El Reino de Dios es una teocracia. No es una democracia, i.e., «un gobierno por el pueblo y para el pueblo», sino un gobierno ordenado por Dios y para El.

«Porque en él fueron creadas to­das las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten; y él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia». (Col. 1: 16-18)

«Y estos son los dones que dio; algunos para ser apóstoles, algunos para ser profetas, algunos para ser predicadores de las Buenas Noticias, algunos para ser pastores y pro­fesores. Su función es la de equipar al consagrado pueblo de Dios para el servicio que debe rendir. Es su función edificar al Cuerpo de Cristo. Enton­ces llegaremos a ser una comunidad unida de her­manos, uno en nuestra fe y conocimiento del Hi­jo de Dios. Así nos desarrollaremos en hombres maduros hasta que lleguemos en toda la totalidad a la estatura de Cristo». (Ef. 4: 11-13, tra­ducción de William Barclay).

Pablo nos dice que la función de este quíntuple ministerio es la de equipar al pueblo de Dios para el servicio que debe rendir en la edificación del Cuerpo de Cristo.

Hay cinco propósitos principales que la estruc­tura bíblica tiene y que quisiera clarificar.

El primero es coordinar el trabajo que Dios hace por medio de otros miembros del cuerpo.

Dios es el SEÑOR DE LA MIES. Obviamente, él tiene un plan de cómo y dónde trabajar cada miembro. El que no recoge, desparrama andando entre el grano maduro sin entendimiento alguno de su lugar o posición … El apóstol Pablo dijo:

«Conforme a la gracia de Dios que me ha sido da­da, yo como perito arquitecto puse el funda­mento, y otro edifica encima; pero cada uno mire cómo sobreedifica». (1 Co. 3:10). Pablo, bajo inspiración divina, delineó los planos de edifi­cación que fueron ejecutados durante los prime­ros siglos por otros apóstoles. Las Epístolas son los planos del edificio, los Hechos de los Apósto­les son los cuadros o fotografías de la construc­ción. Mediante estos dos, Epístolas y Hechos, te­nemos una clara imagen de lo que ha de ser la estructura.

El apóstol se puede comparar al capataz de una construcción. El es quien dirige a los obreros para realizar los planos. Asimismo, el apóstol puede rápidamente clarificar argumentos doctrinales. Se le ha dado el Ministerio para que con más claridad pueda interpretar las directrices apostólicas ex­puestas en La PALABRA. Es el capataz que sobre la obra interpreta los planos y ayuda a otros a entenderlos con claridad. Es él quien contrata o despide a los obreros del tajo.

Idénticamente, los apóstoles y los profetas, trabajando juntos, tie­nen el ministerio de diagnosticar problemas espe­ciales dentro de la estructura. Ellos pueden ayu­dar a definir doctrina y unificar la iglesia cuando se levantan diferencias. Los hombres tienden a tambalear y detenerse en la indecisión e inseguridad, a menos que alguien con autoridad dirija con claridad. De otra forma seguirán una dirección carnal y posiblemente serán inducidos al error. Solamente aquellos bajo autoridad tienen autoridad.

A menos que comprendamos que hay UN CUERPO, estaremos propensos a creer que hay cuerpos competitivos. Si no reconocemos la autoridad regional del apóstol o apóstoles, según el caso, cada iglesia actuará independientemente de las otras, y posiblemente en un espíritu compe­titivo que causa deshonra a la obra y debilita to­da la estructura. El profeta trabajando conjunta­mente con el apóstol, tiene el don de prever la dirección de la iglesia. Su ministerio es el de seña­lar con el dedo al futuro. Mediante su interna vi­sión profética, Dios avisa de inminentes peligros. El es el atalaya en el muro.

El profeta puede ser usado en designar para el ministerio (Hech. 13 :2). Su ministerio no se ha de confundir con la manifestación del Espíritu, es decir, el don de profecía (1 Cor. 12: 10). El profe­ta va más allá de las limitaciones puestas para el don de profecía, i.e. «edificación, exhortación, consolación … » (1 Cor. 14:3). El don de profecía es una manifestación del Espíritu Santo. Puede operar en la Iglesia, en el hombre, mujer o niño. Sin embargo, el don del profeta es el don de Cris­to, y una manifestación del carácter de nuestro Señor, quien es el principal Apóstol, el mayor de los profetas, el autor de nuestro Evangelio, y el gran Pastor y Obispo de nuestras almas.

