Un Argumento Innecesario

Por Don Basham

Una noche estaba enseñando en cierta ciudad sobre el uso de los dones inspiracionales del Espíritu Santo: hablar en lenguas, interpretación de lenguas y profecía. En el curso de mi mensaje hice bastante énfasis en las Escrituras de 1 Corintios capítulos 12 y 14, distinguiendo cuidadosamente entre el uso de las lenguas como oración devocional que no requiere ninguna interpretación y su uso en la asamblea como una manifestación pública seguida por el don de interpretación.

Después de la sesión fui confrontado por una muy disgustada señora que, tomándome del brazo me jaló hacia un lado, abrió su Biblia con rapidez y dejó caer su dedo índice con fuerza en el capítulo 13 de 1 Corintios.

«¿Ve usted este capítulo?» dijo ella con una voz chillona y acusadora. «¿Quiero saber por qué usted citó los capítulos 12 y 14 pero ignoró el 13?»

«No estaba ignorando el capítulo 13,» le respondí yo, «estaba enseñando sobre los dones del Espíritu que se discuten en el 12 y el 14. El capítulo 13 es un discurso muy precioso sobre el amor, pero yo no estaba enseñando sobre el amor, estaba enseñando sobre los dones espirituales.»

«¡Ajá!» Exclamó mi acusadora. «Ese es el problema con ustedes los carismáticos. ¡Ustedes no hablan de otra cosa que las lenguas! ¿No saben ustedes que el amor es el don más importante? ¡No necesitamos nada de ese asunto de hablar en lenguas! ¿Por qué es que ustedes nunca hablan sobre el amor?»

Las objeciones de aquella mujer concernientes al énfasis de los cristianos carismáticos en los dones espirituales, apunta a un problema de la iglesia que afecta profundamente a carismáticos y a no carismáticos. Porque, aunque su objeción fue mayormente injustificada en esta ocasión en particular y, aunque ella demostró singularmente una falta de amor que ella insistía era tan importante, su queja no carecía de verdad.

Es un hecho que los no carismáticos han sobre enfatizado el fruto del Espíritu al costo de los dones; los cristianos carismáticos han sido igualmente culpables de una preocupación con los dones del espíritu mientras ignoran el fruto. En este artículo tenemos la intención de examinar brevemente ambos lados del problema y ofrecer algunas sugerencias prácticas para su solución.

Detallemos el problema con claridad: ¿Cómo pueden llegar los cristianos a una madurez que manifieste un equilibrio saludable entre los dones y el fruto del Espíritu Santo?

La necesidad de definiciones adecuadas

Gran parte de nuestro problema surge de las definiciones nebulosas y a menudo imprecisas de los dones y el fruto del Espíritu Santo. Si queremos tener un entendimiento adecuado necesitamos desesperadamente que nuestras definiciones se ajusten a las Escrituras. Por ejemplo, la mujer que criticó mi enseñanza expuso su propio error en el uso de la terminología cuando se refirió al amor como un don del Espíritu Santo. Según la definición bíblica, el amor no es un don sino un fruto del Espíritu Santo. Antes de seguir adelante, hagamos una lista de los nueve dones (o manifestaciones) y los nueve frutos del Espíritu Santo.

Pero a cada quien le es dada la manifestación del Espíritu para el bien común.

Pues a uno le es dada la palabra de sabiduría por el Espíritu, y a otro la palabra de conocimiento según el mismo Espíritu; a otro la fe por el mismo Espíritu, y a otros dones de sanidad, por el único Espíritu; a otro la operación de milagros, a otro la profecía; a otro el discernimiento de espíritus; a otros, diversas clases de lenguas, y a otro la interpretación de lenguas.

Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, distribuyendo individualmente a cada quien según la voluntad de Él.

Porque, así como el cuerpo es uno, y, sin embargo, tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, aunque son muchos, constituyen un sólo cuerpo, así también es Cristo. (1 Corintios 12: 7-12).

