Por T. Austin Sparks

Lectura: Salmo 89:19,20; Hechos 13:22; Hebreos 1:9; 1 Samuel 13:14.

La Biblia abunda en muchas otras cosas: en doctrina, en principios, pero, sobre todo, abunda en contar la vida de hombres. Ese es el método usado por Dios, su método principal para darse a conocer. Estos hombres tuvieron una relación especial con Dios. Dios se asoció con ellos e hizo sobresalir rasgos particulares en cada uno. En ninguno de ellos es aceptable todo el hombre, cada rasgo debe ser examinado, hay uno o más en cada hombre sobresalientes que lo distinguen de todos los demás. Esos rasgos permanecen como individuales en la vida de ese hombre en particular.

Tales rasgos distintivos representan el pensamiento de Dios. Dios mismo se esmeró en desarrollarlos. Fue Dios quien puso su mano sobre esos hombres, para que a lo largo de la historia fueran la expresión de rasgos particulares de Dios mismo.

Aprendemos de la fe de Abraham y de la mansedumbre de Moisés. Todo hombre representa alguna característica forjada en él, desarrollada en él y cuando se piensa en ese hombre, esa característica debe ser siempre la más importante en nuestra mente. Nuestra atención se enfoca, no en el hombre en su totalidad, sino en aquello que lo caracteriza. Así, un Apóstol nos llama a recordar la fe de Abraham, mientras que otro nos pide recordar la paciencia de Job. Los rasgos son los pensamientos de Dios, y cuando todos los rasgos de todos los hombres se reúnen y  combinan, estos hombres, en su totalidad, representan a Cristo.

Es como si Dios hubiera esparcido a un solo Hombre a lo largo de las generaciones, y en una multitud de ellos hubiera mostrado algún aspecto o faceta de ese único Hombre capaz de decir: “Escudriñad las Escrituras, porque os parece que en ellas tenéis vida eterna, y ellas son las que dan testimonio de mí.” (Juan 5:39).

Hay un Hombre esparcido a lo largo y ancho de toda la Biblia, y todos los otros que han venido lo han hecho con el propósito de mostrar el pensamiento de Dios, el cual se expresa plenamente en Su Hijo: el Señor Jesús. Al reconocer esto, somos capaces de apreciar más las palabras que acabamos de leer, que en primera instancia se refieren a David, pero que claramente van más allá: uno mayor que David.

Vuelva a leer el Salmo ochenta y nueve y no podrá evitar ver dos cosas que se funden: “Yo he puesto el socorro sobre un valiente; he enaltecido a uno escogido de mi pueblo.” Para que esto tenga completo sentido es necesario buscar a alguien más grande que David. En las palabras «He puesto el socorro sobre un valiente…» tenemos uno de los grandes fundamentos de nuestra redención. Aquí hay uno más grande que David, cuyos rasgos principales, bajo la mano de Dios, fueron una expresión Su pensamiento con respecto a Cristo. No se puede decir eso de la vida de David en su totalidad. No se puede afirmar: «He hallado… a un hombre conforme a mi corazón… (1 Samuel 13:14), las anteriores afirmaciones no se pueden aplicar a través de toda la vida de David. No se puede afirmar cuando David era culpable: esto era según el corazón de Dios. Tenemos que ver exactamente qué en David y sobre David hizo posible que Dios dijera ser un hombre conforme a Su corazón. Dios se refiere a aquello que en David señalaba a Cristo. Sólo lo que es de Cristo es conforme al corazón de Dios.

El propósito divino desde la eternidad

«El Señor se ha buscado un hombre conforme a su corazón…” Si recordamos nuestras meditaciones anteriores, encontramos un gran escenario para esta afirmación. Se refiere a la creación del hombre, donde el Señor buscaba tener un género humano, un hombre colectivo en el cual se reprodujeran sus pensamientos y rasgos. El Señor siempre ha  buscado a ese hombre. La búsqueda de tal hombre condujo a Dios a la creación. La búsqueda de ese hombre lo llevó a la encarnación. Es esa búsqueda de un hombre la que ha llevado a la Iglesia «a ser un hombre nuevo». Dios está en todo momento en busca de un hombre que llene su universo; no un hombre como una unidad, sino un hombre colectivo concentrado en su Hijo. Pablo habla de este hombre como «…la Iglesia, que es su cuerpo, la plenitud de Él…» Efesios 1:22-23) Es la plenitud, la medida de la estatura del hombre en Cristo. Es de la Iglesia, de quien se habla allí, no un individuo. Dios siempre ha estado en busca de un hombre para llenar su universo.

