Por Charles Simpson

La popularidad entre el intento del hombre de hacerse un nombre y que Dios le dé uno.

Desde los tiempos más remotos de su existen­cia, el hombre ha tenido el deseo de edificar. En el primer libro de la Biblia está el relato de los hombres que se unieron y dijeron: «Vamos, edifiquemos una ciudad y una torre, cuya cúspide lle­gue al cielo». Esta es una «Historia de Dos Ciudades», una es edificada por la ambición y el es­fuerzo humanos y otra cuyo arquitecto y cons­tructor es Dios. El contraste entre las finalidades de estas dos ciudades tiene un significado eterno.

Y Cus engendró a Nimrod, quien llegó a ser el primer poderoso en la tierra.

Este fue vigoroso cazador delante de Jehová; por lo cual se dice: Así como Nimrod, vigoroso cazador delante de Jehová.

Y fue el comienzo de su reino Babel, Erec, Acad y Calne, en la tierra de Sinar.

De esta tierra salió para Asiria, y edificó Níni­ve, Rehobot, Cala, y Resén entre Nínive y Cala, la cual es ciudad grande.

Tenía entonces toda la tierra una sola lengua y unas mismas palabras.

Y aconteció que cuando salieron de oriente, hallaron una llanura en la tierra de Sinar, y se es­tablecieron allí.

Y se dijeron unos a otros: Vamos, hagamos la­drillo y cozámoslo con fuego. Y les sirvió el ladri­llo en lugar de piedra, y el asfalto en lugar de mezcla.

Y dijeron: Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo; y hagámonos un nombre, por si fuéremos esparci­dos sobre la faz de toda la tierra.

Y descendió Jehová para ver la ciudad y la to­rre que edificaban los hijos de los hombres.

Y dijo Jehová: He aquí el pueblo es uno, y to­dos éstos tienen un solo lenguaje; y han co­menzado la obra, y nada les hará desistir aho­ra de lo que han pensado hacer.

Ahora, pues, descendamos, y confundamos allí su lengua, para que ninguno entienda el habla de su compañero.

Así los esparció Jehová desde allí sobre la faz de toda la tierra, y dejaron de edificar la ciudad. Por esto fue llamado el nombre de ella Babel, porque allí confundió Jehová el lenguaje de toda la tierra, y desde allí los esparció sobre la faz de toda la tierra (Gen. 10: 8-12; 11: 1-9).

En 1976 estaba reunido con algunos líderes compañeros y miembros de la junta de una corporación cristiana en Ft. Lauderdale, Florida, cuan­do Dios nos dio una palabra – desmantelen. Esa corporación cristiana en particular, Christian Growth Ministries, había sido vista por algunas personas a través del país como un tipo de «sede» u «oficina principal». Además de la revista New Wine, teníamos una numerosa lista de proyectos que incluían una estación de televisión cristiana. Con una revista, una firma editorial, una estación de televisión y una reputación como la sede del discipulado, el Señor nos dio una simple palabra: «Desmantelen».

Dios puede hacer que sucedan muchas cosas con una sola palabra y fue sorprendente ver el resultado. Para afuera se fueron todas nuestras em­presas de corporación. Dios nos indicó que bajára­mos nuestro perfil y así lo hizo: desmantelando la plataforma en que estábamos parados.

Muchas personas no pueden oír la palabra «desmantelar». ¿Por qué? Porque lo que han edificado o lo que están haciendo se ha converti­do en un ídolo sagrado para ellos. Yo salí gozán­dome de lo que Dios había dicho en Ft. Lauder­dale. Yo pensé en lo bueno que era para esos hermanos allá que Dios les hubiese hablado de esa manera. Pero la palabra me siguió hasta mi casa y Dios comenzó a decirnos la misma cosa. También nosotros teníamos oficinas, edificios, aviones, bar­cos, negocios y tierras y Dios comenzó a decirnos que ajustáramos nuestro perfil.

