Bob Mumford

 

¡Las invenciones del siglo XX! Qué caja de Pandora abre ese pensamiento. La imaginación no puede volar demasiado alto … no hay degrada­ción demasiado baja … ni campo demasiado an­cho … ni nada demasiado microscópico. Las des­cripciones, como instantáneo, automático, rápido (super-rápido), son rótulos que aceptamos e investigamos cada día. Las cosas «instantáneas» varían desde el puré de papas hasta la repetición instantánea por video de un juego televizado que hemos visto, pero que quizá perdimos un detalle al pestañear.

Nos encontramos con lo «automático» en todas las áreas de nuestra vida diaria. En los Estados Unidos, las máquinas vendedoras au­tomáticas venden tanto o más líneas de productos que muchos negocios grandes de renombre. Y lo «rápido» abarca desde lo complejo hasta lo sim­ple, -desde el divorcio hasta un patrón de moda; ¡elija lo que desee! Sin duda alguna, la oficina de patentes es un negocio floreciente.

Con todo este despliegue de originalidad y creatividad, ¿cómo es que Dios -el autor de ambas- sale con un mecanismo extraño que todavía opera con la misma antigua fórmula de siempre? La obediencia, el extraño mecanismo que escudri­ñamos, no viene en un paquete bellamente hecho, con ninguno de los rútulos mencionados antes adherido a él. Dios designó ese producto particu­lar y a El pertenecen los derechos de propietario.

De modo que Dios no planeó que la obedien­cia fuera un asunto instantáneo. Algunas perso­nas operan bajo el concepto erróneo de que un día una bola de fuego o un terremoto aparecerán repentinamente. Como resultado de esto, ellos serán revestidos de lo alto con una protección que alejará las flechas de la tentación, o se les instalará un termostato interno colocado a una temperatura fija … entonces … no habrá más preocupacio­nes.

Tampoco Dios designó que la obediencia fue­ra automática. Ni cuatro sueños. . . tres visio­nes. . . dos ángeles, van a lograr que se haga la labor. Es decir, a menos que uno de los ángeles aparezca con una regla en su mano. Esto podría lograr el propósito por un tiempo.

Y en cuanto a las cosas rápidas, tampoco se aplica esto a la obediencia. La obediencia no pue­de reducirse a una receta simple: agregue un po­quito de esto, otro poquito de aquello, tanto de ayuno, cierta cantidad de oración; mezcle todo bien, colóquelo en el horno de la adversidad durante tanto tiempo … y el resultado final será OBEDIENCIA -con resultados garantizados cada vez.

Principios

El propósito nuestro en este estudio es es­tablecer principios y no métodos. Primeramente, ¿cómo sabemos si somos o no obedientes?

Tomemos a Juanito, por ejemplo. A la edad de tres, es el consentido de mamá. Los dos van de compras y se encuentran con una amiga de su ma­dre. La amiga hace toda clase de comentarios sobre el crecimiento de Juanito desde la última vez que lo vio. Las bondadosas palabras de la amiga despiertan el deseo de la madre de exhibir la dulce disposición de su hijito: «Sonríe a esta buena señora, Juanito,» le pide la madre. Un gruñido de Juanito. «Querido, sonríe a la señora.» Esta segunda petición viene a través de los dientes apre­tados de la madre. jMas gruñidos! Juanito estaba muy bien portado hasta que recibió una orden.

Cuando una de mis hijas tenía la misma edad de Juanito, tuvimos una escena similar. Ella había puesto un juguete en la repisa para los adornos de su madre. Yo traté de explicarle que quería que quitara su juguete de allí, porque ese no era su lugar. Después de varios intentos sin resultados positivos creí que ella no me entendía. Entonces tomé su manita la puse en el juguete y volví a pedirle que lo quitara de allí, pero ella no respondió. Comencé a darme cuenta que ella sabía bien lo que yo quería, pero que era contrario a su propio deseo. De modo que inicié otra línea de ataque que la hizo chillar con un definitivo «¡No! » ¿Re­belión a la edad de tres? Debo añadir que después de cuarenta y cinco minutos la niña quitó su ju­guete del estante.

Los mandamientos son instrucciones especí­ficas. Son dados por alguien que tiene autoridad y espera que sean obedecidos. A muchos les asus­ta la palabra mandamiento y dicen que ya no estamos bajo la ley; que ello resulta en ataduras y que todo es legalismo. Tenemos que entender que Dios siempre ha esperado que guardemos sus man­damientos. No es asunto de decidir si vamos a guardarlos o no, sino cómo lo vamos a hacer. La actitud con que los aceptemos y obedezcamos es muy importante. 

