Por Charles Hummel

¿Ha deseado alguna vez que el día tuviera treinta horas? Seguramente que el tiempo extra traería cierto alivio a la presión tan tremenda en que vivimos. Nuestras vidas dejan un trillo de tareas sin terminar. Cartas sin contestar, amigos que no hemos visitado, artículos que no hemos escrito y libros que no hemos leído.  Esos fantasmas asedian esos momentos de quietud cuando nos detenemos para evaluar nuestra situación. Necesitamos ayuda desesperadamente.

Pero ¿solucionaría nuestro problema realmente un día con treinta horas? ¿No estaríamos pronto tan frustrados como ahora con nuestra porción de veinticuatro? El trabajo de una madre nunca se termina, ni tampoco el de un estudiante, maestro, ministro o el de cualquiera. El transcurrir del tiem­po tampoco nos ayudará a ponernos al día. Los hijos crecen en número y en edad demandando más de nuestro tiempo. Una mayor experiencia en nuestra profesión, y en la iglesia, trae mayores de­mandas. De manera que nos encontramos trabajan­do más y disfrutando menos.

¿Revoltillo de prioridades?

Cuando nos detenemos para evaluar nos damos cuenta que nuestro dilema es más profundo que la falta de tiempo; básicamente, es un problema de prioridades. El trabajo duro no nos hace daño. Todos sabemos lo que es ir a toda velocidad durante largas horas, completamente entregados a una tarea importante. El cansancio resultante es acompañado por un sentido de cumplimiento y de alegría. Es la duda y el recelo, no el trabajo duro, lo que produce ansiedad cuando revisamos un mes o un año y nos sentimos oprimidos por el montón de tareas sin terminar. Vemos con inquietud que pu­dimos haber dejado de hacer lo importante. Los vientos de las demandas de los demás nos han he­cho encallar en un arrecife de frustración. Confe­samos, muy aparte de nuestros pecados: «Hemos dejado sin hacer aquellas cosas que debimos hacer; y hemos hecho aquellas que no debimos hacer.»

Hace algunos años, un experimentado gerente de una fábrica de tejidos me dijo: «Tu peligro más grande es dejar que las cosas urgentes desplacen lo importante.» El nunca supo lo duro que su máxima me había golpeado. A menudo regresa a mi mente para reprenderme y recordarme el problema crítico de las prioridades.

Vivimos en una constante tensión entre lo ur­gente y lo importante. El problema se agudiza porque las tareas importantes muy rara vez tienen que hacerse hoy o la próxima semana. Horas extras de oración y de estudio de la Biblia, una visita a un amigo que no es cristiano, el estudio cuidadoso de un libro importante: estos proyectos pueden es­perar. No obstante, las tareas urgentes requieren acción instantánea; las demandas sin fin nos pre­sionan cada hora del día.

La casa del hombre ya no es su castillo; ya no es un lugar para escapar de las tareas urgentes, porque el teléfono hace una brecha en las paredes con demandas imperiosas. La atracción momentá­nea de estas tareas parece irresistible e importante y devora nuestras energías. Pero, en la luz de la perspectiva del tiempo, su prominencia engañosa palidece. Con un sentido de lo perdido recordamos las tareas importantes que fueron desplazadas. Comprendemos que nos hemos hecho esclavos de la tiranía de lo urgente.

¿Cómo escapar?

¿Qué salida hay para un patrón de vida semejan­te? La respuesta la encontramos en la vida de nuestro Señor. La noche anterior a su muerte, Jesús hizo una declaración sorprendente. En la gran ora­ción de Juan 17, Jesús dijo: «He terminado la obra que me diste que hiciera» (v. 4).

¿De qué manera pudo usar Jesús la palabra «ter­minado»? Sus tres años de ministerio parecen ser tan cortos. Una prostituta en el banquete de Simón había encontrado perdón y una vida nueva, pero había muchos todavía que caminaban por las calles sin perdón y sin vida nueva. Por cada diez paralíti­cos que él había sanado, quedaban cientos impo­tentes. Sin embargo, esa noche final, con muchas tareas útiles que habían quedado sin hacer y con tantas necesidades humanas urgentes que no se habían llenado, el Señor tenía paz; sabía que ha­bía terminado con la obra de Dios.

