Por Derek Prince

En Mateo 24 y Marcos 13, Je­sús da un avance profético de la situación que prevalecerá en el mundo inmediatamente antes de su regreso. Hoy vemos alrededor nuestro muchas de las cosas que él predijo. Jesús también dio instrucciones a los creyentes para sobrevivir en estas situaciones. El requisito clave se puede conden­sar en una palabra: constancia.

Aunque a menudo se traduce de diferentes maneras: «paciencia», «longanimidad», «perseverancia», «permanecer firmes», qui­zás la mejor traducción sea «constancia».

Veamos dos pasajes específi­cos. En cada instancia, Jesús ha­bla del deterioro en las relacio­nes y la creciente persecución de los cristianos. Examinaremos primero Mateo 24: 12-13:

Y debido al aumento de la ini­quidad (sin ley), el amor de mu­chos se enfriará (v. 12).

Cuando la gente no tiene ley se vuelve falta de amor. A me­nudo se piensa en el amor como libre, sin inhibiciones, que no requiere de leyes o disciplina. Pe­ro eso es incorrecto. El amor y la disciplina van de la mano. Cuan­do la disciplina y la ley se trastor­nan, el amor se enfría. Es signifi­cativo que la palabra «amor» en este pasaje es «ágape», que es esencialmente el amor de los cristianos. Jesús no está diciendo que el amor del mundo se enfria­rá, sino el de los cristianos. Esa es una situación mucho más seria.

Después de predecir la falta de amor, Jesús añade esta amonesta­ción:

Pero el que persevere hasta el fin, ese es el que será salvo (vs. 13).

Para ser salvos tenemos que ir todo el camino hasta el fin, y eso requiere constancia de nuestra parte.

En Marcos 13: 12-13 leemos una predicción y una amonesta­ción similar:

Y hermano entregará a muerte a hermano, y padre a hijo; y los hijos se levantarán contra los Padres, y causarán que sean muertos.

Y seréis odiados de todos por causa de mi nombre, pero el que haya soportado hasta el fin, ese es el que será salvo.

Otra vez vemos un cuadro sombrío: traición y deslealtad dentro de las relaciones familiares y los cristianos siendo odiados por todos los hombres. Por eso Jesús dice que debemos ser constantes.

Conocí a un misionero sueco que había trabajado en Francia por varios años. Me contó de una visita que hizo a una prisión cer­ca de Marsella, donde los hugo­notes franceses habían sido en­carcelados por su fe. Muchos de los que entraron en esas mazmo­rras nunca salieron vivos. El mi­sionero me dijo que uno de los prisioneros había grabado en la pared de piedra de su calabozo una sola palabra: «Resista». Era su mensaje para los que le segui­rían. Resiste. No cedas. Aguanta. En otras palabras, «soporta hasta el fin». Creo que Dios nos habla de la misma manera a nosotros hoy.

La importancia de la constancia

Voy a destacar algunas Escri­turas que hablan generalmente de este tema y compartir algunas de las pruebas que todos vamos a encarar. Y luego algunos princi­pios que nos ayudarán a ser cons­tantes. La primera se encuentra en Romanos 5:1-4. Recuerde que la Biblia a menudo traduce pa­ciencia por constancia.

Justificados, pues, por la fe, te­nemos paz para con Dios por me­dio de nuestro Señor Jesucristo,

por medio de quien también hemos obtenido entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes; y nos gloriamos en la espe­ranza de la gloria de Dios.

Y no solo esto, sino que tam­bién nos gloriamos (gozarse, jactar­se, exaltarse) en nuestras tribula­ciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia (constancia);

y la paciencia carácter proba­do. . . (La constancia produce ca­rácter que ha resistido a la prue­ba).

Estamos hablando en esen­cia de la formación de nuestro carácter. Nos alegramos, nos jactamos y nos exaltamos en la tribulación porque es la única que produce constancia y esta a su vez carácter probado. Hay hombres con los que he camina­do por los valles más bajos. He compartido con ellos en la oposición y en la tribulación. Hemos tenido malentendidos muy serios entre nosotros. Pero por su fidelidad a través de esas circunstancias adversas, su carác­ter me ha sido probado. Sé que puedo confiar en ellos.

