Por B. Munford

Segunda parte: Dificultades en la jornada

El hombre que cree que la batalla ha terminado cuando sale de la oficina del pastor va a tener un despertar increíblemente rudo. No sólo su jornada ha empezado recién, sino que está a punto de des­cubrir al renegado. Las ilusiones de un hombre que se imagina que es un líder, se disiparán, probablemente cuando trate de arreglar su matri­monio.

He aquí siete errores comunes que los hombres cometen en su camino de retorno:

  1. No ejercer el liderazgo.

Hace cerca de diez años empecé a reunirme con un grupo de hombres y sus esposas, en un esfuerzo por descubrir algunos principios bíblicos de madurez y discipu­lado. Antes de nuestra primera reunión, ayuné y rogué al Señor. Yo esperaba que el Señor nos indicara que debíamos estudiar algunas partes profundas de las Escrituras, que nos requiriera algún gran sacrificio, o que nos llevara a hacer un altisonante compromiso.  Pero al tercer día de ayuno, el Señor quietamente hizo caer las siguientes palabras en mi espíritu: «ganen el respeto de sus esposas». Algo descontentos con el Señor por su dirección, nos sentamos alrededor de la mesa del comedor esa noche y preguntamos a nuestras esposas si ellas realmente nos respetaban. ¡Des­pués de casi 10 años todavía nos estábamos esforzando por ganar su respeto! Uno de los recla­mos expresados más frecuentemente esa noche por las esposas fue la falta de iniciativa consisten­te y de liderazgo ejercidos por sus esposos, en sus vidas.

Bill Gothard hizo una encuesta entre esposas cristianas y encontró, especialmente entre las esposas de los ministros, que el conflicto más grande con sus maridos era la falta de liderazgo espiritual. Una mujer quiere ser guiada realmente. Hay muy pocas mujeres que no quieran seguir el liderazgo de sus maridos.

Muy a menudo nada pasa o cambia en un ma­trimonio hasta que la esposa amenaza con irse, tiene una crisis nerviosa o mantiene a su esposo despierto por tres noches seguidas, llorando hasta las cuatro de la mañana. Entonces el esposo por lo general pregunta brillantemente: «¿Pasa algo, querida?» ¡Debió de haber hecho esa pregunta por lo menos seis meses antes! Un esposo cristia­no da usualmente horas de servicio a su iglesia; toma con gusto una noche para testificar en el vecindario, o emplea un fin de semana para confortar a un alma acongojada.

Pero cuando se trata de los problemas reales en la vida de su esposa, a menudo no tiene tiempo para com­partir, escuchar u orar con ella. «¡Amor, no hemos conversado en seis semanas!», solloza la esposa. «Tienes razón, amor», concuerda el espo­so. «Tengo quince minutos libres esta tarde, ¿sobre qué te gustaría charlar?» Un hombre que esté guiando realmente a su esposa proveerá para ella la oportunidad de compartir frecuente y completamente sus necesidades y sentimientos.

El papel del marido es mantener una perspectiva divina en la casa y ayudar a su esposa e hijos a interpretar la dirección que el Señor quiere que tomen como pareja y como familia. Esto, por supuesto, requiere que el hogar y el matrimonio reciban el mismo compromiso de tiempo, esfuer­zo y oración como reciben su trabajo y ministerio.

  1. Incapacidad al medir la realidad.

La Escritu­ra ordena al marido «vivir con su esposa en mutua comprensión» (1 Pedro 3:7). La Palabra nos dice que la esposa es el vaso más frágil y nosotros necesitamos aprender a medir la realidad espiritual en nuestro hogar según su salud espiri­tual, física y emocional. La primera vez que Judy, mi esposa, me dijo que no quería ir a una reunión, ¡yo pensé que había apostatado! Después de todo, sólo habíamos tenido 43 reuniones en 2 semanas. Si hubiera sabido entonces cómo medir la realidad de acuerdo a la condición de mi esposa, yo habría visto que estábamos viajando más rápido de lo que el Señor quería.

Hay algo en la mayoría de los hombres que los hace darse a su llamado, sea secular o espiritual, siete días a la semana, dieciocho horas al día, y todavía quieren hacer más. Si el descanso hubiera sido natural para el hombre, el Señor no nos hubiera orde­nado tomar uno en siete para detenernos. La mayoría de los hombres, especialmente los que están en el ministerio, han borrado esta orden de la Biblia. Les decimos a nuestras esposas cuán fuerte estamos trabajando, lo que estamos sufrien­do por Jesús y la familia, pero en el fondo sabemos que realmente nos gusta hacerlo.

