Por Jason Grainger

Un paseo por el carril de la ingratitud.

Comenzar el día con gratitud mantiene la vida en la perspectiva adecuada.

Recuerdo haber jugado muchos deportes en mis años de crecimiento. No importa el deporte que fuera, había algunas constantes. Yo quería ganar. A mi entrenador le gustaba gritar. Si yo era irrespetuoso con alguien, me disciplinaban inmediatamente. Ganara o perdiera, siempre llevaba mis jugos y con estos me relajaba camino a casa. Pero nunca recuerdo a los árbitros. De hecho, siempre nos dijeron que no dijéramos una palabra a los árbitros pues eso le tocaba al entrenador, no a nosotros. Así que nunca me atreví a atacar a un árbitro.

A medida que crecía, eso iba cambiando. No podía mantener mi boca cerrada y eso me metió en muchos problemas literalmente. Una vez, en un partido de baloncesto, usé a la defensa como escuadra ofensiva y me sancionaron con una falta técnica. El árbitro dijo: “¡Escuché lo que dijiste!”. Yo respondí: “Sí, y mis compañeros de equipo también me escucharon.” El árbitro miró al entrenador y dijo: “Si no lo sacas tú, ¡yo lo echaré!” El hecho era que tenía una reputación de bocón no muy buena.

La realidad es que en aquellos días de hacer deporte recuerdo muchas cosas: unas divertidas, otras malas, y otras difíciles. Pero, hay algo que nunca recuerdo haber hecho; nunca recuerdo haber agradecido a los árbitros. Nunca. Por nada.

Mi papá  

Cuando era pequeño, mi papá era mi entrenador. Él tenía que estar en todos mis juegos; aunque sé que de todas maneras él hubiera estado ahí por mí. Nuestro padre tomó gran parte del dinero de su trabajo para ponernos a mis hermanos y a mí en diferentes deportes. Recuerdo en muchas ocasiones venir en defensa de mi hermano cuando yo no podía. Lo recuerdo trabajando hasta tarde para que no tuviéramos que preguntar si íbamos a comer esa noche. Lo recuerdo conduciendo todo el tiempo para que mi madre no tuviera que molestarse con eso. (Ella se ocupaba de la disciplina en el asiento trasero donde veníamos nosotros retozando.)

Recuerdo que cada vez que alguien moría, la familia del difunto llamaba a papá y él se iba para consolarlos. Cada vez que alguien estaba muy enfermo, lo llamaban y él iba. Recuerdo la amonestación absoluta que le dio al director de una escuela primaria por manipularme en la zona de espera para ser recogido. Recuerdo las veces que iba al a las prácticas de nosotros aun cuando él no era el entrenador. Recuerdo cuando él nos construyó a mi hermano y a mí literas (de las que mi hermano menor me empujó y produjo mi primer hueso roto). Una cosa durante todo ese tiempo que no recuerdo… bueno…no recuerdo haberle agradecido por nada de lo que hacía por nosotros. Nunca.

Oficiales de policía     

También recuerdo un incidente en que un oficial de policía detuvo a un adolescente que iba manejando sobre el límite de velocidad porque tenía que hacer una presentación en la escuela y no sabía cómo hacer el nudo de su corbata, y se dirigía a la casa de su amigo para que le ayudara con el nudo. Cuando el oficial de policía se dio cuenta, lo hizo salir del auto y ató la corbata del joven. O, la vez que el oficial vio a un indigente descalzo viviendo en las calles y fue a comprarle zapatos y calcetines nuevos y él mismo se los puso.

¿Qué del oficial en Pennsylvania comiendo en un restaurante el día después de los horribles tiroteos de Dallas en 2016 (donde un hombre mató a 5 policías e hirió a 11 más sólo porque eran policías)? Una pareja estaba a punto de sentarse al lado de la mesa del oficial. Abruptamente dijeron «No, no queremos sentarnos allí». Hicieron contacto visual y estaba claro por qué no querían sentarse cerca del oficial. Este oficial pagó la comida de ellos en un esfuerzo por cerrar la brecha.

Estos policías tenían un par de cosas en común además de ser policías. Primero, hicieron lo que hicieron porque se preocupan por las personas y no tenían idea de que sus actos de bondad se harían públicos. Lo hicieron simplemente porque era lo correcto. Lo segundo que tienen en común lo cual es muy probable, es que, cuando tengan que acudir a su próxima llamada, nadie se las agradecerá.

¡Gracias!    Así que, ¡muchas gracias! al árbitro que recibe un salario insuficiente y un exceso de trabajo. A quien le gritan todas las noches de partidos.

Al que es ridiculizado y su carácter cuestionado cada cinco minutos, mientras intenta hacer su trabajo lo mejor que puede. A quien se le llama de todo, MENOS “árbitro” por las multitudes que le gritan insolencias mientras corre de un lado para otro. A quién no se le da crédito por las innumerables horas que pasa leyendo el libro de reglas y viendo jugadas para hacer mejor su tarea. Quien deja a su familia noche tras noche, preocupado por su deporte, pero MÁS por sus hijos y por el poco tiempo que pasa con ellos. ¡GRACIAS por los sacrificios que hacen!

Aquí va un ¡muchas gracias! a todos los padres que son incansables en sacrificarse sin recibir ni siquiera esperar un agradecimiento. Al padre que le transmite vida a su hija. Para aquél que no dejará que su hijo se conforme con la mediocridad. Para el que siempre come de último y escucha primero. Para el hombre que trabaja y deja que sus hijos disfruten del fruto primero. Para el hombre que se queda despierto hasta tarde para asegurarse de que todos los regalos de Navidad se vean bien (si un niño lee esto, esto es antes de que llegue Santa Claus). Para el padre que enseña a sus hijos a ser hombre tratando a su esposa con el mayor respeto y sirviendo en lugar de recibir primero. Para el padre que trabaja horas en el auto de su hija justo a tiempo para que ella se vaya tranquila con sus amigos. ¡GRACIAS!

Para el oficial que arriesga su vida para que usted y yo podamos estar a salvo. Para el hombre que se da cuenta que puede estar diciéndole «ten un buen día» a su esposa por última vez cada vez que va a trabajar. Para el oficial que hace bien su trabajo solo para ser eclipsado algunas veces por algunas manzanas podridas. Para el oficial que es ridiculizado y despreciado y decide no llevar su frustración a casa, dejándola en el trabajo. Para el oficial que recibe todos los viles nombres habidos y por haber y que aun así le hace resucitación cardiopulmonar a esa persona para asegurarse de que viva. Para el oficial que defiende tu derecho de llamarlo «Cerdo». A los innumerables sacrificios que hacen, que cambian vidas a diario… ¡GRACIAS!

Hazte un gran favor y a tu comunidad: comienza a buscar a personas no apreciadas y agradéceles lo que hacen en bien de la comunidad. Esta pequeña acción irá muy lejos. Deja de hablar sobre cómo el mundo necesita cambiar y SÉ tú el cambio que quieres ver. Comienza con gratitud. Si comienzas con gratitud, el resto del día se mantendrá en el enfoque y la perspectiva adecuados. Te reto a que me pruebes que estoy equivocado.

JASON GRAINGER es escritor, cantante y compositor que vive en el área de Nashville. Durante los últimos 15 años, también se ha desempeñado como productor, organizador y supervisor de giras de conjuntos musicales. Jason está casado con Jennifer, tienen siete hijos y sirven a la comunidad reuniendo a personas de diversos orígenes. Oiga su música en: jasongrainger.com. Lea su blog: tidbitsofaudacity.com

Tomado con permiso de One-to-One Magazine edición del verano de 2019.