Por Charles Simpson

Porque todos serán salados con fuego.

La sal es buena; pero si la sal se hace insípida, ¿con qué la volveréis a hacer salada?

Tened sal en vosotros y estad en paz los unos con los otros. Marcos 9: 49-50.

Jesús dijo: «Tened sal en vosotros mismos y es­tad en paz los unos con los otros.» ¿Qué significa tener sal? En la Biblia la sal es un símbolo de co­hesión, que expresa la habilidad de permanecer juntos y unidos. ¿Qué cualidades en la sal movie­ron al Señor a decir que nosotros somos la sal de la tierra? En algunos países los granjeros usan blo­ques de sal para el ganado. A veces la cuelgan de una estaca, o es dejada en el suelo para que el ga­nado pueda lamerla con el propósito de provocar­les sed para que beban bastante agua. Es interesan­te notar las características de esta sal. Llueve sobre ella y no se lava. El calor del sol no logra resque­brajarla. El bloque de sal permanece entero por su cohesión. Un bloque de arena se desharía; la lluvia lo podría lavar y el sol lo desintegraría. La sal es diferente a la arena.

Jesús dijo también: «Vosotros sois la sal de la tierra, pero si la sal se ha vuelto insípida no sirve para nada, sino para ser echada fuera y ser piso­teada por los hombres» (Mt. 5: 13). Si la sal pierde su cohesión, se resquebraja como la arena, se de­rrama por el suelo y los hombres la pisotean. Esta es una lección espiritual. Jesús dijo: «Ustedes son el pueblo en la tierra que se unen como la sal, pe­ro si ustedes pierden su carácter, serán esparcidos y otros los hollarán. Tened sal en vosotros, que es el carácter de Dios.» Dios es un solo Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo, pero nunca se separan. No hay tres dioses, sino que hay uno: tres personas en una Trinidad.

Este es un misterio, pero el Padre y el Hijo nunca funcionan opuestamente, sino que son totalmente Uno en su naturaleza. Va contra la naturaleza de Dios desunirse. Dios no se puede desintegrar. La Trinidad no se puede apartar por­que no está en la naturaleza de Dios hacerlo. La naturaleza de Dios es como la sal. Dios es cohesivo y si él está en nosotros, nosotros también tene­mos esta cohesión que nos hace permanecer uni­dos y cuanto más seamos como El, más difícil será que nos separemos, porque el amor y la na­turaleza de Dios nos unen y en El somos un solo pueblo.

Cuando los judíos ofrecían su sacrificio a Dios siempre le ponían sal, para que cuando fuese quemado, les recordase la fidelidad de Dios y que Dios y ellos eran uno. Dios hizo pac­tos con su pueblo. Lo hizo con David y la Biblia en 2 Crónicas 13: 5 lo llama un «pacto de sal.» Yo no sé cómo Dios y David compartieron la sal, pero esta era un símbolo de la eterna fidelidad de Dios.

La sal era preciosa en tiempos antiguos. Era tan escasa que muchas veces la gente recibía su paga en sal, de donde se deriva la palabra salario. De manera que cuando alguien se sentaba a la mesa con sus amigos, y compartían sal, estaban partici­pando de una cosa muy valiosa. Había un signifi­cado muy grande cuando compartían el alimento y la sal juntos. Cuando una persona quería decir algo bueno de su amigo, usaba una expresión co­mo: «Hemos compartido la sal juntos.» Esta era una manera de decir que era un amigo muy queri­do. Si comían una comida juntos y compartían la sal, jamás se traicionaban.

En esos días no había restaurantes. Las comidas se hacían en las casas, y cuando alguien era invitado a comer en la casa de otro, era como ser parte de la familia. La sal en esos días tenía un reconocimiento muy diferen­te al que nosotros le damos hoy.

Cuando Jesús dijo: «Vosotros sois la sal de la tierra,» estaba diciendo que nosotros somos los únicos en el mundo que podemos mantener unida a la sociedad, por ese algo de la naturaleza de Dios que se integra en la sociedad.

La sal es muy resistente aun cuando se someta a grandes presiones. Los científicos han desarrolla­do el rayo láser, que es un rayo de luz concentra­da. Es tan poderoso que pueden enviar mensajes; se puede usar como bisturí para hacer operaciones quirúrgicas. Cuando comenzaron a desarrollar este rayo láser, se les hizo difícil encontrar algo que sirviera de lente para la luz, pues era tan poderosa que cualquier material se derretía bajo el calor; pero descubrieron que la sal común les podía ser­vir como lente porque era resistente a la presión y al calor. Y Dios dice: «Tened sal en vosotros.»

