Tema: No podemos tener vida eterna y ser seguidores de Jesús sin haber visto al Señor en una revelación personal.

         Este es un principio bíblico que se aplica a todo intercambio entre Dios y su creación humana. Cuando Jesús dijo “el que me ha visto a mí ha visto al Padre no significa que el Padre tuviera la misma forma humana que Jesús en sus días en la carne. Más bien implica que “no discernir nada más que humanidad en el Hijo, es no conocer al Hijo; y ver las divinas perfecciones bajo el velo de la humanidad, era ver al Padre en el Hijo.”1 Sólo el Espíritu en nuestros días nos puede revelar la naturaleza divina de Cristo glorificado.

         Isaías sienta un precedente de cómo es toda revelación divina. Su experiencia en el capítulo 6 de su libro, muestra elementos indispensables para determinar si una revelación es divina:

         « ¡Ay de mí! ¡Soy hombre muerto! ¡Mis ojos han visto al Rey, el Señor de los ejércitos, aun cuando soy un hombre de labios impuros y habito en medio de un pueblo de labios también impuros! Entonces voló hacia mí uno de los serafines trayendo en su mano, con unas tenazas, un carbón encendido tomado del altar. Y tocó con él mi boca, diciendo: —He aquí que esto ha tocado tus labios; tu culpa ha sido quitada, y tu pecado ha sido perdonado.»

         Esta experiencia del profeta contiene los mismos elementos de toda persona nacida de nuevo (Juan 3:3). Es un momento cumbre que marca un cambio radical en la vida del profeta y de todo hijo de Dios. Consideremos tres elementos esenciales que componen este momento. (1) Dios se le aparece en persona. (2) Dios revela simultáneamente su santidad, nuestra inmundicia y condición de muertos. (3) El profeta la confiesa y Dios manda a los serafines (tipo del Espíritu Santo) con fuego purificador y el profeta (y nosotros) se levanta con vida nueva y eterna y recibe una comisión. Hay otros elementos que podrían sumarse, pero nos quedamos con estos tres.

Dios se revela en forma personal

         Es una transacción de persona a persona. En el versículo 5, Isaías testifica: “¡Mis ojos han visto al Rey, el Señor!” La experiencia es de Isaías. En un período de su vida, Isaías parece haber estado involucrado muy de cerca con el rey Uzíasa que terminó leproso por arrogarse privilegios que no le pertenecían (ver los primeros 5 capítulos de Isaías), se acerca a Dios y Dios se le revela a él. No es lo que otros vieron y oyeron; no dice: “Esta es la revelación que tuvo fulano o zutano y cuando la leí (o la escuché), fui ungido para profetizar.” Dios se le reveló a Isaías; las palabras claves son: “Yo vi al Señor.

         La experiencia es personal y sus efectos no son transmisibles a otros por más que uno quiera pasarlos y otros apropiarse de estos. En el contexto espiritual, nadie vive por la revelación de otros, sean estos sus sucesores o personas muy cercanas. Padres, mentores y maestros nos pueden enseñar valores y principios cristianos, nos pueden señalar el camino a Dios, pero no nos pueden heredar su relación con Dios. Ser personas moralmente buenas no nos hace hijos de Dios. Hay gente moralmente buena en el mundo que no son hijos de Dios, están muertos en delitos y pecados (Efesios 2.1) porque no han tenido una revelación de Jesús. No han visto a Dios, ni se han visto a sí mismos, ni han sido tocados por el fuego del Espíritu Santo. Esto que el mundo llama valores o moralidad no nace necesariamente de haber visto a Dios. Su buena conducta no es el producto de una revelación personal de Dios.

         La conducta que satisfaga las demandas de Dios debe nacer de una revelación personal. Claro que contar lo que Dios nos ha mostrado ayuda a otros a desear tener esa experiencia.

La intención cuando contamos nuestras vivencias con Dios es estimular a quienes nos oyen y vean con ejemplos palpables su gracia, para que ellos se acerquen a Dios y él se les revele y pasen por el mismo proceso que Isaías.

         El capítulo 10 de Marcos narra la historia del hombre rico que se acercó a Jesús y le preguntó como “obtener la vida eterna”, y es un buen ejemplo de la verdad en este tema. Creía que todo lo que Dios demanda es cumplir sus mandamientos, específicamente los que Jesús, que conocía su corazón, le mencionó. Pero no alcanzó la vida eterna, aunque la deseaba, porque no vio a Dios en Jesús. Para él Jesús era un “maestro bueno”, no Dios hecho carne. Sin esta revelación, no hay fruto de una vida nueva y su admirable conducta de “hombre ejemplar” es solo disciplina y fuerza de voluntad natural que hombres en el mundo de diferentes religiones, cristianas y no cristianas logran cumplir, pero no satisface la justicia de Dios. Romanos 3.23 dice: …”No alcanzan la gloria de Dios” RVA). “Están destituidos de la gloria de Dios” (RVR1960). “Están privados de la gloria de Dios” (NVI). “Están lejos de la presencia gloriosa de Dios” (DHH).

