Por B. Munford

Primero de una serie de tres artículos

Hace algo más de un año, Ann Landers, renom­brada periodista y consejera estadounidense, saludó a sus diarios lectores con «la columna más difícil que he tenido que escribir.» Y seguidamen­te explicó: «la dama con todas las respuestas no tiene una ahora.» Se estaba divorciando después de cerca de 20 años de matrimonio.

Recientemente, Richard Roberts, hijo del evan­gelista Oral Roberts, quien había amonestado a sus televidentes a «esperar un milagro», anunció la ruptura de su matrimonio.

El mes pasado, la cantante y líder activista anti­ homosexual estadounidense, Anita Bryant, presen­tó demanda de divorcio a su esposo de 20 años, Bob Green. Su comentario fue: «No era tan maravilloso como uno esperaba.»

Tres matrimonios, aparentemente modelos, dos de los cuales son cristianos creyentes de la Biblia, fueron víctimas de la guerra empeñada para des­truir a la familia en nuestra cultura. El fracaso de estos matrimonios habla no tanto de la falta de carácter o voluntad de parte de las personas involucradas, sino de la abrumadora presión que está siendo ejercida contra el matrimonio en nuestra sociedad. Aún cuando el asalto contra el matrimonio viene de muchos lugares a la vez, hay en este momento una debilidad subyacente en la familia de nuestra sociedad, que está permitiendo al enemigo presionar sus ventajas al máximo.

Derek Prince, escritor cristiano estadounidense, hizo una vez una declaración que, aunque pasmo­sa por su honestidad, hizo vibrar una cuerda profunda y sensible en mi espíritu: «El problema con la familia no es la mujer rebelde: es el varón renegado». En ese tiempo circulaba mucha enseñanza sobre «mujeres encontrando su lugar», «viniendo bajo cubierta», y «la mujer sumisa».

Lo que se enseñó durante ese tiempo fue muy necesario y muy cierto, pero el énfasis en el rol de la mujer parecía originarse en una serie de circunstancias poco usuales. En los primeros días del Mo­vimiento Carismático, la mayoría de los partici­pantes eran mujeres, y había una genuina necesi­dad de que las mujeres caminasen de acuerdo a las Escrituras en sus relaciones matrimoniales y esto llevó a hacer un énfasis algo desbalanceado en el rol de la mujer. ¿Y quiénes estarían más impa­cientes para enseñarlo que los maestros de la Biblia varones?

Nuestro diagnóstico del problema fue preciso: el orden tenía que ser restaurado en las familias de la iglesia; pero las prescripciones no fueron totalmente precisas. El corazón del problema en una casa desordenada no es siempre una esposa rebelde o insumisa. Más a menudo lo es un esposo renegado que huye de sus responsabilidades como esposo y como padre y por negligencia permite que la iniciativa en su hogar recaiga sobre su esposa. Usualmente, cuando un hombre llega a ocupar su posición en el hogar y comienza a ejercer activamente algún liderazgo bíblico, su esposa dice: «¡Ya era tiempo!»

Después de 24 años de matrimonio, no me cabe duda que el «renegado» es una parte de la naturale­za masculina. Hace algún tiempo el Señor puso esta escritura en mi espíritu: «Celebrado es en las puertas su marido cuando se sienta entre los ancianos del lugar.» (Proverbios 31 :23). El éxito o el fracaso en la vida se determina mejor en el hogar del hombre que en su profesión. El éxito en cualquier otro campo no recompensará el fracaso en el hogar. Hoy, cuando un pastor o anciano deja el ministerio, es usualmente por causa de las pre­siones y los problemas en su familia.

Algunas de las principales corporaciones de los EE. UU. están incluyendo a las esposas en las entrevistas para empleados en perspectiva, debido a que han descubierto que una mujer feliz y realizada es una indicación de un hombre exitoso. Un hombre que tiene éxito en su hogar, probablemente lo tendrá también en su trabajo.

Cuando se entrevista al hombre solamente, se está realmente entrevistando a la mitad; su «otra mitad» les dará con seguridad un cuadro más rea­lista de cómo es él. Una mujer puede calificar o descalificar a su esposo para el éxito en la vida.

El enfoque central

El hogar no es una idea tardía que Dios añadió a su plan como una conveniencia para llenar las necesidades del hombre y la mujer. La relación matrimonial y la familia ocupan el centro en la estrategia y propósitos de Dios para la raza humana y particularmente para su propio pueblo.

