Hugo M. Zelaya

El ladrón no viene sino para robar, matar y destruir. Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia (Juan 10:10).

Hemos leído este versículo muchas veces y, la mayoría, aceptamos inmediatamente y con alegría la abundancia de vida prometida en la segunda parte. Pero quienes no toman en cuenta la voz de alerta de Jesús a modo de contraposición en la primera parte que da por sentado que el ladrón “viene”, se llevarán una gran sorpresa cuando suceda. En realidad, el ladrón ha estado viniendo durante toda la historia de la iglesia y ha robado mucho de la abundancia que el Señor dio a su iglesia. Es hora de despertar.

Es posible, aunque poco común, que algunos de nuestros lectores no hayan tenido la experiencia de haber sido despojados de algún bien material y desconozcan el impacto y la turbación que produce ser robado.

A mí me sucedió hace muchos años cuando celebrábamos la reunión mensual de nuestras células en el salón de un hotel en el centro de la ciudad. Cuando mi familia y yo salimos, encontramos una puerta violentada y el tablero de instrumentos destruido y sin radio. En ese momento tuve dos reacciones, muy humanas. La primera, una pregunta, casi un reclamo, a Dios. ¿Por qué no había protegido el auto si en lo que estábamos era en sus asuntos? Y la segunda, más lógica, enfado con el ladronzuelo por la destrucción que había causado para robarse un radio que, con gusto le hubiera regalado para evitar el daño.

Lo cierto es que este episodio me enseñó una lección. Había dejado el auto estacionado junto a la acera de la calle. Si hubiera sido un buen administrador de las cosas de Dios, lo habría guardado en el estacionamiento vigilado del hotel. El vehículo era una herramienta que Dios había puesto a mi cuidado para hacer el ministerio, pero realmente nunca pensé que el ladrón vendría. Jesús dice en Mateo 24:43:

Si el dueño de casa hubiera sabido a qué hora habría de venir el ladrón, habría velado y no habría permitido que forzaran la entrada a su casa.

El Señor enseña una lección en este versículo que se aplica tanto a cosas naturales como espirituales. Debemos estar siempre vigilantes y ser cuidadosos porque en cualquier momento el ladrón viene.

El segundo robo sucedió más recientemente y los ladrones no se contentaron con el radio. Esta vez se llevaron el vehículo. Venía esa noche con mi esposa de un culto de oración. Ya estábamos por llegar a casa cuando en una curva entre postes del alumbrado, un automóvil todo terreno, último modelo, sin placa, nos adelantó a toda velocidad, nos cortó el paso y antes que nos diéramos cuenta de lo que pasaba, cuatro hampones encapuchados se bajaron rápidamente y nos abordaron pistola en mano. Uno de ellos fue al lado del pasajero donde venía mi esposa y otro a mi lado gesticulando para que abriera la puerta.

No podía creer que eso me estuviera sucediendo a mí en ese momento. Nuevamente, venía de estar en una de las actividades más espirituales en la casa de Dios, y otra vez pensé que no era posible que Dios lo estuviera permitiendo. La sorpresa me dejó paralizado y no acataba abrir la puerta como vociferaba el maleante a mi lado.

Después de segundos que parecieron más largos, el ladrón rompió el cristal de la ventana con la culata del revólver, abrió la puerta y muy “cortésmente”, pero con firmeza me ordenó que saliera y bajara la cabeza. Me llevaron al vehículo de los maleantes y a mi esposa la pusieron en el asiento trasero del que ya había dejado de ser nuestro auto y cada uno se fue en direcciones opuestas.

¿Qué se siente? Violado, débil, miserable y vulnerable. La sensación natural es que se está a merced de los ladrones, pero la promesa de Dios es que él nunca nos deja y siempre estamos bajo su protección. Los ladrones no nos hicieron daño a ninguno de los dos. Cuando estuvieron seguros de que el auto no tenía alarma, nos dejaron en libertad y más tarde dos de nuestros hijos nos recogieron aliviados.

¿Qué aprendí? Que cuando estamos en manos del Señor estamos seguros, por más peligrosa y mortal parezcan las apariencias. Que si confío en él y vivo para su gloria, no dejará que el enemigo vaya más allá de lo que él permita. Me enseñó a valorar más mi relación con él que la posesión de cosas materiales. Claro, eso vino tiempo después.

Nos han robado

En este artículo mencionaré sólo cinco de lo que creo son los tesoros más valiosos que hemos recibido como hijos de Dios y que el ladrón ha robado, en lo personal y colectivamente como iglesia.