Dios es el único quien nos muestra cómo somos realmente

         No tiene que ver nada con la introspección que es una “Mirada interior que se dirige a los propios actos o estados de ánimo”2 como esfuerzo personal para aprender de sus errores. La introspección es una herramienta de la sicología humana. El problema con esto es que nuestra tendencia es ser, por un lado, demasiado indulgente consigo mismo y por otro demasiado severo. En cualquier caso, de haber cambios positivos, no son permanentes pues no cambian la naturaleza y en el caso negativo es dañino. Todo lo que no se origina en Dios está destinado a fracasar.

         Pero aquí, es Dios quien nos muestra que lo que él ve es como somos en realidad. Es un diagnóstico real, nada bonito o agradable, pero Dios lo muestra, no para destruirnos sino para darnos vida (Juan). Es un acto de la misericordia divina hacia sus criaturas y nos da la oportunidad de humillarnos delante de él en arrepentimiento para que pueda darnos la vida con la que nos creó originalmente (Juan 10:10), y permanecer en ella.

         El “¡Ay de mí, pues soy muerto!” es siempre la reacción de quienes ven a Jesús en toda su gloria y está relacionada con la declaración de los serafines en Isaías 6:3: “¡Santo, santo, santo es el SEÑOR de los Ejércitos!”Pareciera una advertencia al mismo tiempo que una declaración. Cuanto más se acerca una persona a Dios más consciente está de la santidad de Dios, de su propia corrupción y de su sentencia de muerte. “Procuren la…santidad sin la cual nadie verá al Señor” (Hebreos 12:14). Solo quienes se han visto muertos y han sido tocados por el fuego del Espíritu Santo pueden ver a Dios. Solo los puros de corazón pueden ver a Dios y vivir.

         El orden es importante, por lo menos para nosotros, aunque para Dios no sea una secuencia sino algo instantáneo: Veo a Dios en su pureza, me veo a mi mismo en mi inmundicia, confieso mi condición de muerto en “delitos y pecados” (Efesios 2:1) y el Espíritu Santo me toca con su fuego y me dice: “Tu culpa ha sido quitada, y tu pecado ha sido perdonado” (Isaías 6:7 y Mateo 3:11).

         Es el mismo orden en el nuevo nacimiento y distingue entre el cumplimiento de los mandamientos de Dios como fruto del Espíritu Santo, en contraposición con una persona capaz de cumplir estos mandamientos sólo a fuerza de voluntad. Dios no toma en cuenta su esfuerzo pues no es el resultado de la obediencia a su voluntad ni el fruto de una relación íntima con Él.

         Yo me hago esta pregunta: ¿Será posible que existan personas “buenas” en la iglesia que no hayan visto a Dios y por lo tanto no hayan nacido de nuevo? Me temo que sí y no pocas. ¿Será posible que existan personas que hayan ido a encuentros y no hayan tenido un encuentro con Dios? Me temo que sí y digo esto sin ánimo de desacreditar los encuentros. Todos estamos expuestos a estructurar y a reducir a fórmulas religiosas la vida que solo puede venir de una relación personal e íntima con Dios.

         El apóstol Pablo, antes de su encuentro con Jesús, es un ejemplo bíblico de una persona que cumplía con todos los preceptos fundamentales que debía observar en la orden religiosa de los fariseos. Es más, creía estar sirviendo a Dios en su persecución de los cristianos. El relato bíblico de la transformación de Saulo de Tarso al apóstol Pablo, comienza con su consentimiento y participación en la muerte de Esteban en Hechos 8. Hasta que el Señor se revela a él en Hechos 9 y “él cayó en tierra”. Note el paralelo entre Isaías 6, Apocalipsis 1-3 y Hechos 9.

         Por tres días era como hombre muerto “estuvo sin ver, y no comió ni bebió.” Hasta que Ananías, un siervo de Dios, vino a Saulo y le ministró la vida de Dios y Pablo recibió su ministerio (como cuando el serafín tocó la boca de Isaías y éste recibió su ministerio). Esto no es coincidencia. Más bien confirma el patrón bíblico que no hay vida eterna sin una revelación de Dios.
En 1 Corintios 15:5-10 Pablo habla de la resurrección de Jesús:

…Apareció a Pedro y después a los doce. Luego apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales muchos viven todavía; y otros ya duermen. Luego apareció a Jacobo, y después a todos los apóstoles. Y al último de todos, como a uno nacido fuera de tiempo, me apareció a mí también. Pues yo soy el más insignificante de los apóstoles, y no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a la iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy.