La historia de los evangelios demuestra que Je­sús trabajó duramente. Después de describir un día muy ocupado, Marcos escribe: «Y cuando lle­gó la noche, después de la puesta del sol, comen­zaron a traerle a todos los que estaban enfermos y a los que estaban endemoniados. Y toda la ciudad se había congregado a la puerta. Y sanó a muchos que estaban enfermos de diversas enfermedades, y expulsó a muchos demonios (l :32-34).

En otra ocasión las demandas de los enfermos y lisiados le impidieron comer, de manera que sus parientes pensaron que estaba fuera de sí (Mar. 3: 21). Un día, después de una fuerte sesión de ense­ñanza, Jesús y sus discípulos se hicieron a la mar en una barca y ni aún la tempestad que se desató lo despertó (Mar. 4:35-38). Qué exhausto debió haber quedado.

Sin embargo; su vida nunca fue febril; tenía tiempo para la gente. Podía pasar horas hablando con una persona, como con la mujer samaritana en el pozo. Su vida refleja un equilibrio maravillo­so y una habilidad de escoger el momento oportu­no para producir el mayor efecto. Cuando sus her­manos querían que fuera a Judea, él respondió:

«Mi hora todavía no ha llegado» (Jn. 7:6). Jesús no dejó que la prisa arruinara sus dones. En su li­bro La Disciplina y la Cultura de la Vida Espiritual, A. E. Whiteham hace la siguiente observación:

«Aquí en este hombre se encuentra el propósito idóneo … el descanso interno, que envuelve su vida apretada en un aire de holgura: sobre todo hay en este hombre un secreto y un poder para tratar con los desechos de la vida, del dolor, del desencanto, de la enemistad, de la muerte; convirtiendo para el uso divino los abusos del hombre, trans­formando los lugares áridos del dolor en fruto, triunfando al final en la muerte y, haciendo de una vida corta de treinta años, truncada abrupta­mente, una vida ‘terminada’. No podemos admirar la serenidad y la belleza de esta vida humana y luego ignorar las cosas que la hicieron así.»

Espera las instrucciones

¿Cuál era el secreto del trabajo de Jesús? En­contramos una clave en Marcos, después de su re­lato de un día con Jesús. «Y muy de mañana, cuando todavía estaba oscuro, se levantó, y salió, y se fue a un lugar solitario, y allí oraba» (l :35). Este es el secreto de la vida de Jesús y su trabajo para Dios: Esperó las instrucciones de su Padre en una actitud de oración y la fuerza para seguirlas. Jesús no tenía un plan divino; discernía la voluntad del Padre día a día en una vida de oración. De es­ta manera desviaba lo urgente y cumplía con lo importante.

La muerte de Lázaro ilustra este principio. ¿Qué podría haber sido más importante que el mensaje urgente de María y Marta: «Señor, el que tú amas está enfermo»? Juan anota la respuesta del Señor en estas paradójicas palabras: «Y Jesús amaba a Marta, y a su hermana, y a Lázaro. Cuando supo, pues, que Lázaro estaba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaba» (Jn. 11:3,5-6). ¿Cuál era la necesidad urgente? Obviamente pre­venir la muerte de su amado hermano. Pero lo im­portante desde el punto de vista de Dios era levan­tar a Lázaro de los muertos. De manera que lo de­jó morir. Después Jesús lo resucitó como una señal de su magnífica declaración: «Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque muera, vivirá» (Jn. 11 :25).

Tal vez nos preguntemos, ¿por qué fue tan corto el ministerio de nuestro Señor? ¿por qué no pudo durar cinco o diez años más? ¿por qué permitió que tantos desdichados quedaran en su sufrimiento y su miseria? Las Escrituras no responden a estas preguntas y nosotros las dejamos en el misterio de los propósitos de Dios. Pero sabemos que la actitud de oración de Jesús esperando que su Padre le die­ra las instrucciones lo liberó de la tiranía de lo ur­gente. Le dio sentido de dirección, un paso estable y lo capacitó para hacer todas las tareas que Dios le asignó. Así que en la última noche él pudo decir: «He terminado la obra que me diste que hiciera.»

La dependencia libera

Encontramos libertad de la tiranía de lo urgente en el ejemplo y promesa de nuestro Señor. Al final de un vigoroso debate con los fariseos en Jerusalén, Jesús dijo a los que creyeron en él: «Si permanecéis en mi palabra, en verdad sois discípulos míos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres … En verdad, en verdad os digo, todo el que comete pecado es esclavo del pecado; … Así que, si el Hijo os hace libres, seréis libres en verdad» (J n. 8: 31-32,34,36).

