Por Bob Mumford

Si se efectuara un concurso público hoy en día para elegir al hombre que probablemente menos éxito alcanzaría en la vida, de acuerdo a la ética corriente, mi candidato sería el apóstol Pablo. ¿Le sorprende esto? Sin embargo, en uno de sus lemas (y hay otros), él probablemente llevaría el voto de la mayoría como muy impopular, si no totalmente inaceptado. ¿Cuál es este lema? «Sométase toda persona a las autoridades supe­riores.» (Romanos 13: l.)

¿Qué le dicen esas simples siete palabras a usted? ¿Cómo se siente cuando piensa en eso de estar su­jeto a otro, cuánto más a poderes en todas las prin­cipales esferas de la vida: la espiritual, la civil y el hogar?

La rebelión es probablemente el elemento que más rápido crece en nuestra sociedad hoy en día. Se esparce en cada fase de la existencia. Parece no haber barrera que detenga su marcha precipi­tada; ni la edad, ni el sexo, ni el temperamento, ni la situación. ¿Qué revela esto al oído y ojo sensi­bles? ¿Puede la naturaleza pecaminosa básica del hombre estar llevándolo hacia su propia destruc­ción? ¿Dónde cabe Dios en este cuadro? No te­ma … Dios está aquí … El está en medio del es­cenario. De hecho, él tenía el antídoto para la re­belión aún antes de que el primer hombre se rebe­lara. Su tarea eterna ha sido conseguir que el hombre reconociera y aceptara el remedio divino.

¡Escuche a Dios!

El Antiguo Testamento nos dice del deseo de Dios y de Sus esfuerzos de entrar en una relación de pacto con Su pueblo, obrando a través de la raza judía. Después de siglos de tratos se probó más allá de la duda, la inhabilidad del hombre de mantener su parte del pacto. Dios sabía que este sería el resultado. Pero él necesitaba revelarle lo inevitable a la humanidad para que se allegara a El para Su provisión.

Escuche a Dios a medida que él habla a través del profeta Jeremías a la gente de aquel día; Jere­mías 31 :31-34:

“He aquí que vienen días, dice Jehová, en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá.

No como el pacto que hice con sus padres el día que tomé su mano para sacarlos de la tierra de Egipto, porque ellos invalidaron mi pacto, aunque yo fui un marido para ellos, dice Jehová.

Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón, y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo.

y no enseñará más ninguno a su pró­jimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Co­noce a Jehová; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice Jehová; porque perdonaré la mal­dad de ellos, y no me acordaré más de su pe­cado.”

En el Nuevo Testamento (Hebreos 8:7-13), Dios presenta de nuevo la necesidad de un nuevo pacto, enfatizando la razón de esta sustitución di­vina. Las estrategias de Dios siempre están a la par de las respuestas del hombre.

 “Porque si aquel primero (pacto) hubiera sido sin defecto, ciertamente no se hubiera procurado lugar para el segundo.

Porque reprendiéndolos dice: He aquí vienen días, dice el Señor, en que estableceré con la casa de Israel y la casa de Judá un nue­vo pacto;

No como el pacto que hice con sus pa­dres el día que los tomé de la mano para sa­carlos de la tierra de Egipto; porque ellos no permanecieron en mi pacto; y yo me desen­tendí de ellos (o los desaprobé) dice el Señor.

Por lo cual, este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en las mentes de ellos, y sobre su corazón las escribiré; y se­ré a ellos por Dios, y ellos me serán a mí por pueblo;

Ninguno enseñará a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce al Señor; porque’ todos me conocerán, desde el menor hasta el mayor de ellos.

Porque seré propicio a sus injusticias, y nunca más me acordaré de sus pecados y de sus iniquidades.

Al decir: Nuevo pacto, ha dado por viejo el primero; y lo que se da por viejo y se envejece, está próximo a desaparecer.”

He escrito la palabra exasperación a lo largo de la siguiente porción en mi Biblia: Isaías 5:1-7. Aquí Dios, en forma clara y fuerte presenta Su punto de vista, diciendo cómo ha usado Su energía hacia la ansiada meta de traer hacia El a un pueblo que en realidad Le ame. ¿Se da cuenta usted del dolor del corazón en el versículo 4? «No sé qué más hacer. He hecho todo lo que podía.»