Los fluidos del cuerpo son salados. Tengo en­tendido que las células existen en una solución sa­lina, que cuando un cáncer se desarrolla en el cuerpo es porque algo ha sucedido con la solución salina en la que vive la célula. Debemos de ser personas que tienen sal. El cuerpo de Cristo debe vivir en su sal. Debe tener el carácter de Dios que es cohesivo, que permanece unido. Jesús dijo:

«Tened sal y estad en paz.» Cuando existe esta cohesión tenemos paz unos con los otros. Si somos fieles los unos con los otros, hay paz en nuestras relaciones, pero cuando perdemos nuestra carac­terística de sal nos separamos y hay división.

Un mundo que se desintegra

Las Escrituras hablan, en el libro de Daniel, de una visión que tuvo Nabucodonosor y que Daniel interpretó. Era una gran imagen, con cabeza de oro, pecho y brazos de plata, muslos de bronce, piernas de hierro mezclado. Esta gran imagen era simbólica de los reinos del mundo. El primero de oro era Babilonia; la plata representaba al reino Medio Persa; el bronce a Grecia; el hierro a Roma y la mezcla de hierro y de barro era representativa de los reinos que salieron después del Imperio Ro­mano. Note que comienza con oro y termina con barro. Dios estaba indicando a Daniel que confor­me irían pasando los reinos gentiles a través de la historia, estos se desintegrarían. Sobre la mezcla de hierro y de barro cocido, dice que serían reinos divididos que en el final se separarían.

Las nacio­nes de hoy en día no tienen la habilidad de per­manecer unidas. Los viejos y los jóvenes, los po­bres y los ricos, los blancos y los negros, los nor­teamericanos y los suramericanos, los africanos y los europeos, los hombres y las mujeres, los pa­dres y los hijos, todos están perdiendo su sal y los elementos que componen nuestra sociedad se están desintegrando, pero Dios dice que nosotros somos la sal de la tierra. Si tenemos la naturaleza de Dios habrá lealtad entre todas las partes del Cuerpo de Cristo.

La nación en los días de Jesús tenía todas las razones en el mundo para permanecer unida. Había muchos problemas. Los judíos estaban bajo el dominio romano; eran un pueblo derro­tado y tenían un enemigo común. Se pensaría que eso les uniría contra el enemigo, pero eran incapaces de hacerlo. Los fariseos, los saduceos, los esenios, los herodianos y los zelotes, cada uno estaba en su sector peleando contra el otro. La sociedad en los días de Jesús se estaba desinte­grando. Jesús mira a sus discípulos y les dice:

«Vosotros sois la sal de la tierra; no hay sal en la tierra. La gente es como la arena y está siendo esparcida por el suelo y va a ser hollada por los pies de los hombres,» y así fue. Cuarenta años más tarde los judíos fueron aplastados por el Imperio Romano.

Vivimos en una sociedad que está perdiendo su sal. Las familias, las iglesias, los sistemas polí­ticos están perdiendo su sal. El resultado es la inestabilidad. No importa en realidad cuál sea la filosofía de una persona. El problema no es filo­sófico, sino de la naturaleza humana. El egoís­mo, el centrarse en sí mismo sin importarle los demás es la naturaleza del hombre sin Dios.

Los profetas seculares y los sociólogos nos están ad­virtiendo de estos problemas. Algunos creen que la solución es ser más religioso, pero eso no lo lle­va a tener sal necesariamente, porque las religiones se están desmoronando también. Ir a la iglesia no hace un cristiano a nadie. Estar en la iglesia no convierte a nadie en un cristiano, así como estar en un garaje no lo convertiría en un automóvil. Sen­tarse todos los días en la iglesia tampoco le hará tener sal. 

La realidad del sufrimiento 

Jesús vino a su generación para enseñar a los hombres a encarar la realidad: para que vieran las cosas tal como eran. No vino para comenzar otra religión. Los judíos no necesitaban otra religión. Ellos ya eran la nación más religiosa del mundo, El vino para revelarles algo de la naturaleza de Dios y para decirles que necesitaban estar unidos a Dios, y uno al otro, si querían sobrevivir. Les exhortó a tener paz entre sí; a trabajar juntos y a amarse uno al otro. Él no estaba tratando de decir algo piadoso, que fuera bueno hacer. Su mensaje era más urgente. Ellos no lo entendieron y fueron destruidos, no por Dios, ni por el infierno, sino por sus enemigos naturales. Si los cristianos no practican sus enseñanzas serán destruidos por sus enemigos.

