Por Ralph Martin

Este mensaje fue presentado en una nume­rosa reunión en el Estadio de Los Gigantes de Nueva York como parte de la celebración de «Jesús 79».

Ralph Martin es un líder en la renovación carismática católica y uno de los fundadores de la comunidad La Palabra de Dios en Ann Arbor, Michigan. Ralph, su esposa Anne y sus tres hijos viven en Bruselas, Bélgica, desde donde desempeñan sus labores en la Oficina Internacional de Comunicaciones de la Reno­vación Católica. Algunos de los libros que ha escrito incluyen: Hungry tor God (Hambre de Dios), Practical Help in Personal Prayer (Ayuda Práctica en la Oración Personal) y Husbands, Wives, Parents, Children (Mari­dos, Esposas, Padres, Hijos).

Hace cerca de un año estuve estudiando un grá­fico del crecimiento de la población mundial y noté un factor interesante: simultáneamente con el crecimiento extraordinario de la población, vinieron serios ataques contra la Iglesia cristiana y contra la unidad, la fuerza y la salud del pueblo de Dios.

La tasa de crecimiento de la población a través de la historia escrita y hasta 1400 o 1500 D.C. es solo una línea horizontal en el gráfico. Después de esa fecha, la línea comienza a subir casi verti­calmente y sigue subiendo aún. En el mismo momento en que se da este crecimiento expo­nencial, comenzaron las divisiones y el debilita­miento serio del pueblo cristiano.

La unidad del cristianismo occidental fue frag­mentada en el siglo 16. En los siglos 17 y 18, La Ilustración, un movimiento de pensamiento y cultura, comenzó a tener un fuerte efecto sobre las naciones occidentales por su enfoque en el hombre y lo que podía hacer por sí mismo aparte de Dios. Si se expresaba alguna creencia en Dios, El estaba tan distante que en realidad no hacía nada para que se notara la diferencia.

En el siglo 19 vinieron serios ataques contra la integridad de la palabra de Dios cuando teólogos y eruditos comenzaron a minar su credibilidad.

Grandes sectores del pueblo cristiano que ya es­taban enemistados entre sí, perdieron su confian­za en la palabra de Dios.

En este siglo presente, cuando hay más gente viva de la que jamás existió antes, estamos viendo los resultados de estos cambios pasados: iglesias débiles, divididas y confundidas. Grandes grupos dentro del Cuerpo de Cristo han perdido su con­fianza en quién es Dios, quién es Cristo o quiénes son ellos en Jesucristo y eso hace que las iglesias no estén en condiciones para responder a la opor­tunidad más grande que jamás hayan tenido.

Presiones crecientes  

Hay presiones constantes sobre los cristianos, diseñadas para neutralizar su efecto en el mundo, bloquear su testimonio e impedir que proclamen a Jesús como Señor.

Por ejemplo, hay esfuerzos que se hacen a nivel nacional y local para introducir cierto tipo de educación sexual en las escuelas. Un artículo re­ciente decía sobre este tema:

Las guías para el currículum sobre el sexo para una escuela primaria de mi ciudad especifican que: los niños desarrollarán una com­prensión de la homosexualidad, aprenderán el vocabulario, las aficiones sociales que se le relacionen, estudiarán las teorías al respecto, verán películas y participarán en la actuación de papeles sobre la homosexualidad y ten­drán exámenes de esto.

Esta es la clase de pensamiento y presión que pesa sobre nuestra nación. Grupos de gente que han rechazado el gobierno de Dios y las enseñan­zas de Cristo intentan moldearnos a nosotros y a nuestros hijos en un camino de vida y una forma de pensamiento que es hostil hacia Dios. Ellos predican que sus programas resolverán los proble­mas de la nación, cuando la verdad es que la única cosa capaz de resolver los problemas que confron­ta nuestra sociedad hoy en día, es el arrepenti­miento y la fe en Jesucristo.

Lo que estamos viendo en el cristianismo mo­derno es lo que Jesús advirtió en las Escrituras: que falsos profetas se levantarán para confundir las distinciones que Dios ha hecho en Su palabra y que pastores abandonarían sus responsabilida­des, viendo sin hacer nada mientras el rebaño del Señor se convierte en alimento para los lobos. Esto está sucediendo hoy. Millones de cristianos están entrando bajo la influencia de ideologías que no vienen de Dios y que los llevan a apartarse de la confianza y la aceptación de las verdades bá­sicas del mensaje del evangelio. Esta clase de con­fusión ya ha entrado hasta el mismo corazón de algunas de las iglesias cristianas.

