Autor Hugo Zelaya

El apóstol Pablo retomó en sus epístolas lo que el Señor Jesús dijera del evangelio: que había sido un misterio por mucho tiempo para muchos (ver Mateo 13.11; Romanos 26.25; 1 Corintios 2.7 Colosenses 1.26-27; Efesios 3.9).

“Misterio en la religión cristiana, es algo inaccesible a la razón y que debe ser objeto de fe”1 o de revelación como dice Deuteronomio 29.29: “Las cosas secretas pertenecen al SEÑOR nuestro Dios, pero las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos, para siempre, a fin de que cumplamos todas las palabras de esta ley.”

Introducción y definiciones

Uno de los resultados de no vivir de acuerdo a la revelación bíblica, es seguir bajo el dominio de Satanás. En 2 Corintios 2.11 y 14 Pablo exhorta a los creyentes en Cristo a no dejarse engañar por Satanás y a depender de Dios que hace que siempre triunfemos en Cristo. No obstante, es un hecho palpable que la vida victoriosa sigue evadiendo a demasiados cristianos.

La revelación de los misterios sigue siendo tarea del Espíritu Santo enviado por el Señor (ver Mateo 14.25). El propósito de este artículo es repasar lo que ya nos ha sido revelado por el Espíritu Santo para que tengamos una vida victoriosa.

Un diccionario secular da, entre otros, dos significados de Señor: Primero, “persona que gobierna en un ámbito determinado” y segundo, “persona a la que sirve un criado.”2

Un diccionario bíblico ofrece los siguientes significados de Señor: “De kuros (supremacía); supremo en autoridad, es decir, (como sustantivo) controlador; por implicación, Amo, Dueño, Señor, 3

Una concordancia greco-española incluye en el significado de Señor, la palabra Déspota que significa “Soberano que gobierna sin sujeción a ley alguna y que ejerce mando supremo.”4 Como nota personal añado reverentemente que nuestro Señor es un “déspota benevolente” que sólo busca nuestro bienestar y esto si se lo permitimos: es decir, no impone su potestad, no obliga al ser humano a someterse a su Señorío. Por su gracia y misericordia nos concede la libertad de escoger aceptar o rechazar lo que por derecho divino le corresponde.

Más que nuestro Creador

La victoria en la vida cristiana se fundamenta en el reclamo de Dios de ser más que nuestro Creador. La Escritura lo revela como nuestro Amo, Dueño y Señor absoluto y Dios encarnado en Jesús quien a su vez lo revela como nuestro Padre celestial. Nuestra relación con él es compatible con cada uno de sus atributos; es decir, se ajusta al trato de Dios en ese momento: individual y colectivamente. Por ejemplo, si quiere enseñarnos obediencia o diligencia, se revela como Señor absoluto quien espera que respondamos a sus instrucciones de la manera en que él dice y no como nosotros prefiramos hacer. Cuando Dios quiere demostrarnos su amor, el Espíritu Santo lo revela a nosotros como Padre.

Requisitos para la victoria

La Biblia enseña que hay bendiciones que Dios da incondicionalmente y que hay otras que requieren de parte nuestra el cumplimiento de ciertas condiciones para recibirlas. Por ejemplo, el amor de Dios es incondicional. Mateo 5.45 dice que Dios hace salir su sol sobre malos y buenos, y hace llover sobre justos e injustos.

Con respecto a las promesas condicionales, la Biblia indica por lo menos dos elementos para que estas promesas se cumplan. El primero es la fe como lo presentan muchos pasajes como Romanos 4.13-22 donde dice que: Abraham creyó contra toda esperanza (la promesa de Dios que tendría un hijo en su vejez y que sería padre de multitudes (Génesis 17.5) y vino a ser padre de muchas naciones (vs. 18).

El segundo elemento en las promesas condicionales tiene que ver esencialmente con el pacto que Dios hace con un individuo o con un grupo de personas. Éxodo 19.5 establece las condiciones del Antiguo Pacto, a Israel le corresponde escuchar su voz y guardar su pacto. Dios se compromete a ser su Dios y hacer de Israel un pueblo especial entre todos los pueblos.

Hebreos 8.9 explica que Israel en general no cumplió(no permaneció) su parte del pacto que Dios hizo con ellos y concluye diciendo: Yo (Dios) dejé de preocuparme por ellos.” Es decir, Israel no cumplió su parte y Dios se despreocupó de ellos. Estos principios no son exclusivos para Israel; son aplicables también para la Iglesia.

El nuevo pacto es la promesa de Dios de perdonar el pecado del hombre y restaurar la comunión que perdió con la caída de Adán. Jesucristo es el ejecutor y mediador del nuevo pacto. Su muerte en la cruz fue en lugar del hombre. Lo que el hombre no puede hacer para satisfacer las condiciones de Dios, él lo hizo por nosotros. Su sacrificio cumplió las demandas de Dios.