Cuando las presiones se acrecienten en estos días, la traición y la falta de ley pueden hacer que, hasta los cristianos entreguen a otros creyentes.  Yo quiero asociarme con personas en quienes pueda confiar.

Pero no solo en las relaciones horizontales hay peligro de trai­ción por los cristianos. Las Escri­turas dicen también que muchos se apartarán de Dios. Uno de los temas principales de Hebreos es que muchos se echarán atrás en su profesión de Jesucristo. Exa­minemos tres pasajes en particu­lar:

Y deseamos que cada uno de vo­sotros muestre la misma solicitud, para alcanzar la plena seguridad de la esperanza hasta el fin, a fin de que no seáis indolentes, sino imi­tadores de los que mediante la fe y la paciencia (constancia) heredan las promesas (Heb. 6:11-12).

Algunos dirán que la fe es ne­cesaria solo para reclamar las pro­mesas de Dios, pero no es cierto. Necesitamos fe para permanecer constantes.

Por tanto, no desechéis vuestra confianza, que tiene grande recom­pensa.

Porque tenéis necesidad de pa­ciencia (constancia), para que cuan­do hayáis hecho la voluntad de Dios, podáis recibir la promesa.

Si hemos hecho ya la voluntad de Dios y aun no hemos recibido la promesa, entonces necesitamos permanecer constantes. Pudiese haber un tiempo de espera antes de recibir la promesa de Dios. Hay quienes hacen la voluntad de Dios, reclaman la promesa, pero no se mantienen firmes. Conclu­yen que no dio resultado. La ver­dad es que la fe no opera sin la constancia.

En Hebreos 12: 1 Pablo dice: «puesto que tenemos tan grande nube de testigos en derredor nuestro, despojémonos también de todo peso y del pecado que tan fácilmente nos enreda, y corramos con paciencia (constan­cia) la carrera que tenemos por delante». Antes de participar en una carrera, un corredor se pone la ropa más ligera y flexible y se saca todo lo que hay en los bolsi­llos. No lleva encima una sola on­za de peso innecesario. Sabe que el peso extra lo cargará demasia­do, lo detendrá y minará su fuer­za. Por peso no queremos decir necesariamente pecados. Cual­quier cosa que nos quite dema­siado tiempo o atención puede convertirse en un peso e impedir que corramos efectivamente la carrera.

«La carrera que tenemos por delante» no es corta y rápida, si­no larga y mesurada y requiere constancia. Muchas personas co­mienzan su vida cristiana como si fuese un certamen de velocidad, solo para encontrarse después a un lado de la pista terminados y sin aliento. Como dice Eclesias­tés 9: 11: «que ni es de los lige­ros la carrera; ni la guerra de los fuertes…» Lo que cuenta es la constancia, no la velocidad ni la fuerza.

En Santiago 1:2 leemos: «Her­manos míos, tened por sumo go­zo, cuando os halléis en diversas pruebas». ¿Lo hace usted? Pues debiera. Debemos alabar a Dios porque nos hace dignos de pasar por pruebas, sabiendo que estas son para nuestro bien. Santiago continúa diciendo cómo funcio­na esta paradoja:

Sabiendo que la prueba de vues­tra fe produce constancia.

Y que la constancia tenga su perfecto resultado, para que seáis perfectos y completos, sin que os falte nada (vs. 3-4).

Esto dice que, si pasamos la prueba y nos mantenemos fir­mes, eso dará forma a todas las áreas de nuestro carácter y per­sonalidad. Nos hará completos y cristianos cabales.

Uno de los terrenos de prueba más grande en el desarrollo de nuestro carácter son los grupos íntimos y comprometidos donde nos reunimos con las mismas pocas personas todas las semanas.

Cuando compartimos nuestra vida dentro de este contexto, a menudo se hace demasiado apa­rente para nuestro gusto, que to­davía quedan áreas en nuestro ca­rácter que no han sido tocadas. Bob Mumford ha dicho: «Supon­gamos que hay diez áreas en su carácter que necesitan cambiar. Probablemente usted mismo pueda tratar con seis de ellas, pe­ro se requiere que otras personas pongan su dedo en las cuatro res­tantes». Yo pienso que esta ob­servación es muy certera. Si no nos abrimos a otros, podríamos engañamos con respecto a lo que no ha sido probado en nuestro carácter y evadir las situaciones que pudieran exponer esas cosas.