La semejanza es moral y espiritual

Dios tiene pensamientos, deseos y ejerce voluntades. Esos pensamientos, deseos y voluntades son la esencia misma de su ser moral, y cuando se ha reproducido se tiene a un ser constituido según la propia naturaleza moral de Dios: el hombre se convierte en encarnación y personificación de la propia naturaleza moral de Dios; no de la deidad de Dios, sino de la naturaleza moral. Usted sabe lo que es en la vida decir que algo o alguien es conforme a su propio corazón. Quiere decir que son exactamente conforme a su pensamiento, a su deseo y completa satisfacción. El hombre según el corazón de Dios es así para Él.

Entregado a la voluntad de Dios

Hay un elemento, hasta cierto punto, define nuestro tema y pone el dedo en el fundamento del asunto. ¿Qué es el hombre según el corazón de Dios? ¿Qué es lo que Dios ha buscado en el hombre? El versículo en Hechos nos dice: «… quien hará todo lo que yo quiero.» (Hechos 13:22). La referencia es 1 Reyes 14:8 donde su «voluntad» se refiere a todos sus mandamientos «…todas Sus voluntades; todo lo que Dios desea; todo lo que Dios quiere. La voluntad de Dios en todas sus formas, en todos sus caminos, en todos sus aciertos y objetivos. El hombre que hará todas Sus voluntades es el hombre según el corazón de Dios, al quien Dios ha buscado. Las palabras se refieren, en primer lugar, a David. Hay varias formas en las cuales David, como hombre según el corazón de Dios, se pone en evidencia.

Notemos algo esencial, David se contrapone a Saúl. Cuando Dios hizo a un lado a Saúl, levantó a David. Esos dos son incompatibles y no pueden ocupar juntos el trono. Si David ha de venir, entonces Saúl debe irse. Si Saúl está allí, David no puede venir. Esto se ve muy claramente en la historia. Pero observemos como esto nos conduce a principios básicos, no simplemente a lo histórico. Tiene que ver con personajes de días pasados. Ante Dios hay dos estados morales, dos condiciones espirituales, dos corazones. Estos dos corazones nunca pueden estar juntos en el trono, nunca pueden ocupar la posición de príncipe al mismo tiempo. Si uno ha de ser príncipe, o estar en el lugar de ascenso, de honor, de designación de Dios; el otro corazón tiene que ser desechado completamente. Es notable que incluso después de ser David ungido rey, hubo un lapso considerable de tiempo antes de llegar al trono. Durante ese periodo Saúl siguió ocupando esa posición. David tuvo que mantenerse al margen para que tal régimen siguiera su curso hasta estar completo y entonces fue puesto a un lado.

 


Sería un estudio largo y provechoso, repasar la vida interior de Saúl y su comportamiento exterior. Saúl se regía por sus propios juicios en los asuntos de Dios. La fe de Saúl fue puesta a prueba cuando Dios le ordenó destruir a Amalec y todo lo que tuviere, que no se apiadara de él, que matara a hombres, mujeres, niños, vacas y ovejas, camellos y asnos. Era una gran prueba de la fe de Saúl en el juicio y la sabiduría de Dios, en el conocimiento y honor de lo que Dios estaba haciendo. Si Dios nos ordena hacer algo que a primera vista parecería negar algo de su naturaleza  en cuanto a su bondad y misericordia y comenzamos a permitirle a nuestro propio juicio apoderarse del mandamiento de Dios y le darle otra apariencia al asunto, hemos puesto nuestro juicio en contra del mandato de Dios.

En efecto, hemos dicho: El Señor seguramente no sabe lo que está haciendo, seguramente el Señor no es consciente de la forma en que su reputación sufrirá si esto se hace y cómo la gente hablará de su moralidad. Es peligroso hacer valer nuestro propio juicio moral sobre un mandato explícito del Señor. La responsabilidad de Saúl no era cuestionar el por qué, sino obedecer. Recordemos las palabras de Samuel a Saúl: “¿Tiene Jehová tanto contentamiento con los holocaustos y víctimas, como en obedecer a las palabras de Jehová? Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios; y el prestar atención que el sebo de los carneros” (1 Sam. 15:22). El hombre conforme al corazón de Dios cumple todas sus voluntades, y no dice: Señor, esto te hará caer en el oprobio. ¡Esto te traerá deshonra! ¡Esto te creará graves dificultades! Por el contrario, responde de inmediato: Señor, Tú lo has dicho; yo te dejo la responsabilidad de las consecuencias y obedezco. El Señor Jesús siempre actuó así. Fue incomprendido por ello, pero lo hizo.