El Nuevo Testamento menciona la palabra mandamiento setenta y una veces y alguien ha cal­culado que hay más de mil mandamientos en esos veintisiete libros de la Biblia. ¿Qué nos dice eso?

Si queremos conocer la voluntad de Dios, tenemos que buscar sus mandamientos. Podemos medir nuestra obediencia de acuerdo a la manera en que respondamos a sus mandamientos. Por ejemplo:

«Si me amáis guardaréis mis mandamientos» Juan 74: 75.

«Cualquiera pues, que anula aun uno de los más pequeños de estos mandamientos … «Ma­teo 5: 19.

«. . . para que recordéis … el mandamien­to … «11 Pedro 3:2.

«La circuncisión no es nada; … lo que impor­ta es guardar los mandamientos de Dios.» 1 Co­rintios 7: 19.

«El que dice: «Yo he llegado a conocerle, y no guarda sus mandamientos … » 1 Juan 2 :4.

«Aquí está la perseverancia de los santos que guardan los mandamientos. . . Apoc. 14: 12.

¡Parece como si el Señor está poniendo la res­ponsabilidad sobre nosotros y la verdad es que sí!

Procedimientos

Tornando como base el pasaje del Antiguo Testamento que se encuentra en Isaías 50:4-7, investiguemos algunos aspectos de la obediencia:

(4) Jehová el Señor me dio lengua de sabios, para saber hablar palabras al cansado; desper­tará mañana tras mañana, despertará mi oído para que oiga como los sabios.

(5) Jehová el Señor me abrió el oído, y yo no fui rebelde ni me volví atrás.

(6) Di mi cuerpo a los heridores, y mis meji­llas a los que me mesaban la barba; no escon­dí mi rostro de injurias y de esputos.

(7) Porque Jehová el Señor me ayudará, por tanto no me avergonzaré, por eso puse mi ros­tro como un pedernal, y sé que no seré aver­gonzado.

Incluida en estos versículos hay una palabra profética conmovedora acerca de la obediencia del Señor Jesucristo. ¿Cómo aprendió El esta lec­ción tan valiosa? Hebreos 5:8 nos da la respuesta: «Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia.» ¿El sufrimiento? No es un tipo de programa de adiestramiento muy atrayente, ¿no es verdad?

¿No sería maravilloso si la obediencia pudiera obtenerse de regalo? Si yo, o cualquier otra perso­na, pudiera impartir esta preciosa habilidad, se formaría una cola desde aquí hasta la eternidad, de personas que querrían recibir este ministerio, particular. ¿Por qué no reconocer y aceptar el he­cho de que Dios, el Hacedor del cielo y de la tie­rra, hizo de la obediencia un logro que debe ser aprendido?

Volviendo a nuestro pasaje en Isaías, fíjese en las primeras tres palabras: «Jehová el Señor.» He aquí el Maestro. Este solo hecho debería lle­varnos a la sala de clase, aún si esa anotación obje­table: «sufrimiento», está escrita en la entrada.

Luego, fíjese en la siguiente frase: «Me dio.» Sí, habrá recompensa para todos aquellos que se matriculen. Usando una buena técnica para hacer propaganda, encontramos los resultados bien exhibidos. Muchos avisos hablan de los resultados que pueden esperar aquellos que aceptan una cier­ta oportunidad de aprender. Sin embargo, «Sen­tarse al piano y mantener a la audiencia sin respirar», no se promete que sucederá la primera vez que usted se sienta al piano. Dios sí promete re­sultados. «Me dio lengua de sabios, para saber… » ¡Para saber! Esta es una meta común en cada es­fera de la educación.

He aquí otro procedimiento que ha dado resultados: «cada mañana.» Toda pericia se alcan­za de esta forma -por medio de la REPETICION. El conquistar el manejo apropiado de un piano, una máquina de escribir, un automóvil, requie­re constante «práctica». Dios ha ordenado que nosotros aprendamos la obediencia de la misma manera -día a día. Ayer y mañana no están en la agenda de Dios. Es algo que se debe hacer HOY.

HOY usted tiene la oportunidad de obedecer al Señor. Lo que usted planea hacer mañana no cuenta.