“Ahora cantaré por mi amado el cantar de mi amado a su viña. Tenía mi amado una viña en una ladera fértil.

La había cercado y despedregado y plan­tado de vides escogidas (¿qué dice Juan 15 acerca de la viña»): había edificado en medio de ella una torre, y hecho también en ella un lagar; y esperaba que diese uvas, y dio uvas sil­vestres.

Ahora, pues, vecinos de Jerusalén y va­rones de Judá, juzgad ahora entre mí y mi viña.

¿Qué más se podía hacer a mi viña, que yo no haya hecho en ella? ¿Cómo, esperando que yo diese uvas, ha dado uvas silvestres?

Os mostraré, pues, ahora lo que haré yo a mi viña: le quitaré su vallado, y será consu­mida; aportillaré su cerca, y será hollada.

Haré que quede desierta; no será po­dada ni cavada, y crecerán el cardo y los espi­nos; y aún a las nubes mandaré que no derra­men lluvia sobre ella.

Ciertamente la viña de Jehová de los ejércitos es la casa de Israel, y los hombres de Judá planta deliciosa suya. Esperaba juicio, y he aquí vileza; justicia, y he aquí clamor.”

¿Uvas u hojas?

¿Qué era lo que estaba mal con la gente del vie­jo pacto? Tenían mucha religión, pero nada de obediencia. Dentro de ellos estaba esa raíz de rebelión la cual cuando permanece resulta en gran transgresión y rechazo al final en cuanto a nuestro servicio efectivo en el reino. Dios le dice a Israel:

«Esperaba que diese uvas, y dio uvas silvestres.» Jesús también dijo algo sobre esto en Lucas 20: 9-18:

“ Comenzó luego a decir al pueblo esta parábola: Un hombre plantó una viña, la arren­dó a labradores, y se ausentó por mucho tiem­po.

Y a su tiempo envió un siervo a los la­bradores, para que Ie diesen del fruto de la vi­ña; pero los labradores le golpearon, y le envia­ron con las manos vacías.

Volvió a enviar otro siervo; mas ellos a este también, golpeado y afrentado, le enviaron con las manos vacías.

Volvió a enviar un tercer siervo; mas ellos también a este echaron fuera, herido. (13) Entonces el señor de la viña dijo: ¿Qué haré? Enviaré a mi hijo amado; quizás cuando le vean a él, le tendrán respeto.

Mas los labradores, al verle, discutían entre sí, diciendo: Este es el heredero; venid, matémosle para que la heredad sea nuestra. (15) y le echaron fuera de la viña, y le ma­taron. ¿Qué, pues, les hará el señor de la viña?

Vendrá y destruirá a estos labradores, y dará su viña a otros. Cuando ellos oyeron esto, dijeron: ¡Dios nos libre! (Ellos sabían lo que Jesús estaba prediciendo).

Pero él, mirándolos, dijo: ¿Qué, pues, es lo que está escrito: La piedra que desecharon los edificadores ha venido a ser cabeza del ángulo?

Todo el que cayere sobre aquella pie­dra, será quebrantado; sobre quien ella cayere. le desmenuzará.”

¿Puedo presentarle una de las diferencias entre el viejo pacto y el nuevo? El problema con el cual Dios estaba tratando aquí era la complacencia y el sentido de «haberlo alcanzado» que se había apoderado de los judíos. Ellos afirmaban orgullo­samente: «Nosotros somos el pueblo escogido. Dios nunca nos puede rechazar.» Los profetas les advirtieron que Dios los juzgaría por esta actitud.

Ellos proclamaron que Dios haría un nuevo pacto y que no les presentaría el mismo problema. Jesús también les advirtió en cuanto a esto.

Mateo 21 :43 dice lo siguiente: «Por tanto os digo, que el reino de Dios será quitado de voso­tros, y será dado a gente que produzca los frutos de él.» Y esto es exactamente lo que hizo Dios. El tornó el reino de los judíos y se lo dio a la iglesia primitiva. Y mientras la gente del nuevo pacto marchaba a través de los años, cada vez que apare­cía el clamor de: «Nosotros somos el pueblo», la respuesta de Dios permanecía constante: «Nadie podrá decir de nuevo que son el pueblo». Dios todavía está buscando uvas.