Saúl se dejó influenciar en su conducta por sus propios sentimientos, sus gustos y preferencias. Culpó a la gente, pero al fin y al cabo era él mismo quien tenía la culpa. Era su juicio el que actuaba a través de sus sentimientos. En efecto, dijo: ¡Es una gran pena destruir eso! Aquí hay algo que parece tan bueno, según todas las normas de buen juicio es bueno, y el Señor dice que se destruya. ¡Qué lástima! ¿Por qué no entregarlo a Dios en sacrificio? Ahora bien, sabemos que es cierto que en el hombre natural existen estos dos aspectos, un lado bueno y otro malo. ¿No nos encontramos a menudo, por nuestra parte, diciendo, en efecto: «Entreguemos lo bueno a Dios»? Estamos muy preparados para que el lado muy pecaminoso se vaya, pero debemos entregar también lo bueno que hay en nosotros al Señor. Todas nuestras justicias son en sus ojos como trapos de inmundicia. La nueva creación de Dios no es un mosaico de lo viejo; es algo totalmente nuevo, lo viejo tiene que desaparecer. Saúl no cumplió con eso. Razonó que lo mejor debía ser entregado a Dios, cuando Dios había dicho: Destrúyelo por completo.

El hombre conforme al corazón de Dios no comete errores así. Su cuestionamiento debió ser: ¿Qué ha dicho el Señor? No hay lugar para las  preguntas: ¿Qué siento al respecto? ¿Qué me parece a mí? No se dice: Es una gran pena desde mi punto de vista. No. El Señor lo ha dicho, y eso es suficiente. Dios se ha buscado un hombre que cumpla todas sus voluntades.

Cuando le damos seguimiento al contraste entre Saúl y David, nos lleva a un solo tema una y otra vez. Todo apunta en una dirección. ¿Renunciará este hombre a sus propios juicios, a sus propios sentimientos, a sus propias normas, a todo su ser por la voluntad de Dios? o  ¿Tendrá reservas en su forma de ver las cosas y de cuestionar a Dios?

Hay otra forma en la cual David se destaca como el hombre según el corazón de Dios, y es ésta la que nos interesa especialmente, y con la cual concluiremos esta meditación. La notamos en la primera acción pública de David en el valle de Elah. Nos referimos, por supuesto, a su lucha contra Goliat. Esta primera acción pública de David fue representativa e inclusiva, como lo fue la conquista de Jericó con Israel. Jericó, como sabemos, fue representativa de la conquista de toda la tierra. Había siete naciones que debían ser depuestas. El pueblo de Dios marchó alrededor de Jericó siete veces. Jericó, como principio espiritual y moral, era la encarnación de toda la tierra. Dios pretendía que todo aquello cierto en la conquista de Jericó lo fuese en todas las demás conquistas: que la base fuera pura fe; la victoria por la fe, la posesión por la fe.

