Por Charles Simpson

La perspectiva que he escogido para este artículo tiene que ver con lo que Dios está diciendo con respecto a la obediencia a su palabra. El texto bá­sico lo encontramos en Hebreos, un libro que ha­bla sobre el descanso y la responsabilidad. El des­canso que se describe allí consiste en entrar en el gobierno de Cristo, el Reino de Dios, aceptando su propósito en nuestras vidas personales y en la vida corporativa de la Iglesia. La responsabilidad que se revela en esta epístola estriba en nuestra obediencia a Dios hasta que lleguemos a alcanzar ese descanso y ese lugar de gobierno que él quiere que tengamos.

Una de las razones por las que no somos muy populares con ciertos cristianos es porque les recordamos de sus responsabilidades. Les decimos que hay descanso, pero también les infor­mamos que existen condiciones para entrar en él. Les hacemos saber que tienen que responder al evangelio, y que, si no lo hacen, no podrán entrar de lleno en los propósitos de Dios.

Tenemos la obligación de actuar cuando Dios nos habla. Todos hemos orado a Dios para que nos hable. Cuando su palabra viene ya no podemos comportarnos como si no lo hubiese hecho; no podemos seguir nuestro camino sin sentirnos más responsables que antes que viniera la palabra.

Vivimos en un tiempo en el que Dios a menudo nos ha ha­blado. No conozco de ninguna otra generación en la historia que recibiera la cantidad de revelación que tenemos. Según la ley de sembrar para cosechar, debemos de estar a punto de tener una manifestación mundial del propósito de Dios, porque Dios ha sembrado más verdad en esta generación que en ninguna otra.

Cuando recuerdo las conferencias a las que he asistido, vienen a mi memoria muchas cosas significativas que Dios dijo. Recuerdo mensajes especí­ficos traídos por Derek Prince, Don Basham, Bob Munford, Ern Baxter y otros hombres de Dios que me hicieron pensar en algo que deberíamos de hacer y obedecer. Sin embargo, tristemente, muchas veces la gente oía la palabra con liviandad, casi como un entretenimiento.

Cuando Dios da su aporte a su pueblo no es para que se diviertan o se sientan bien o mera­mente para inspirarlos; por más necesarias que sean estas cosas. Lo que él busca es cierta respuesta ac­tiva y el reconocimiento de su palabra que mani­fieste tangiblemente el propósito suyo para las na­ciones. Demasiadas veces he visto que la palabra cae aparentemente en un precipicio o en un gran agujero. Por supuesto que no siempre sucede así, pues hay quienes sí oyen la Palabra, pero por lo general mucha gente la desatiende.

He oído a hombres de Dios compartir la palabra y he esperado una respuesta de los que oyen, pero el mensaje ha caído en oídos sordos. Nunca he visto que Derek Prince predique sin darle oportunidad a la gente para que actúe. Hace algunos años estuvimos en un campamento cris­tiano y los coordinadores me pidieron que anun­ciara y oficiara un servicio de bautismos. Cuando pregunté cuántos planeaban bautizarse, sólo ocho personas levantaron sus manos. Derek entonces me dijo que esperara un poco porque él iba a predicar sobre el bautismo.

La gente nunca había oído antes lo que dijo en su mensaje. Todos los que lo oyeron sintieron que si no se bautizaban inmedia­tamente iban a ir a parar al infierno venido el fin de semana. 150 personas vinieron para bautizarse después del mensaje. La gente estaba tan motivada, que algunos de ellos se metieron al agua antes que yo. Respondieron en una forma definida al men­saje.

Jesús, la palabra encarnada de Dios

Somos un pueblo que ha oído mucho, pero Dios desea también que obedezcamos. Dios nos da su palabra para que hagamos algo tangible y visible en obediencia, porque un día tendremos que darle cuentas de cada una de las palabras que él nos habló. Hebreos 1: 1-3 dice:

Dios, habiendo hablado hace mucho tiem­po – en fragmentos, y de muchas maneras, -a los padres por los profetas, en estos últimos días nos ha hablado en su Hijo, a quien consti­tuyó heredero de todas las cosas, por medio de quien hizo también el mundo.