La Iglesia Católica Romana, los cruzados, el Movimiento Protestante, los Wesleyanos, los Pen­tecostales – no le toma mucho tiempo a ningún grupo para caer en esta condición. Liturgias, grandes catedrales con vitrales en las ventanas, nuestro presupuesto que es más grande que el del año pasado – ¿se da cuenta usted del doble senti­do de «Nosotros somos el pueblo»? Nadie va a hacer esta declaración que no sea retado. Dios se mueve en contra de nuestros «imperios» diciendo: «Si no hay uvas, quitaré lo que hace las uvas (la unción) y buscaré a alguien que desee cultivar uvas y no hojas.»

Un sabio maestro una vez me aconsejó en refe­rencia a un movimiento en particular: «Esta es una obra magnífica, pero está comenzando a hun­dirse. Ahora, si se hunde, no te hundas junto a ella. Sal e involúcrate a algo que flote.» Es muy fácil estar aferrado a una cosa y hundirse con ella. Cuando las campanas de la muerte empiezan a so­nar proclaman el tiempo en que el Señor de la vi­ña regresa, recoge lo que hace las uvas y se lo da a otros. Nadie lo puede detener. Le sucede a grupos, a denominaciones y a individuos. Permítame compartir con usted un secreto espiritual: No se deje impresionar con las hojas. Mire a través de ellas y pregunte: «¿Dónde están las uvas?» ¿Otro secreto? La clave es la obediencia … «Hacer la voluntad de mi Padre:’

La hoz de podar

Ya hemos visto el peligro en asumir: «Nosotros somos el pueblo», junto con la rebelión y la falta de llevar fruto, que se heredan con esta actitud. Ahora permítanme mostrarle otra verdad explosiva revelada por Jesús en sus comentarios a los escri­bas y fariseos en Mateo 23:28-39 y 24:1-2. He aquí el filo, afiladísimo, de la hoz de podar.

(28-39) “Así también vosotros por fuera, a la verdad, os mostráis justos a los hombres (filacterias, rosarios, casquetes – defensores del honor de Dios) pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad (farsas y desobe­diencia).

¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque edificáis los sepulcros de los profetas, y adornáis los monumentos de los justos (estatuas de Juan Calvino … una nueva iglesia para honrar a Martín Lutero …) y decís: Si hubiésemos vivido en los días de nuestros padres, no hubiéramos sido sus cómplices en la sangre de los profetas (si hubiéramos vivido en los días de Martín Lute­ro, ¿habríamos nosotros firmado las sentencias de muerte?; si hubiéramos vivido en los días del avivamiento de la calle Azusa, ¿habríamos estado presentes tirando tomates como muchos otros?).

Así que dais testimonio contra voso­tros mismos, de que sois hijos de aquellos que mataron a los profetas.

¡Vosotros también llenad la medida de vuestros padres!

¡Serpientes, generación de víboras! ¿Cómo escaparéis de la condenación del infier­no?

Por tanto, he aquí yo os envío profetas y sabios y escribas; y de ellos, a unos mataréis y crucificaréis, y a otros azotaréis en vuestras sinagogas, y perseguiréis de ciudad en ciudad;

para que venga sobre vosotros toda la sangre justa que se ha derramado sobre la tie­rra, desde la sangre de Abel el justo hasta la sangre de Zacarías hijo de Berequías, a quien matasteis entre el templo y el altar.

De cierto os digo que todo esto vendrá sobre esta generación.

¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados!

¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste! (¡Las palabras más tristes de la Biblia! ¿Ve aquí una actitud? ¿Ve una actitud religiosa incorregible y que no cambia y que no se puede quebrar?)

He aquí vuestra casa os es dejada de­sierta.

Porque os digo que desde ahora no me veréis, hasta que digáis: Bendito el que viene en el nombre del Señor.”

(24:1-2) “Cuando Jesús salió del templo y se iba (él dejó ese «lugar», y todo lo que era espiritual y real salió de allí y todo lo que les quedó fue un club religioso) se acercaron sus discípulos para mostrarle los edificios del tem­plo (Maestro, te estás equivocando; dejando este bello edificio, este órgano que cuesta 50,000 dólares …).  

Respondiendo él les dijo: ¿Veis todo esto? De cierto os digo, que no quedará aquí piedra sobre piedra, que no sea derribada.”