Jesús escogió a hombres que tenían sal. No eran religiosos particularmente; eran hombres fuertes, que habían pescado juntos, y Él los usó para demostrar lo que estaba enseñando. Los esco­gió, les impartió la naturaleza de Dios, los unió y les enseñó a pensar, a sentir y a actuar como uno solo. Esto no fue fácil y le llevó mucho tiempo. Un día El le pregunta a estos hombres, como usted y yo, (me gusta leer sus enseñanzas sobre hombres porque puedo identificarme un tanto con lo que sucedió): «¿Quién dicen los hombres que soy?» Ellos dijeron: «Unos dicen que eres profeta.» El les vuelve a preguntar: » Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?» Pedro, que es el más rápido para ha­blar, dice: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vi­viente.» Jesús dice: «Muy bueno Pedro, porque eso no lo aprendiste de los hombres. El Padre que está en los cielos te lo dijo.»

Me imagino que Pe­dro se sentiría como un estudiante favorito y como el más espiritual. Todos los otros once ha­bían oído lo que él y Jesús habían dicho. Pocos minutos después Jesús les dice que tiene que ir a Jerusalén para ser rechazado y crucificado. Pedro no entiende cómo podría ser eso una realidad. El Padre le había dicho que Jesús era su Hijo y ahora Él anuncia que debe morir. Pedro se siente que es muy sabio y el hombre más espiritual de todo el grupo; más espiritual que el mismo Jesús tal vez. Entonces dice la Biblia que Pedro llevó a Jesús aparte y comenzó a reprenderle. Seguramente Pe­dro no quería avergonzar a Jesús delante de los demás discípulos. La Biblia dice que «comenzó a reconvenirle,» pero no sé si terminó. Ahora es Je­sús quien lo reprende a él, diciéndole: «¡Quítate de delante de mí, Satanás!»

¿Cómo puede un hombre hablar por Dios en un momento y por el diablo al siguiente? Pedro no estaba pensando como Dios, sino como hom­bre. La forma de pensar de los hombres es que, si Dios se está moviendo en la vida de alguien, nada malo puede sucederle. Sus pensamientos son de auto preservación, de cómo salvar su propia vida. Muchas veces los hombres vienen a Dios porque quieren salvar sus vidas, pero Jesús dijo: «Todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará» (Mt. 16 :25).

El propósito primordial de Dios no es salvar nuestras vidas. No fue el de salvar la de Jesús. Hay una cierta doctrina que dice que si algo está en la voluntad de Dios será fácil alcanzarlo. Por ejemplo, alguien testifica de la siguien­te manera: «Yo tenía muchos problemas, confié en Jesús y Él los resolvió todos.» Ahora, eso pudiera ser cierto, pero no quiere decir necesariamente que cuando uno confía en Jesús no volve­rá a tener problemas jamás. Otro dice: «No tenía, dinero, creí en Jesús y El me lo envió.» Pudiera ser que así ocurrió, pero eso no significa que todos los que crean en Jesús van a tener siempre grandes cantidades de dinero.

Cuando no éramos cristianos Dios usó toda clase de problemas para traernos a Él. Luego invocamos el nombre del Señor y Él nos dio gracia. para resolverlos. Un día vimos la revelación de su gracia, pero más tarde el Espíritu Santo nos llama a hacer un trabajo y nos hace sufrir por Él. Entonces es fácil llegar a creer que eso no puede ser de Dios, porque El no quiere que suframos lo que padeci­mos antes de conocerlo a Él, pero ahora que somos cristianos Dios ha eliminado todo sufri­miento. Esto es lo que Jesús trataba de decirle a Pedro: «Si me sigues tienes que llevar una cruz. Lo que yo quiero hacer me va a matar a mí y tal vez a ti también.» Para Pedro eso no podía ser de Dios. Jesús le dice: «Piensas como hombre.»

El sufrimiento es una realidad; la Biblia dice que Jesús habló claramente al respecto. Si quere­mos hacer la voluntad de Dios tendremos que dis­ponernos a encarar la realidad. Jesús no es ningún escape a la dificultad. El es una ayuda en tiempo de necesidad. El Salmo 23 no dice: «Aunque vaya alrededor del valle de la sombra de muerte.» Dice: «a través. » La dificultad es una realidad.