Relacionando esto con la escritura en Génesis 10: 8 dice que Nimrod «llegó a ser… poderoso … «, que también puede traducirse «comenzó a ser poderoso «. Si usted no está «comenzando a ser poderoso» sus opciones son muy pocas. Si no tiene los recursos, tampoco tiene los problemas de qué hacer con ellos. Pero cuando se «comienza a ser poderoso, «hay opciones muy serias que confron­tar.

Las Escrituras dicen que cuando Nimrod co­menzó a ser poderoso delante de Dios, comenzó a edificar ciudades. ¿Qué es lo que uno hace gene­ralmente cuando tiene recursos y habilidades? Co­mienza a reproducir cualquier cosa que piense que es buena y correcta.

Aparentemente, Nimrod era un hombre pia­doso, porque dice que era un «vigoroso cazador delante de Jehová». No hay evidencias que indi­quen que era pagano. Era descendiente de perso­nas que conocieron y adoraron a Dios. Es proba­ble que fuese un hombre bien recibido y respeta­do y la gente comenzó a establecerse a su alrede­dor. Así edificó una ciudad y luego otra hasta que a lo largo de todo el fértil valle de Sinar estuvo lle­no de ciudades. A una de ellas llamó Babel, que algunos creen significa «La Puerta de Dios», nom­bre bien ambicioso.

Desafortunadamente, en pocas generaciones, las ciudades que Nimrod había edificado, cayeron en la idolatría. Se deterioraron por que eran un fin en sí mismas. La gloria del hombre, el huma­nismo, cualquiera que sea su forma es una flor que pronto marchita.

Ladrillos y mezcla

Encontramos en Génesis 11, años más tarde, probablemente después de la muerte de Nimrod, que las ciudades que había edificado habían cre­cido. El versículo 2 dice que muchos vinieron a la llanura de Sinar y se establecieron allí y finalmen­te dijeron: Hagamos ladrillo y cozámoslo con fuego, y les sirvió el ladrillo en lugar de piedra, y el as­falto en lugar en mezcla (vs. 3).

Estas personas desarrollaron una mentalidad de «asentamiento». Dios había enviado a los descendientes de Adán para que sojuzgaran a toda la tierra, pero estas personas encontraron un buen lugar que les agradaba y se establecieron allí. Uno de los peligros en la vida cristiana es encontrar fi­nalmente un lugar que nos guste y asentarnos allí en vez de peregrinar en la voluntad de Dios. Eso se aplica no sólo geográficamente sino también es­piritualmente. Todos somos constructores de nidos por naturaleza y siempre andamos buscando el lugar donde establecernos.

La escritura dice que usaron ladrillo en lugar de piedra. El ladrillo no puede sustituir a la piedra. El primero es hecho por el hombre, mientras que el segundo es formado naturalmente en la tierra por siglos de presión, calor y prueba.

La Biblia no dice que Dios edifica su iglesia con «ladrillos vivos». Dice que usa «piedras vivas». La piedra habla de algo creado por Dios y durade­ro. El ladrillo habla de lo que es creado por el hombre.

También dice que usaron asfalto en lugar de mezcla. En contraste, cuando Dios mandó a edifi­car el templo no usó ningún tipo de mezcla. La piedra fue ensamblada. Cada pieza fue labrada pa­ra calzar con la otra mediante un sistema de mues­cas quedando bien concertadas y unidas entre sí.

La Biblia dice que estamos creciendo hasta formar un templo vivo, como piedras bien ajusta­das. Dios no nos está uniendo con pegamento y la diferencia es muy significativa. Su construcción no es con ladrillo. Dios busca piedra, la corta y la prepara de tal manera que la hendedura calce en el lugar preciso, para que lo que a usted le falte la otra piedra pueda suplir. De esa manera, cuando una es colocada encima de otra, jamás se separa­rán, sino que permanecerán firmes.