Muchos de nosotros hemos experimentado la liberación de la pena del pecado, pero ¿le estaremos permitiendo que nos libere de la tiranía de lo ur­gente? El ha marcado el camino: «Si permanecéis en mi palabra.» Este es el camino a la libertad. Ad­quirimos su perspectiva por medio de la meditación de la palabra de Dios en una actitud de oración.

  1. T. Forsyth dijo en cierta ocasión: «El peor pecado es la falta de oración.» Generalmente, pensamos que entre los peores está el asesinato, el adulterio o el hurto. Pero la raíz de todo pecado es la autosuficiencia -la independencia de Dios. Si no esperamos con una actitud de oración para que Dios nos guíe y nos fortalezca, estamos indicando que no lo necesitamos. ¿Cuánto de nuestro servicio se caracteriza porque lo hacemos solos?

Lo contrario a esta independencia es la oración en la que reconocemos nuestra necesidad de ins­trucción y de provisión de Dios. Al respecto dice Donald Maillie: «Jesús vivió dependiendo comple­tamente de Dios, como todos debiéramos de vivir. Esta dependencia no destruye a la personalidad humana. El hombre nunca es tan verdadera y completamente personal como cuando vive en dependencia completa de Dios. Así es como la personalidad se desarrolla y la humanidad es más personal. «

Esperar en Dios con una actitud de oración es indispensable para un servicio efectivo. Como el tiempo de descanso en los juegos deportivos, nos permite recobrar el aliento y trazar nuevas estra­tegias. Allí es donde el Señor nos libera de la tira­nía de lo urgente. Allí nos enseña la verdad sobre él, sobre nosotros mismos y sobre nuestras tareas. Allí impresiona en nuestras mentes las asignacio­nes que quiere que llevemos a cabo. La necesidad sola no es el llamamiento; el llamamiento tiene que venir de Dios, quien conoce nuestras limitaciones. «Se compadece Jehová de los que le temen. Porque él conoce nuestra condición; se acuerda de que somos polvo» (Sal. 103: 13-14). Dios no es quien nos carga hasta doblarnos o rompernos con una úlcera o con un agotamiento nervioso, o un infarto. Estos vienen por la combinación de nues­tras compulsiones internas y la presión de las circunstancias.

Evalúe

El hombre de negocios moderno reconoce este principio de tomar tiempo para evaluar. Cuando Greenwalt era presidente de DuPont decía: «Un minuto gastado en planeamiento ahorra tres o cua­tro minutos en la ejecución.» Muchos vendedores han revolucionado sus negocios y han multiplicado sus ventas apartando el viernes por la tarde para planear con cuidado las actividades principales de la siguiente semana. Si un ejecutivo está dema­siado ocupado para detenerse a planear, podría encontrarse siendo reemplazado por otro que si lo haga. Si un cristiano está demasiado ocupado para detenerse a hacer un inventario espiritual y para recibir su asignación de Dios, se convertirá en un esclavo de la tiranía de lo urgente. Podrá tra­bajar día y noche y hacer mucho que pareciera significativo para él y para otros, pero no termina­rá la tarea que Dios tiene para él.

Un tiempo de quietud, de meditación y oración al comenzar el día, vuelve a enfocar nuestra relación con Dios. Comprométase de nuevo con su voluntad mientras piensa en las horas que están por delante. En estos momentos de calma, haga una lista en el orden de prioridades de las tareas que deben hacerse, tomando en consideración los compromisos que ya se han adquirido. Un buen general siempre tiene un plan de batalla antes de enfrentarse con el enemigo; no pospone las deci­siones básicas hasta que comience el fuego. Tam­bién está preparado para cambiar sus planes si una emergencia lo demanda. Así que intente llevar a cabo los planes que ha hecho antes que la batalla de ese día contra el reloj comience. También pre­párese para cualquier interrupción de emergencia o persona inesperada.

También tendrá que resistir la tentación de aceptar compromisos cuando llamen por teléfono. No importa si la agenda está despejada, tómese uno o dos días para pedir dirección antes de comprometerse. Es sorprendente ver cómo se vuelve menos imperativo el compromiso cuando no se oye la demanda de la voz. Si puede resistir la ur­gencia del momento inicial, está en mejor posición para pesar el costo y discernir si la tarea es la que Dios quiere para usted.