De este pasaje podemos reconocer los nueve dones espirituales que son:

I. Los dones de inspiración

a. El hablar en lenguas.

b. La interpretación de lenguas.

c. La profecía.

II. Los dones de revelación

a. La palabra de conocimiento.

b. La palabra de sabiduría.

c. El discernimiento de espíritus.

III. Los dones de poder

a. La fe.

b. Los milagros.

c. Las sanidades.

Más el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio propio; contra tales cosas no hay ley. (Gálatas 5:22-23).

De este versículo podemos nombrar los nueve frutos del Espíritu: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe o fidelidad, mansedumbre, dominio propio. Quizá nos ayude a definir los dones y el fruto del Espíritu si reconocemos que ambos son representaciones de la vida divina de Dios en nuestra experiencia humana. Los nueve dones sobrenaturales del Espíritu Santo representan la habilidad divina de Dios; mientras que los nueve frutos representan Su carácter divino.

Debería de ser obvio que para alcanzar la madurez en Jesucristo necesitamos experimentar no sólo la habilidad de Dios, ni sólo su carácter, sino ambos.

La habilidad divina sin su carácter es peligrosa; mientras que tener su carácter sin tener Su habilidad nos puede dejar sin poder para hacer la guerra efectivamente contra un enemigo sobrenatural.

Jesús es, por supuesto, nuestro patrón perfecto. En Él se manifestaron plena y perfectamente ambos la habilidad y el carácter de Dios. Si Él hubiese manifestado únicamente la habilidad divina sin el carácter de Dios, El jamás se hubiese humillado en amor para someterse a la cruz («¿O crees que no puedo invocar a mi Padre, y El al instante pondría a mi disposición más de doce legiones de ángeles?») Mateo 26:53).

Y si hubiese manifestado únicamente el carácter de Dios hubiese quedado relativamente sin poder para llenar las necesidades desesperadas del pueblo que le buscaba («Pues para que sepas que el hijo del hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar los pecados (entonces dijo al paralítico: levántate, toma tu cama y vete a tu casa» Mateo 9 :6).

Pablo nos dice que nuestra meta como cristianos es la de «llegar a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo … » y la de «crecer (madurar) en todos los aspectos» (Efesios 4: 13,15).

Dones y fruto: ¡Los necesitamos a ambos! Tal vez podamos ver el peligro de enfatizar uno sobre el otro en la siguiente ilustración.

Poder sin carácter  

Un ministro a quien conozco tuvo esta infeliz experiencia. Un evangelista que tenía el don de sanidades vino a su iglesia para llevar a cabo una serie de reuniones que resultaron ser de mucho éxito. Muchas personas fueron salvas, sanadas y bautizadas en el Espíritu Santo durante el avivamiento. Sin embargo, el pastor de la iglesia sufrió una agonía verdadera en el espíritu durante las reuniones mientras se sentaba en la plataforma cada noche escuchando al evangelista que deliberada y repetida­ mente se exaltaba a sí mismo, haciendo declaraciones exageradas con respecto a su propia grandeza y diciendo mentiras que eran obvias para el pastor.

«Parecía determinado a burlarse de la santidad de Dios y de lo sagrado del ministerio», dijo el pastor. Luego agregó: «No me importa si ese hombre tenga el poder de levantar a los muertos, jamás volverá a hacer caer este púlpito en desgracia».

¿Cómo podremos evaluar el ministerio de un hombre que opera poderosamente los dones del Espíritu Santo pero cuyo desagradable carácter indica una inestabilidad que predice una tragedia futura?

Carácter sin poder  

Hace unos años, cuando era pastor en Toronto, Canadá, la iglesia terna también a un pastor asociado de edad avanzada, cuyas responsabilidades eran las de visitar a los enfermos y a los confinados. Era una persona gentil y amorosa, que exhibía muchas de las cualidades de Cristo. Sin embargo, por su propia admisión, sus cuarenta años en el ministerio se habían distinguido por su falta de poder, marcados por la frustración de un pastorado inefectivo tras otro.