Quiero que estos próximos pensamientos se graben en nuestros corazones ¿Qué fue lo último que hizo que Jesús abandonara el templo? No fue la hipocresía de su día, el adulterio o el robo o el juego; fue la manera en que trataban a los siervos de Dios. La rebelión se consuma en la forma en que tratamos a los siervos de Dios. Dios manifies­ta nuestra rebelión colocando a alguien directa­mente sobre nosotros y poniéndonos bajo autori­dad. El rechazo de la autoridad delegada resulta en que perdamos la unción, la gloria, ese «algo» que hace las uvas.

¿Sabe usted lo que Dios le está diciendo a la iglesia? Hay una palabra que lo resume todo: su­misión. ¿Qué dijo Pablo en Romanos 13:1 que hace que aún hoy en día él esté escudriñando en las profundidades de nuestro ser? «Sométase toda persona a las autoridades superiores.» ¿Se hace usted preguntas en cuanto a la popularidad del apóstol Pablo?

Volviendo a la parábola que Jesús relató en Lu­cas 20, recordemos: «Había un cierto hombre que tenía una viña. Y cuando llegó el tiempo de reco­ger las uvas, envió a un siervo. Los labradores lo golpearon y lo arrojaron de la viña y dijeron : ‘¿Quién te crees ser?’ Entonces el amo mandó a otro e hicieron lo mismo. Finalmente, el dueño de la viña dijo: ‘Voy a mandar a mi propio hijo, y entonces cuando lo vean lo honrarán.’ Pero cuan­do llegó el hijo, los labradores se dijeron: ‘He aquí el heredero. Lo mataremos y nos quedaremos con toda la herencia para nosotros.’ Así que lo arroja­ron fuera de la viña y lo mataron.»

Reciba- ¡O veamos qué pasa!  

Es posible que no nos guste oír el mandamiento: «Sométase», pero la rebelión suprema se revela por la manera como reaccionamos ante la autori­dad delegada por Dios. Eso es lo que yo soy, auto­ridad delegada; un siervo al cual se le han confia­do grandes responsabilidades. Yo era un marinero que me estaba divirtiendo mucho cuando Dios me dijo: «Bob, quiero que me sirvas.» Incrédulo le respondí: «¿De veras?» No solamente yo, sino que muchos de mis amigos pensaron que ese había sido el primer error de Dios. Pero cuando acepté el llamamiento del Señor al ministerio, tomé la determinación que mi único propósito en la vida sería ser siempre honesto, fiel y siempre abierto a recibir la presencia de Dios, y que sería un siervo obediente y actuaría de buena voluntad.

Permítame compartir con usted una experiencia que tuve muy temprano en mi ministerio. Me invi­taron a tomar parte en una convención en el Perú. Se me asignó ir a la casa de una familia peruana.

Eran muy pobres. Cuando entré a la humilde casa, había una pequeña mesa puesta como si fue­ra el comedor de un hotel lujoso, y vi una sola silla. Había muchísima comida en la mesa, y toda la familia se encontraba de pie, cerca de la mesa. Yo les pregunté:

– ¿Cuándo vamos a comer?

El dueño de casa me respondió con su poco inglés:

– Oh, hermano, nosotros no vamos a comer mientras el varón de Dios esté aquí.

El tono reverente de su voz me hizo dar vuelta a la cabeza para ver si Elías estaba detrás mío. Vol­ví a preguntar:

– ¿Y qué comen ustedes?

– Oh, nosotros no comemos mientras el varón de Dios esté aquí. Vamos a comer lo que usted deje.

Así que con el padre, la madre y nueve hijos parados cerca de la pared, yo me senté a la mesa y traté de comer. Casi me ahogué y no podía tragar la comida. Mis lágrimas caían dentro del plato. Mientras tanto ellos estaban alabando y adorando a Dios y decían: «Oh, Señor, te damos gracias porque nos has honrado mandándonos a un varón de Dios.»

Algo comenzó a quebrarse dentro de mí y cla­mé: «Dios, cómo debe agradarte a Ti esto, que es­tas personas estimen tanto a Tu enviado.» Sentí la dulce presencia de Jesús en esa reunión. No era que ellos estuvieran adorando a un héroe. Era algo que habían aprendido. Delante de ellos había un varón de Dios que había venido a su casa, y ellos recibían al siervo de Dios en la misma forma que hubieran recibido a Dios.