Alguien ha dicho que la comu­nión consiste en quitar el techo y las paredes. No nos importa quitar el techo porque Dios ve a tra­vés suyo de todas maneras. Pero nos sentimos muy incómodos cuando las paredes se vienen aba­jo y nuestros hermanos cristianos pueden ver adentro. Doy gracias a Dios por los hermanos y herma­nas cercanos que están conmigo en mis pruebas y tribulaciones. No existe mayor oportunidad pa­ra probar nuestro carácter cris­tiano que la comunión de cerca y comprometida con otros creyen­tes.

En 2 Corintios 12:12, Pablo describe los logros distintivos que son marca de un verdadero após­tol:

Entre vosotros se operaron las señales de un verdadero apóstol con toda perseverancia (constancia), por medio de señales y maravillas, y mi­lagros.

La mayoría ve por encima de la perseverancia para enfocarse en los milagros. Pero Pablo da, co­mo primera evidencia de su mi­nisterio apostólico, no los milagros sino la perseverancia. El apóstol es quien se mantiene firme cuando todos se dan por vencidos.

Antes de ser ejecutado por los romanos, Pablo escribió lo siguiente a Timoteo:

Pues Demas, habiendo ama­do este mundo presente, me ha desertado y se ha ido a Tesaló­nica; Crescente se fue a Galacia, y Tito a Dalmacia.

Solo Lucas está conmigo (2 Tim. 4: 10-11).

En mi primera defensa nadie me apoyó, sino que todos me desertaron … (v. 16).

Al final de la vida de Pablo, al­gunos de sus colaboradores más cercanos lo abandonaron en la cárcel. Les hizo falta constancia, la marca más sobresaliente en la vida del apóstol.

Las pruebas

¿Cuáles son las pruebas que tendremos que pasar? El siguien­te es un esquema muy sencillo, que se encuentra en Mateo 13, la muy bien conocida parábola del sembrador. Aquí, Jesús habla de los diferentes tipos de suelo, re­presentativos de las personas que oyen la palabra de Dios.

Primero describe cómo cierta semilla cae junto al camino y es comida por las aves antes que pe­netre en la tierra; otra cae en lu­gar pedregoso y otra entre espi­nas. Jesús explica los diferentes tipos de personas representadas por cada una de estas situaciones.

Cuando alguien oye la pala­bra del reino y no la entiende, viene el maligno y arrebata lo que fue sembrado en su corazón. Este es aquel en el que se sembró la semilla junto al ca­mino (Mt. 13:19).

La semilla nunca logra entrar en la vida de la persona, sino que yace sobre el suelo hasta que al­guna ave viene y se la come.

Jesús continúa y describe a dos tipos de personas que sí reci­ben la semilla y comienzan a pro­ducir fruto. Sin embargo, el fruto se termina por su incapacidad de pasar la prueba a la que fueron sometidos. El primer grupo es el del terreno pedregoso; el segundo grupo es el de los espinos.

Y aquel en quien se sembró la semilla en los lugares pedregosos, este es el que escucha la palabra, y en seguida la recibe con alegría; sin embargo, no tiene raíz pro­funda en sí mismo, sino que solo es temporal, y cuando por causa de la palabra viene la aflicción o la persecución, en seguida tropieza y cae.

Y aquel en quien se sembró la semilla entre espinos, este es el que escucha la palabra, pero las preocu­paciones del mundo, y el engaño seductivo de las riquezas, ahogan la palabra y no da fruto (Mt. 13: 20-22).

Dicho con sencillez, hay dos clases de prueba: cuando la vida es demasiado dura y cuando es demasiado fácil. La primera prue­ba es la persecución; la segunda es la prosperidad. Algunas perso­nas no pueden soportar la perse­cución y otras la prosperidad. Al­gunas personas logran el éxito cuando son perseguidas, pero cuando Dios las bendice con una linda casa, dos autos y un bote, se ven más envueltos en las cosas de este mundo que en el Reino de Dios.