Yo le amaba y a menudo quise compartir con él mis convicciones concernientes al poder dinámico que está a nuestra disposición a través de la oración y de los dones y ministerios del Espíritu Santo. El nunca ofreció argumento contra mis exhortaciones, sólo se sonreía sacudiendo su cabeza en su manera gentil y resignada. Y cuando algunos en nuestra congregación recibieron el bautismo en el Espíritu Santo, sanidades dramáticas y otras manifestaciones poderosas comenzaron a ocurrir en las reuniones semanales de oración que conducíamos en el salón de la iglesia, mi asociado se mantuvo todo el tiempo afuera. Era doloroso ver aquel gentil hombre prisionero de su resignación y de su falta de poder.

Yo creo que ambas ilustraciones son trágicas: por una parte, un hombre cuyo poderoso ministerio carismático estaba empañado por una vida personal pervertida y por la falta del carácter de Dios; y, por otro lado, un hombre cuyo carácter era aparentemente santo, pero cuyo ministerio estaba tan falto de poder espiritual que era más bien tolerado que apreciado por aquellos a quien él buscaba servir.

Dones o fruto -¿cuál es el más importante? El peligro constante delante de nosotros en la vida cristiana es la tendencia hacia la especialización exagerada. Concentrarse únicamente en un aspecto de la vida y la verdad divina excluyendo los otros aspectos es ser culpable de error por énfasis.

Hagamos una lista de los conceptos erróneos más comunes sostenidos por los que abogan cada uno de estos énfasis. El cristiano que rechaza o resiente la reaparición de los dones carismáticos del Espíritu Santo en la iglesia a menudo basa su actitud en los siguientes puntos:

1. Los dones carismáticos no son para hoy; fueron dados únicamente a los cristianos del primer siglo.

2. Los dones carismáticos son como juguetes para los cristianos sin madurez; los creyentes maduros no los necesitan.

3. Los dones carismáticos son un factor de división en la iglesia.

4. Los dones carismáticos son una fuente de orgullo espiritual.

5. Los dones carismáticos no son necesarios para la vida cristiana madura.

Sin querer hacer el intento de refutar cada uno de estos argumentos, digamos sencillamente que ellos representan un prejuicio anti bíblico que tiende a impedir un crecimiento espiritual equilibrado.

De la misma manera, los carismáticos conscientes de los dones en su preocupación con las manifestaciones sobrenaturales del Espíritu Santo, han llegado a adoptar ciertas actitudes igualmente anti bíblicas y peligrosas.

1. La concesión de los dones carismáticos indican la aprobación de Dios.

2. Los dones carismáticos son una medida de la madurez espiritual.

3. Los dones carismáticos eliminan la necesidad del fruto del Espíritu.

Ya que la mayoría de nuestros lectores son cristianos carismáticos, creo que haríamos bien no sólo en mencionar estos tres conceptos errados, sino también detallarlos.

Actitudes peligrosas ante los carismáticos

1. La concesión de los dones carismáticos indican la aprobación de Dios.

No puedo pensar en algo más peligroso que asumir eso. Los dones del Espíritu Santo no son dados como una indicación del endoso o la aprobación de Dios. Muchos cristianos invaden la gracia de Dios, tomando ministerios que no son bíblicos. ignorando la ética y la moralidad básica del cristiano, hasta burlándose con su rebelión y su conducta pecaminosa como si estuvieran eximidas del juicio de Dios, y aún Dios continúa derramando Sus milagros a través de ellos.

¿Cómo puede suceder eso? Pablo nos da la respuesta cuando dice: «Los dones y el llamamiento de Dios son irrevocables» (Romanos 11 :29). Dios da los dones y los ministerios carismáticos no como una indicación de Su aprobación de la vida personal del ministro, sino para suplir las necesidades de Su pueblo. Aun cuando a veces el hombre a través del cual los dones fluyen se extravíe, Dios continúa honrando Su ministerio en ese hombre. Esto, sin embargo, no excusa ni justifica la desobediencia. En Mateo 7 :23, algunos seguidores de Jesús que habían hecho milagros en Su nombre son rechazados por el Señor como «practicantes de maldad.»