Ahora, .si usted puede sacar de esta declaración hecha por Jesús, la misma verdad que me fue reve­lada, toda su perspectiva espiritual puede revolu­cionarse. » ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!» (Mateo 21 :9.) Aquello que yo vi hizo muchos cambios en mi vida. Jesús nos está dicien­do que él y Sus siervos están tan profundamente unidos que no se pueden separar. Hasta que yo no aprenda a decir: «Bendito el que viene a mí en el nombre del Señor», nunca voy a entender por completo lo que el Señor está haciendo en la tierra. Debo aprender a someterme a aquellos que tienen autoridad sobre mí.

En nuestra época muchos dicen: «No creemos en liderazgo, ni en autoridad, ni en pastores, ni en nada por el estilo. Nosotros somos espirituales. No tenemos otra cabeza que a Jesús.» Busque entre hojas. ¿Encuentra uvas? Es verdad que puede ha­ber mucho movimiento. Es posible que exista mu­cho entusiasmo. Pero mire Mateo 10:40 y lea lo que Dios ha ordenado: «El que a vosotros recibe, a mí me recibe; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió.»

¿Se da cuenta de lo que Dios quiere? Cristo se coloca un paso detrás del hombre de Dios, y su Padre un paso detrás de Cristo. Entonces Cristo dice: «Voy a fijarme en la forma en que tú tratas a mi siervo. Si lo tratas bien, Yo vendré a ti. Y mi Padre está detrás de Mí. Si tú rechazas a mi siervo, yo me voy.» El versículo 41 de Mateo 10 continúa así: «El que recibe a un profeta por cuanto es profeta, recompensa de profeta recibirá; y el que recibe a un justo por cuanto es justo, recompensa de justo recibirá.» ¿Comienza a darse cuenta usted por qué el Señor se pone a un paso detrás del hombre de Dios?

Para ilustrar esto, permítame relatarle algo que ocurrió en mi familia. Tengo dos hijos, uno tiene diez años y el otro cuatro. El mayor está ayudando al más chico a acostarse y le dice:  Ponte el pijama.

A lo cual el menor responde: – No tengo que hacerlo.

El otro intenta nuevamente: – Sí, debes hacerlo.

Yo soy tu hermano y es mejor que me hagas caso.

El más pequeño contesta nuevamente: – Yo no tengo que hacerte caso a ti. Yo ya soy grande.

En medio de la pelea aparezco en la escena: – ¿Qué pasa aquí? (De pronto mi hijo menor se vuelve sumamente dócil.) Es mejor que obedez­cas a tu hermano.

– Sí, papá, yo lo voy a obedecer – pero tan pronto como yo salgo del cuarto, todo comienza de nuevo.

– No tengo que obedecerte a ti; a papá sí, pe­ro a ti no.

De pronto me doy cuenta de la verdad. Nosotros decimos muy contentos: «Yo quiero que Dios me gobierne.» Nos sentimos seguros porque Dios está lejos de la escena de la acción. Pero cuando se trata de obedecer a la autoridad delegada, al hombre de Dios, al pastor, al oficial de policía, al esposo, al padre … ¡la historia es bien diferente!

Digamos que Dios me llama a una tarea particu­lar. Yo estoy de acuerdo en ir. El me dice  «En cuanto tú llegues a ese lugar, algunos te rechazarán y otros te van a recibir. Los que te rechazan, me rechazan a mí.» ¿Se da cuenta usted de que yo no puedo ministrarle si me rechaza? Si usted me re­chaza, yo no puedo ayudarle. Algunas personas me aceptan como maestro. Otros tienen una opi­nión algo distinta de mí. Sin embargo, ¿era esto lo que sucedía con Jesús? ¿Es verdad que cuando le rechazaron a El, rechazaron su ministerio? ¿Su­cedió esto mismo con Pablo? En algunos lugares la gente dijo: «Ha llegado el hombre de Dios.» En otros lugares le arrojaron de sus sinagogas, burlán­dose. Esos que dan vueltas las espaldas y se tapan los oídos nunca verán ese nuevo día que está ama­neciendo en el mundo. Cuando recibieron a Pablo sus ojos se abrieron.