¿Le suenan familiares las palabras de Jesús: «Toma tu cruz cada día»?

Si estamos buscando honestamente una res­puesta a la pregunta de la obediencia/desobedien­cia, se nos ha dado algo que nos protege. Cada noche, cuando coloco la cabeza en la almohada preparándome para dormir, puedo formularme la siguiente pregunta: «¿He obedecido HOY?» En forma providencial Dios ha colocado las no­ches entre los días, no solamente para restaurar el vigor físico, sino también para restaurar el espí­ritu. Si es necesario, podemos admitir el fracaso. Podemos pedir perdón y aceptarlo, tomando nuestro descanso de la noche, asegurándonos que el nuevo día traerá nuevas oportunidades para obedecer, o si sentimos que hemos sido obedien­tes, podemos ofrecer alabanzas y acción de gra­cias por un día en el cual hemos experimentado el placer de agradar a nuestro Padre.

Tan extraño como pueda parecernos, pode­mos ir de semana a semana, de mes a mes, aún de año a año, sin sacar provecho de este inventario nocturno, Pero a medida que prolongamos el de­seo de examinar nuestra obediencia, la obedien­cia misma se desvanece en normas auto-determi­nadas para nuestras acciones.

Revisando nuestra «Hoja de instrucciones», notamos lo siguiente: «Despertará mi oído … Me abrió el oído.» La traducción literal del he­breo dice así: «El Señor Dios ha cavado en mi oído.» La habilidad para oír en tal forma que res­pondamos de la manera que el que él de­sea, no es «natural». Se debe aprender. Por lo ge­neral, oímos los que queremos oír. Pero con Dios «cavando» en mi oído, yo me adiestro para reco­nocer su voz y anticipo sus deseos. Cuando yo no quiero oír, tengo la habilidad de «apagar» mi oído. Esto es muy similar a lo que hacemos cuan­do apagamos un aparato de radio o el televisor. Nosotros podemos anular los poderes receptivos que tenemos para escuchar la Palabra de Dios,

Su voz, Sus mandamientos, a Sus siervos. Jesús habló de » … teniendo oídos no oís.» (Marcos 8: 18).

Miremos juntos algunos versículos que desta­can el hecho de que la palabra obedecer significa «escuchar atentamente» -o escuchar en tal forma que habrá una respuesta. . . ¡escuche y sométa­se!

«Y los hombres se maravillaron, diciendo: ¿Qué hombre es éste, que aun los vientos y el mar le obedecen?» (Mateo 8:27).

«Y todos se asombraron, de tal manera que discutían entre sí, diciendo: ¿Qué es esto? ¿Qué nueva doctrina es esta, que con autoridad manda aun a los espíritus inmundos, y le obedecen?» (Marcos 1:27).

«Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu.» (1 Pedro 1:22).

Demos una última mirada a nuestro texto bí­blico de Isaías: «. . . y yo no fui rebelde.» He aquí la clave del asunto. En el análisis final, la responsabilidad es nuestra. Es posible que las lec­ciones estén perfectamente planeadas y bosque­jadas -que el maestro sea muy capaz- y sin em­bargo, el alumno puede fracasar completamente. Yo no fui rebelde. Que podamos empezar cada mañana diciendo: «Señor, cava en mi oído para que oiga -y concédeme un espíritu de obediencia para que responda.»

Provisiones

Dios ha instituido dos rutas por medio de las cuales podemos aprender la obediencia: la activa y la pasiva. ¿Recuerda usted la ilustración acerca del adiestramiento que es necesario para preparar a los perros para que trabajen con la policía? El perro tenía que conocer igualmente los dos mandamientos: «Tráelo» y «Detente». Después de correr a recobrar y devolver el objeto que el oficial había arrojado al campo, el tratar de sentarse quieto y mirar ese mismo objeto que parecía lla­marle, requería gran esfuerzo. Lo mismo sucede con nosotros. Dios ha provisto los medios por los cuales nosotros podemos «escuchar atentamente» sus mandamientos de: «Ve y haz … di… da.» También recibimos otro tipo de mandamiento:

«Siéntate y quédate quieto. . . detente. . . espera … apártate antes de que te desplomes».

Las primeras órdenes involucran la participa­ción activa a medida que Dios obra por medio de nosotros. Las segundas órdenes involucran someti­miento mientras. Él obra en nosotros. Es posible que las últimas sean situaciones difíciles de en­tender, y -tal vez yo me encuentre queriendo librarme de ellas. El aprendizaje es un proceso que tiene que ser adoptado voluntariamente. iUsted aprende a obedecer!