1. Nos ha robado el temor de Dios.

            “Señor, revélanos tu poder. Enséñanos a darte tu lugar y a quitar nuestra atención en lo que está alrededor para ponerla en ti”.

El temor de Dios no es “miedo a un peligro real o imaginario” como definen la palabra “temor” los diccionarios. “Se refiere a una forma específica de temor, cercana a las ideas de respeto, admiración y sumisión hacia Dios y su voluntad”1

Proverbios 14.27 dice: «El temor de Jehovah es fuente de vida». Isaías 29.13 dice: «Porque este pueblo se acerca con su boca y me honra sólo con sus labios… su temor de mí está basado en mandamientos de hombres».

Una manera en que se manifiesta la pérdida de temor a Dios es cuando oramos en la iglesia. Pareciera que nuestras palabras van dirigidas con respeto a Dios, pero algo de nuestra atención está puesta en la congregación. Aparentamos ser más espirituales que la realidad, usamos palabras rebuscadas, el tono de nuestra voz cambia y adoptamos posturas como la de “santos” en pedestales. No tenemos consciencia cabal de la magnitud que es estar en la presencia del Dios todopoderoso que hizo este universo, que en su mano está la vida de todo viviente y el hálito de todo mortal (Job 12.10).

Todos tenemos temporadas donde sabemos que no estamos muy cerca de Dios, pero el Espíritu Santo nos vuelve a atraer y corremos a él (Cantares 1.4). Si usted, por algún tiempo o nunca, se ha gozado y alegrado en su presencia, pídale que lo atraiga y “corra” a él.

No perdamos tiempo en cosas que un día pasarán. Abramos el corazón y pidamos con sinceridad que se manifieste en nuestras reuniones, que rompa la rutina y haga algo sobrenatural; algo semejante a lo que está escrito en este libro de su historia que se llama la Biblia. Dejemos de hablar de lo que no hemos experimentado. Y cuando él se nos revele, caeremos postrados como el profeta Isaías “en el año que murió el rey Uzías” (Isaías 6). No oremos por costumbre, no sigamos un protocolo humano para ceremonias y actos solemnes.

2. Nos ha robado nuestro primer amor.

En Apocalipsis 4-5 el Señor dice a la iglesia de Éfeso: “Tengo contra ti que has dejado tu primer amor. Recuerda, por tanto, de dónde has caído, arrepiéntete y haz las primeras obras”.

La Biblia dice que nuestro amor por Dios es una respuesta a su amor a nosotros; que él nos amó primero (1 Juan 4.19).

Recuerdo hace cincuenta y cinco años cuando él vino a mi vida, me bautizó en el Espíritu Santo, y puso en mi corazón un amor tan profundo que casi no podía contenerme. Tenía que contárselo a alguien. Al día siguiente fui a decir a todos los choferes de la compañía de transportes donde trabajaba lo que Dios había hecho. Algunos, no todos, se burlaron y me dijeron: “Vamos a ver cuánto te dura.” Pero eso no me importó ni me detuvo. Su amor era más poderoso que las burlas y el sarcasmo.

Mis horas de trabajo requerían estar en la oficina de 10 am a 10 pm. Me pagaban bien, pero me impedía asistir entre semana a los servicios de oración y estudios bíblicos nocturnos en la iglesia, en los que la presencia de Dios se manifestaba de manera extraordinaria. Su amor me atrajo a él y, para sorpresa mía y de todos, renuncié a mi trabajo para estar en comunión con él.

Desde luego, tuve lecciones que aprender. De momento creí que en dos o tres días el Señor supliría otro trabajo de día. Pero pasaron semanas sin encontrar empleo. Se nos acabó el dinero y no teníamos con qué comprar alimento. Estaba confundido y ahora sé que el ladrón intentaba robar mi amor por Dios. Fui a mi pastor y oramos juntos. Al final de la oración, mi pastor me dijo: “No sé lo que significa, pero el Señor parece decir: “tira la red al otro lado de la barca.”

¿Qué red? ¿Qué barca? No entendía pero, días después, la esposa cristiana del gerente de otra compañía de transportes, oyó lo que había pasado y dijo a su esposo que me diera trabajo. Él me llamó y me dio empleo.

Más pruebas. Ya había una persona que hacía el trabajo de oficina y creyó que el gerente lo iba a substituir conmigo y me convertí en su rival y otra vez el diablo quiso robar mi amor por Dios. Fueron meses difíciles de acoso y tirantez en la oficina, pero la gracia del Señor me mantuvo firme y poco tiempo después, Ralph, uno de los choferes a quien le había testificado recién convertido, fue contratado como Gerente en otra empresa y me llamó para darme trabajo de día y ganando ciento cincuenta y ocho dólares por semana; un buen salario en esos años.