En Génesis 11:4, ellos dijeron: «Edifiquémo­nos una ciudad». Hay una gran diferencia entre una ciudad cuyo arquitecto y constructor es Dios y una edificada por nosotros mismos. Son dos ciudades totalmente diferentes en propósito y longe­vidad. Yo busco una ciudad, pero no una que yo pueda edificar. Yo busco una ciudad que haya si­do edificada para mí.

¿Hacia arriba o hacia afuera?

También iban a edificar una torre en medio de la ciudad que llegara hasta el cielo para hacerse un nombre. Dios no quiere que edifiquemos hacia a­rriba, sino hacia afuera. De nuevo, hay una gran diferencia entre estas dos mentalidades.

Génesis 2 dice que el río que Dios puso en el huerto del Edén, se repartía en cuatro brazos que iban en cuatro direcciones, Este es un tipo o sím­bolo de la vida de Dios que rodea toda la tierra. La naturaleza del río de Dios es que fluye hacia afuera. Ezequiel tuvo una visión de un río que se hacía cada vez más profundo en su camino hacia el mar (símbolo de las naciones) y llevaba sanidad para todas las naciones (Ez. 47). La muerte se a­sienta cuando el río comienza a fluir hacia aden­tro. La vida fluye hacia afuera desde su fuente: el trono de Dios.

Cuando Dios hizo al hombre, su propósito fue llenar toda la tierra con el conocimiento de Su gloria. Los hombres de Babel dijeron: «Hagamos algo para nosotros mismos: edifiquemos una torre que llegue al cielo y hagámonos un nombre, por si fuéremos esparcidos». Era un intento de auto preservación. Note la diferencia entre hacerse un nombre y recibirlo; entre la preservación de sí mismo y liberar la vida de Dios en nosotros.

Un rompimiento en la comunicación

El Señor miró hacia abajo y dijo: «Descenda­mos para ver lo que hacen». Esta declaración no deja de ser jocosa. A veces pienso que Dios ve a su pueblo de esa manera, y dice lo mismo. ¡Qué te­rrible sería si Dios descendiera y decidiera que no le gustara lo que estuviéramos haciendo! Yo ja­más quisiera que Dios tuviera que decir: «Vaya ver qué está haciendo este hombre». Yo quiero que Dios lo sepa antes de comenzar.

Dios no se enojó y derribó la torre. Pienso que diría: «Toda esta gente habla un solo idioma y si van a intentar hacer esto, quién sabe lo que inten­tarán después». Yo no creo que Dios tuviera mie­do de que fuesen a llegar al cielo. Su interés era que no se lastimaran en la torre. Así que no derri­bó la torre, sólo les confundió su comunicación.

¿Ha estado usted en situaciones semejantes, en las que intenta hablar con alguien y ambos quieren con toda sinceridad hacer y decir lo co­rrecto, pero nunca llegan a ninguna parte? Si us­ted está con algo que Dios no quiere que haga, la primera acción de Dios no es la de echar abajo la torre, sino la de confundir su comunicación.

«¿No sabe lo que dije?»

«Sí, pero lo que dijiste no es lo que piensas que dijiste!»

«No creo que entiendas que lo que pienso que dije es realmente lo que quiero decir; ¿lo entien­des?»

«No»

Nuestra comunicación se va por el alambre de embalaje y no llega a ninguna parte y le echamos la culpa al diablo. Sería mejor detenernos y pre­guntar al Señor lo que El nos esté diciendo. Pudie­ra ser que a Dios no le guste lo que usted esté edi­ficando. Pudiera ser que Dios no derribe su «to­rre», pero confundirá su comunicación; no por­que esté enojado con usted, sino porque El sabe que si la llega a terminar, Ud. saldrá lastimado con ella.