Otros reciben la palabra con alegría, hablan en lenguas, dan su testimonio por doquier, profetizan; se bañan en las bendiciones de Dios. Pero pocos meses des­pués no se les puede encontrar, porque en el momento en que viene la oposición, se marchitan.

La verdad es que debemos so­portar ambas pruebas. Seremos probados con el éxito y con la tribulación y en ambos debemos permanecer firmes.

Cómo lograr la constancia

Las siguientes son cuatro suge­rencias dadas por las Escrituras para alcanzar la perseverancia. La primera es que debemos hacer un compromiso realmente firme, sin reservas y de todo corazón con Jesús. Así se comienza la vida cristiana normal.

Hay dos exhortaciones bíbli­cas para los nuevos convertidos. Hechos 11: 23 registra las pala­bras de Bernabé a un grupo de nuevos cristianos en Antioquía:

Entonces, cuando vino y vio la gracia de Dios, se regocijó y comen­zó a animarles a todos para que con corazón firme (con propósito de co­razón) permanecieran fieles al Señor.

La frase clave es «propósito de corazón». Indica que hay que proponerse a permanecer fiel al Señor haciendo caso omiso de lo que pase. Si los amigos no lo lo­gran, usted está propuesto y lo hará. Aunque la familia tampoco lo haga, usted sí. Ese es el propó­sito de corazón que necesitamos.

En Hechos 14:22 Pablo y Ber­nabé hacen una exhortación si­milar:

Fortaleciendo los ánimos de los discípulos, exhortándoles a que si­guieran en la fe, y diciendo: A tra­vés de muchas tribulaciones hemos de entrar en el reino de Dios.

Los nuevos cristianos deben saber que no hay otra manera de entrar en el reino de Dios sino a través de la tribulación. Al res­pecto, entiendo el Reino de Dios en dos sentidos: el reino futuro que Jesús traerá y establecerá, y el reino en el que entramos y vi­vimos ahora y eso a través de mucha tribulación. Habrá pre­siones en todas las áreas de nues­tras vidas.

Debemos advertirles a las per­sonas que vienen al Señor que, si han de caminar en la vida del rei­no, será a través de mucha tribu­lación y oposición. No es justo decirles que cuando vengan a Je­sús todos sus problemas están re­sueltos. La realidad es que como cristianos tendrán problemas que nunca antes se imaginaron que existían. Un compromiso firme con el Señor será necesario para soportar estas pruebas.

El segundo principio de cons­tancia se encuentra en Hebreos 11: 2 7. Se refiere a Moisés que creció en Egipto y que pudo ha­ber heredado el trono como hijo de la hija de Faraón. Tenía edu­cación, riquezas, privilegio social, todo lo que el mundo podía ofre­cer. Pero a los cuarenta años, dio la espalda a todo esto, huyó de Egipto y pasó los siguientes cua­renta años cuidando unas pocas ovejas a la orilla del desierto.

Por la fe salió de Egipto, no te­miendo la ira del rey; porque se mantuvo firme, como viendo al In­visible.

Esa es la esencia de la perseve­rancia: ver al Invisible.

¿Cuál facultad nos capacita para ver al Invisible? La fe. La fe se relaciona con lo invisible – «u­na convicción certera de lo que no se ve» (Heb. 11: 1). Si usted y yo hemos de permanecer firmes, el mundo invisible debe ser más real para nosotros que el visible. De otra manera, nos enamorare­mos del sistema mundial y le da­remos las espaldas a las verdades invisibles del reino de Dios.

En 2 Corintios 4:17-18, leemos lo siguiente:

Pues esta aflicción leve y pasa­jera nos produce un eterno peso de gloria que sobrepasa toda compara­ción, no poniendo nosotros la vista en las cosas que se ven, sino en las que no se ven; porque las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas.