Un buen ejemplo es la siguiente declaración hecha por el decano de la capilla de Mount Holyoke College en Massachussetts que se publicó en una revista llamada The Christian Century.

Hablando de la dirección que los cristianos deben de tomar para el futuro, dice: «En el comienzo de los años 60 … propuse que el Cristianismo dejara de hacer énfasis en sus atribuciones de unicidad en favor de un universalismo vital, abogando por una relación positiva y creativa entre las religiones del mundo … que las iglesias no le den tanta im­portancia a sus afirmaciones históricas de credo -la Trinidad … la deidad de Cristo, etc.- y se esfuercen por la abolición del racismo, una dedi­cación renovada por la justicia humana y la liber­tad y, una mayor comprensión entre los pueblos de la tierra … La mayoría de (estas metas) han si­do logradas. En los días venideros habremos de hacer menor énfasis en el Jesús histórico».

«Los cristianos jamás debieron haber hecho un dios de Jesús. Es demasiado absurdo creer que Dios dio su (de él/de ella *) amor de compren­sión mundial únicamente a través de Jesús. No­sotros los cristianos podemos usar frases como ‘cristiano anónimo’ y ‘el Cristo cósmico’ en nues­tros esfuerzos para universalizar el cristianismo, pero entonces deberíamos de empatizar con tales términos como ‘el Buda universal’ o ‘la pluralidad de los avatares’. El amor de Dios para todo el mundo no puede ser confinado en ninguna perso­na histórica en particular, incluyendo a Jesús … Sugiero que dejemos a (Jesús) quedito por un tiempo. De la misma manera en que Jesús dijo a sus discípulos: Os conviene que yo me vaya. Porque si no me fuere, el Abogado no vendrá a vosotros; debemos tener el valor de decir que es mejor

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*N.T. El original usa dos pronombres posesivos alusivos a Dios para indicar los géneros masculino y femenino.

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¡Es increíble! Pero este es el espíritu y la actitud que están infectando a los cristianos de hoy. Aunque esta es una declaración muy osada del pensamiento, las actitudes y las presiones que la impulsan han contaminado a más gente del pue­blo de Dios de lo que quisiéramos creer, hacién­doles perder su confianza en la verdad de las Es­crituras y en la verdad que Jesús es en realidad Salvador y Señor.

«Millones de cristianos están entrando bajo la influencia de ideologías que no vienen de Dios».

Dios Ve e Interviene

Dios está haciendo algo para unirnos y de eso trata este artículo. ¿Qué es lo que Dios pretende con nosotros? ¿Por qué se reúne la gente en todo el país y en todo el mundo? ¿Qué es lo que Dios hace con nosotros y cuál debe ser nuestra respues­ta?

La historia de la actividad de Dios en este siglo es una indicación de que Dios ha visto cómo su pueblo se ha dividido y confundido, y cómo los mismos fundamentos de la fe cristiana han sido operados y ha decidido intervenir.

A principios de este siglo, el primero de enero de 1901, un grupo de hermanos y hermanas pro­testantes en Topeka Kansas, se reunió para orar juntos, estudiar las Escrituras y pedirle a Dios que derramara su Espíritu Santo. En respuesta Dios envió a su Espíritu Santo y restauró los dones en la experiencia de los cristianos. Así nació lo que ahora conocemos como la corriente del pentecos­talismo clásico.

Ese mismo día, el Papa Lean XIII escribió una carta a todos los obispos católicos del mundo en la que decía: «Comiencen a orar por un nuevo de­rramamiento del Espíritu Santo en la Iglesia». También dio instrucciones para que los cristianos oraran contra el poder del enemigo.

En 1957, aproximadamente, Dios comenzó a mo­verse entre las iglesias protestantes más grandes y al responder ellos con apertura, estableció una base firme. Ahora hay cientos de miles de nuestros hermanos episcopales, presbiterianos, lutera­nos y de otras denominaciones que han experi­mentado una verdadera renovación de la fe y de la experiencia del Nuevo Testamento.

En 1967, todo el mundo fue sorprendido (prin­cipalmente nosotros los católicos) cuando millo­nes de católicos romanos en todas partes del mun­do comenzaron a experimentar una renovación carismática de la vida y la fe cristianas. Ahora mismo hay más de 50 obispos católico-romanos involucrados personalmente en este mover del Es­píritu, que testifican del poder de Dios y otros 400 o más que apoyan públicamente la renova­ción carismática. Esta es una ocurrencia signifi­cativa dentro de la iglesia católica.