La realidad de la soberana elección de Dios

Jesús dijo a sus discípulos: «No pasará mucho tiempo antes que algunos de ustedes vean el reino de Dios y al Hijo del Hombre en su gloria.» Los discípulos habían estado con el Señor por tres años. Habían visto y habían sido involucrados en los milagros: multitudes alimentadas y ellos lle­vando el pan en sus manos; lo habían partido y repartido» y ahora Jesús les dice que verían algo más grande que todo eso: al Hijo del Hombre en su gloria. Sus corazones latían porque estaban aprendiendo del mismo Hijo de Dios. Les había dicho que el sufrimiento era necesario, y ahora quería enseñarles a caminar en el Espíritu Santo y a llenar las necesidades humanas. Los dividió en dos grupos. Llamó a Pedro, a Jacobo y a Juan para que subieran con El al monte. El resto se quedó abajo. Yo no sé por qué escogió a Pedro, si acababa de reprenderle solo un momento antes.

¿Cuántos han dicho cosas que no debieron en el tiempo equivocado? Bueno, Dios los ama y les perdona. Pedro que era uno de sus discípulos pa­recía tener este problema muy a menudo. Tampo­co sé por qué escogió a los ambiciosos de Jacabo y Juan. Ellos fueron los que disputaron sobre quién se sentaría a la derecha o a la izquierda del trono; hasta le pidieron a su madre que fuera a pe­dirle a Jesús lugares de privilegio para ellos.

Dios no escoge a las personas porque sean me­jores que otras. Yo no sé cómo es que Dios elige. El escoge a quien quiere y cuando lo hace no cabe ningún argumento. Tal vez los otros nueve se pre­guntaban también por qué el Señor escogería a Pedro, a Jacobo y a Juan y no a ellos. Había sen­timientos encontrados en sus corazones y Jesús lo sabía, pero Él quiere enseñar algo a ambos grupos. Lleva al primer grupo a la montaña y mientras estaban allí, la presencia de Dios, el Espíritu Santo descendió y el rostro de Jesús cambió. El evangelio de Lucas dice que los tres discípulos «habían sido vencidos por el sueño.» Los grandes discípulos durmiendo en la presencia de Dios.

Uno ve en las vidrieras de ciertas iglesias a los apóstoles con sus halos, pues esta historia es antes de que los consi­guieran. Moisés y Elías se le aparecen y hablan con Jesús sobre su muerte. Estos dos hombres que tuvieron experiencias extrañas en el término de sus vidas y que fueron grandes profetas tienen ahora una conferencia muy seria con Jesús, con respecto a su crucifixión: lo más importante en toda la historia de la humanidad, donde nuestros pecados serían pagados, donde Jesús moriría en lugar nuestro. De pronto Pedro se despierta y dice:

«Levantémonos y hagamos tres enramadas, una para Moisés, una para Elías y otra para Jesús.» La Biblia dice que no sabía lo que estaba diciendo. Entonces vino una nube sobre ellos y la presencia de Dios los rodeó y oyeron que decía: «Este es mi Hijo amado, a El oíd.»

Cuando estaban abajo, Jesús había reprendido a Pedro, ahora están en la cima de la montaña, el Padre lo reprende también. La nube se levantó, Moisés y Elías desaparecieron y Pedro estaba aver­gonzado. Después de tres años de ser discípulo no había aprendido a moverse en el Espíritu Santo y Jesús lo había llevado al monte, no para que tuviera una bonita experiencia, sino para demostrarle que no era tan maduro como creía. Pero Jesús amaba a Pedro. Es el amor de Dios que nos hace ver la realidad, como cuando descubrimos que no somos tan fuertes como creíamos.

Es importante que no nos engañemos a nosotros mismos, sino que enten­damos nuestra posición real. La Biblia dice que no tengamos opinión más elevada de nosotros mismos, que nuestra medida sea real. Hay quienes van a la iglesia, sienten la presencia de Dios y comienzan a retar solos al diablo. Son como un ratón que se emborrachó y fue a buscar al gato. Dios no quiere que usted se sienta más fuerte de lo que es. Quiere que sepa que siempre dependerá de El. Hay realidades que tenemos que encarar. Cuando usted vea algo en usted mismo no pretenda que no es cierto. Dios le ama, El sabe que está allí. Admítalo y di­ga: «Señor, hablo demasiado. Hablé cuando no debí; fallé el examen.» Sea honesto con Dios y re­cibirá su gracia y El le ayudará la próxima vez.