El don de gobierno ha sido dado al hombre (1 Cor. 12; 5). El profeta es un don a la Iglesia. En conclusión, el don del profeta es uno de los cinco ministerios dados por Cristo a la Iglesia (Ef, 4: 11) y forma parte del gobierno y estructura de la Iglesia. El don de profecía (1 Cor. 12: 10) es la manifesta­ción del Espíritu Santo para la edificación del Cuerpo local. Cualquier persona llena del Espíritu Santo puede ejercitar este don, sea mujer o niño. El profeta es un don como los demás dones mi­nisteriales. En cambio, el don de profecía (1 Co. 12: 10) es la manifestación del Espíritu Santo y el mensaje dado es el don a la iglesia. Por su­puesto, todas las manifestaciones o dones deben ser sujetas al juicio de los demás ministerios gubernamentales.

Para funcionar de manera apropiada, estos hombres deben representar correctamente a Cristo como su Cabeza. Estamos sufriendo el caos y desorden que hoy existe porque no hemos re­conocido el orden bíblico y la estructura espi­ritual.

Los Evangelistas, como todos sabemos, están investidos de un ministerio especial y el Espíri­tu de gracia está sobre ellos para traer nuevas al­mas a la familia de la fe. En el capítulo octavo de los Hechos, Felipe les predicó a Cristo en Samaria, y miles fueron añadidos al Señor y bautizados en agua. Pero el concilio apostólico en Jerusalén envió hasta allí a Pedro y Juan para orar sobre ellos y para que recibiesen el Espíritu Santo. De este modo, estos creyentes quedarían también bajo la autoridad de la Iglesia.

El ministerio de un pastor es el de guardar y alimentar las ovejas; el de continuar edificando de acuerdo con la Biblia y las instrucciones dadas por el apóstol. Un pastor puede ser un maestro, pero no todos los maestros tienen el don de ser pasto­res. El debe tener una intimidad especial y amor para las ovejas. El ministerio pastoral es un don especial para alimentar el rebaño de Dios sobre el cual el Espíritu Santo le hace un supervisor.

El número del rebaño determinará el número de ancianos o pastores en el cargo. En mi opinión personal, si hay una pluralidad de ancianos res­ponsables del rebaño, uno debe ser el líder indis­cutible, tomando las decisiones finales en ausen­cia de otra autoridad mayor. En relación con este pensamiento, sería beneficioso que examináse­mos juntos otra porción de la Escritura, halla­da en Primera de Corintios capítulo doce, versículo 28: «Y a unos puso Dios en la iglesia, prime­ramente apóstoles, luego profetas, lo tercero maestros, luego los que hacen milagros, después los que sanan, los que ayudan, los que adminis­tran, los que tienen don de lenguas».

Es cierto que Pablo está clarificando un punto: que hay diversidad en el Cuerpo y entre los dones ministeriales. Su propósito parece ser el de mos­trar la necesidad de cada don. No obstante, tam­bién está dando una forma de estructura y de au­toridad espiritual de cada uno de los ministerios. El dice claramente: «Y a unos puso Dios en la iglesia, primeramente apóstoles, luego profetas, lo  tercero  maestros». Parece que ha incluido en una principal categoría a evangelis­tas, pastores y maestros como maestros de la Pa­labra, pero entonces continúa enumerando varios dones según la autoridad espiritual en la iglesia, y dice: «luego los que hacen milagros, después los que sanan, los que ayudan, los que adminis­tran,» etc. Es interesante notar que menciona el don de milagros después de los pastores que son la autoridad de la iglesia local. Normalmente, quien tiene el ministerio de hacer milagros es situado en primer lugar de la lista de autoridad, pero ello ha causado mucho daño. Los «milagros» no están incluidos en los cinco dones ministeriales o gubernamenta­les aunque cualquiera de ellos puede manifestar el don de milagros.

De todas las ma­neras, hay otros que no son de los cinco dones ministeriales y pueden poseer un don de Espíritu, tal como el de milagros o sanidad.

