re­velen los pensamientos de muchos corazones.» Cuando alguien nos calumnie públicamente, sa­biendo que a quien lo hace le falta ética y es des­honesto y no tiene nuestro bien en mente, debe­mos recordar que el propósito de Dios es revelar lo que está en el corazón de los hombres.

Yo debo confesar que a veces Dios ha revelado lo que está en mi corazón de la misma manera: ha habido ocasión en que he contradicho la señal de Dios, descartando la tarea de alguien que estaba haciendo algo por Dios porque no era de «nuestro grupo», o porque no lo hacía a mi manera. Debemos recordar que, a veces, nosotros mismos nos hemos o­puesto a las señales de Dios para que poda­mos demostrar gracia cuando la gente nos lee mal.

Ciertamente, el día vendrá cuando Dios nos or­dene profetizar contra ciertas cosas. Desafortuna­damente, muchas personas han estado demasiado dispuestas para hacerlo y lo han hecho prematura­mente; no conforme a una carga divina sino por una actitud negativa. Debemos recordar que quien profetiza en contra de algo, él mismo entrará bajo un tipo de examen más intenso por parte de Dios y de otros.

Cuando el mundo habla en contra nuestra, te­nemos que recordar también que no está tratando con nosotros sino con Dios. Nosotros somos sólo la señal y si el mundo se opone, lo hace contra Aquel que envió la señal. Eso nos ayudará a no lu­char para protegernos o para defender nuestra re­putación. Tenemos la responsabilidad de crecer y madurar como señales para nuestra generación de la misma manera que lo hizo el hijo de Isaías.

Ver y hacer

Isaías escribió con respecto a la venida de Jesús que Dios había desnudado su brazo santo «ante los ojos de todas las naciones, y todos los confines de la tierra verán la salvación del Dios nuestro» (52: 10). Eso significa que su trabajo será claramente visible para todos. Debemos notar la palabra verán. Isaías dice verán y no oirán. Dios hace una demos­tración para que todos vean, en el versículo 13 dice: «He aquí mi siervo será prosperado … » La causa y el efecto no es oír y discutir, sino ver y hacer. Los niños aprenden viendo y haciendo, no. oyendo y hablando. Cuando queremos enseñar a caminar a nuestros hijos, no les damos una conferencia sobre el caminar. Ellos nos observan e inten­tan hacerlo ellos mismos y aprenden a caminar aunque no tengan comprensión del lenguaje, Dios dice: «Te mostraré cómo hacer mi voluntad para que tú la hagas.»

Después de describir el sufrimiento de Jesús, Isaías escribe: «los reyes cerrarán ante él la boca, porque verán lo que nunca les fue contado, y en­tenderán lo que jamás habían oído» (v. 15). Si so­mos una señal como lo fue Jesús -y creo que todos los que le siguen lo serán- entonces las naciones verán en nosotros lo que no se les dijo y lo que nunca oyeron lo  entenderán cuando nos vean. Di­rán: «Ese es el reino de Dios. Lo entiendo. Veo lo que son.»

Hemos intentado hablar al mundo sin ser una señal. Por tradición hemos hablado y hemos trata­do de explicarle al mundo, sin ser una señal de lo que decimos. Pero una señal tiene que estar descu­bierta para mostrarle al mundo para que vea y comprenda.

Jesús fue una señal. Ezequiel e Isaías, Daniel y Jeremías, José y Abraham eran todos señales. No­sotros también debemos ser señales. ¿Qué clase de señal? Una que demuestre que nuestro Dios reina, una señal de encarnación de la verdad, una señal que diga que Dios juzgará a toda religión que no tenga realidad. Inevitablemente seremos una señal de contradicción que revele lo que está en el corazón de la gente.

Confío que Dios nos ayude a ser una señal que sea fácilmente leída: deletreada correctamente, le­gible y limpia de todo «lodo» que pudiera oscure­cer su mensaje. En un mundo perdido y en confu­sión, una señal así, bien leída, puede ser la salvación de todos los que la lean.

Tomado de New Wine de Mayo, 1982

Charles V. Simpson recibió su educación en la Universidad de William Carey en Hattiesburg, Mississippi y en el Seminario Teológico Bautista de Nueva Orleans, Louisiana. Además de sus responsabilidades pastorales y ministerio interna­cional, es presidente de la Junta Editorial de New Wine. El, su esposa Carolyn y tres hijos viven en Mobile, Alabama.

Reproducido de la Revista Vino Nuevo vol.5-nº 1-junio 1983