La realidad del fracaso

Al pie de la montaña estaban los otros nueve con la gente. Habían caminado con el Señor varios años y ya la gente les reconocía como los discípu­los de Jesús. Cuando llegaban a un pueblo, la gen­te decía: «Mira, allí va uno; es uno de los discípu­los de Jesús. Yo lo vi cuando alimentaban a los cinco mil. Él era uno de los que repartía el pan.» Debió de haber sido un gran honor ser discípulo de Jesús y seguramente ellos sintieron cierto orgu­llo en su corazón. De repente un hombre viene con su hijo que tiene un problema grande. No se puede controlar, es violento y espuma le sale por la boca. El hombre ha buscado a Jesús por toda la ciudad, y pregunta: «¿Han visto a Jesús?» Alguien le dice: «El está en el monte, pero sus discípulos están allí.»

Los discípulos han sido reconocidos. Ya no se pueden ocultar y el hombre trae a su hijo y les pregunta: «¿Son ustedes discípulos de Jesús?» Cuando ellos ven a su hijo le dicen: «Jesús está allá arriba en la montaña y los discípulos princi­pales están con El.» El muchacho estaba muy mal y el padre llorando les pide que echen fuera al de­monio que tiene su hijo. Los discípulos tratan de ayudar al muchacho. Si ustedes han tratado de echar fuera un demonio saben que se gana o se pierde; que el demonio sale o se queda. Si gana lo hace aparecer como que tiene gran poder, pero si no sale, lo hace ver como si no hubiera estado oran­do mucho últimamente y como si no fuera un buen discípulo. Por eso es que a muchos ministros no les gusta hablar sobre demonios, porque si lo ha­cen, alguien les a va a traer a algún endemoniado y entonces tendrán que luchar contra él.

Así es que trataban de echar fuera el demonio, pero este no quería salir por lo que oraban mas fuerte. Todo el mundo estaba viéndolos y oyén­dolos gritarle al demonio: «Sale en el nombre de Jesús.» Pero el muchacho seguía pateando y la gente comenzaba a interesarse por lo que sucedía y se formó una multitud. Algunos preguntaban: » ¿No son estos los discípulos de Jesús?» «Bueno, parece que sí, pero el demonio no quiere salir.» Imagínense lo que sucedió.

Los teólogos vinieron y los discípulos no eran teólogos; eran pescadores y recaudadores de impuestos. Lo único que sabían era lo que Jesús les había enseñado y si eso no funcionaba, no tenían otro conocimiento ni edu­cación a qué recurrir. No habían tomado ningún curso de liberación, pero estos teólogos, sabían todo sobre los demonios, aunque nunca habían echado uno afuera. Pero llegaron para ver lo que pasaba y moviendo la cabeza decían: «No funcio­na, ¿verdad?»

Los discípulos estaban avergonzados. Jesús estaba en la montaña, el muchacho estaba allí, el padre lloraba, la multitud de espectadores, y ellos no podían hacer nada. De pronto comen­zaron a discutir con los teólogos para defenderse. Los teólogos diciendo que Jesús no era Hijo de Dios, que era un falso profeta y que su enseñanza no servía, y ellos diciendo que sí funcionaba.

La realidad de la limitación del tiempo

Jesús baja del monte con los discípulos que ha­bían fallado el examen y ve a los otros nueve aba­jo discutiendo su fracaso, y pregunta: «¿Qué su­cede?» Un hombre salió de la multitud y dijo:

«Maestro, traje a mi hijo porque tiene un espíritu mudo. . . a tus discípulos para que lo echaran fuera y ellos no pudieron» (Mr. 9: 17,18). Jesús se vuelve entonces a toda la multitud y dice: » ¡Oh generación incrédula! ¿Hasta cuándo he de estar con vosotros?» (Mr. 9: 19). Jesús sabía que tenían mucho tiempo para aprender lo que Él les estaba enseñando. En pocas semanas sería crucificado, resucitaría y en cuarenta días se iría a la presencia del Padre. En unos pocos años Jerusalén sería des­truida. Allí estaban los fariseos, los escribas, los teólogos, la multitud y los discípulos, pero nadie era capaz de tratar con el problema.

Usted y yo no podemos vivir desligados de la realidad indefinidamente. Tenemos que encarar los problemas que no podemos resolver. Si usted tiene un problema en la familia, no puede vivir co­mo si no existiera tal problema. Tarde o tempra­no deberá resolverlo o lo destruirá. Si tiene cuen­tas que debe, no puede pretender que no existen. No puede ir amontonando más, sin pagar las que ya tiene porque un día alguien vendrá, llevará sus cosas y lo pondrá en la calle. ¡La realidad no pue­de ser ignorada!

Parte de una conferencia dictada en febrero de 1981 en San José, Costa Rica.

Reproducido de la Revista Vino Nuevo vol. 4 nº 8agosto 1982.