Primero. La relación matrimonial es la piedra fundamental de la Iglesia y la sociedad. La filoso­fía social moderna dice que el individuo es la unidad básica de la sociedad. En el antiguo Israel la familia fue designada por Dios para ser la unidad básica que se ocupara de la vida espiritual y cultural de la Nación. En la Iglesia el hogar es considerado el verdadero centro de la vida espiri­tual. Cada hogar debería funcionar como una iglesia en miniatura, proveyendo los ingredientes necesarios para el crecimiento y la salud en nuestra relación con el Señor.

Segundo: El matrimonio es una representación de la relación que Cristo tiene con su iglesia. Una relación matrimonial correcta habla al mundo del amor, cuidado e interés de Dios por los suyos. Es una demostración de un Dios de pacto, que se sa­crifica a sí mismo y que da su vida por su pueblo.

Tercero: La relación matrimonial es el campo de entrenamiento del desarrollo personal en nuestras vidas espirituales y en nuestro ministerio para el Cuerpo. Muchos hombres se han dado cuenta que su más valiosa fuente de crecimiento y madurez es su compañera. En un sentido muy práctico, el hombre está «casado con su semina­rio».

Cuarto: El matrimonio y la familia son la extensión natural de la iglesia en la comunidad secular. No hay un modo más natural y más potente para que la vida de Cristo sea diseminada en la comunidad que por medio del testimonio fuerte y piadoso del hogar cristiano. Es una pieza en miniatura de la iglesia plantada en cada vecin­dad, en cada manzana y en cada calle.

Quinto: El hogar y el matrimonio son un lugar de curación y refrigerio. el Señor diseñó el matri­monio para que fuese una fuente donde se pudie­ra llenar algunas de nuestras necesidades humanas básicas y fundamentales. Sin esta fuente de estímulo y refrigerio, nuestra lucha sería cada vez más difícil y dolorosa.

Si entendemos que el matrimonio es céntrico en el plan de Dios para las edades y para realizar­nos en el reino de Dios, se torna fácil ver por qué las fuerzas de esta era lo atacan tan vigorosamente, y buscan la destrucción del llamamiento básico que Dios ha hecho al hombre y la mujer.

El asalto 

El ataque contra el hogar no ha sido siempre ruidoso y evidente. Más bien, el enemigo ha preferido efectuar cambios sutilmente y de largo alcance en la fibra básica de nuestra cultura y sociedad, los cuales tienden a eliminar al hogar y a la familia, estrujándolos simplemente fuera del cuadro.

Hay seis fuerzas básicas que yo veo empujando al matrimonio y a la familia hacia una esquina cada vez más restringida de la vida moderna.

  1. El Individualismo. Nuestra sociedad «centra­da en el Yo», ubica todo su énfasis en la realiza­ción del individuo. Cuando el «Yo» es el centro de la vida y tiene como única meta la realización personal, el sacrificio mutuo necesario para funcionar como una familia es imposible. La realización personal se convierte entonces en una justificación fácil para el divorcio, el adulterio, la vida soltera, y el matrimonio sin hijos. A menudo la motivación es solamente la necesidad de alcanzar la felicidad personal, el contentamiento y la realización personal.
  2. Actividades Sociales. Estas están centradas fuera del hogar. Hasta hace aproximadamente 50 años las funciones sociales primarias estaban centradas alrededor de la familia. La familia se proveía de actividades y recreación.

La vida social moderna y, desafortunadamente mucha de la actividad de la iglesia tiende a separar más que a unificar a la familia. El padre tiene la Liga del Boliche, la madre el Club de Bridge y los niños tienen actividades escolares. Es posible que una familia moderna pase días sin hacer una sola comida juntos o una velada en el hogar. Este estilo de vida produce, más que familias, a extra­ños que viven en la misma casa.