La lucha de David contra Goliat fue así. Esa lucha representaría  la vida que David iba a expresar. Fue la revelación completa del corazón de David. Era un hombre según el corazón de Dios. La base de la aprobación de Dios en su elección de los hombres se nos muestra en sus palabras a Samuel con referencia a otro de los hijos de Jesé: “No te fijes en su aspecto, ni en la altura de su estatura… el Señor mira el corazón” (1 Sam. 16:7). En el caso de David, el corazón que Dios había visto se revela en la contienda con Goliat, y fue ese corazón el que hizo de David el hombre según el corazón de Dios todo el resto de su vida. ¿Quién o qué es Goliat? Es una figura gigantesca detrás de la cual se esconden todos los filisteos. Es un personaje completo, inclusivo; en efecto es toda la fuerza filistea; porque cuando vieron a su campeón muerto, huyeron. La nación estaba ligada y representada por ese hombre.¿Qué son típicamente los filisteos? Representan lo que está muy cerca de lo que es de Dios, siempre en estrecha proximidad, siempre tratando de inmiscuirse en las cosas de Dios; de dominar, de mirar, de husmear, de descubrir las cosas secretas de Dios. Recordemos la actitud de los filisteos cuando el Arca llegó a sus manos. Siempre trataban de curiosear en los secretos de Dios, pero siempre de forma natural. Se les llama incircuncisos. Eso es lo que dijo David de Goliat: “quién es este filisteo incircunciso.” Sabemos, por la interpretación de Pablo, que eso significa típicamente la vida natural incircuncisa, la vida natural siempre tratando de aferrarse a las cosas de Dios separada de la obra de la Cruz; que no reconoce la Cruz, deja de lado la Cruz, y cree poder proceder sin la Cruz a las cosas de Dios. La vida natural ignora el hecho de que no hay camino hacia las cosas del Espíritu de Dios sino a través de la Cruz como algo experimentado, como un poder que rompe la vida natural y abre un camino para el Espíritu. No hay posibilidad alguna de conocer los secretos de Dios si no es por el Espíritu Santo, y el Espíritu Santo aún no había venido (usamos la palabra en el sentido particular de Juan 7:39) hasta que se cumpliera el Calvario. Esto debe ser de aplicación personal, no meramente histórica. Los filisteos incircuncisos simplemente hablan de una vida natural que habita al lado de las cosas de Dios, y siempre está interfiriendo con ellas, tocándolas, queriendo apoderarse de ellas; una amenaza para lo espiritual. Goliat encarna todo eso. Todos los filisteos están representados en él. David se encuentra con él: la interpretación espiritual es que el corazón de David no va a tener nada que ver con eso. Él se propone que todas las cosas sean de Dios, y nada del hombre. No habrá lugar para esa naturaleza en los asuntos de Dios, por el contrario, tal fuerza natural debe ser destruida. Los filisteos se convierten en enemigos de David para toda la vida, y él en su enemigo.

¿Ve usted al hombre según el corazón de Dios? ¿Quién es él? ¿Qué es? Es un hombre que, aunque las probabilidades en su contra sean adversas, se opone con todo su ser a lo que interfiere de manera incircuncisa en los asuntos de Dios. Se opone a lo que contradice la Cruz del Señor Jesús, a lo que intenta entrar en el reino de Dios por otro camino diferente al de la cruz. Todo lo anterior está representado en el filisteo. ¿Quién es este filisteo incircunciso? El corazón de David se indignó con todo lo simbolizado en este hombre.Esto constituye una situación muy importante. No tiene que ver simplemente con un mundo pecador. Obviamente en el Mundo hay oposición  a Dios, esto es reconocido y admitido por la mayoría de la gente. Sin embargo no es lo que tenemos aquí. Hablamos de aquello encontrado incluso entre el pueblo del Señor cuando éste no considera nada como demasiado sagrado para ser explotado. Es aquello admitido en una asamblea de santos en Corinto que exige una tremenda carta del Apóstol: la  carta  sobre la sabiduría natural, la sabiduría de este mundo. Esa sabiduría es expresada como la mentalidad, incluso de los creyentes, que hace el Evangelio inefectivo. Este espíritu, no sujeto a la Cruz se arrastra y se asocia con las cosas de Dios, se apropia de ellas. Lo preocupante no es tanto lo descarado, obvia y conspicuamente pecaminoso sino la vida natural considerada tan buena según algunos criterios.

El pueblo del Señor siempre ha tenido que enfrentarse a esta situación de una forma u otra. Esdras enfrentó ese problema. Algunos hombres vinieron y ofrecieron su ayuda para construir la Casa de Dios: ¡y cómo ha sucumbido la Iglesia a ese tipo de cosas! Si alguien ofrece su ayuda para la obra del Señor, la actitud inmediata es: Bueno, es una ayuda y es lo que queremos; ¡aceptemos toda la ayuda que nos ofrezcan! No hay discriminación. Nehemías tuvo que enfrentarse a lo mismo. La iglesia está mejor sin ese tipo de ayuda. La Iglesia está mucho mejor sin la asociación filistea. Juan, el último apóstol sobreviviente, escribe en su vejez: “…más Diótrefes, que ama tener el primado entre ellos, no nos recibe” (3 Juan 9). Vea usted el significado de esto. Juan era el hombre del testimonio de Jesús: “Yo Juan… estaba en la isla que es llamada Patmos, por la palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo” (Apocalipsis 1:9) La gran palabra de los escritos de Juan es vida: “En él estaba la vida… (Juan 1:4); “Y esta vida está en su Hijo (1 Juan 5:11). Diótrefes no pudo soportar eso. Si Cristo está por entrar, Diótrefes, quien ama tener  preeminencia, debe salir. Si el que ama tener la preeminencia está por entrar, entonces Cristo se mantiene fuera.