Además de este tiempo diario, aparte una hora a la semana para hacer un inventario espiritual. Escriba su evaluación de lo que pasó, anote cual­quier cosa que Dios le esté enseñando y planee sus objetivos para el futuro. También trate de reservar la mayor parte de un día cada mes para un inven­tario similar de alcance más largo. A menudo fra­casará. Es irónico, pues mientras más ocupado es­té, más necesita este tiempo de inventario, pero más difícil parece ser tomarlo. Es como el fanático que inseguro de su dirección dobla su velocidad. El servicio frenético para Dios pudiera convertirse en un escape de Dios. Pero si en una actitud de oración usted hace un inventario y planea sus días, le dará una perspectiva fresca en su trabajo.

Continúe el esfuerzo

Es una lucha continua y enorme en la vida cris­tiana apartar tiempo para Dios, para esperar en él, hacer inventario y planear adelante. Debido a que este tiempo de recibir órdenes para marchar ade­lante es tan importante, Satanás hará cualquier cosa para eliminarlo. No obstante, sabemos por experiencia que esta es la única manera de escapar de la tiranía de lo urgente. Así tuvo éxito Jesús. El no terminó con todas las tareas urgentes en Palestina ni con lo que le hubiera gustado hacer, pero sí terminó con la tarea que Dios le había dado. La única alternativa para la frustración es estar seguros que estamos haciendo lo que Dios quiere. Nada substituye al conocimiento de que este día, esta hora, en este lugar, estamos haciendo la volun­tad del Padre. Hasta entonces podremos pensar con ecuanimidad en las otras tareas que quedaron sin terminar y dejarlas con Dios.

Cuando venga el final, ¿qué podrá llenarnos de mayor alegría que la seguridad de haber terminado con la tarea que Dios nos dio? La gracia de nuestro Señor Jesucristo es lo que hace este cumplimiento posible. El nos ha prometido liberación del peca­do y el poder de servir a Dios en las tareas de su elección. El camino está claro. Si permanecemos en la palabra de nuestro Señor, seremos verda­deramente sus discípulos y él nos libertará de la tiranía de lo urgente, para hacer lo importante que es la voluntad de Dios.

Cuatro pasos que nos ayudarán a presupuestar nuestro tiempo

La siguiente selección del libro de Charles Hummel, Guidelines for Faculty Ministry, ha sido adaptado para dar algunas sugerencias prácticas para que lo urgente no nos impida hacer lo importante.

Todos reciben la misma cuota de veinticua­tro horas al día. Sin embargo, gran parte de la diferencia de lo que cada uno obtiene como resultado del uso de su tiempo, se debe a la variedad en sus habilidades, su energía y sus oportunidades.

En el análisis final, no debemos comparar­nos con los demás. Más bien, «como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios» (l Pe. 4: 10), cada uno de nosotros debemos hacemos sólo una pregunta básica: ¿Estoy empleando bien los recursos y las asignaciones que el Señor me ha dado?

Cuando las demandas sobre nuestro tiempo aumentan, su uso efectivo se vuelve más impor­tante que nunca. ¿Cómo podemos hacer un mejor uso de nuestro tiempo para asegurar los resultados que se requieren? ¿Cómo hacer un mejor uso de las pocas horas que tenemos dis­ponibles?

Nos ayudará hacer un paralelo entre presu­puestar pesos y horas. Muchos vencemos la tentación de gastar el dinero por impulso. Sin embargo, a menudo gastamos el tiempo res­pondiendo a un impulso de nuestros propios deseos o de las demandas de otros, quedándo­nos cortos en los proyectos que son más im­portantes.

Los siguientes pasos lo pueden llevar muy lejos en el uso productivo de su tiempo:

  1. Identifique sus prioridades. A menudo decimos que no tenemos tiempo para tal o cual proyecto. Pero lo que queremos decir realmente es que no lo consideramos tan im­portante como alguna otra cosa que queremos o necesitamos hacer. Por alguna razón hemos decidido usar las horas de una forma diferente. Pudiera ser una tarea que estamos forzados a hacer o simplemente algo que disfrutamos. En cualquiera de los casos, el asunto no es la falta de tiempo, sino el orden de las prioridades.