El segundo propósito de esta estructura es el unificar el Cuerpo doctrinal­mente. Los ministerios ayudan a llevar el Cuerpo de Cristo a la unidad de la fe. Aparte de la unidad doctrinal, nunca podemos esperar lograr madurez espiritual como Iglesia y así estaremos siempre en peligro de engaño y divisiones. Re­cuérdese que la doctrina conduce a la práctica. Al igual que un tren rueda sobre los rieles, así la práctica es determinada por lo que nosotros cree­mos y sostenemos ser verdad. La unidad del Espíritu, o unidad que el Santo Espíritu produ­ce, depende de varias cosas.

Primero. La unión depende de la unidad en las doctrinas básicas. «Os ruego hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre voso­tros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo pa­recer». (1 Cor. 1: 10).

Segundo. Ello depende de una experiencia es­piritual común. La comunión profunda depende de una profunda y común experiencia en Dios. Si todos hemos bebido del mismo Espíritu, en­tonces hay una mutua experiencia espiritual que todos podemos compartir. Pablo dijo a los Corin­tios: «De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carna­les, como a niños en Cristo». (1 Cor. 3: 1).

Allí había poca fraternidad porque todavía eran bebés en el Señor y estaban divididos por ac­titudes sectarias.

Tercero. La unidad es el resultado de la obe­diencia a la autoridad divinamente delegada. Si no hay obediencia a esta autoridad, la unidad es imposible. La cabeza espiritual debe estar someti­da a Cristo para tener autoridad. Tenemos comu­nión unos con los otros cuando caminamos en la luz, y para caminar en la luz debemos caminar en sumisión a la cabeza.

Con la luz viene el poder. Con la luz llega la liberación de la esclavitud satánica. En el Salmo 107: 10 leemos: «Algunos moraban en tinieblas y sombra de muerte, aprisionados en aflicción y en hierros, por tanto fueron rebeldes a las palabras de Jehová».

Ya sea que lo hagamos con conocimiento o en ignorancia, cuando no nos sometemos a la Palabra de Dios y a la obediencia de la autoridad espiri­tual que ha sido delegada, nos encaminaremos a la aflicción de nuestras vidas personales y, segui­damente, al aprisionamiento de duras cadenas de temor y culpabilidad. El situarnos bajo verdadera dirección espiritual es una protección divina. Fá­cilmente uno puede ser objeto del ataque enemigo y de la opresión cuando se revela en contra de su cabeza, ya sea contra la cabeza de la iglesia o en contra de un consejero nombrado por la misma sobre los jóvenes creyentes, o en contra de la ca­beza del hogar.

Cuando alguien no se somete a la autoridad divina, queda expuesto al engaño y pue­de llegar a estar bajo una servidumbre opresora. En el versículo 12 leemos: «Por eso quebrantó con el trabajo sus corazones; cayeron, y no hubo quien los ayudase». El remedio para todos noso­tros se define aquí claramente. «Luego que cla­maron a Jehová en su angustia, los libró de sus aflicciones». Un verdadero arrepentimiento para con Dios y sumisión a la autoridad delegada le sacará de esta opresión y le libertará de sus cade­nas.

El tercer propósito de la estructura es fortalecer el cuerpo. El Cuer­po se edifica a sí mismo en amor según la labor eficaz de cada parte en su medida… «según la actividad propia de cada miembro, recibe su cre­cimiento para ir edificándose en amor». (Ef. 4: 16).

En un sentido espiritual, cada miembro tiene algo que suplir… no meramente asis­tencia financiera. Es un Cuerpo estruc­turado, no una masa de creyentes esparcidos por todo el mundo … Sino que está «bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miem­bro»… (Ef. 4:16).

Pablo escribiendo a la iglesia de Colosas dijo: » … todo el cuerpo, nutriéndose y uniéndose por las coyunturas y ligamentos, crece con el crecimiento que da Dios». Sin la estructura y la dirección espiritual no están en­cajados juntos y se hacen débiles, se dividen y son así una presa fácil del diablo cuyo propósito es el de dividir, engañar y destruir. Jesús dijo: » … toda ciudad o casa dividida contra sí misma, no perma­necerá». (Mt. 12:25)

Observemos que no es sólo una casa dividida, sino también una casa dividida contra sí misma y en guerra consigo misma, en competición y oposición dentro de sí misma. A menos que haya el reconocimiento de un gobierno espiritual, los resultados continuarán siendo los que hoy día vemos en todo el mundo, «una casa dividida con­tra sí misma».