Mire ahora otra enseñanza de Jesús en Lucas 10: 16: «El que a vosotros oye, a mí me oye; y el que a vosotros desecha, a mí me desecha; y el que me desecha a mí, desecha al que me envió:’ Cuan­do Dios llama a Su siervo, y él acepta el llamado, los dos están involucrados en el ministerio. Si re­chazan al siervo, el Señor del siervo está incluido en el mismo paquete. Es posible que ocurran algu­nos malentendidos y hasta rechacen al siervo. El siervo se encuentra como un signo de interroga­ción en la prueba de la rebelión.

Es posible que Dios me diga: «Te vaya mandar a un lugar bien alejado y desconocido para que tú pruebes la rebelión de ellos. Si la rebelión desapa­rece en ellos, te recibirán. Si no, la actitud de ellos cerrará la puerta al ministerio efectivo.» ¿Sabe usted por qué parece que Dios envía a su camino siervos con los cuales no le es fácil llevarse bien?, ¿Algunos que usted cree que no saben predicar, y otros que parece que tienen poca habilidad en to­do?

¿Es posible que usted necesite decir: «Bendi­to es el que viene a mi en el nombre del Señor»? Es posible que usted tenga los dientes apretados mientras dice: «Yo le amo, pastor … yo le amo, anciano … aunque me cueste mucho.» Al hacer esto, usted le está diciendo a la rebelión: » ¡Mué­rete, rebelión; muérete!» La muerte de la rebelión sucede lentamente, pero al obrar así usted aprende a abrazar esa verdad al decir: «Bendito es el … «

En mi propia vida, tan pronto como yo pude asumir esta actitud, el Señor comenzó a enviarme hombres que entendían lo que Dios estaba hacien­do. Tan pronto como yo pude decir con honesti­dad: «Benditos son los hombres que vienen a mí en el nombre del Señor … Señor, yo recibo a es­te hombre», en ese instante estaba Jesús parado detrás de ese hombre y diciéndome : «Hijo, yo tengo algo que decirte.» ¡Yen ese momento pude oír!

La fórmula divina

Para ayudarnos a entender mejor el principio que hemos explicado, tomaremos varias porciones de la Escrituras. Estas presentan un concepto que revelará la naturaleza espiritual de la autoridad de Cristo.

2 Corintios 5: 16: «De manera que nosotros de aquí en adelante a nadie conocemos según la car­ne; y aun si a Cristo conocimos según la carne, ya no le conocemos así.» El Cristo histórico, nacido de una virgen y con un cuerpo físico como el que tenemos nosotros, fue el Jesús que anduvo por los caminos de Galilea. Algunas personas hoy en día adoran a ese Jesús solamente … y mientras tanto hay un Cristo resucitado que se nos ha dado a no­sotros. Jesús vino a la tierra para hacer la voluntad del Padre. En esa voluntad estaba la cruz del Calvario, la tumba y la resurrección. Más tarde, el Hi­jo de Dios ascendió a sentarse a la mano derecha del Padre. Aquel que ascendió, también descendió y se dio a Sí mismo a los hombres por medio de Sus dones … Su fruto … Su autoridad.

En Juan 16: 14-16, encontramos a Jesús prepa­rando a sus discípulos para este acontecimiento:

 “El (Espíritu Santo) me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber. Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que tomará de lo mío, y os lo hará saber.

Todavía un poco, y no me veréis; y de nuevo un poco, y me veréis; porque yo voy al Padre.”  

El hacer una paráfrasis de estos versículos nos ayudará a comprender bien el mensaje que Jesús estaba revelando: «Yo, Jesús, voy al Padre; y cuan­do vaya al Padre, el Espíritu Santo en Mi nombre, tomará las cosas que Me pertenecen – es decir, los dones del Espíritu, el fruto del Espíritu y la auto­ridad (apóstoles, profetas, pastores, maestros, evangelistas) y se las dará a la iglesia. Y cuando el Espíritu Santo venga a dividir esos dones y minis­terios del Espíritu en la iglesia, ¡ustedes me verán a mi.

Una tercera referencia se encuentra en Efesios 1 :22,23.

 “Y sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia,

La cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo.”

Primero tenemos al Cristo a quien conocimos en la carne. Este es el Jesús que anduvo por los ca­minos de Galilea. El nos dijo: «Si yo me voy, vol­veré a vosotros.» Pablo dijo en 2 Corintios 5: 16 que nosotros no le adoramos ya en la carne. En el libro de los Hechos vimos la llegada del Espíritu Santo y encontramos a la iglesia que experimentó el cumplimiento de la promesa de Jesús: «Recibi­réis poder.»