Los hombres tienen el hábito de medir la salud de su matrimonio según la cantidad de desacuerdos abiertos que tengan. Si no hemos peleado en tres semanas, sentimos como si las cosas marcharan muy bien. Tratamos de medir la realidad del matrimonio por lo que nos «gustaría» que fuera, más que por lo que realmente es. La mayoría de los hombres viven engañados cuando se trata de la verdadera condición de su relación matrimonial.

Hay algunos indicadores «silenciosos» que un hombre debe aprender a leer. ¿Es su mujer libre y afectuosa? ¿Muestra creatividad y entusiasmo en decorar, en preparar las comidas, y en su relación con los niños? ¿Responde sexualmente? ¿Está físicamente saludable y vibrante? ¿Lo respeta como hombre? ¿Se atreve usted a hacerle pregun­tas? Salvo por algunas circunstancias ajenas que la afecten en estas áreas, un hombre conocerá la verdadera condición de su propia vida y liderazgo por la salud y la condición de su compañera.

  1. Remedios inadecuados a viejas heridas.

Todos los hombres por ignorancia e insensibilidad, liderazgo pobre o patrones de hábitos pasados, han sembrado en la vida de sus esposas algunas semillas que las han herido y causado dolor.

Hay una ley espiritual inexorable que dice que se cosecha lo que se siembra. Digamos que en los primeros diez años de su matrimonio usted no fue sensible a los sentimientos y necesidades de su mujer en el área, digamos, de las finanzas.

¿Creería usted si le digo que la administración impropia del dinero le causará algunos problemas? No importa cuán espiritual sea su esposa, es casi inevitable que la amargura, el resentimiento y el agravio empiecen a crecer en su vida. Después de diez años usted asiste a una conferencia bíblica para hombres y escucha al maestro decir: «Usted necesita considerar las necesidades de su esposa en el manejo de las finanzas familiares.» Convencido, usted regresa a su casa, pide perdón a su esposa y se vuelve justo y liberal y le da algún dinero extra. Usted cree que ha resuelto el problema y que todo será color de rosa de ahora en adelante, pero ¡usted no ha empezado a recoger la cosecha todavía! Queremos creer que un lacónico: » ¡Vida, por favor, perdóname!», se encargará de todo. Pero a veces eso sólo la frustra más. Los diez años en los que usted sembró ignorancia e insensibilidad le producirán una cosecha según la ley de Dios.

Las leyes de la naturaleza nos enseñan que usted no puede desembarazarse del fruto desagra­dable forzándolo de nuevo en el suelo. Si lo hace, cada uno se reproducirá diez veces más. Después de ser convencido por el Señor acerca de nuestra conducta financiera, ahorramos algún dinero extra y enviamos a la esposa a la tienda para que se compre ropa nueva. Esa noche mientras estamos sentados en el dormitorio, admirando su ropa nueva, ella rompe a llorar con un: » ¡Tú nunca me das dinero!» Este es el efecto retardado de una vieja herida.

Amorosa y sensitivamente le respondemos: «Es la cosa más ridícula que he oído jamás; acabas de gastar un montón en toda esa ropa, y me sales con que no te doy plata». Nos las hemos arreglado para sembrar de nuevo un viejo fruto de diez años. No se preocupe; lo veremos otra vez en pocos meses. Si somos sabios, aprenderemos a identificar el fruto de viejos agravios y heridas, aún cuando nuestra conducta haya cambiado realmente, y amorosamente guardaremos ese fruto nosotros mismos, reconociendo que es el efecto retardado de viejas heridas.

Necesitamos recoger ese fruto durante cierto tiempo si las ofensas y la negligencia han sido pro­longadas y severas. El tamaño y el grado de la cosecha es directamente proporcional a la profun­didad de nuestra siembra.

  1. La inhabilidad para escuchar

Un hombre que esté sanando su matrimonio, la habilidad más grande que quizás pueda desarrollar es un oído atento. La mujer tiene una capacidad misteriosa para saber si su esposo la está escuchando o no.