El es el resplandor de su gloria y la expresión exacta de su naturaleza, y sostiene todas las cosas por la palabra de su poder. Después de llevar a cabo la purificación de los pecadores, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas.

Este pasaje dice que Dios nos ha hablado por medio de su Hijo. Como lo ha dicho Ern Baxter en tantas ocasiones, no hay revelación mayor o posterior que el Hijo de Dios.

Cuando el escritor de Hebreos dice: «en estos últimos días nos ha hablado en su Hijo», lo que quiere decir es que Dios nos ha dado la última pa­labra. La Palabra de Dios ha sido plenamente manifestada en Jesucristo. La manifestación total y encarnada de la Palabra de Dios llegó ya. Dios dio el «logos» y el «rema» en Cristo. El es la tota1idad y la plenitud de la Palabra de Dios en la tierra.

Hebreos dice que él es el heredero de todas las cosas. El es la palabra y el propósito de Dios. El es lo que Dios dice y recibe todo lo que Dios hace. Es la imagen y el heredero. Vino para revelar a Dios y cumplió con su propósito. Todo lo que ja­más lleguemos a descubrir de Dios está manifestado en Jesucristo.

Si hay algo nuevo de Jesús hoy, no es realmente nuevo porque ya estaba en él desde antes del principio. Lo puedes escudriñar pero nunca descubri­rás todo lo que hay en él. Nada de lo que se encuentra en Dios, está fuera de la encarnación de Jesucristo, porque la plenitud de Dios está en él.

Jesús vino a revelar el gobierno del Reino de Dios y a purificar a los hombres de sus pecados que los separaban de él. Realmente que no hemos comprendido el verdadero significado del pecado y la razón por la que es malo. Decimos que fumar es malo porque es dañino a nuestra salud. Es cierto, pero hay una razón más seria por la que es perju­dicial: Pudiera ser la cosa que nos impide obedecer la voluntad de Dios; eso es infinitamente peor.

El pecado es una abominación porque nos impide entrar en el Reino. Con sólo eso como razón, no importa el resto de lo que haga. De manera que Jesús no sólo vino a revelarnos el gobierno de Dios, sino también a liberarnos de los impedimentos del pecado que no nos permitían someternos al gobier­no de Dios ni ver su voluntad hecha completamente en la tierra.

Preste mayor atención

En esencia, el evangelio son las buenas noticias de que Jesucristo, el Hijo de Dios vino, vivió una vida sin pecado, murió por nuestros pecados, re­sucitó al tercer día, ascendió para sentarse a la diestra del Padre, desde donde reina ahora como Rey y Gobernador Supremo, con todas las cosas bajo su sujeción. El es la palabra única de Dios en toda la creación, y todo lo que Dios está diciendo lo hace por medio de Jesucristo. Sabiendo esto, leemos en Hebreos 2: 1-3:

Por tanto, debemos prestar mucha mayor atención a lo que hemos oído, no sea que nos desviemos. Porque si la palabra hablada por medio de ángeles resultó ser inmutable, y toda transgresión y desobediencia recibió una re­compensa justa, ¿cómo escaparemos nosotros si descuidamos una salvación tan grande?

Debemos prestar mucha mayor atención a lo que Dios nos ha dicho por medio de su Hijo que cuando los ángeles hablaron. Esto no es para mini­mizar lo que hablaron ellos, porque cuando lo hicieron, la Escritura dice que fue de tremendo im­pacto. Pero ahora Dios dice: «Más que cuando los ángeles hablaron a Abraham y ajustaron radical­mente el curso de su vida, o cuando le hablaron a Daniel, o le ministraron a Pablo o a Juan, presten mucha mayor atención, porque no es un ángel el que les habla; es mi Hijo quien me representa a plenitud». Si las palabras de los ángeles tuvieron un impacto tan grande en estos santos, ¿cómo de­bieron serlo en nosotros las palabras de nuestro Rey Jesucristo?