El Nuevo Pacto que Jesús vino a establecer da lugar a la formación de la Iglesia. Entre las condiciones para que todas las promesas del Nuevo Pacto, incluyendo la vida victoriosa, sean una realidad personal, tenemos que darle nuestra vida y aceptar la suya. Este intercambio de vidas se alcanza por medio de la fe en su sacrificio. En la cruz él tomó nuestra vida y la clavó y nosotros lo recibimos en nuestro corazón para que él viva a través de nosotros. Pablo lo resume de esta manera en Gálatas 2.20: “Con Cristo he sido juntamente crucificado; y ya no vivo yo sino que Cristo vive en mí. Lo que ahora vivo en la carne, lo vivo por la fe en el Hijo de Dios quien me amó y se entregó a sí mismo por mí.”

Miembros de la Iglesia

Veamos tres elementos en este proceso: Primero. Todo comienza naciendo de nuevo de arriba (ver Juan 3.1-15). Jesús dice a Nicodemo que para ver el reino se tiene que nacer de nuevo. No sabemos si Nicodemo era ingenuo o ingenioso cuando habla de volver a entrar en el vientre de su madre. Ahora que leemos todo el relato sabemos que es imposible volver a nacer sin morir primero.

También sabemos que Jesús hablaba de dos dimensiones, la natural, terrenal, de abajo y la espiritual, celestial, de arriba. Este era el dilema de Nicodemo. El diálogo parece como si estuvieran hablando dos idiomas y en realidad así era. Jesús le habló con un sentido espiritual y él oyó las palabras del Señor desde su perspectiva natural. Nunca habría fruto sin que los dos se pusieran en el mismo nivel. Es probable que el relato de esta conversación no sea completo y que el Señor logró tocar el espíritu de Nicodemo, porque más adelante Juan dice que Nicodemo era uno de ellos (ver Juan 7.50).

También sabemos ahora que Dios no toma en cuenta al hombre viejo o natural; para Dios está muerto. Dios había advertido a la primera pareja en el huerto que morirían el día que comieran del árbol del conocimiento del bien y del mal porque el día que comas de él, ciertamente morirás (Génesis 2.17) y para nacer de nuevo debemos aceptar el juicio de Dios a la desobediencia de la primera pareja.

La Biblia no narra la muerte física de Eva. Dice que Adán llegó a vivir novecientos treinta años. Lo que murió primero en ambos, fue su espíritu, el elemento capaz de oír, conversar y tener comunión con Dios y es probable que sucediera en el instante de su desobediencia. La Biblia muestra en muchas ocasiones la capacidad de Dios de “invadir” el elemento natural del hombre, y que Dios cerró la puerta al hombre para impedirle entrar en su dominio de cualquier manera (ver Génesis 3. 8-24).

El hombre viejo está muerto para Dios, pero sigue vivo en la carne. El nuevo nacimiento revive el espíritu del hombre y deja muerto al hombre viejo. Toda actividad de Dios en relación con el hombre es primero espiritual con manifestación natural después. Es decir, hay una evidencia visible y palpable de la obra espiritual de Dios en nosotros.

La persona nacida de nuevo no se lleva nada de su vida anterior. Deja un modo de vida y entra a otro totalmente nuevo. Eso precipita una lucha entre el espíritu donde vive el Señor y la carne donde vive el hombre viejo que lucha por recobrar el dominio sobre su vieja propiedad. Nuestra voluntad está entre los dos. La lucha es entre el espíritu y la carne y nosotros decidimos quien es señor.

En el cristiano débil o inmaduro el hombre viejo parece resucitar a cada rato. Esta inconsistencia en la conducta de los cristianos es como una doble personalidad que los hace disfuncionales en el reino de Dios. Jesús es el Señor y dejó su Espíritu Santo para enseñarnos y capacitarnos a reflejar consistentemente la vida de Jesús en la persona nacida de nuevo.

Para que nuestro testimonio sea eficaz en las personas impenitentes es necesario que ellos vean un antes y un después. Como era yo antes; lo que heredé de mis antepasados; como me formó la sociedad y las circunstancias; lo que me enseñaron mis relaciones mundanas. Y que ahora soy otra persona por obra del Espíritu Santo y por la gracia y misericordia de Dios.

Segundo. Pare tener victoria en la vida es necesario mantener una comunión estable con Dios. Cuando los cristianos no reflejan la vida de Dios en y fuera de la iglesia es porque su comunión con Dios es inconstante. Su situación se complica más cuando recurre a una religiosidad superficial que aparenta ser el fruto de la comunión con Dios, pero que en realidad son falsificaciones. Los ritos, ceremonias, fórmulas y otros esfuerzos humanos no pueden dar el fruto que se engendra en la intimidad con Dios. Todo es un esfuerzo inútil del hombre de producir él la vida de Dios. 