Ella puede estar charlando de un problema que tuvo en su clase de costura, o que el horno no calienta correctamente o lo que hizo la vecina con su niñito. Súbitamente ella dice: «¡No me está escuchando!» Todo este tiempo usted ha estado asintiendo con la cabeza y diciendo: «Sí, querida sí, querida.» De algún modo ella sabe que usted todavía está en la oficina haciendo un auditoraje de los libros. Mi esposa me puede estar contando sobre su día, y yo de repente me doy cuenta que no la estoy escuchando porque estoy evangelizando a la Europa Oriental.

Muchas veces su mujer no necesita una respuesta ni aun un comentario; necesita saber que usted la está escuchando. Algo en el modo de ser de una mujer necesita articular lo que está pasando en el mundo a su hombre. Aunque el bebé del vecino, la lavadora descompuesta,  puedan parecer triviales para nosotros a la luz de los inmensos problemas que acarreamos en nuestro diario vivir, debemos recordar que para ella son todo su mundo. Una lavadora descompuesta es tan traumatizante para ella como una paralización en el taller para nosotros; una riña con la vecina puede ser tan estremecedora para nuestra esposa como una pelea con el jefe.

Uno de los obstáculos más grandes al escuchar a nuestras esposas es nuestra inhabilidad para «relajarnos». El amor del hombre por el trabajo lo mantiene «tenso» y listo para saltar en acción al momento. Ministros y miembros de otras profe­siones, que no trabajan con horario regular de oficina, están especialmente predispuestos a esta enfermedad. Pero aun a los hombres que trabajan con un horario regular se les hace fácil venir a casa y «entrar en tensión» para hacer trabajos en la casa, en el patio, en la fraternidad o hacer «sobre­tiempo mental».

Físicamente estamos en casa; mentalmente estamos ausentes. Un arco conti­nuamente cordado eventualmente pierde su potencia y elasticidad. Está siempre tenso y nunca relajado. Algo en el mecanismo interno del hombre tiene que cortar con las responsabilidades y las cargas de su mundo para penetrar en el mundo de su esposa y poder escucharla.

A menos que «nos relajemos» nunca podremos identificar los mensajes «secretos» que nuestra es­posa nos envía, ni seremos capaces de identificar las indicaciones «silenciosas» de un matrimonio enfermo. Nuestra orientación hacia objetivos y nuestra ética de trabajo nos mantendrán rodando hacia adelante a todo vapor hasta que nuestras es­posas eventualmente se desplomen por el exceso de presión.

  1. Compromisos incumplidos.

Proverbios 13: 12 nos dice: «Las esperanzas diferidas afligen el corazón». Una serie continua de compromisos incumplidos causa una herida que es casi imposi­ble de curar. En una profesión que trata princi­palmente con gente, a menudo me es muy difícil mantener mis compromisos.

Por ejemplo, le digo a Judy, mi esposa, que voy a llegar a casa a las seis en punto. Eso es muy importante para ella. Todo su día ha sido estruc­turado para cenar con la familia. A las cinco y quince el señor Smith entra sollozando a mi despacho contándome que su esposa acaba de irse llevándose los niños y abandonándole. Ahora me encuentro frente a una decisión de prioridades; el señor Smith o la señora Judy Mumford (mi esposa). Aun cuando la tragedia de un matrimo­nio con problemas pudiera parecernos más importante que una cena en casa si vemos la realidad de la vida, encontraremos que hay cientos de señores Smith pero solo una señora Mumford.

Mi corazón compasivo quiere pasar horas y horas con el señor Smith esa noche, olvidando que él pasó treinta y tres años desorde­nando su matrimonio y que pasará otros diez años sanándolo y si lo dejamos por una hora esta noche o mañana no será significativo para la vida del señor Smith. Muchas esposas se vuelven insensi­bles a las necesidades de la profesión de su esposo, simplemente porque ella ve que las necesidades de su familia y su vida personal son constantemente defraudadas por el incumplimiento de los com­promisos.

La Escritura también nos recuerda que es mejor no prometer que dejar de cumplir lo  prometido (Ecc. 5: 4). Es muy fácil en la presión de una situación difícil hacer un compromiso con nuestra esposa, no porque deseemos realmente llenar su necesidad, sino porque queremos poner una curita sobre la herida y salir así del aprieto. En medio de una crisis podemos decirle a nuestra esposa: «Querida, tomaremos vacaciones este verano.» Pero cuando llega el verano, nuestra esposa parece sentirse un poco mejor y entonces olvidamos las vacaciones. ¡Pero ella no las olvida!