Es importante que veamos que la aflicción solo operará el propó­sito de Dios en nosotros si man­tenemos nuestros ojos en lo invi­sible. Lo que no se ve es eterno y nunca cambia. Haga tiempo para leer la Biblia, medite en ella, viva en ella, créala, pídale al Espíritu Santo que la haga real y lo será tanto que nada en este mundo lo podrá tentar a ser desleal a Jesu­cristo.

No me malentienda; yo creo en disfrutar de la vida al máximo, pero no quiero amar al mundo ni a las cosas que hay en el mundo. Todo lo debo a mi Padre que me ha hecho su hijo y un heredero de Cristo y aprecio su bondad. Pero si comenzamos a amar al mundo, el amor del Padre ya no está en nosotros.

Por lo tanto, trato de mante­ner mis ojos en lo que no se ve. Aunque vivo una vida muy prác­tica, tratando con las responsabi­lidades cotidianas con ambos pies sobre la tierra, mis ojos están en lo que no se ve.

Además de la necesidad de un compromiso firme con el Señor y de mantener nuestros ojos en lo que no se ve, hay un tercer principio: si fracasas no te des por vencido. Una de las tretas más hábiles del diablo es decirle:

«Eres un fracaso, mejor date por vencido porque Dios ya lo ha hecho contigo». No le creas jamás; él es un mentiroso. En el Salmo 37: 23,24, David escribió:

Por Jehová son ordenados los pasos del hombre, y él aprueba su camino.

Cuando el hombre cayere, no quedará postrado, porque Jehová sostiene su mano.

Recuerde que, si usted cae, no quedará postrado porque el Se­ñor tiene su mano. David lo sa­bía. Aun cuando cayó terrible y trágicamente en el caso de Betsa­bé, Dios lo perdonó y lo restau­ró. Con el respaldo de su expe­riencia, él puede decir: «Aun cuando caigas no te des por ven­cido, porque Dios te levantará».

Hubo un hombre en el Nuevo Testamento que también cayó. Su nombre era Pedro. Jesús le habló a Pedro sabiendo que le iba a negar tres veces:

Simón, Simón, mira que Satanás ha recibido permiso para zarandear­te como a trigo; pero yo he orado por ti, que tu fe no falle (Luc. 22:31-32a.).

Jesús no oró para que Pedro no lo negara, sino para que su fe no fallara. Jesús le dijo que aun­que le negare, su fe no le fallaría; que caería pero que se levanta­ría de nuevo. De igual manera, si usted cae, estire su mano por fe y deje que el Señor le levan­te. Pero no se dé por vencido porque el Señor n ha aban­donado.

El cuarto y último principio es: recuerde el premio. No to­dos los asuntos de la vida se concretan aquí. Hay cosas que permanecen para el futuro. Pa­blo escribe su testimonio de fe desde una celda en la cárcel:

«He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, he guarda­do la fe» (2 Tim. 4: 7). Estas tres cosas van juntas. Para guardar la fe es necesario pelear la batalla. La fe es una batalla. No se puede escapar de la batalla y guardar la fe. Hay que pelear la batalla pa­ra terminar la carrera. Pablo hizo las tres cosas: peleó la batalla, terminó la carrera, y guardó la fe. Pero también dijo: «De ahora en adelante espero el premio».

En el futuro me espera la coro­na de la justicia que el Señor, el Juez justo, me entregará en aquel día … » (2 Tim. 4:8).

Pablo estaba esperando su jui­cio y su probable ejecución de manos de un juez injusto. Pero Pablo es quien tiene la última palabra: «Habrá otro día de juicio -un día donde se darán los premios- y el Juez será ab­solutamente justo».

Algunos de nosotros nos va­mos a sorprender cuando veamos quien obtiene la medalla de oro. No será en base a la velocidad con que hayamos corrido, sino a la fidelidad y firmeza con que servimos. Si permanecemos fir­mes en la prueba, saldremos de ella como oro que ha sido refina­do en el fuego. 

Derek Prince se educó en In­glaterra: colegiado en griego y la­tín de Eton College y Kings Co­llege, Cambridge. Tiene un pro­grama de radio en los Estados Unidos y pasa gran parte de su tiempo viviendo y ministrando en Israel.

Reproducido de la Revista Vino Nuevo Vol. 4 nº 2 agosto 1981