¿Qué necesidad hay de reconocer estos ministe­rios? ¿No pueden funcionar «cubiertos» sin la necesidad de reconocerlos?

PRIMERAMENTE, cuando uno no reconoce el ministerio, tampoco acepta el consejo dado co­mo del Señor, es meramente otro hermano ha­blando y su consejo es el mismo que el de otra persona. Por lo tanto, nos inclinamos a tomar el consejo del que nos hace las cosas más fáciles y del que concuerda más con lo que queremos ha­cer.

EN SEGUNDO LUGAR, al no reconocer los variados ministerios, no podemos saber dónde encajan ciertos ministerios dentro de la estruc­tura. Por ejemplo: probablemente un evange­lista haciendo la obra de pastorado destruiría el trabajo en poco tiempo. El no estaría cualificado para enfrentarse a los problemas de la iglesia, y no podría conducir al rebaño a profundizar en la Pa­labra. Es extremadamente importante para la salud general de toda la obra de Dios tener el hombre adecuado en la posición adecuada.

También es importante reconocer el hecho de que Dios ha colocado apóstoles en posiciones regionales de autoridad.

Aun cuando un apóstol puede ministrar amplia­mente al Cuerpo de Cristo, encontrándose fuera de su jurisdicción regional, su autoridad es válida solamente cuando es reconocida y él es invitado. Al menos que sea invitado y recibido, su autori­dad está limitada a las obras bajo su cuidado a las iglesias que él personalmente ha establecido. Pablo dijo: «Si para otros no soy apóstol, para vosotros ciertamente lo soy; porque el sello de mi apostolado sois vosotros en el Señor». (1 Co. 9:2).

En su libro «La Iglesia Cristiana Normal», Watchman Nee dice: «Un apóstol deberá ir y tra­bajar en un determinado lugar siempre que la igle­sia local le invite o cuando él haya recibido una revelación de parte de Dios para trabajar allí. En este último caso, si hay una iglesia en esa zona, él puede escribir informándoles de su lle­gada, así como Pablo informó a las iglesias en Corinto y en Roma. Estas son las dos líneas que marcan el trabajo de un apóstol, él deberá o bien recibir una revelación directa de la voluntad de Dios, o una revelación indirecta mediante la invi­tación de una iglesia».

¿Cuáles son las señales de un apóstol? Pablo las enumeró claramente cuando dijo: «Con todo, las señales de apóstol han sido hechas entre vosotros en toda paciencia, por señales, prodigios y mila­gros» (2 Cor. 12: 12). La prueba del ministerio de un apóstol es la obra que ha establecido. (1 Cor. 9:2). Su trabajo es prontamente reconocible por su ministerio de coordinar, de poner el fundamen­to doctrinal, de disciplinar, de imposición de ma­nos o impartir los dones del ministerio mediante profecía (l Tim. 2: 18, 2 Tim. 1:6 y Rom. 1: 11). Su ministerio consiste en coordinar y organizar. El es el dedo pulgar de la mano que toca todos los demás dedos y se relaciona con todos los otros ministerios.

Había muchos apóstoles en el Nuevo Testamento aparte de los doce quienes fueron los enviados a las doce tribus de Israel, y de Pablo que era el apóstol a los Gentiles. Bajo su dirección había también otros apóstoles como aquellos que traba­jaron junto a él en una autoridad similar o igual.

El cuarto propósito de la estructura divina es el asegurar al cuerpo la bendición de Dios.