Luego tenemos al Cristo, la Cabeza, y todos aquellos que creemos en su nombre, somos el cuerpo. Debemos comprender que el cuerpo es los dones y ministerios y operaciones del Espíritu. Este es el Cristo que pertenece a todos, el Cristo incorporado. Cuando vemos esto, tenemos una nueva apreciación del cuerpo formado por muchos miembros, formado por todos los creyentes. Ahora mi esposa no es solamente «mi esposa», ella es uno de los miembros del cuerpo de Cristo. Tam­bién yo tengo un respeto diferente por mi herma­no como miembro del cuerpo de Cristo. Si no es­timamos a un hombre y reconocemos su lugar y parte en el cuerpo, lo estamos mirando solamente como a un hombre en la carne.

Aplicando la receta

¿Cuándo va a ser quebrantado ese espíritu re­belde dentro de mí y su levadura quitada de mi vida? Dios dice: «Te diré cuándo. Si tú en reali­dad me quieres ver y entender lo que estoy hacien­do en el mundo, aprende a decir: ‘Bendito el que viene en el nombre del Señor.’ «

El también dice: «Sométase toda persona a las autoridades superiores.» Cuando aprendemos a sometemos a nuestras autoridades superiores -nuestro pastor … los ancianos … el esposo … los maestros de la escuela dominical- de pronto nos encontramos con que algo se está quebran­tando dentro de nosotros y que comenzamos a abrir los ojos para ver el propósito y el plan de Dios. Vemos Su cuerpo espiritual, y el reino de Dios, y lo que El está haciendo.

Usted nunca podrá hacer que el reino de Dios se acerque con la rebelión. Es posible que «sus autoridades superiores» no estén haciendo las co­sas «como corresponde» de acuerdo a su punto de vista; pero su responsabilidad entonces es llevar esto delante del Señor y pedirle que obre en este asunto. Lo único que usted puede hacer es some­terse. Es posible que se enoje con Dios, que se sal­ga con la suya, que inicie una búsqueda personal; sin embargo, a la larga, usted tiene que encontrar a alguien de quien pueda decir: «Bendito el que viene en el nombre del Señor.»

Jesús dejó bien claro el principio: «No me verán más hasta que aprendan a decir eso.» y créame que esto no viene en forma natural. Debemos aprender esta lección. Aún Jesús aprendió la obe­diencia por las cosas que sufrió. Es posible que nos cause sufrimiento. De hecho, probablemente nos lo causará. Pero el antídoto para la rebelión está claramente explicado. Se nos dan instruc­ciones en cuanto a la manera de aplicar la fórmu­la. El nos dio la ayuda del Espíritu Santo para aplicar la receta. Sin embargo – ¡he aquí el detalle!

En cada área de la vida, el hombre es un agente moral libre. Dios lo hizo así. La responsabilidad de aprovecharnos de las cosas de las cuales Él nos proveyó, depende de el. ¿Recuerda usted la acti­tud de David hacia el rey Saúl? «Guárdeme Jehová de extender mi mano contra el ungido de Jeho­vá» (1 Samuel 16: 11). David tuvo muchas opor­tunidades de matar a Saúl, pero él respetó la auto­ridad delegada de Dios. Y yo no me atrevo a apar­tarme en rebelión de aquel a quien Dios ha puesto sobre mí sin incurrir en posible ceguera y sordera a la verdad espiritual.

Permítame hacerle otra pregunta. ¿Sabía usted que la forma más alta de adoración es la obedien­cia? La declaración de Jesús: «No me verán más hasta que se sometan», llega hasta lo hondo. Es posible que a usted no le guste este antídoto para la rebelión más de lo que podría gustar aceptar una receta prescrita para combatir una enferme­dad física fatal. Recuerde que la medicina de Dios trae consigo una garantía de vida. El ancho cami­no que lleva hacia el restablecimiento o la cura, se extiende delante suyo. ¡Y es suyo simplemente si usted lo toma! 

* Tomado del libro «El problema de hacer lo que le da la gana»

Reproducido de la Revista Vino Nuevo vol.4 nº 6 abril 1982