Por Stephen Simpson

«Me sentí abrumado por las necesidades que vi, casi hasta el punto de la desesperación. Y entonces, ocurrió un milagro»

Querido amigo en Cristo:

En noviembre de 1991, hice el primero de dos viajes misioneros a Rusia, Ucrania y Bielorrusia. La gente de cada lugar llenó un lugar en lo más profundo de mi corazón, y a menudo reflexiono sobre los acontecimientos de esos viajes. Durante el primer mes que estuve allí, la Unión Soviética fue disuelta por el presidente de la URSS, Mijail Gorbachov, y se convirtió en lo que entonces se llamaba «La Comunidad de Estados Independientes».

Era una época de confusión, pero también de gran esperanza, entre las personas que habían estado bajo el dominio del comunismo durante más de 70 años.

Mientras los funcionarios del Partido Comunista vivían con un lujo relativo, la mayoría de la gente pasaba grandes apuros económicos. Había escasez de alimentos y medicinas; la energía eléctrica era a veces esporádica. La vida era dura. La gente estaba cansada. Y el duro invierno había comenzado.

Apenas cinco años antes, una catastrófica explosión en la central nuclear de Chernobil, situada en Ucrania, cerca de la frontera con Bielorrusia, había contaminado la atmósfera con enormes cantidades de radiación, afectando a millones de personas de la región. Cuando llegué a Minsk (Bielorrusia), observé letreros electrónicos en la ciudad que indicaban la hora, la temperatura… y los niveles actuales de radiación. Era desconcertante, como mínimo. Muchas personas en Bielorrusia y Ucrania habían enfermado, y multitudes de personas desconocidas habían muerto en este período de cinco años.

Quizás los más afectados fueron los niños; algunos nacidos después de la explosión, pero sufrían de cáncer y leucemia y otras consecuencias físicas. Un hospital infantil de Minsk se había hecho famoso por su habilidad y experiencia en el tratamiento de estos niños, que acudían allí desde toda la Unión Soviética.

Como parte del ministerio con los evangelistas filipinos José y Joyce Pascua, visitamos ese hospital. Llevamos bolsas de naranjas, caramelos, lápices de colores y libros de personajes bíblicos para colorear. No era mucho, pero era todo lo que teníamos. El edificio del hospital era viejo, se encontraba en muy mal estado y estaba desesperadamente abarrotado.

El personal y el administrador del hospital hacían un trabajo valiente para proporcionar la mejor atención posible, pero no tenían suficiente equipo médico y los niños y las familias seguían viniendo de todas partes. Muchos de los niños habían perdido el pelo. La mayoría estaban muy frágiles. Hacía frío en el hospital. En las habitaciones diseñadas para 1-2 pacientes no sólo había 3-4 pacientes, sino también padres preocupados, algunos durmiendo en el suelo.

Entramos en muchas de las salas del hospital con el personal y pedíamos permiso a los padres si podíamos compartir nuestros regalos con sus hijos. También les comunicamos brevemente sobre el amor de Dios en Jesucristo para ellos. Todos querían saber más de Jesús. Y todas las personas con las que hablamos querían que Jesús entrara en sus corazones y fuera el Señor de sus vidas. No hubo ninguna presión sobre estas queridas personas por parte de nosotros o del personal del hospital; la gente estaba tan hambrienta espiritualmente, que hacían muchas preguntas, a menudo con lágrimas, y nos pedían que oráramos con ellos por sanidad y salvación.

Pero había tantos niños, tantas familias. Incluso los cansados miembros del personal del hospital pedían oración. Aunque estaba profundamente conmovido y agradecido, me sentí abrumado por las necesidades que vi, casi hasta el punto de la desesperación. Y entonces, ocurrió un milagro.

David
En una habitación, conocimos a un joven llamado David y a su familia. Era el mayor de los niños que vimos en el hospital. Tenía alrededor de 20 años, pero no podía pesar más de 70 libras. Estaba tan débil que no podía sentarse en la cama. Pero se mostró agradecido por las naranjas y los caramelos… incluso pidió un libro para colorear. José y Joyce tuvieron una conexión inmediata con él; el hijo de ellos también se llama David. Compartimos con él y su madre el amor de Jesús y nos pidieron que oráramos con ellos. Continuamos visitando a otros pacientes, y pronto, nuestro tiempo en el hospital había llegado a su fin, y nos dirigimos por la larga y escasamente iluminada escalera hacia la salida.

De repente, oímos una exclamación en lo alto de la escalera. David venía corriendo hacia nosotros, con una enorme sonrisa en la cara. En su mano tenía un dibujo de Jesús que había terminado de colorear en el libro. Se lo dio a José, y había escrito en él: «Para David, de David». Hubo sonrisas y lágrimas por todas partes. Más tarde nos enteramos, a través del administrador del hospital, de que David había mejorado inmediatamente, volvió a su casa y más tarde se comprobó que estaba curado de la leucemia. ¡Gloria a Dios!