         Una y otra vez Pablo dice en este pasaje que Jesús se “apareció”, sinónimo de “reveló” a muchas personas y a él: “Me apareció a mí también, uno nacido fuera de tiempo” (v.7.)

La confesión

         La confesión es resultado de ver a Dios. Veamos en Apocalipsis capítulos 1 al 3 algunos puntos que corroboran la visión de Isaías:

         (1) La revelación viene cuando estamos en el Espíritu: “Yo estaba en el Espíritu en el día del Señor”(Apocalipsis 1:10).

         (2) “Cuando le vi, caí como muerto a sus pies” (Apocalipsis 1: 17a).

         (3) “Y puso sobre mí su mano derecha y me dijo: “No temas” (Apocalipsis 1:17b).

         (4) Recibe instrucción de escribir lo que ve: “Así que, escribe las cosas que has visto.” (Apocalipsis 1:19).

         Espero no estar diciendo herejías. En primer lugar, es más fácil ver al Jesús de los evangelios que al Jesús de Apocalipsis.

         ¿Se da cuenta? La condición de Jesús en Apocalipsis ya no es la que vemos en los evangelios: La tendencia humana es ver a un hombre vestido de humanidad con todas las limitaciones que tenemos usted y yo, pero sin pecado. Se agotaba cuando caminaba bajo el sol; padecía de hambre y sed como usted y yo. Los hombres que lo crucificaron no vieron al Hijo de Dios. En Apocalipsis vemos a Cristo Jesús en la presencia del Padre glorificado con la gloria que yo tenía en tu presencia antes que existiera el mundo (Juan 17:5).

         Di vuelta para ver la voz que hablaba conmigo. Y habiéndome vuelto, vi siete candeleros de oro, y en medio de los candeleros vi a uno semejante al Hijo del Hombre, vestido con una vestidura que le llegaba hasta los pies y tenía el pecho ceñido con un cinto de oro. Su cabeza y sus cabellos eran blancos como la lana blanca, como la nieve, y sus ojos eran como llama de fuego. Sus pies eran semejantes al bronce bruñido, ardiente como en un horno (Apocalipsis 1:12-15)

         Me atrevo a decir que si no lo vemos como lo describen las Escrituras, particularmente Isaías y Juan, no recibimos todo lo que él recuperó para nosotros. Está bien ayudar a las personas que ministramos a expresar su convicción de muerte, pero no se trata de que repitan una oración que no nazca de una revelación de quién es Jesús el Cristo. Nuestra tarea es llevarlos a un “lugar” donde ellos puedan ver a Cristo glorificado.    

Sí, Juan también

         Cuando le vi, caí como muerto a sus pies. Y puso sobre mí su mano derecha y me dijo: “No temas.       Yo soy el primero y el último (Apocalipsis 1:17)

         Termino con tres frases que se repiten en cada uno de los mensajes a las siete iglesias de Apocalipsis, que también van dirigidos a las iglesias de hoy. La suya, la mía, se ubica en una o más de estas descripciones. Dios conoce nuestra condición. Dios revela como somos para que nos arrepintamos. Pero toca a las iglesias responder.

  1. “Yo conozco tus obras…

               (Éfeso) tu arduo trabajo y tu perseverancia…”

               (Esmirna) tu tribulación y tu pobreza…”  

               (Pérgamo) – dónde habitas…. Y retienes mi nombre y no has negado mi fe

               (Tiatira) – que tus últimas obras son mejores que las primeras.”

               (Sardis) – que tienes nombre de que vives, pero estás muerto… no he hallado que tus obras hayan sido acabadas delante de Dios.”          

               (Filadelfia) – tienes un poco de poder y has guardado mi palabra y no has negado mi nombre.”

               (Laodicea) – que ni eres frío ni caliente… porque eres tibio, y no frío ni caliente, estoy por vomitarte de mi boca.”

  1. Arrepiéntete (implícito o expresado)
  2. El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias”.

         No nos corresponde a nosotros pasar juicio. Jesús es quien viene a juzgar a vivos y a muertos (1Pedro 4:5). A sus siervos nos toca “estimularnos al amor y a las buenas obras” (Hebreos 10:24)

         Asegurémonos que nosotros y nuestros hermanos y hermanas con quienes nos congregamos vean la necesidad de ver al Jesús el Cristo glorificado.

A menos que se indique lo contrario, todas las citas bíblicas son de Reina Valera Actualizada 2015

Hugo M. Zelaya es el fundador de las Iglesias de Pacto en Costa Rica y hasta septiembre del 2017 fue el pastor general de la Iglesia de Pacto Nueva Esperanza en San José. Él y su esposa Alice viven en La Garita, Alajuela, Costa Rica.

Notas

  1. British Family Bible Commentary from Power BibleCD 5.9
  2. Diccionario de la Real Academia Española