Uno se puede caer desde una torre muy alta y lastimarse. Y si no se cae, a veces es muy difícil bajarse de ellas. Todos están haciendo ladrillo y edi­ficando la torre – ya llevan 300 metros de altura y usted se da cuenta que no están más cerca del cie­lo que cuando comenzaron, y no encuentra cómo decirle a los obreros tan dedicados que ya no cree que esta sea realmente la voluntad de Dios. Entonces ya se habrán sacrificado y comprometido a edificar la torre y si usted les dice que fue un error suyo, ¡son capaces de tirarlo desde arriba! De manera que cuanto más torre, tanto más peligrosa la situación. Además, es muy difícil desha­cerse de una torre sin terminar y de segunda ma­no.

Hay muchos problemas con las torres hoy en día. Muchos están siendo abrumados hasta su lí­mite para edificarlas. Muchas personas en las to­rres no se pueden hablar con comprensión y amor. Ni siquiera pueden recibir instrucciones de cómo bajarse.

Ha habido ocasiones en mi caminar cristiano en las que he comenzado a trabajar en torres. Pero he sentido en mi espíritu que algo andaba mal. Tal vez lograba juntar algunos ladrillos y edificar uno o dos pisos, sólo para que algo dentro de mí me dijera que era malo seguir adelante.

¿Ha perdido usted la unción que tuvo una vez para hacer lo que antes hacía? Yo estaba pasto­reando cuando eso me sucedió. Perdí mi unción para predicar en la congregación en que estaba. Cuando uno pierde la ayuda de Dios para hacer algo, es necesario ver si todavía es el propósito de Dios para su vida.

Una familia peregrina

Dios no quiere edificar una torre. Dios quiere llenar toda la tierra con el conocimiento de su gloria. La manera en que quiere lograrlo es edifi­cando una familia. Hace dos años que el liderazgo de nuestra fraternidad se juntó para buscar del Se­ñor una definición de lo que éramos. Descubrimos que nuestras relaciones no estaban edificadas en una doctrina, ni en la geografía, sino que el Señor nos ayudó a comprender que somos una familia. El hecho que tengamos creencias comunes y vivamos en la misma localidad no es lo que nos liga. Estamos ligados porque somos una familia resul­tado de un pacto. Tenemos hermanos y hermanas que, aunque estemos separados por grandes distancias, o por una comprensión di­ferente de una doctrina en particular, continúan siendo hermanos.

Descubrimos que estamos relacionados por­que hemos nacido del Espíritu de Dios dentro de una familia espiritual, que tiene un padre espiri­tual y hermanos y hermanas espirituales. Nacemos dentro de una relación por Dios y eso nos hace una familia.

Doy gracias a Dios por la gracia que El nos dio para resistir la inclinación de edificar cualquier clase de torre. En su lugar, Dios comenzó a decirnos Su deseo de edificar una familia que llene to­da la tierra.

Esta es la visión de Abraham, quien salió para tener una familia que se convertiría en una nación. El no edificó ciudades, ni torres. Dios lo hizo pa­dre. Tuvo un hijo por la promesa de Dios. Fue un acto de Dios y El lo hizo fructificar.

Lo más grande que Dios hizo en la vida de Abraham y por lo que se le conoce principalmen­te es que fue un padre. No le conocemos porque haya sido un gran orador o por su pericia en edifi­car ciudades, sino por esta razón: ¡él fue el padre de una gran familia!

El deseo de mi corazón delante de Dios, es lle­gar a ser el padre de una familia bendecida de Dios; ¡una familia que propague el conocimiento de la gloria del Señor en toda la tierra!

Hebreos 11: 8 dice: Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció saliendo para un lugar que habría de recibir co­mo herencia; y salió sin saber adónde iba.

Salió por fe. La fe no es sólo una manera de obtener algo de Dios. La fe es una relación de confianza en Dios que le capacita para hacer la vo­luntad de Dios. Es conocer a Dios lo suficiente como para tener confianza en lo que El diga – na­ce de la relación con El, no es académica. La fe hará un peregrino de usted, no sólo un buen estu­diante de la Biblia. La fe lo llevará a una tierra nueva, le dará nuevos hijos y una provisión gene­rosa.