Si queremos que Dios continúe hablándonos, tenemos que responder a lo que él nos ha dicho. Si obedecemos con fe, no hay límite a lo que Dios está dispuesto a decirnos. También nos dice este pasaje que no podemos ignorar las palabras de Cristo y salir ilesos. Cuando Dios se dirige a un grupo de personas y les habla una verdad y ellos la ignoran, no cabe liberación para ellos, porque esta viene con la obediencia a la palabra del Señor.

Podemos tener seguridad y estar libres de temor si como hijos suyos le obedecemos. Pero no hay escape posible si ignoramos su Reino. Los que ha­cen a un lado a la piedra angular en su afán de erigir castillos sin el Rey, según las Escrituras, no tienen escape, porque lo que hacen está fuera del plan eterno de Dios.

Debemos prestar mucha mayor atención. No podemos ignorar que Jesús se sienta en su trono. Tenemos que decidir cuál es nuestra postura con respecto a la soberanía de Dios, porque la tierra neutral se nos encoge en los propósitos de Dios. Es como la historia del golfista que golpeó la bola y cayó en un hormiguero. Golpeó luego la prime­ra vez, pero falló y mató a cinco mil hormigas; intentó la segunda vez y mató a dos mil y así fue haciendo el intento y fallando y matando hormigas hasta que sólo quedaron dos. Una de ellas se vuelve a la otra y le dice: «Subámonos a la bola* si queremos sobrevivir».

* act on the ball: modismo anglo que significa estar alerta o ser competente.

Dios nos está quitando el terreno neutro y si queremos sobrevivir, deberemos ser parte de su plan.

Considere atentamente

Necesitamos prestar mayor atención, más que cualquiera otra generación. En Hebreos 3, el es­critor dice: «Por tanto, hermanos santos, partici­pantes del llamado celestial, considerad a Jesús, el Apóstol y Sumo Sacerdote de nuestra fe» (v.1). Esto nos dice que la manera de prestar mayor atención es fijando nuestros pensamientos en Jesús; entrelazados con él y comprometidos a no desviarnos de su propósito pase lo que pase. Note también que dice: «participantes del llamado ce­lestial». Ese llamamiento viene del cielo, no para ir al cielo, sino para establecer el Reino de Dios en la tierra.

Considerar es fijar los pensamientos en Jesús, no en su recuerdo. No es pensar en cómo eran las cosas cuando Jesús estaba vivo. Jesús está vivo.

Considerar a Jesús no es pensar en el hombre his­tórico de Galilea o en lo que hizo cuando estaba en la tierra, sino en él que se sienta en el trono, ahora mismo. Si vemos a Jesús en el trono y esta­mos alertas, oiremos al Espíritu Santo que dice:

«Hoy» con «H» mayúscula. «Hoy … no endurez­cáis vuestros corazones, como en la provocación». Ese Hoy es el momento de Dios para obedecer.

Dios el Espíritu Santo dice que ahora es el mo­mento de obediencia. No endurezca su corazón como Israel.

Israel endureció su corazón cuando Dios los pro­bó y ellos no respondieron en la manera esperada. En Éxodo 17: 1-7 leemos de la gran celebración carismática al otro lado del Mar Rojo, poco después de que los israelitas vieron cómo se ahogaban sus enemigos. Cantaron el canto de Moisés en un tiempo glorioso. Pocos días más tarde, cuando ca­minaban por el desierto y les hizo falta agua, co­menzaron a murmurar contra Moisés. Era el lugar de la prueba y los provocó a altercar entre ellos.

Si nuestros ojos están puestos en el Señor, cuan­do venga el tiempo de la prueba responderemos como él quiere. De lo contrario, ese tiempo se convertirá en ocasión para reñir y tentar y probar la palabra de Dios. No cometa ese error. Cuando Dios lo esté probando, deje que lo haga hasta donde él quiera, pero no vuelva las cosas al revés. Déjese probar por la palabra de Dios y haga lo que él diga.