En una conferencia realizada en 1974 en Notre Dame, Dios nos comenzó a hablar de su deseo de juntar estas corrientes de renovación carismática; que su intención no era en realidad que su pueblo se renovara separadamente, que lo que en realidad quería era un pueblo unido que fuese su siervo sobre la tierra. En respuesta a esa palabra, más de 50.000 cristianos se reunieron en Kansas City en 1977. Dios nos habló y nos confirmó que estaba complacido porque nos habíamos reunido. En los años después de Kansas City, se han llevado a cabo más reuniones grandes de la misma naturaleza.

«No es normal ser tibio»

¿Por qué está derramando Dios su Espíritu Santo? ¿Por qué está renovando y juntando a su pueblo de las diferentes denominaciones? Es muy sencillo; Dios está restaurando la vida cristiana normal. Mucha gente ve la renovación carismática y dice: «Extraordinario». ¡Pero no lo es! Debe ser lo normal. Es lo que Dios presenta en el Nuevo Testamento como cristianismo básico. Lo que es extraordinario es la condición presente de las igle­sias. Jesús dijo en Apocalipsis 3: 15:

Conozco tus palabras y que no eres ni frío ni caliente. Ojalá fueras frío o caliente; mas porque eres tibio y no eres caliente ni frío, estoy por vomitarte de mi boca.

Esta es la palabra de Jesús para las iglesias de hoy. No es normal ser tibio, más aun, es repug­nante para Jesús. Es duro, pero es de Dios.

Hace cerca de dos años que el cardenal Suenens de Bélgica llamó a un grupo de líderes en la renovación carismática para que presentaran un cua­dro de lo que es el cristianismo normal del Nuevo Testamento. Su conclusión extrajo cuatro elemen­tos presentes en el Nuevo Testamento que ilus­tran la vida cristiana normal.

1. Todo cristiano debe tener una relación per­sonal con Jesucristo como Señor y Sal­vador.

Hay agentes de Satanás en nuestros días que están operando para que el pueblo cristiano acep­te un evangelio diferente. Oímos quienes dicen que «el propósito del cristianismo es el desarrollo humano. Que Cristo vino para ayudar a la gente a resolver sus problemas sicológicos, alcanzar su capacidad para tener relaciones interpersonales de significado, y recobrarse de sus sentimientos de culpa».

Esta es una versión muy común del evan­gelio en los países ricos. En los países del Tercer Mundo, el evangelio presentado se basa en que Cristo vino principalmente a producir una revolu­ción marxista. Cristo se interesa más en el bienes­tar de clases, en mejoramientos económicos y políticos y en cambios sociales. Ambos son dis­torsiones serias del evangelio. La humanidad no puede encontrar su realización ni alcanzar su des­tino hasta que los hombres se sometan a Jesu­cristo. Dios ha provisto en Jesucristo la salvación del mundo.

Algunas veces la gente dice que eso es injusto; que hay otros caminos para llegar a Dios y que prefieren seguirlos. Esa es una actitud increíble que no podemos mantener si entendemos nuestra verdadera situación delante de Dios. No tenemos el poder en sí mismos para vencer la muerte o el pecado. Decimos: «Paz, paz», y al día siguiente una guerra se desata. Nuestros propios esfuerzos son en vano. Como nos dice Su palabra, si Dios no interviene no hay esperanza; todo lo que que­da es muerte.

Dios ha establecido en Jesucristo el camino de la reconciliación con El; el camino que quita nues­tra confusión; el camino que nos libera de la escla­vitud del maligno; el camino de resurrección y de vida eterna. No hay otro camino. La situación en que nos encontramos fue causada por seres huma­nos que quisieron relacionarse con Dios bajo sus propias condiciones y no las Suyas. El único res­cate de la futilidad en que se encuentra la raza hu­mana viene aceptando la provisión de Dios en Jesucristo. Este es el camino que Dios ha estable­cido.

Hay una hostilidad homicida contra el reino de Dios en la tierra que debemos confrontar decidi­damente. Debemos proclamar a un mundo empa­pado de rebelión: «Pon abajo tus armas. Acepta los términos de paz provistos en la cruz de Cristo. Reconcíliate con el Gobernador legítimo del universo».