Recordé lo que mi pastor me había dicho y lo que dice Juan 21.5-8,11:

—Hijitos, ¿no tienen nada de comer? Le contestaron: —No. Él les dijo: —Echen la red al lado derecho de la barca, y hallarán. La echaron, pues, y ya no podían sacarla por la gran cantidad de peces. Entonces Simón Pedro subió y sacó a tierra la red llena de grandes pescados… ciento cincuenta y tres de ellos.

Mi salario era cinco pescados más.         

3. Nos ha robado la unidad.

Relacionada muy de cerca con el amor está la unidad. La unidad es más fácil cuando hay amor. En Romanos 12.9, Pablo dice que el amor sea sin fingimiento y en el versículo 15 dice: Gócense con los que se gozan. Lloren con los que lloran. No hay mayor expresión de unidad que sentir en carne propia lo que están pasando nuestros hermanos en Cristo.

En Juan 17.20 y 21 Jesús hace esta oración cuando vio la necesidad de unidad en sus discípulos:

“…que todos sean uno así como tú, oh Padre, en mí y yo en ti, que también ellos lo sean en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste”.

El Padre siempre concede al Hijo todo lo que pide. El ladrón vendrá para intentar robarla. A nosotros corresponde mantenerla, vivirla y guardarla.

Isaías 14.12-15 dice que Lucifer intentó usurpar, “arrogarse la dignidad, empleo u oficio de [Dios], y usarlos como si fueran propios.”2 No lo logró y fue expulsado de la presencia de Dios (ver también Ezequiel 28.14-16).

Sabe que con el Padre no puede conseguir lo que pretende. Pero entonces busca desquitarse con sus hijos y con ellos se ha salido con la suya muchas veces. A través de los siglos ha saqueado todo lo que le hemos permitido por descuido; particularmente este precioso regalo de Dios que es la unidad. La iglesia cristiana en este siglo XXI ha llegado a un número récord de división. Unos dicen que hay 22,0003 denominaciones cristianas. Otros que más bien anda en los “33,000 y contando.”4

Es obvio que quienes decimos ser cristianos hemos ayudado al diablo a desquitarse con Dios permitiendo y hasta causando división en la Iglesia. Así hemos impedido que más almas en el mundo crean. Toda división es del diablo; los que causan división no están viviendo en Dios: se han prestado al engaño del ladrón que les dice que vivan para sí mismos y que hagan lo que quieran.

Frecuentemente citamos el Salmo 133 para destacar “la bendición y vida eterna” para los que “habitan juntos en armonía.” “Armonía” es sinónimo de unidad. La pregunta entonces es ¿Recibiremos su bendición si propiciamos división en el Cuerpo de Cristo? No toda la que él quiere darnos.

4. Nos ha robado la fe.

 “Espíritu Santo, háblanos y produce fe para creer que estás listo para revelarte en y por medio de nosotros. Sólo tú conocesnuestra necesidad. Trae sentido a esta palabra para mí y para cada uno de mis hermanos. Revélanos tu propósito de por qué estamos aquí.”

Más ejemplos personales.

Estoy seguro de que Dios me llamó al ministerio, pero a pesar de mi amor por él, mi idea de servicio giraba alrededor de mí y no tanto del Señor. Tampoco me daba cuenta que tenía que pasar por el proceso formativo de todos los neófitos.

Poco tiempo después de mi conversión, fui al pastor y me ofrecí para servir en la iglesia. Él me respondió que la guardería estaba necesitando la ayuda de una pareja. Mi esposa aceptó muy alegremente, pero a mí me costó aceptarlo. No entendía cuál era la idea del pastor, pero con el tiempo llegué a entender que tenía que pasar por la escuela de Dios. Fui aprendiendo que el ministerio gira alrededor de él, no de mí. Dios ajustó mi actitud y en el transcurso de varios años, fui creciendo hasta llegar a estar a cargo de la clase de matrimonios jóvenes y de los estudios de domingo por la noche.

Después de siete años de mi conversión dije a mi pastor que estaba listo para regresar a Costa Rica. Él no nos detuvo, nos dio su bendición nos envió, y siguió comprometido con nosotros hasta la fecha. No buscamos ninguna promesa de sostén. Nos vinimos con el dinero que habíamos obtenido en la venta de nuestra casa y con la convicción de que él supliría todas nuestras necesidades de acuerdo a Filipenses 4.19:

            “Mi Dios, pues, suplirá toda necesidad de ustedes conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús”.