Permítame compartir con usted otra maravillosa provisión que Dios ha hecho en esta sala de clase. El no solamente provee el deseo de obedecer, sino que también proporciona los medios por medio de los cuales nosotros podemos cumplir ese deseo.

Al procurar entender la naturaleza y el carácter de la obediencia, debemos darnos cuenta que la naturaleza nos es dada -el carácter se desarrolla. La primera es innata, el segundo es adquirido. Cuando nacimos de nuevo, recibimos una nueva naturaleza, la naturaleza del Señor. Innato en esa naturaleza se hallaba un enorme deseo de agradar a Dios. Pero el «hacerlo» es otro asunto. El deseo de obedecer no es obediencia. Para un ejemplo, citemos al Señor Jesús. Hemos mencionado anteriormente en forma breve que, aunque El era el Hijo de Dios sin pecado, aprendió la obediencia por el sufrimiento, Hebreos 5:7-9-

(7) Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente.

(8) Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia;

(9) Y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen.

Jesús tenía una naturaleza sin pecado. Dentro de El existía el deseo de hacer la voluntad de Su padre. Pero el cumplir esa voluntad requería que El obedeciera, de la misma forma que sucede con nosotros. Cada vez que Jesús tuvo la oportunidad de obedecer, fue obediente. Jesús dijo: «Solamente hago aquello que mi Padre me dice que haga.» Lo siguiente sucedió en un polvoriento camino en Galilea cuando el Señor se encontró frente a las necesidades de un mendigo ciego. «Hijo, mezcla un poco de saliva y barro … » También sucedió cuando El oyó a Su Padre decir: «Hijo, ha llegado la hora de que vayas a Jerusalén.» Y El se dispuso a obedecer, yendo hacia Jerusalén. Aquí lo vemos en el camino de la obediencia activa.

Luego fíjese en: «Di mi cuerpo a los heridores, y mis mejillas a los que me mesaban la barba; no escondí mi rostro de injurias y de esputos.» Nuestro segundo camino, el de la obediencia pasiva, tuvo algunas horas de agonía. Sin embargo, la vida de nuestro Señor Jesucristo puede reducirse a esto: a Su habilidad para oír y responder. En verdad El podía decir: «Solamente hago lo que mi Padre me dice que haga.» El Padre obraba la obediencia en el Hijo -día a día.

Volviendo a una experiencia que muchos de nosotros hemos compartido, permítame relatarle mi batalla con la máquina de escribir. Cuando estaba en la Marina, me asignaron cierto trabajo. A medida que escribía a máquina, me quejaba: «¿Cómo puede uno aprender a escribir a máquina cuando el teclado no tiene letras? Eso es lo más tonto que he visto.» Mientras tanto yo seguía escribiendo y cometiendo errores. Con «clamores y lágrimas», perseveré. De pronto, para sorpresa mía, comencé a escribir las palabras correctamente.

De este modo usted aprende … se equivoca … lo hace bien. Cada mañana, usted persevera. Rápidamente usted comienza a entender y responder. Es posible que uno de los primeros mandamientos que Dios le dé sea: «Ponga el dinero que iba a gastar en el helado en la ofrenda hoy.» Usted obedece, y veinte años más tarde es posible que El le pida que dé $1.000 (dólares) para una necesidad específica. Porque usted dio aquellos centavos, puede oír y obedecer Su pedido años más tarde. Algunos, sin embargo, todavía están apretando en sus manos los centavos y perdiendo las bendiciones.

Problemas

¿Hasta dónde nos atrevemos a llegar en este asunto de la obediencia? ¿Me atrevo a «ponerme bajo autoridad» y obedecer, de esta forma abriéndome completamente a demandas que tal vez no quiera obedecer? Existen algunos riesgos, pero permítame decirle esto: De mi propia experiencia, me he dado cuenta de que aquel que se atreve a obedecer al final sale bien.

Un obstáculo que se presenta en el camino es el de tener demasiado celo. El peligro aquí es que el enemigo puede venir, aprovecharse de nosotros, y nosotros aplicaremos mal nuestro deseo de obedecer. Satanás está siempre esperando la oportunidad de que la puerta se abra un poco para meter el pie, confiando en poder entrar y tomar control. El sería muy tonto si no tratara de hacerlo. Esta posibilidad de desviarse necesita una consideración muy cuidadosa.