No todo concluirá bien para todo el mundo al final. Sí importa la posición que los humanos to­men ante la cruz de Cristo. Las Escrituras nos di­cen que los que rechacen a Cristo serán condena­dos. La realidad es que ya están condenados por la palabra de Dios. Los que vienen a la cruz de Cristo con arrepentimiento, pidiendo perdón por haberse rebelado contra Dios, serán perdonados y aceptados por el Padre en la vida eterna. Esa es la diferencia. El destino eterno de los hombres y las mujeres están en juego en el anuncio que Dios nos ha hecho en su palabra. Sí importa que los seres humanos vengan a Jesucristo y le pidan perdón. La importancia es eterna. Si no hay relación con Jesús como Salvador, si no hay sumisión a El como Señor, no hay salvación. Morirá en sus peca­dos. Es una palabra fuerte, pero es la palabra de Dios.

2. La vida cristiana normal es vida en el Espíritu Santo

Es imposible vivir la vida cristiana normal sin el poder del Espíritu Santo. En el Antiguo y en el Nuevo Testamento no hay límite impuesto para la morada de Dios con su pueblo; no hay límite en la forma que Dios quiere moverse y obrar con su pueblo.

Cuando Jesús entró a Jerusalén, el pueblo se animó y comenzó a decir: » ¡Aleluya, alabado sea el Señor!» Algunos se acercaron a Jesús y le dije­ron: «Maestro, manda a callar a tus discípulos. Están haciendo una escena». Pero Jesús contestó:

«Si ellos callasen, gritarían las piedras».

¿Por qué no gritan los cristianos? ¡Su Reden­tor está en medio de ellos! Dios es digno de toda alabanza, veneración y adoración. Los Salmos dicen: «¡Aclamad al Señor! ¡Gritad de júbilo! ¡Alabadle con regocijo! Voces de júbilo y de vic­toria (resuenen) en las tiendas de los justos». Si nosotros callásemos las alabanzas y la adoración, ¡las piedras lo harían! Alabamos a Dios por el poder del Espíritu Santo. El Espíritu es dado para la proclamación de Su evangelio, para ser Sus testigos, y para darnos poder para vivir la mora­lidad cristiana sin que sea una carga. Sin la actua­ción y la obra del Espíritu en nuestras vidas, no puede haber vida cristiana normal.

3. La vida cristiana normal es vida juntos

Jesús murió en la cruz para juntar a la familia de Dios; para establecernos a todos juntos como hermanos y hermanas. La gente dice que toda la raza humana son hermanos, pero eso no es cierto.

La hermandad no está inherente en la humani­dad en su condición caída. Solo la cruz de Cristo puede quitar la hostilidad homicida de nuestros corazones para que podamos vivir como herma­nos y hermanas. Necesitamos ser renovados antes que la familia de Dios pueda experimentar la vida familiar. Entonces la raza humana podrá ver la relación de paz y justicia que es la intención de Dios sobre la tierra.

Lo primero adelante. La primera tarea de la Iglesia es la de llevar a las personas al Reino de Dios para que una sociedad de paz y de justicia sea establecida en medio de ellos.

¿Qué significado tiene esto para nosotros? Que cada uno de nosotros debe estar en contacto continuo con aquellos que desean vivir vidas cristianas normales.

Es necesario entrar en contacto con otros cris­tianos que tengan el celo de la casa de Dios que les consume. Se necesita buscar a aquellos que le van a animar a amar al Señor su Dios con todo su corazón, toda su mente, todo su entendimiento y toda su fuerza, sin pensar que está loco por querer entregar toda su vida a Dios. Necesita estar con aquellos que tienen deseos de orar y testificar y vivir una vida cristiana normal. De otra manera, todo lo que hizo Jesús en la cruz será en vano para nosotros. El desea realmente que experimen­temos el fruto de la cruz que es la vida en el Espí­ritu Santo, la vida cristiana normal.

Hay personas que dicen: «He entrado en una nueva relación con el Señor. Hay cosas buenas que están pasando en mi vida. La verdad es que no quiero involucrarme demasiado con otros cristianos».

¿Qué si le digo que el día vendrá cuando le será imposible hacerlo usted mismo y que cuando ese día venga usted estará muy ocupado? Sería actuar con sabiduría si entrara en esa relación ahora para que pueda dedicarse al servicio que el Señor tiene en mente para usted cuando ese día venga. Muchas personas se relacionan únicamente cuando sienten hacerlo o cuando puedan obtener algún beneficio. Pero Dios nos dice: «Arrepién­tete de entablar relaciones con base a tu conve­niencia y comienza a hacerlo sobre el funda­mento de un compromiso». Cuando venga el tiempo de hacer lo que Dios espera de nosotros, tendremos entonces la clase de relación que nos permite hacerlo.