Juan 15.4 y 5 dice: “Permanezcan en mí, y yo en ustedes. Como la rama no puede llevar fruto por sí sola si no permanece en la vid, así tampoco ustedes si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes las ramas. El que permanece en mí y yo en él, este lleva mucho fruto. Pero separados de mí nada pueden hacer.”

Jesús dijo que él es la vid y nosotros las ramas. Jesús habla de un todo. Eso significa que Jesús es la raíz, el tronco, las ramas, las hojas, las flores y el fruto. También dijo que permaneciéramos en él para dar fruto. Quiere decir que si no nos mantenemos pegados a él perdemos nuestra identidad, Jesús está en su lugar y nosotros andamos por otro lado. Separados de mí nada pueden hacer. Sólo queda una vida religiosa sin el fruto de Dios.

Tercero. El Padre exaltó a su Hijo hasta lo sumo porque él se humilló hasta la muerte y muerte de cruz (ver Filipenses 2.8-10). El texto resalta dos verdades importantísimas. El padre acepta sólo el sacrificio de su Hijo para la redención de los pecados de la humanidad. Y le dio la preeminencia sobre todas las cosas.

Preeminencia es una palabra relacional. Significa dar el primer lugar a otra persona.5 En Colosenses 1.15 Pablo dice que [Cristo] es la imagen del Dios invisible; el primogénito de toda la creación. No sólo en orden de nacimiento. Cristo es primero en todo. Habrá victoria en nuestra vida si lo preferimos a él.

Hay una expresión acuñada en los últimos años que no es un término bíblico, pero capta el sentido de preeminencia: Cristo céntrico. Es poner a Cristo en el centro de nuestra vida en confesión y acción. No nosotros, ni un edificio, ni la Biblia si la ponemos antes de Cristo. Todo y todos giramos alrededor de él; no al revés

Tres aplicaciones esenciales

Uno. Saber en quéconsistela victoria –El pecado no se enseñoreará de ustedes (Romanos 6.14). El pecado que es la desobediencia a los mandamientos de Dios, nos separa de su vida. Un cristiano derrotado es un cristiano desobediente.

Dos. Conocer que el amor de Dios es la causa y efecto de la victoria. 35 “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligros, o espada? 36  Como está escrito: Por tu causa somos muertos todo el tiempo 37 Más bien, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó.” (Romanos 8.35-37)

Tres. Esta nos cuesta más: Aceptar que ya tenemos la victoria. La victoria contra pecado es un regalo de Dios. Lo único que tenemos que hacer es aceptarlo por fe.

Gracias a Dios, quien nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo (1 Corintios 15:57).

Gracias a Dios que hace que siempre triunfemos en Cristo (2 Corintio 2:14).

Ustedes son de Dios, y los han vencido, porque el que está en ustedes es mayor que el que está en el mundo (1 Juan 4:4).

Porque todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe (1 Juan 5:4).

En resumen, la vida victoriosa es una expresión de la naturaleza divina en nosotros. Es el fruto de nuestra comunión con Dios en el E.S. La Victoria no es siempre inmediata; por lo general es progresiva. No se desanime si ahora ve muy pocos cambios.

Anímese y lea Romanos capítulos 7 y 8. El capítulo 7 describe la vida derrotada. Treinta veces repite “yo” o una forma verbal en primera persona. El capítulo 7 termina con una súplica y una respuesta: 24 ¿Quién me librará? 25 ¡Doy gracias a Dios por medio de Jesucristo nuestro Señor!

En el capítulo 8 viene la victoria y la liberación. Alguien ha contado que el Espíritu Santo es mencionado 21 veces en este capítulo. Y también dice: 1Ninguna condenación para los que están en Cristo J…2 la ley del Espíritu de vida en Cristo… me ha librado de la ley del pecado y de la muerte. 32 El que no eximió ni a su propio Hijo sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará gratuitamente también con él todas las cosas?

Hugo M. Zelaya es el fundador de las Iglesias de Pacto en Costa Rica y hasta septiembre del 2017 fue el pastor general de la Iglesia de Pacto Nueva Esperanza en San José. Él y su esposa Alice viven en La Garita, Alajuela, Costa Rica.

A menos que se indique lo contrario, todas las citas bíblicas son de Reina Valera Actualizada 2015.

Notas

1,2. Diccionario de la Real Academia Española, versión digital

3. Diccionario Griego de Strong, número 2962

4. Concordancia Greco-Española de Hugo M. Peters

5. International Standard Bible Encyclopedia en Power Bible version digital

Victoria, E.S., vida crist, nuevo pacto, vida victoriosa, comunión con Dios,