David dice en el Salmo 133: ¡Mirad cuán bue­no y cuán delicioso es habitar los hermanos jun­tos (no la visita del domingo) en armonía! Es como el buen óleo sobre la cabeza, el cual des­ciende sobre la barba, la barba de Aarón, y baja hasta el borde de sus vestiduras … «

Cuando la cabeza está bajo el gobierno de Dios, y en el lugar que Dios desea, entonces podemos esperar que el cuerpo reciba la bendición del acei­te que es derramada sobre la cabeza … Si la cabeza está enferma, todo el cuerpo estará lleno de aflic­ción. Cuando se carece de dirección, el cuerpo sufre. Cuando la dirección es carnal, el cuerpo se enferma. Esporádicamente puede presentarse una bendición en la iglesia debido a la misericordia de Dios, pero por falta de estructura espiritual no durará. El aceite de la unción debe primero derramarse sobre la cabeza. Y es entonces cuando fluye sobre los que están bajo autoridad.

Quinto. El propósito de la estructura y la enseñanza de obediencia a la autoridad delegada puede revelas debilidades y puede sacar a la luz una mala actitud que de otra manera permanecería sin detectar. Aquellos con los que nos relacionamos espiritualmente son para nosotros como espejos. La forma de relacionarnos con nuestra cabeza, ya sea pastor, padre, diácono o consejero, puede ser una indicación de nuestra relación con Dios. Si nos rebelamos en nuestros corazones contra la au­toridad espiritual, probablemente también habrá rebelión en nuestro corazón contra Dios, el autor de todo gobierno Divino en la Iglesia … Es Dios quien dio estos ministerios y Dios quien instituyó el hogar, por lo tanto, toda rebelión (en su origen) se puede señalar como rebelión contra Dios.

La forma de relacionarnos con los de igual au­toridad a la nuestra, puede revelar áreas en nues­tras vidas donde hay egoísmo. Hemos de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, y nues­tros prójimos siempre están prójimos a nosotros.

¿Nos preferimos, en honra, unos a otros o deman­damos nuestros derechos?

La forma de relacionarnos con los que están bajo nuestra autoridad, puede po­ner en evidencia cosas escondidas que hay en nuestros corazones. ¿Cómo ejercemos nuestra autoridad sobre los que están bajo nosotros? ¿Los dominamos, o somos afables y gentiles con ellos? Recordemos que estamos en posiciones represen­tativas. ¿Cómo trataría Cristo a esa persona? Este debe ser nuestro criterio. ¿Cómo responde­mos a la autoridad que nos es dada? ¿Huimos de su responsabilidad o nos aprovechamos de nuestra posición para inflar nuestros egos? Los que están bajo nosotros son también espejos en los que haríamos bien mirarnos.

La cabeza espiritual no debe ser arrogante pero tampoco debe ser apologista. El está bajo autoridad y por lo tanto tiene autoridad y debe dar cuenta a su cabeza como un fiel ma­yordomo de Dios. La Palabra nos dice: «Obede­ced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta; para que lo hagan con alegría, y no quejándose, porque esto no es provechoso». (Hb.13:17).

La rebelión que hay en nuestros corazones no siempre se reconoce, especialmente cuando ca­minamos solos. Por ejemplo: Saúl no había obe­decido al Señor por entero. El aparentemente ignoraba su rebelión, hasta que Samuel, que le había ungido por rey, le vino a visitar. Samuel detectó la rebelión en el corazón de Saúl, aunque Saúl primero negó y se justificó diciendo que había obedecido al Señor:

«Vino, pues, Sa­muel a Saúl, y Saúl le dijo: Bendito seas tú de Jehová; yo he cumplido la palabra de Jehová» (1 Sam. 15: 13). De todas formas, los resulta­dos eran evidencia en su contra y Samuel dijo: «¿Pues qué balido de ovejas y bramido de vacas es este que yo oigo, con mis oídos?».

Entonces Saúl comenzó a excusarse de una forma razonable desde el punto de vista carnal, pero Dios dijo: «¿Se complace Jehová tanto en los holocaustos y víctimas, como en que se obedezca a las pala­bras de Jehová? Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros. Porque como pecado de adivinación es la rebelión, y como ídolos e idola­tría la obstinación» (1 Sam. 15 :22-23). Por ello, cuando uno está bajo autoridad, la rebelión que pudo haber estado oculta durante años, es clara­mente evidenciada y expuesta a la luz, ya que «la luz es lo que manifiesta todo … » (Ef. 5: 13).