El quiere que aprendamos a depender de her­manos y hermanas cristianas que se han com­prometido con nosotros y nosotros con ellos. Cualquier cosa menor es subnormal. La vida cris­tiana normal está en las relaciones de compromi­so con hermanos y hermanas que desean dar su vida total a Dios y quieren ayudamos para que nosotros lo hagamos también.

4. La vida cristiana normal produce fruto.

El amor de Dios en nuestros corazones y en nuestras relaciones rebosa en obras de misericor­dia y caridad. La compasión crece en nuestros co­razones y somos así capaces de ayudar y servir a la gente. Podemos compartir la relación con el Señor, que significa vida o muerte para los huma­nos con los que entramos en contacto. La vida cristiana normal es fructífera. La intención de Dios es que Su Iglesia crezca normalmente y se expanda día a día cuando El agregue a sus nú­meros aquellos que encuentran la salvación.

De qué manera debemos responder

Quisiera concluir hablando de nuestra manera de responder. Poderosas presiones están desga­rrando la fibra cristiana de nuestra sociedad en las naciones occidentales. Es evidente la poderosa hostilidad militante que aumenta contra los valo­res y la vida cristiana de nuestra sociedad. Todo tiene la apariencia de dulzura y de luz, pero es una forma humanista de resolver problemas so­ciales serios que conducirá finalmente a la muerte; el aborto es un ejemplo claro. La sabiduría que en apariencia es luz se convierte en oscuridad. La sabiduría que aparentemente venía de arriba, re­sulta venir de abajo.

Nuestra sociedad ha sido engañada. Está tragan­do grandes bocados de sabiduría que parece ve­nir de arriba, pero que en la realidad viene de aba­jo, y produce fruto amargo. Hay una verdadera lucha por el corazón del mensaje del evangelio: que la cruz de Jesucristo es la fuente de salvación para la raza humana. Ese evangelio está bajo ata­que y otros evangelios son proclamados. No po­dremos permanecer firmes contra estas fuerzas y hacer lo que nos toca en el servicio de Dios a menos que estemos unidos. Jesús dijo: «Si una casa está dividida contra sí misma, no podrá sub­sistir». El cristianismo está dividido contra sí mismo, pero Dios nos está uniendo.

¿Qué podemos hacer concretamente? Dios tiene un plan y todos nos movemos hacia un pro­pósito. Pero necesitamos ser libres para oír su voz. Usted puede hacer dos cosas:

1) Ore consistentemente para que Dios dé po­der al liderazgo existente y levante líderes que hablen con claridad para dar dirección a Su pue­blo. «Si la corneta diera un toque indefinido, ¿quién se prepararía para luchar?» Hay un toque indefinido que viene de las iglesias cristianas y no estamos preparados para la lucha. Necesitamos pedirle a Dios que levante líderes, y que le dé poder al liderazgo existente para que se unan y den un to­que claro y definido para que alerte y prepare a los cristianos para la batalla que ya comenzó.

2) Tenga confianza plena en Dios en los días que se avecinan. Diez mil podrán caer a tu dere­cha y mil a tu izquierda, pero el Señor tu Dios mismo está en tu medio. El está contigo en las circunstancias diarias de la vida.

Termino llamando la atención a Romanos 8:32. «El que no perdonó a su propio Hijo, an­tes le entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos ha de dar con Él todas las cosas?» El Padre no escatimó a Su único Hijo como ofrenda para el pecado para que pudiésemos ser rescatados y re­dimidos. Si Dios no se detuvo con Su propio Hijo como reconciliación para nosotros, ¿nos ne­gará ahora cualquier cosa que necesitemos para seguir adelante con El? No lo hará. Lo dará libre­mente. Seguramente lo dará. Nuestro Dios es fiel. Nuestro Dios estará con nosotros en los días que se avecinan. Hermanos, hermanas, permanezcan firmes con nuestro Dios. ….

N.T. Las citas bíblicas en este artículo son tomadas de la ver­sión Nácar y Colunga.

Reproducido de la Revista Vino Nuevo Vol. 3 nº 9-octubre 1980