Y así ha sido desde entonces. Más adelante, mi pastor comenzó a enviarnos una mensualidad, y después otros lo hicieran también.

El ladrón ha robado la fe de muchos para creer lo que promete este versículo. Preferimos vivir en la “seguridad” de lo que sabemos hacer en lo natural, como el mundo, y se nos olvida que él es un Dios sobrenatural y que en su reino su palabra ya se cumplió y que si le creemos, él lo manifestará en nuestra dimensión natural.

Sin fe no queda otro recurso que soluciones humanas. Sé de iglesias que se han estructurado como empresas en el mundo. Su mayor preocupación es crecer el número de miembros usando estrategias de mercadeo para atraer más y más gente. El tamaño de la congregación es más importante que las manifestaciones de vida del Espíritu Santo.

Hay lo que hoy llaman mega-iglesias, mantenidas con música de ritmos movidos que apelan a los sentidos carnales más que a la adoración a Dios. Su prédica se parece más a expertos en autoayuda y superación personal que a humildes pastores dirigidos por el Espíritu Santo. Contratan oradores que se han hecho famosos por un sobre-énfasis en la prosperidad personal más que en el propósito de Dios de extender su reino. Dios quiere que su iglesia prospere, pero es él quien debe ocupar el primer lugar. Es posible comenzar en el Espíritu y seguir en la carne (ver Gálatas 3.3).

En cuanto a planes y estructuras, también hay los que se originan en Dios y los que en los hombres. El origen de estos predice los resultados. Como cuando los tres reyes de Israel, Judá y Edom fueron a pelear contra el rey de Moab. Pensaron que tres contra uno les aseguraba la victoria, pero su plan de ir por el desierto resultó en un desastre, pues se quedaron sin agua hasta que Josafat decidió tomar en cuenta a Dios y consultaron a Eliseo, el profeta de Dios. El siguiente consejo suplió la necesidad inmediata y les dio la victoria:

“Hagan varios diques en este valle. Porque así ha dicho el SEÑOR: No verán viento ni lluvia, pero este valle se llenará de agua; y beberán ustedes, sus animales y su ganado. Esto es poca cosa a los ojos del SEÑOR; él también entregará a los moabitas en su mano”. (2 Reyes 3.16-18).

La fe nace cuando Dios habla

El ladrón también conoce las Escrituras y las usa para intentar desviarnos del propósito de Dios. Como en la tentación de Jesús en el desierto. Hay mucha doctrina y actividad que se apoya en la Biblia y pareciera que funcionarían, pero no producen vida espiritual porque son interpretaciones humanas. El ladrón viene para robarnos la fe con insinuaciones de probar otros métodos que no son de Dios. Romanos 10.17 dice que la fe se produce oyendo la palabra de Cristo. Una de las maneras en las que la fe nace es cuando Espíritu Santo nos habla a través de la Biblia y él mismo la interpreta.

2 Pedro 1. 20-21 advierte: “…hay que tener muy en cuenta, antes que nada, que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque jamás fue traída la profecía por voluntad humana; al contrario, los hombres hablaron de parte de Dios siendo inspirados por el Espíritu Santo”.

Otra manera en que el ladrón nos roba la fe es haciéndonos pensar que Dios hará siempre lo que hizo con otros en momentos especiales. Hay hechos sobrenaturales en la Biblia que Dios no volvió a repetir: como cuando Israel pasó en seco el Mar Rojo y el Jordán; la caída de muros cuando Israel marchó alrededor de la ciudad; la liberación de Sadrac, Mesac y Abed-nego en el horno; Daniel en el foso de los leones.

Hebreos 11.35-37 dice:

            “Unos fueron torturados, sin aceptar ser rescatados, para obtener una resurrección mejor. Otros recibieron pruebas de burlas y de azotes, además de cadenas y cárcel. Fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a espada. Anduvieron de un lado para otro cubiertos de pieles de ovejas y de cabras; pobres, angustiados, maltratados”.

Otra manera que el enemigo nos roba la fe es haciéndonos creer en cosas que Dios nunca prometió. Como cuando dice a un cristiano “vete al hospital y sana a todos los enfermos; prueba tu fe caminando sobre el agua como Pedro; ve a pescar y encontrarás el dinero que necesitas”. Otra vez, no es que Dios no pueda hacerlo, es el origen de las palabras. En su reino, la dependencia en él es total.

Cuidémonos, sin embargo, de irnos acomodando en un lugar seguro donde no tengamos que correr los riesgos que requiere la obediencia a la dirección de Dios.

5. El ladrón nos ha robado las generaciones que vienen.

            Espíritu Santo, capacítanos a pasar la antorcha a la generación que viene con fe en la palabra de Dios. Ayúdanos a tener fe en Dios por ellos.