  1. Fuentes alternas de autoridad. Nuestra socie­dad está plagada de «expertos». Las escuelas, el estado, los doctores y un grupo místico inclasifi­cable, llamado «los profesionales», han reempla­zado al padre como los que saben lo que es mejor para el hogar y la familia. Cuando un niño en nuestros días necesita respuestas, ya no pregunta más a su padre, sino que pregunta al profesor, o busca la respuesta en un libro. Los «expertos» han dicho que los hombres no saben ser padres ni esposos; y que las mujeres no saben ser esposas ni madres. Nadie puede hacer nada a menos que tenga el consejo del «experto». Tal divergencia de autoridad no da seguridad ni salud. Sólo ocasiona gran confusión.
  2. Confusión de los roles. Los hombres están perdiendo la masculinidad y las mujeres la femi­neidad. No sólo las cualidades básicas de lo masculino y lo femenino están siendo destruidas en nuestra sociedad, sino que los roles que los acompañan están siendo confundidos y también eliminados. Toda la estructura legal y social de nuestra sociedad está eliminando el papel del hombre como líder, protector y proveedor. También está destruyendo el papel de la mujer de ayuda idónea y ama de casa. Los hombres se están volviendo afeminados y pasivos, mientras que las mujeres se están volviendo masculinas y agresivas. En consecuencia, se está privando a los niños de un rol claro o de un modelo sexual que puedan seguir.
  3. Bases no bíblicas de la moral y la ética. La ética de situación y el relativismo nos dicen que no hay absolutos desde donde podamos juzgar lo que es moral y correcto. Ya no hay «reglas» sobre las cuales un matrimonio pueda edificarse o los niños educarse. A todos se les permite hacer lo «que se sienta bien». El resultado es el caos.
  4. La remoción del hogar de la base económica de la sociedad. Hace 100 años la base económica de la sociedad estaba primordialmente en el hogar. Negocios familiares, granjas, e industrias caseras, eran la columna vertebral de nuestra cultura. Esto significaba que los padres se encon­traban usualmente en casa y educaban a sus hijos en el negocio o la profesión que ellos tenían.

La compleja estructura de nuestra sociedad ge­neralmente requiere que un padre trabaje lejos del hogar, a menudo por varios días seguidos. Esto significa que la autosuficiencia económica no proviene más de la familia sino de la compañía, el gobierno o el sindicato. La inflación y la presión para mantener un determinado patrón de vida, obliga a muchas familias a una situación en la que ambos padres trabajen. Esto obliga a menudo a dejar a los niños en centros de cuidado infantil durante el día, y arrebata la concentración de la energía materna de la tarea de hacer un hogar y una familia.

Nuestra compleja estructura económica contri­buye también a la gran inestabilidad y transitoriedad de nuestra sociedad. Raramente una familia vive cerca de los abuelos, tíos o tías. La falta de identidad con una profunda estructura familiar elimina el sentido de patrimonio, responsabilidad y respeto por los ancianos.

La base de nuestra sociedad está siendo lenta­mente erosionada. El caos y la confusión de una sociedad sin familia comienzan a ser obvios, elevando los porcentajes de crímenes, de divor­cios, el crecimiento rampante de la homosexuali­dad y la pérdida general de la fibra moral. La raíz de la mayor parte de estos problemas puede ser hallada en la degeneración de nuestras familias y, específicamente, en la abdicación del hombre del papel que Dios le asignó.

El camino de regreso

Envidio a las jóvenes parejas cristianas que están a punto de convertirse en marido y mujer. Dos jóvenes que se acercan al matrimonio con alguna madurez cristiana, comprensión de lo que significa un pacto, y de los requerimientos en los papeles asignados por Dios al esposo y la esposa, empiezan sobre una base más sólida de la que muchos de nosotros tuvimos, aún cuando pudié­semos haber sido creyentes. Para aquellos que no iniciaron su vida matrimonial sobre principios bíblicos, el camino y la restauración bíblica son a menudo largos y dolorosos.

Nunca sabremos totalmente cuán lejos cayó el hombre de la imagen de Dios, hasta que empezamos nuestra ascensión de retorno. La manera de regresar a la realidad bíblica en nuestro matrimonio es gene­ralmente tan importante como la jornada en sí. En esta jornada, el hombre es la clave para al­canzar todo el potencial que Dios tiene para el matrimonio. No es suficiente sólo identificar algunos problemas básicos en el matrimonio, hacer unos pocos ajustes en los hábitos de la vida, buscar el consejo de su pastor una o dos veces y entonces esperar que todo se enderece.

Desgraciadamente, esta es la visión simplista que muchos hombres tienen cuando quieren poner sus matrimonios en orden. Una vez que salen del despacho del pastor después de una sesión de consejería matrimonial, el marido suspi­ra con alivio y dice: «Me alegro de que esto terminara; ahora podremos continuar nuestra vida». Como si descubrir el problema fuese el final, cuando en realidad ¡es sólo el principio!

Reproducido de la Revista Vino Nuevo vol. 4-nº11 febrero 1983