El hombre conformado al corazón de Dios es aquel que no tendrá ninguna armonía con la mente natural. No sólo con lo que se llama pecado en sus formas mas concretas, sino con toda esa vida natural que trata de apoderarse de la obra de Dios y de los intereses de Dios para manejarlos y gobernarlos. Esto ha sido lo que ha paralizado y entorpecido a la Iglesia a través de los siglos; hombres insinuándose en el lugar de Dios en Su Iglesia.

Ustedes ven lo que David representa. Él quitará la cabeza de ese gigante. No tiene que haber ningún compromiso con esta cosa; debe caer en el nombre del Señor.

El precio de la lealtad

Ahora observe lo que David sufriría por su devoción. Este hombre era el único que veía el significado de lo que tenía que hacer; el único que tenía los pensamientos y conceptos de Dios en su corazón. El único con los sentimientos de Dios, la percepción de Dios; este hombre único entre todo el pueblo de Israel en ese oscuro día de debilidad y decadencia espiritual estaba del lado de Dios. David estaba viendo las cosas de una manera real y tiene que sufrir por ello. Cuando entró en escena revelando su indignación, su ira y su celo por el Señor, y con su percepción y discernimiento de lo que estaba en juego, comenzó a desafiar este hecho; sus propios hermanos se volvieron contra él. ¿Cómo? De la manera más cruel para un hombre como él, de la manera más calculada para herir el corazón de cualquier verdadero siervo de Dios. Le atribuyeron motivos incorrectos. Dijeron en efecto: «Estás tratando de abrirte camino; tratando de obtener reconocimiento; tratando de ser prominente». Sólo te mueven los intereses personales, las ambiciones personales.

Ese es un golpe cruel. Todo hombre que ha salido en contra de lo que usurpa el lugar de Dios de alguna manera, y se mantiene solo por Dios en contra de las fuerzas que prevalecen, ha caído bajo ese azote. A Nehemías le dijeron: Estás tratando de ganarte un nombre, para que los profetas te pongan en alto y proclamen por todo el país que hay un gran hombre llamado Nehemías en Jerusalén. Cosas similares le dijeron a Pablo. La tergiversación es parte del precio. El corazón de David estaba tan libre de tales cosas como cualquier corazón podría estarlo. Su corazón estaba en el Señor, en la gloria del Señor, en la satisfacción del Señor, aun así, los hombres dijeron: todo es para él, para su propio nombre, para su propia reputación, para su propio prestigio. Ese azote está diseñado para desanimar a un hombre más que una gran oposición abierta. Pero David no sucumbió; ¡el gigante sí! Qué el Señor nos dé un corazón como el de David, porque es un corazón conforme al de Él.

Vemos en David un reflejo del Señor Jesús consumido por el celo por la Casa del Señor, quien pagó el precio de su celo.

Notas:

A menos que se indique lo contrario, todas las citas bíblicas son de la Reina Valera de 1960

Acerca del autor: Theodore W. Austin-Sparks nació en Londres, Inglaterra, en 1888 y fue educado tanto en Inglaterra como en Escocia. A los 25 años fue ordenado pastor, sin embargo, unos años más tarde su «carrera» tomó una dirección decididamente diferente cuando una crisis espiritual le llevó a un lugar de quebranto. Abandonó la denominación a la que pertenecía y abandonó el título de «Reverendo».

Austin-Sparks publicó una revista bimensual llamada A Witness and A Testimony (Un testigo y un testimonio) desde 1923 hasta su muerte en 1971.

Con sede en Honor Oak, Londres, a TAS (como se le conocía cariñosamente) no le faltó la oposición y el rechazo hacia su persona y su ministerio en los círculos confesionales de la época, pero consideró que no debía defenderse ni promocionarse.