Abraham conoció a Dios, y cuando fue llama­do obedeció. El no hizo nada que motivara a Dios a descender para ver lo que hacía. Lo que hizo, Dios lo inició y lo ordenó. Obedeció cuando salió para un lugar que habría de recibir como heren­cia. Salió sin saber adónde iba y así se convirtió en heredero por fe.

Los herederos son miembros de la familia. La herencia es dada a la familia. Abraham salió para recibir una herencia. Hay varias indicaciones aquí de lo que es el pueblo de Dios: son nacidos y engendrados de Dios; son miembros de la familia; son herederos, son un pueblo que no sabe comple­tamente adónde va. En otras palabras, son pere­grinos.

Abraham lo era. El sacó a su familia y sus per­tenencias de Ur de los Caldeas, en obediencia al mandamiento de Dios y vivieron en varios lugares hasta que llegaron a Canaán. El resto de Hebreos 11 nos dice que los grandes héroes de la fe nunca perdieron su mentalidad de peregrinos.

Yo no sé si Dios algún día me sacará perma­nentemente de esta región -siento que mis raíces están aquí – pero en ninguna parte que esté, puedo permitirme el lujo de dejar de ser un peregrino. Mientras estemos caminando con Dios, El nos mantendrá con esta mentalidad y habitaremos en tiendas, por decirlo así, listos para cambiar. Jamás edificaremos algo que no podamos doblar para que la familia siga adelante. Es una mentalidad que no debemos perder.

De la misma manera en que Dios envió a Adán y a los descendientes de Abraham, también Jesús envió a sus discípulos para discipular a todas las naciones. Hubo un tiempo en que la iglesia se estableció en Jerusalén. Pero la persecución les motivó a salir.

Esto es más que un programa de misiones. La iglesia necesita una nueva mentalidad que la moti­ve a convertirse en una familia y no sólo en una estructura eclesiástica. Debe convertirse en una fa­milia que se reproduzca, que invierta sus recursos en sus hijos y los envíe para que gobiernen y se reproduzcan dondequiera que vayan. Pronto caere­mos en confusión si gastamos más tiempo y dinero en la casa que en madurar a los hijos.

Las cosas han estado cambiando constante­mente, desde 1964, cuando tuve un encuentro con el Señor y recibí el bautismo en el Espíritu Santo. Es emocionante seguir a Dios. Si a usted no le gusta la excitación, no se meta con Dios porque El no es aburrido. La Biblia dice que Dios nunca se adormece ni se duerme. Siempre está haciendo cosas creativas y es esta creatividad de Dios la que constantemente revela nuestro sendero.

Hebreos 11: 10 dice que Abraham buscaba una ciudad «que tiene fundamentos, cuyo arqui­tecto y constructor es Dios». Buscaba algo que Dios había hecho. Sara recibió la facultad de con­cebir y el versículo 12 dice, «por lo cual nació de un hombre – y éste casi muerto con respecto a es­to – una descendencia como las estrellas del cielo en número, e innumerable como la arena que está a la orilla del mar».

Dios tomó a una mujer vieja que no podía te­ner hijos y a un hombre viejo que no podía repro­ducirse y les dio una familia numerosa como las estrellas del cielo y la arena en la playa. Esa fami­lia nos dio a Moisés, a Elías, a Isaías, a David y a Jesús, y bendijo al mundo entero.

En contraste, Babilonia, una vez el epítome del logro humanístico, es un montón de escom­bros habitado por chacales. Su esfuerzo por ha­cerse un nombre y llegar hasta el cielo y producir la utopía, es una memoria olvidada.

Cuando las torres se hayan ido, la familia se­guirá viviendo. Cuando los pilares se hayan con­vertido en polvo, el pueblo de Dios seguirá siendo la luz del mundo – ¡una ciudad cuyo arquitecto y constructor es Dios!

Reproducido de la Revista Vino Nuevo Volumen 3- Nº 5 febrero 1980