Es cierto que Dios bendice a aquellas personas cuyas vidas el endosa; pero Dios también bendice las cosas que no aprueba. Vivimos en un día cuando las bendiciones milagrosas de Dios caen como lluvia sobre la tierra. Pero las Escrituras nos recuerdan sobriamente que Dios «manda la lluvia sobre el justo y el injusto». (Mateo 5:45).

2. Los dones carismáticos son una indicación de la madurez espiritual.

Este concepto equivocado, relacionado en cierto modo con el que vimos anteriormente, procede de un problema que recurre constantemente en el pensamiento cristiano; la creencia de que somos salvos por las buenas obras que a menudo es la sutil insinuación de una creencia anti bíblica inculcada en nuestra infancia de que «si somos buenos iremos al cielo cuando muramos.» Hasta los cristianos que han nacido de nuevo y han sido bautizados con el Espíritu Santo caen en esta trampa. «Se bueno e irás al cielo» puede ser fácilmente alterado para decir: «Se bueno y Dios te dará los dones espirituales.»

Pero los dones del Espíritu Santo no son concedidos como medallas meritorias por nuestra buena conducta. Son concedidos en respuesta a la fe. Los cristianos de Corinto tenían problemas morales que de seguro los descalificaba para «merecer los dones espirituales.» Sin embargo, Pablo reconoce que Dios los había bendecido con una abundancia de dones espirituales a pesar de sus muchas faltas. «Siempre doy gracias a mi Dios … que nada os falta en ningún don» (1 Corintios 1 :4,7).

3. Los dones espirituales eliminan la necesidad del fruto del Espíritu.

Entendemos que la mayoría de los cristianos carismáticos no admitirían este prejuicio. Sin embargo, su preocupación continúa con los dones espirituales sobresale a menudo con su correspondiente descuido del fruto del espíritu. Estamos dispuestos a viajar por cientos de kilómetros para asistir a un culto milagroso, pero no encontramos nada emocionante o dramático en las evidencias correspondientes de la gracia de Dios como es la paciencia, la mansedumbre o el dominio propio. Este desequilibrio es una indicación clara de la falta de madurez espiritual que Dios quiere corregir.

Bob Mumford cuenta un incidente que ilustra muy bien este punto. Hace algunos años Bob era pastor de una iglesia en Wilmington, Delaware, donde el Espíritu Santo se movía de una manera poderosa y milagrosa. Una noche, cuando el culto de adoración estaba saturado con la vida vibrante del poder y la gloria de Dios y la congregación habla subido a un plano superior en la adoración, en la maravillosa evidencia sobrenatural de Su presencia en medio de ellos, de repente vino la siguiente manifestación profética: «¡El viñador está en medio de Su viña palpando entre las hojas buscando fruto – y no lo encuentra!».

Cómo cultivar el fruto

Hay varias cosas que necesitamos tener presente, para que nos ayuden a mantenernos firmes en nuestra decisión de permanecer abiertos al Espíritu Santo para que éste nos haga «portadores de fruto» así como «ejercedores de dones».

l. El fruto y los dones del Espíritu son productos de la naturaleza sobrenatural de Dios.

Cuando nos referimos al fruto del Espíritu no estamos hablando de agradables características humanas. Es un error igualar las características afables y simpáticas de la naturaleza humana con el fruto del Espíritu Santo. El fruto del Espíritu Santo, evidencias genuinas de la naturaleza divina que está siendo formada en nosotros, aparecen únicamente después de haber pasado a través del fuego refinador del trato de Dios en medio de circunstancias adversas.

Afortunadamente, Dios está dispuesto a proveer quieta y milagrosamente la asistencia necesaria para formar Su carácter en nosotros y de concedernos instantáneamente los dones sobrenaturales tales como la profecía o la sanidad.