Si queremos entrar en lo que Dios tiene para nosotros, debemos permitir que su palabra nos pruebe sin murmurar ni quejarnos.

La queja encallece el espíritu y cuando la pala­bra de Dios viene, no puede discernir si viene de él o del hombre, y la pone a prueba. Israel hacía res­ponsable a Moisés por la prueba: «Moisés nos dijo que hiciéramos esto … » «¿Quién se cree Moisés que es él?» Por eso Dios se disgustó con ellos y dijo: «Este pueblo nunca entiende. Siempre se desvían en su corazón. Juro que nunca entrarán en la tierra».

Tenemos que estar listos para obedecer si que­remos entrar en lo que Dios tiene para nosotros y no permitir que nuestros corazones se endurezcan cuando venga la prueba y nos impida entrar en su descanso.

Animándose unos a otros

Hebreos 3: 13 dice: «Antes exhortaos los unos a los otros cada día … » Este versículo me indica que el ánimo es el combustible para progresar en el Reino de Dios. «Vamos, hermano. Ponga sus ojos en Jesús. Dios nos está hablando. Vamos ade­lante». Esto es lo que se debiera oír todos los días en el Cuerpo de Cristo. La alternativa es el desalien­to y este conduce al pecado y este, como vimos ya, nos impide hacer la voluntad de Dios. Los israe­litas se desanimaron y comenzaron a reñir y a probar la palabra de Dios y eso los llevó a pecar – ese pecado les llevó a morir en el desierto sin cumplir con el plan de Dios.

Dejemos de gastar tanto tiempo criticándonos unos a otros y pasemos a darnos ánimo mutuamente. Dejemos de rechazarnos y acepté­monos más. Hay tiempo para corregir, pero también hay tiempo para decirle a un hermano: «Doy gracias a Dios por lo que hizo. Hiciste un buen trabajo, Dios te está usando».

Anímense unos a otros cada día, porque el desaliento conduce al pecado. El desaliento expo­ne al peligro porque la resistencia y la fuerza dis­minuyen. El enemigo aprovecha la ocasión para sugerir su engaño, haciéndonos creer que no im­porta lo que hagamos y que a nadie le importa si obedecemos o no. Rehusemos aceptar cualquier cosa que nos haga caer en el desánimo.

Tampoco permitamos que seamos nosotros portadores del desaliento. Caleb y Josué son buen ejemplo de un espíritu animador. Cuando fueron a espiar la tierra, ellos vieron los mismos obstáculos que los otros diez, pero su reporte fue diferen­te: «Podemos hacerlo. Podemos tomar la tierra». En tanto que los otros espías lo que dijeron fue:

«No podemos conquistar esa tierra. Sus morado­res nos hacen sentir como langostas», desaniman­do de tal manera al pueblo que sintieron deseos de apedrear a sus líderes y de regresar a Egipto. Por esta rebelión, Dios los sentenció a vagar cua­renta años por el desierto.

Josué y Caleb no desaprovecharon esos años y siguieron animándose uno al otro. Imagínese us­ted la situación de ellos, viendo morir a toda esa gente, siendo testigos de cientos de funerales cada día.

Josué: «¿Todavía vas a entrar, Caleb?»

Caleb: » ¡Gloria a Dios, voy a entrar! Ya tengo setenta años, pero voy a entrar. ¿Y tú, Josué, to­davía vas a entrar?»

Josué: «Puedes apostar tu vida que sí voy a entrar».

Caleb: «Supe que Federico murió hoy, y Jorge, Rafael y Tomás también. ¿Vas a entrar tú?»

Josué: «Claro que entraré. Ya tengo casi ochen­ta años, pero no importa. Renovaré mi juventud. Voy a entrar».

Caleb: «Lástima que Moisés golpeara la roca.

¿Vas a entrar tú?» 

Josué: «Sí, pero me voy a cuidar de golpear las rocas. Entraré».