Nuestra querida esposa nos mantendrá despier­tos hasta las tres de la mañana diciéndonos cuánto, ella y los niños, están sufriendo porque en dos meses no nos hemos tomado un día con la familia. Desesperados por dormir un poco prometemos: «Querida, este fin de semana tomaremos un día e iremos a la playa.» Cuando llega el fin de semana, sin embargo, algo más se presenta, y otra esperanza ha sido diferida; un poco más de aflicción entra en el corazón y nuestra esposa piensa en la señora Smith que se fue con sus niños.

Si usted le promete alguna vez algo a su esposa y su respuesta es: «¡Lo creeré cuando lo vea! «, entonces usted sabrá que hay algunos compromi­sos incumplidos que tiene que arreglar.

  1. Patrones de crecimiento errático en el hom­bre.

Una mujer necesita más que a un varón; necesita a un hombre. Una mujer necesita admirar a su esposo por la clase de persona que él es. La mayoría de las mujeres no demandan que su marido sea perfecto, ellas sólo necesitan que él despliegue suficiente madurez para darles la seguridad y soporte que precisan. Permítame darle diez áreas básicas en la que los hombres necesitan crecer y madurar como individuos:

Espiritualmente. Un esposo y padre debe saber lo suficiente de la Palabra de Dios para darle a su familia consejo y dirección razonable. Debe ser capaz de interpretar y manejar las situaciones familiares y a otros individuos a la luz de los principios de la Palabra de Dios. Y debe saber mediar la gracia y la misericordia del Señor para su familia a través de la oración y el consejo.

Socialmente. Un hombre debe saber desenvol­verse con un grado aceptable de etiqueta y gracia en cualquier situación social, sin necesidad de ser el alma de la fiesta o un tímido asistente.

Intelectualmente. Un hombre no necesita estar sacando un doctorado para crecer intelectualmen­te. Sin embargo, debería tomarse el tiempo y hacer el esfuerzo para crecer en su apreciación del mundo que lo rodea y de la gente que vive con él.

Económicamente. El crecimiento económico significa que un hombre puede manejar su dinero, y no su dinero manejarlo a él.

Confrontación. Esto no significa que un hombre sea obstinado u odioso, meramente significa que tiene el coraje de decirle al mozo que el bistec de su esposa está demasiado crudo.

Sexualmente. Un hombre debe ser capaz de llevar a su esposa a su plenitud sexual con un grado razonable de sensibilidad y control.

Paternidad. Parece que nadie alcanza plena ma­durez en esta área. Sólo se aprende a hacer menos errores.

Hombría. Control emocional, honestidad, fran­queza y la habilidad de tomar la iniciativa y guiar.

Convicciones. Un hombre debe saber en qué cree y por qué 1o cree, a pesar de la presión y la influencia de los demás.

Apariencia física. Un hombre no necesita lucir como la portada de la revista Esquire, pero tam­poco debe lucir como algo que el gato arrastró.

Nosotros deberíamos estar creciendo en todas estas diez áreas. Usualmente hemos dominado seis o siete y fallado en tres o cuatro. El problema es que la iglesia ve las siete que realizamos bien y us­tedes saben quien ve las otras tres que hemos des­cuidado. El crecimiento errático o inconsistente en su hombre es una contradicción en el pensa­miento de una mujer y le produce inseguridad, inestabilidad y falta de respeto.

  1. Esquivar los problemas reales

Algo en la na­turaleza de la mayoría de los hombres los hace pa­cificadores. La misma clase de «hacedores de paz» de que Jesús habla en el sermón de la montaña. Esto otro es conocido como apaciguamiento.

La mayoría de los hombres irán a grandes extre­mos para evitar conflictos y problemas y harán casi cualquier cosa para no encolerizarse o para evitar un problema en el hogar. Esta es la causa por la que continuamente tendemos a poner parchecitos sobre los problemas o a hacer sólo lo suficiente para man­tener los síntomas bajo control sin tratar con las raíces mismas de los problemas. Si no fuera por la fidelidad del Espíritu Santo en hacer que los pro­blemas permanezcan continuamente ante nues­tros ojos, probablemente dejaríamos a la mayoría sin ser tocados hasta que eventualmente destru­yan o hieran irreparablemente a nuestro matri­monio.

Reproducido de la Revista Vino Nuevo vol. 4 nº 11 abril 1983