Cuando volví a Dios después de doce años de «hacer lo que me daba la gana», lo hice en un 208 por ciento. «Otros pueden tomarlo como juego, pero yo voy a tomarlo seriamente … voy a ser espiritual, ¡cueste lo que cueste!» Y el diablo se dio gusto. El comenzó a darme toda clase de llamados, guía y direcciones. Un día mi esposa me dijo:

«Querido, en realidad me desconcierta que Dios pueda llamar a un hombre para que vaya en ocho direcciones distintas al mismo tiempo.» Cuando me detuve el tiempo suficiente para pensar en estas palabras, tuve que admitir que no parecía ra­zonable. ¿Quién me llamaba para ir en ocho di­recciones distintas a la vez? Su conjetura es tan buena como la mía. Satanás sabía que al mante­nerme marchando a todo vapor, multidividido , autodirigido, muy pronto me volvería ineficaz … desorganizado … y eventualmente me destruiría a mí mismo, a mi familia y a mi ministerio.

Permítame decir algo aquí que tal vez sirva de ayuda. Necesitamos darnos cuenta que la sumi­sión es total; la obediencia es relativa. La insubor­dinación siempre está mal; pero es posible que yo tenga una actitud de sumisión sin obedecer en ca­da instancia. La sumisión es una actitud; la obe­diencia es conducta. ¿Le suena esto familiar? En nuestra consideración de la desobediencia, enfati­zamos que la rebelión es una actitud -y el pecado es conducta. Hay dos hechos en la vida de la igle­sia primitiva que aclaran esto.

En el libro de Los Hechos, capítulo 5, leemos el relato de cuando las autoridades judías arres­taron a los apóstoles por enseñar y predicar acer­ca de Jesús. El sumo sacerdote les recordó a los prisioneros que ya les habían mandado a no pre­dicar «en ese nombre». La respuesta de Pedro fue: «Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres.» He aquí un ejemplo de la actitud de sumisión, sin embargo, una posición firme en lo que él consideraba justo en esa situación particu­lar. Pedro podría haber dicho: «Ustedes no nos van a decir a nosotros lo que tenemos que hacer. Nosotros somos los santos, los ungidos de Dios. No obedecemos a nadie sino a Dios.»

El resultado de la actitud sumisa de Pedro ante el concilio se evidencia en la decisión de Ga­maliel: » … apartaos de estos hombres, y dejad­los; porque si este consejo o esta obra es de los hombres, se desvanecerá; mas si es de Dios, no la podréis destruir; no seáis tal vez hallados luchan­do contra Dios … y convinieron con él.» El inci­dente terminó sin más discusiones. Si Pedro hu­biera asumido una actitud de desafío, esta au­diencia podría haber sido el comienzo de un le­vantamiento.

Más adelante en el libro de Los Hechos (capí­tulo 23), encontramos a Pablo ante el concilio judío y enfrentando un tipo de acusación pare­cida. En el versículo 1 de este pasaje Pablo hizo una observación que fue interpretada por el sumo sacerdote como insubordinación. Se dio la orden de golpear a Pablo en la boca. Escuche la explicación de Pablo: «No sabía, hermanos, que era el sumo sacerdote; pues escrito está: No maldecirás a un príncipe de tu pueblo.»

¿Se da cuenta usted de que cuando Pablo eligió el camino de la sumisión estaba realmente poniéndose «bajo autoridad»? Esta posición es la que destruye cualquier rebelión que pudie­ra estar tratando de manifestarse. Pablo, Pedro, Juan, todos estos hombres se enfrentaron con los problemas de la rebelión y la obediencia, de la misma forma que nos ocurre a nosotros. Y ellos resolvieron sus problemas de la misma manera que nosotros debemos resolver los nuestros.

Ahora bien, hemos establecido el hecho de que la sumisión es total y absoluta, la obediencia es relativa. Tenemos tres guías o señales que nos ayudarán a tomar nuestras decisiones en cuanto a «cuándo» … «hasta dónde» … y «por qué no». En primer lugar, está la Palabra de Dios. En se­gundo lugar está la voz de Dios (el ministerio del Espíritu Santo) y en tercer lugar, se encuentra la autoridad que Dios ha colocado sobre noso­tros. Nunca se olvide cuál es la primera. Ambas, la voz y la autoridad, se miden por la Palabra de Dios.