Caleb: «Dicen que el Jordán va a estar muy hondo como para cruzarlo hoy».

Josué: «No importa. Entraré de todos modos.

He estado esperando por cuarenta años y no me importa si hay una pared de agua de diez metros de alto. Voy a entrar».

Caleb: «Yo también. He esperado demasiado.

Cuando el arca entre en el río, yo voy detrás. Entraré».

Dense ánimo mientras todavía se dice hoy.

Dios ha hablado y debemos prestar mucha atención, fijando nuestros ojos en Jesús y animándonos ca­da día. También temamos no alcanzar su promesa.

Quedarse corto

En estos días Dios está retando nuestra fe con una revelación más alta. Por lo tanto, temamos no alcanzar lo que él promete y mezclemos nuestra fe con lo que oímos de él. El versículo 11 del capítulo 4 dice: «Esforcémonos». Cuando uno estu­dia la historia, se da cuenta que muchos oyeron la Palabra y, sin embargo, no entraron en sus prome­sas. Naciones enteras han estado en el umbral del propósito de Dios y lo han perdido, y Dios los ha destinado a vagar.

Cuando Caín mató a su herma­no Abel, Dios le dijo: «Errante y extranjero serás en la tierra, y serás odiado donde quiera que vayas». El castigo por quedarse corto en el propósito de Dios, es que no hay lugar donde detenerse para descansar. Esa clase de existencia es un infierno.

Muchas personas han llegado hasta un punto de entrada al descanso que promete Dios bajo su gobierno y se han quedado cortos, condenándose ellos mismos a una vida errante. ¿Cuál es su elección, descansar o errar? El primero es la gracia de Dios. El segundo es su sentencia.

Para cada uno de nosotros hay un momento de obediencia; un «Hoy». Cuando uno llega a ese lu­gar, sabe que todas las cosas han sucedido para lle­varnos hasta allí, y que de ese momento en adelante tendremos descanso o andaremos errantes. Ese «Hoy» ha llegado para muchos de nosotros. Desgraciadamente, algunos se quedarán cortos y ter­minarán errantes por el resto de sus vidas.

Queremos ser de los que reciben la gracia de Dios para obedecer y entrar en su descanso. Por eso dice en Hebreos 4: 16: «Por tanto, acerquémo­nos con confianza al trono de la gracia para que recibamos misericordia, y hallemos gracia para ayuda en tiempo de necesidad». El pasaje no se refiere al perdón para una persona que acaba de pecar, sino de un pueblo que necesita de la gracia de Dios para entrar en la tierra.

La Palabra de Dios es para un pueblo que ‘ha determinado entrar en una ciudad cuyo arquitecto y constructor es Dios. Cuando lleguen a las montañas, a los valles y a los ríos; a las pruebas y a las tribulaciones que hay en el camino habrán agotado todas sus fuerzas humanas y allí clamarán al Señor y él les responderá: «Vengan al trono y les daré la gracia para entrar en la tierra». La gracia y la misericordia de Dios vienen con la obediencia.

Otra observación de este pasaje es que el trono único es el lugar para obtener esta gracia y esta misericordia. ¿Por qué? Porque sólo se puede obte­ner gracia en el lugar donde se es juzgado. La única persona que tiene derecho de conceder gracia es Aquél que tiene el derecho de juzgar.

Cuando una persona se acerca a Dios implorando su gracia, tiene que estar con cien te que él podría fácilmente juzgarlo por la ley. Si usted sabe lo que él pudo haber hecho y ve lo que hace en cambio, habrá entendido lo que es la gracia. De allí viene la fuerza para hacer lo que antes le era imposible.

Acerquémonos al trono. Vengamos a Dios. Cuan­do hemos tenido fracasos en la jornada y nos sentimos totalmente inadecuados Dios dice: «Ven al trono, hijo. No trates de resolverlo tú cuando sabes que no puedes. Ven al trono».

Entrando en la Tierra

Para concluir mencionaré las cosas que requeri­rán de nuestra obediencia para entrar en la tierra.