Por ejemplo, un amigo nos invita para asistir a una conferencia o a un concierto por la no­che, pero ya hemos decidido salir con la familia para comer. O no podemos sacar tiempo para conocer socialmente a las personas con las que trabajamos porque las actividades de la iglesia ocupan la mayoría de las noches. En cualquiera de los casos, podríamos decir: «Lo siento, no tengo tiempo.» Pero realmente, teniendo un número limitado de horas ya hemos decidido pasarlas de cierta manera en vez de la otra.

Después de un tiempo, el estilo de vida que llevamos tiende a incluir actividades que pu­diesen carecer de valor. De manera que es esen­cial que periódicamente revisemos nuestras prioridades, haciendo esta pregunta: «¿Cuáles actividades son realmente importantes en mi vida en este tiempo?»

No hay un plano dado por Dios para todos los cristianos en el uso de su tiempo, como no lo hay en el uso del dinero. Tenemos habilida­des, oportunidades, responsabilidades, necesi­dades personales y reservas de energía amplia­mente diferentes. No obstante, para cada uno de nosotros hay ciertos componentes básicos que hace a una vida saludable y productiva.

En primer lugar está la dimensión de las relaciones personales: con Dios, con la familia y con los amigos. Nuestra cultura activista y orientada a alcanzar sus metas es dura con es­tas relaciones. Identifique primero a las perso­nas importantes en su vida y considere las de­mandas que hace en su tiempo.

Luego, tome tiempo para anotar los proyec­tos de gran prioridad y reflexione en su impor­tancia relativa. No haga aún un horario. El pri­mer paso es sólo hacer una lista de las activida­des más importantes de su vida.

  1. Haga un inventario de su tiempo. Cuando se hace un presupuesto de dinero. no se toma lo ideal primero. Se comienza viendo adónde va el dinero en este momento. En este segundo paso se hace una lista de cómo usa actualmente su tiempo.

Hay que comenzar aquí porque su patrón de actividades es un cuadro de su estilo de vi­da presente con sus necesidades y deseos, con sus valores y metas. Esta es la realidad en la que hay que hacer ajustes.

Tal vez usted piense que no necesita este paso. Pero por qué no lo prueba por una se­mana. Haga un cuadro con los días divididos en segmentos de media hora. Asegúrese de anotar lo que hizo en cada período antes de acostarse: tiempo en el trabajo, asuntos perso­nales, comidas, lectura de la Biblia y oración, actividades con la familia, programas de la iglesia, visitas con amigos, etc.

Al final de la semana (o de dos) cuente las horas pasadas en cada actividad. Luego compá­relas con la lista de prioridades anotadas en el primer paso. Prepárese para una sorpresa.

Probablemente descubra discrepancias sig­nificativas entre sus prioridades principales y el tiempo invertido en ellas. En el siguiente paso usted puede enfrentar decididamente es­tas discrepancias.

  1. Presupueste sus horas. Ahora está listo para programar el uso de su tiempo. ¿Qué cambios necesita hacer en vista de sus priori­dades y de su inventario? Comenzando con la manera en que usted está usando sus horas ahora, prepare un plan que las haga más efec­tivas para alcanzar sus metas.

Busque un calendario con suficiente espacio para plantear los acontecimientos principales en el mes. Algunos de sus programas semanales y de sus actividades diarias permanecerán igual. Primero anote los compromisos con pocas o ninguna posibilidad de cambiar. Luego, consi­dere las actividades de gran prioridad que re­quieran más horas. Entonces haga las decisio­nes difíciles de acortar o eliminar aquellas actividades que le proporcionarán las horas adicionales que necesita.

Debe observar en este proceso un principio fundamental: no trate de hacer muchos cam­bios de una vez. Recuerde que el patrón pre­sente del uso de su tiempo refleja los hábitos desarrollados a través de los años. Algunos de ellos serán difíciles de alterar. Nuestro Señor es un maestro misericordioso que generalmente nos ayuda a aprender una lección a la vez. El ánimo recibido en los pequeños éxitos nos mo­tiva a apegarnos más al presupuesto.

Por ejemplo, si usted no tiene ahora separa­do un tiempo para leer la Biblia y orar, ponga su alarma de quince a veinte minutos más tem­prano. Si descubre que tiene problemas en des­pertar, decídase a retirarse más temprano por la noche.

Tal vez usted tenga demasiadas actividades de grupo que le impidan tomar el tiempo ne­cesario para desarrollar sus relaciones indivi­duales. Marque una o dos que deba desconti­nuar tan pronto como pueda terminar cortés­mente su responsabilidad.