Pidamos a Dios que nos hable para creer lo que su palabra dice que hará para esta generación. Ni usted ni yo estaríamos aquí si alguien no hubiera creído que Dios tenía algo para nosotros y nos habló las buenas nuevas de salvación.

Sirvamos fielmente a nuestra generación como David, “según la voluntad de Dios” (Hechos 13.36), conscientes de que las generaciones vienen y van; y cada vez, la iglesia entra en una etapa nueva. Habrá cosas que él hará como antes y otras que acomodará al momento. Meditemos también que la Iglesia es del Señor y él la edifica y la cuida (Mateo 16.18), en cada generación.

Discipulemos a nuestros jóvenes para que oigan el llamado de Dios y lo sirvan. No nos aferremos a ellos. No los hagamos dependientes de nosotros. Sigamos el ejemplo de Jesús, enviémosles para que discipulen, bauticen, enseñen y hagan lo que él hizo (Mateo 28.19-20 y Marcos 16.15-18).

No cometamos el error de querer acumular toda la gente que podamos impidiéndoles la libertad de cumplir con su llamado. Muchos movimientos mueren porque no tienen fe en la generación futura. Sólo ven su inmadurez y sus maneras juveniles que no entendemos y los detienen por demasiado tiempo. Jesús tuvo a sus discípulos como tres y medio años y no eran perfectos cuando los envió, pero les dio el Espíritu Santo y ellos “revolucionaron el mundo entero” (Hechos 17.6)

Pensemos en todos los errores que cometimos nosotros y que el Señor convirtió en enseñanza para su gloria. Nadie ha criado hijos (naturales o espirituales) perfectos. Dios los ha ido transformando a su imagen. No a la de usted o a la mía, gracias a Dios. No es necesario que cometan los mismos errores que nosotros. Si podemos evitárselos, hagámoslo. Pero si lo hacen, como Isaac (Génesis 26.9) tengamos fe en Dios que ellos, como nos sucedió a nosotros, también serán enseñados. Entrenémoslos a obedecer la dirección del Espíritu Santo y confiemos en Dios que él los tiene en sus manos.

Recuperando

Creo que muchos en la iglesia no saben lo que el enemigo nos ha robado. Me gustan las herramientas y he tenido algunas que por años no había usado hasta que las busco y ya no están. Las presté a alguien y no las devolvió. Así somos en la iglesia. Dios nos ha dado herramientas para cumplir el ministerio, pero no las hemos usado por mucho tiempo. Vino el ladrón, se las robó y no nos damos cuenta que ya no las tenemos. Como en el caso de Sansón en Jueces 16:20.

La buena noticia es que las podemos recuperar. ¿Cómo? Dejando de ser el centro de nuestra existencia y buscando el reino de Dios primero. Atreviéndonos a creer que Dios nos ha dado las herramientas necesarias para que su Iglesia vibre con el poder del Espíritu Santo.

Estamos en este mundo para ser instrumentos de Dios. Él ha decidido hacer su propósito por medio de su Iglesia. ¿Podría hacerlo él sólo? Desde luego que sí, pero él nos redimió para hacerlo a través de su iglesia. Usted es uno de sus vasos de barro. Él es el tesoro, la excelencia es de Dios y no de nosotros (2 Corintios 4.7).

No deje que el ladrón se quede con lo que le ha robado. El ladrón no soltará su botín fácilmente y habrá guerra. Salga de su comodidad y comprométase con el Espíritu Santo para que dirija la lucha. Cada vez que recupere algo que el ladrón robó, de gloria a Dios.

NOTAS

1. https://es.wikipedia.org/wiki/Temor_a_Dios

2. Diccionario de la Real Academia Española, versión digital

3. https://www.vaticanocatolico.com/…/denominaciones-cristianas-pro

4. https://bibliaytradicion.wordpress.com/

Hugo M. Zelaya es el fundador de las Iglesias de Pacto en Costa Rica y hasta septiembre del 2017 fue el pastor general de la Iglesia de Pacto Nueva Esperanza en San José. Él y su esposa Alice viven en La Garita, Alajuela, Costa Rica.

A menos que se indique lo contrario, todas las citas bíblicas son de Reina Valera Actualizada 2015.

Este mensaje son las apreciaciones personales basadas en el mensaje de FRANCIS CHAN 2018 NURTURING THE NEXT GENERATION OF BUILDERS (Alimentando la siguiente generación de edificadores) en Youtube  https://www.youtube.com/watch?v=e1mr8jAPpb4