Sería bueno sin embargo que tuviéramos en mente la gran diferencia en el tiempo que se requiere. Los dones pueden recibirse en un instante. ¡El fruto requiere tiempo para producir!

2. El cultivo del fruto es un proceso doloroso. Jesús dijo:

Toda rama en mí que no da fruto, la quita; y toda la que da fruto, la poda para que dé más fruto. (Juan 15:2).

La verdad sencilla es que no hay ninguna manera de convertirse en un cristiano portador de fruto sin pasar por el proceso de limpieza y de poda. Les perturbará saber que cuando el dueño del huerto poda a un árbol para que lleve más fruto, no sólo corta las ramas muertas, también corta algunas de las ramas vivas.

Yo sospecho que muchas veces cuando clamamos a Dios para que altere nuestras circunstancias, en vez de ser esto un esfuerzo sincero para ganar una victoria por fe, como lo suponemos, es en realidad un intento de escapar al instrumento de Su poda. ¿De qué otro modo podríamos experimentar la poda si no es en las circunstancias adversas?

Yo creo que el Espíritu Santo nos está presionando hacia circunstancias más difíciles con el propósito de podarnos. Sólo así   podrán nuestras vidas aportar el fruto que El desea. Es obvio que el énfasis presente en el Cuerpo de Cristo en asuntos como la sujeción a la autoridad, el orden divino en el hogar, la obediencia y el discipulado no está diseñado para aumentar las manifestaciones milagrosas de los dones del Espíritu Santo, necesarios y maravillosos como son. Los dones de hablar en lenguas, la profecía y las sanidades contribuyen en algo para mantener unido a un matrimonio con problemas. Pero el fruto del amor, la paciencia y la bondad, nacidos del proceso de poda de Dios amoroso pero tenaz, contribuirá incalculablemente hacia esa finalidad.

3. Vale la pena pagar el costo, cualquiera que sea, para alcanzar el equilibrio maduro entre los dones y el fruto del Espíritu Santo.

Mirando a mi propia experiencia cristiana debo de confesar, por más profundamente agradecido que estoy por las muchas evidencias del poder milagroso de Dios que he visto aparecer en mi ministerio, que el crecimiento espiritual de mayor significado ha venido a través de las pruebas y la adversidad. Los dones milagrosos abundan legítimamente en los picos de nuestras experiencias espirituales. Pero los picos de estas montañas, con todo su poder para cambiar nuestras vidas, están siempre unidos por los valles. La realidad es que no se puede tener picos de montaña sin tener valles. Ese es un factor ineludible de la geografía; ¡física y espiritual!

El escritor de Hebreos concreta lo que Dios se ha dispuesto hacer en las vidas de muchos de nosotros en estos días al presionarnos a permanecer unidos con Jesucristo para poder producir el fruto.

Y habéis olvidado la exhortación que como a hijos se os dirige:

Hijo mío, no tengas en poco la disciplina del Señor; ni desmayes al ser reprendido por El; porque el Señor a quienes ama disciplina, y azota a todo hijo que recibe.

Es para vuestra corrección que sufrís; Dios os trata como a hijos; porque, ¿qué hijo haya quien su padre no disciplina?

Pero si estáis sin disciplina, de la cual todos han sido hechos participantes, entonces sois hijos ilegítimos, y no hijos verdaderos.

Además, tuvimos padres terrenales para disciplinarnos, y los respetábamos, ¿con cuánta más razón no estaremos sujetos al Padre de nuestros espíritus y viviremos?

Porque ellos nos disciplinaban por pocos días como mejor les parecía, pero Él nos disciplina para nuestro bien, para que participemos de su santidad.

Al momento ninguna disciplina parece ser causa de gozo, sino de tristeza; sin embargo, a los que han sido ejercitados por ella, después les da el fruto apacible de la justicia.

Por tanto, fortaleced las manos débiles, y las rodillas que flaquean. (Hebreos 12:5-12).

Reproducido de la revista Vino Nuevo Vol 2-# 8, agosto 1978