Quizás en su corazón usted no sienta rebelión, pero ¿está obedeciendo a lo que se le ha indicado hacer? Puede haber rebelión en el subconsciente que no sale a relucir hasta que se le pide hacer algo que le desagrada y que crucifica a la carne o humilla su orgullo…

Por último, el propósito del gobierno divino o la estructura dentro de la iglesia, no es ocupar el lugar del Espíritu Santo en la vida del creyente, sino el ayudarle a encontrar la voluntad de Dios para su vida y serIe de utilidad para comprender lo que Dios le está diciendo. Hay muchos naufragios y muchas bajas en las filas de los soldados debido a una dirección defectuosa. Me duele el corazón al ver vidas arruinadas y esperanzas truncadas por las decisiones necias y guía carnales.

El situarse bajo una autoridad espiritual que a la vez está bajo autoridad, es una provisión divina para ayu­damos a discernir la mente del Señor en las cosas espirituales y personales. Tenemos tendencia a aconsejar a los que tienen problemas matrimo­niales, pero nos inhibimos de ayudar a aquellos que se encuentran en una relación prematrimo­nial. Esto es un error y hemos de ayudar a los jóvenes a encontrar la voluntad del Señor para sus vidas futuras. El consejo y la enseñanza antes del matrimonio son aun más importantes y útiles que el consejo después que el hogar se ha comenzado a deteriorar y anidan en ella amargura y el resenti­miento. Esta autoridad no es dominio. La sumi­sión es voluntaria. Es una actitud del corazón.

Es un acto de fe en Dios. No es una sumisión al hombre sino «como al Señor». El confiar en Dios para aceptar el hecho de que él habla a los que están por encima de nosotros, involucra fe. Usted ha de buscar la guía del Señor personal­mente, de manera que el consejo recibido sea con­firmado en su propio corazón. Si el Señor le muestra algo que es contrario a lo que le indica su superior, entonces debe estar provisto el que usted pueda apelar a un tribunal de autoridad más alto en la iglesia.

Cuando la esposa o niños son maltratados, la iglesia debería ser llamada para enjuiciar el caso y administrar justicia. Si la cabeza de la iglesia local es deficiente, entonces el cuerpo debe apelar al apóstol regional o consejo de apóstoles, según sea el caso.

Quizás se pregunte: pero querido hermano, ¿dónde existe tal cosa? Honestamente, no lo sé. Pero con la luz, vendrá el orden. Porque Dios está levantando ministerios por toda esta nación y por el mundo. Al reconocer la estructura de Dios y Su plan, nosotros podemos trabajar juntos con él y no contra él. Cuando todos busquemos la autoridad suprema de Dios, enton­ces el Señor, la Cabeza de la Iglesia, nos hará conocer claramente Su voluntad. La unidad de toda la estructura comienza con la célula más pequeña. Esta célula puede ser el hogar que es hoy objeto de un terrible ataque, o la pequeña célula en la iglesia local. «Donde dos o tres se congregan en mi nombre»; esta es la célula más ínfima de la estructura.

Satanás querrá impedir que tenga unidad y co­munión con las personas con las cuales Dios le llama a trabajar. Lanzará sus dardos de fuego tra­yendo acusaciones y divisiones. Este es el poder de las tinieblas. No lo ignoremos. Cuando tiene la luz, está protegido con la armadura divina. La Palabra que le da luz, es la armadura que le pro­tege del poder de las tinieblas (EL 6: 11-17).

El mundo está esperando la manifestación de los hi­jos de Dios. Hemos de orar, «hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra». En el cielo hay orden, gobierno, amor y armonía. El Cuerpo de Cristo en la tierra ha de reflejar la per­fecta voluntad de Dios en el cielo. Estar presto a sacrificar ambición personal y orgullo, para ver el cumplimiento de este misterio revelado al apóstol Pablo, y ayudar a que sea contestada la oración de nuestro Señor: «Para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros … » (Juan. 17 :21).

Daniel Del Vecchio trabaja en el sur de España desarrollando principalmente una labor entre jóvenes con muy buenos frutos. El artículo que publicamos es una condensación del capítulo siete de su libro titulado «Piedras Fundamentales» que será publicado próxi­mamente por la Editorial CLIE.

 Reproducido de la Revista Vino Nuevo Vol. 3 nº 9 set-octubre 1980.