  1. Debemos obedecer a Dios en nuestras vidas personales y en las áreas de responsabilidad. Ya Dios nos ha hablado explícitamente para que orde­nemos nuestras vidas en lo personal y no debemos ser negligentes. Debemos darle prioridad y prestar mayor atención. Obedezca si Dios le está hablando, directamente o por medio del consejo de otro. No queremos que las inclinaciones personales nos impidan entrar en la tierra.
  2. Sea obediente en su familia. Algunos dirán que ya han oído todo esto antes. Bueno, pero ¿lo ha obedecido? Marido, ¿es usted el líder en su hogar? Esposa, ¿se comporta usted como una mu­jer de Dios? Hijos, ¿están honrando a sus padres? Padres ¿están cuidando de sus hijos? Vuelva y haga las primeras obras si es necesario. «Dejar los princi­pios elementales» no significa que ya no hay que obedecerlos.
  3. Obedezca la palabra que Dios ha dado para su grupo o comunidad. Obedezca lo que Dios ha dicho específicamente a su célula, grupo de ora­ción, comunidad o iglesia. Si hay choques en las relaciones, sea sensible en los ajustes que Dios quiere hacer en usted.
  4. Colabore con la unidad y el bienestar de la iglesia local (la congregación mayor). Búsquele so­lución a los problemas que haya entre grupos o cé­lulas.
  5. Mantenga una perspectiva universal de la igle­sia. Muchos de nosotros sabemos que eso es bien difícil. Tendemos a limitar la Iglesia, pensando úni­camente en nuestro conjunto unitario familiar o eclesiástico. Recuerde que hay católicos, presbite­rianos, bautistas y muchos otros que son nuestros hermanos y hermanas en Cristo. Talvez no les so­mos de su agrado y no estén de acuerdo con noso­tros, pero son, no obstante, nuestros hermanos y hermanas. Mantenga esta perspectiva universal de la Iglesia.
  6. Piense que usted es un embajador de Dios para las naciones, sus gobiernos y sus líderes. Tenemos que aprender a relacionarnos en una acti­tud profética y de oración con todo tipo de liderazgo – vocacional, gubernamental, internacional – con la conciencia que somos embajadores de Dios. Tenemos mandato de orar fielmente por ellos y de ser un ejemplo profético que ellos puedan ver.
  7. Ore por la paz de Jerusalén. Ore para que la ciudad de Dios, la natural y la espiritual, sea protegida de las estratagemas de sus enemigos. Nues­tro destino está ligado en muchas formas a Israel.

Somos muy semejantes a Israel. Las probabili­dades de volver al lugar de donde salimos no son muy buenas. Hebreos 11: 15 dice: «Y si en verdad hubieran estado pensando en aquella patria de donde salieron, habrían tenido oportunidad de volver». Las probabilidades de regresar son pobres, pero si su pensamiento está puesto en volver, ten­drá su oportunidad de hacerlo. «Mas nosotros no somos de los que retroceden para destrucción, si­no de los que tienen fe para la preservación del alma» (Heb. 10:39). Cuando Elías le dijo a Eliseo que se regresara, este le respondió: «Vive tu alma que seguiré adelante», Cuando Noemí le dijo a Rut que se volviera a su pueblo, esta le dijo: «No, don­dequiera que tu fueres, iré yo». No somos de los que retroceden, sino de los que van adelante para la salvación.

Me lleno de esperanza cuando veo al pueblo del pacto de Dios. Si continuamos obedeciendo, el Señor que nos ha dado su palabra, hará lo que ha di­cho. Y si él ya ha hecho este tanto, hará mucho más. Y si él hace más, entonces lo hará todo hasta que nos convirtamos en la casa de Dios y en la na­ción del Señor. Ni su congregación ni la mía so­mos todo el pueblo de Dios, pero gracias a él que somos una parte feliz. y

Tomado de New Wine Magazine, Febrero 1981

            Reproducido de la Revista Vino Nuevo vol.4 nº5 febrero 1982

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