Lo importante es planear por adelantado. Muchos han descubierto que un minuto empleado en planear puede ahorrar varios en la ejecución. ¡Trate de desarrollar su plan de batalla antes que comience el fuego!

  1. Gaste de acuerdo al plan. Ahora viene la parte difícil: una resolución firme y valiente de seguir lo planeado. Sea dinero u horas, un presupuesto sólo es bueno si se pone en prácti­ca. Solamente cuando sus planes realmente di­rijan sus acciones verá usted los resultados deseados.

Los primeros días pueden salir razonable­mente bien. Entonces vendrá una solicitud inesperada para la que no había presupuestado tiempo. Tal vez sea una tarea importante, algo que llenará la necesidad de otros. Usted se preguntará si es algo que Dios quiere que haga y que usted no había anticipado. ¿Qué hacer en tal caso?

Primero, resista la tentación de decidir in­mediatamente. Diga a la persona que lo presio­na que necesita pensarlo.

Segundo, vea su tiempo presupuestado. Si aceptara este compromiso imprevisto, ¿de dónde sacaría el tiempo? ¿Qué actividades programadas tendrían que ser recortadas o eliminadas?

Tercero, pese las dos oportunidades y haga una decisión difícil. Pudiera ser que Dios quisiera que cambiara sus planes, pero no antes de contar el costo. La elección es bien clara: disminuir la actividad planeada o reunir el va­lor de decir no.

Algunas veces fallará, pero no se desaliente. Hasta los ejércitos mejor entrenados pueden perder una escaramuza. Las dificultades impre­vistas impiden a veces que la batalla salga como se planeó: Cuando esto sucede se puede reagrupar, evaluar la situación nueva y seguir adelante de acuerdo a los lineamientos de su estrategia.

A fin de mes es necesario tomar tiempo pa­ra evaluar. ¿Hasta dónde ha reducido la distan­cia entre sus prioridades planeadas y sus acti­vidades? Si ha tenido éxito en una o dos áreas, ¿está listo ahora para enfrentar otra? Si tiene la tendencia de subestimar la cantidad de tiem­po para ciertas tareas, haga un presupuesto que se ajuste a la realidad. Una interacción constante, entre el planteamiento y la práctica le enseñarán mucho de usted mismo.

La mejor manera para ahorrar tiempo es eli­minando actividades completas en vez de tratar de cortar un poquito aquí y otro allá. Pudiese ser que tenga demasiados compromisos este año. Las lecciones que aprenda le pueden ayu­dar a resistir aceptar más de la cuenta el año próximo.

Dos vías que deben seguirse

La forma de usar nuestro tiempo tiene una de dos tendencias opuestas. Una es básicamen­te el empleo impulsivo: yendo por el día res­pondiendo a nuestros deseos o a las presiones del momento. La otra requiere un plan por adelantado que establece prioridades y hace decisiones con anterioridad.

La mayoría de nosotros vive entre estos dos extremos. No importa dónde nos encontremos en la escala, es posible hacer un progreso ‘en la dirección correcta, El apóstol Santiago nos asegura que «si alguno tiene falta de sabiduría, que la pida a Dios, el cual da a todos los hom­bres abundantemente» (Stgo. 1 :5).

Dios nos ha dado a cada uno de nosotros una combinación única de habilidades, opor­tunidades y energía. El nos ha prometido el discernimiento que necesitamos para emplear nuestro tiempo productivamente. Si aplicamos estos cuatro pasos, nuestras vidas podrán ser más efectivas en el servicio de nuestro Señor Jesucristo.

Usado con permiso de InterVarsity Christian Fellowship

Charles E. Hummel se graduó en la Universidad de Yale y recibió su maestria en ingenieria química del Instituto Tecnológico de Massachusetts. También tiene Maestría en Literatura Bíblica de Wheaton College en Illinois y un Doctorado en Humanidades en Geneva College en Pennsyvania. Charles ha servido por muchos años en InterVarsity Christian Fellowship. Ha escrito varios libros incluyendo Filled With the Spirit y Fire in the Fireplace (A punto de aparecer en es­pañol bajo el título El fuego en la chimenea, pu­blicado por Editorial Caribe). Este artículo es usado con permiso de InterVarsity Christian Fellowship.

Tomado de New Wine Magazine, Enero de 1982

Reproducido de la Revista Vino Nuevo vol. 4 nº 11- febrero 1983