Fue en estos momentos cuando el Señor me recordó las palabras de Jesús en Mateo 9 que había escrito de forma indeleble en mi corazón:

35 Jesús recorría todos los pueblos y aldeas enseñando en las sinagogas, anunciando las buenas nuevas del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia. 36 Al ver a las multitudes, tuvo compasión de ellas, porque estaban agobiadas y desamparadas, como ovejas sin pastor. 37 «La cosecha es abundante, pero son pocos los obreros —les dijo a sus discípulos—. 38 Pídanle por tanto, al Señor de la cosecha que envíe obreros a su campo». (Mateo 9:35-38).

Este llamado de Jesús a todos sus seguidores sigue siendo claro hoy. La cosecha es abundante y está lista… pero son pocos los obreros. Jesús nos llama a orar por obreros y también a ser obreros. ¿Cuál es la cosecha? ¿Dónde está? El campo es el mundo, y todos los que están en él. Los obreros llamados a la mies son su Iglesia.

 —Se me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra. 19 Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, 20 enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes (Mateo 28:18-20)

Su Gran Comisión dice mucho sobre su corazón y sus prioridades: predicar el Evangelio de su Reino, bautizar a los creyentes y hacer discípulos. Él dijo: …»Y les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo. [» (Mateo 28:20).

En Juan 4:34-35, Jesús les dice a sus discípulos (parafraseado): «No se den por satisfechos y piensen que la cosecha vendrá dentro de poco; levanten los ojos y vean que los campos ya están listos para la cosecha; el tiempo es ahora y es urgente». Jesús nos está diciendo hoy a cada uno de nosotros: «La cosecha está lista, el momento de recogerla es ahora, y si no lo haces ya, la vas a perder».

Poco antes de que Jesús hiciera esta declaración en Mateo 9, anduvo ministrando por todas partes e hizo una serie de milagros y eventos extraordinarios:

– Él perdonó y sanó a un hombre paralítico.

– Llamó a un recaudador de impuestos para que fuera uno de sus discípulos.

– Se congregó con los pecadores.

– Sanó a una mujer con hemorragia de sangre.

– Resucitó a una niña.

– Abrió los ojos de dos ciegos.

– Liberó a un mudo poseído por el demonio y comenzó a hablar.

El Señor está haciendo hoy muchos milagros, pero ve que la necesidad es mucho más. No solo hay necesidad de sanidades, y restauración física. También hay necesidad de pastoreo, liderazgo espiritual, enseñanza, cuidado y orientación. Su corazón se conmueve de compasión. Mateo nos dice que Jesús vio la inmensidad de la cosecha; la multitud de personas perdidas y heridas. Pero no se intimidó; no se desanimó. No se encogió de hombros y preguntó: «¿Qué puede hacer un solo hombre?». Jesús no dice a sus seguidores: «Oren para que la gente perdida esté lista para la cosecha». Él dice, «Ellos están listos ahora, pero los obreros no lo están». Él no dijo, «Oren por la cosecha». Dijo: «Oren para que haya obreros».

Lecciones sobre la cosecha

– Jesús se interesa por su cosecha- tiene compasión por los perdidos (entre ellos hay «otras ovejas» vea Juan 10).

– La mies le pertenece a él.

– La compasión de Cristo nos mueve.

– La oración precede a la cosecha.

– Los milagros son necesarios.

– Se necesitan obreros.

– Los obreros son llamados a orar por más obreros.

– Hay muchos campos de cosecha en el mundo, y cada uno es importante. He aquí algunos:

– En el mercado, en la oficina, en la fábrica, la granja o el astillero

– En nuestras familias y hogares

– En nuestros barrios y comunidades, en la tienda de comestibles, en la farmacia, en la cafetería.

– En nuestras escuelas y eventos deportivos

No todo el mundo está llamado al ministerio de pastor, profeta, maestro, evangelista o apóstol, pero todos estamos llamados por el propio Jesucristo a ir y hacer discípulos. Y nos hace responsables de permanecer en él, y al hacerlo, dar fruto que lo glorifique. El Salmo 110:3 dice: «Tus tropas estarán dispuestas el día de la batalla,«. Una de las maneras en que podemos saber si Dios se está moviendo en nuestras vidas es si estamos dispuestos en el día de la batalla. No podemos tener una vida de oración y adoración sin ser movidos a la acción. Busquemos al Señor para que nos revele cómo podemos ser obreros en su cosecha y oremos para que él levante y envíe una nueva generación de obreros a su viña.

Al mismo tiempo, por favor recuerde a Charles Simpson Ministries este mes en sus oraciones y su ayuda económica. Estamos entregados a la formación de una nueva generación de labradores entre las naciones. ¡Estamos muy agradecidos por su amistad en esta jornada!

En el amor de Cristo Jesús,
Stephen Simpson
Presidente

STEPHEN SIMPSON es el Director de CSM Publishing; de 2004 a 2013 fue pastor principal de la iglesia Covenant Church de Mobile, Alabama y ahora ministra en iglesias y misiones en Estados Unidos y en otras naciones. Él, su esposa Susanne y su hija Gracie viven en Mobile, Alabama.

A menos que se indique lo contrario, todas las citas bíblicas son de la Reina Nueva Versión Internacional (NVI).

Usado con permiso.