Luego hay tres áreas donde se ejerce la auto­ridad: la esfera espiritual (esto incluiría a pasto­res, ancianos, líderes de los grupos de oración); el hogar (maridos, esposas, padres); y nuestras autoridades civiles. Cuando debemos decidir qué ha­cer en cuanto a mandamientos acerca de estas tres áreas, la pregunta que debemos formularnos es: ¿Será ilegal… inmoral… y no estará de acuerdo a las Escrituras? Nosotros podemos y debemos asumir una actitud sumisa y decir: «Me someto a usted hasta este punto, pero no puedo hacer lo que usted me pide.»

Sin embargo, el asunto puede cambiar y no­sotros podemos terminar rehusando someternos, no porque el pedido involucre algo inmoral o que no esté de acuerdo a las Escrituras o que sea ile­gal, sino porque hay rebelión dentro de nosotros.

En cierta familia, es posible que los padres necesiten decir: «María, tu estás asistiendo a 27 reuniones de oración a la semana. Nosotros senti­mos que, para beneficio de tus estudios … tu salud … algunas cosas aquí en la casa, tú debes elegir cinco de esas reuniones y abandonar las otras 22.» Instantáneamente se oye el clamor:

«Mis padres no me dejan ni ser creyente. Están tratando de que yo no camine con Dios.» ¿Se vislumbra la rebeldía en esa respuesta?

Permítame hacerle la siguiente pregunta: ¿hay alguna diferencia entre que un marido le pida a su esposa que vaya a pescar con él y que lo acompa­ñe a ver una película pornográfica? Sí. Pero no hay necesidad de volverse muy espiritual al con­siderar cualquiera de los dos pedidos.

En relación al primer pedido, es posible que una esposa sienta que preferiría quedarse en la ca­sa y leer o estudiar. Tal vez el pescar le parezca una total pérdida de tiempo. Pero el apóstol Pe­dro advirtió: «Esposas, amóldense a los planes de sus maridos.» (Traducción literal de 1 Pedro 3: 1). Al consentir, aunque el poner los gusanos y el sa­car los pescados del anzuelo no sean la idea que una esposa tenga en cuanto a «diversión», ella puede hallar verdadero gozo en estar en ese bote y decir: «Señor, quiero que sepas que no hay na­die en el mundo por quién yo haría esto, sino por Ti. «

En cuanto al segundo pedido, una esposa puede, por su misma actitud, marcar la pauta al res­ponder: «Juan, tú sabes que te amo y que estoy sometida a ti. Pero, a parte de todo esto, no pue­do ir a ver esa película.» Muy pocas personas «en autoridad» se aprovecharán de una actitud de su­misión genuina. Algunos tal vez lo hagan, pero se­rán muy pocos.

Estamos de acuerdo, cada uno de nosotros tiene el derecho de fijar el límite. También, cada uno es responsable por fijar ese límite tan lejos como sea posible de cualquier tendencia hacia la rebelión. No hay un mandamiento bíblico que diga: «No irás a pescar», pero sí hay uno que di­ce: «Abstente del mal.» Guárdese de permitir que un espíritu rebelde sea el que le haga fijar el lími­te. De esta forma usted aprenderá a oír las direc­ciones de Dios cuando tenga que tomar decisio­nes.

Promesas

Jesús dijo: «El que tiene oídos para oír, oiga.» (Mateo 11: 15). ¿Qué quiso decir El con eso? Todos nosotros tenemos oídos, ya que estos son una parte de nuestro organismo. ¿Por qué entonces es que algunos oyen y otros no? Aquí estamos hablando de deterioro espiritual y no fí­sico. La respuesta se da en una sola palabra, y es la palabra: obediencia.

Cuando Dios nos habla de Su amor y Su de­seo de restaurarnos a una relación hacia El como nuestro Padre, tenemos la elección de aceptar o rechazar la oferta. Pero una vez que la acepta­mos, nos convertimos en miembros de Su fami­lia, y automáticamente estamos matriculados en la Escuela de la Obediencia. Se nos da la habilidad de oír, junto con la nueva naturaleza que tiene dentro de sí el deseo de obedecer. Desde ese mo­mento en adelante, podemos oír Su voz, si es que queremos. Está a nuestra disposición Su Palabra la cual nos instruye; también tenemos a nuestro alcance Su Espíritu para compañerismo y guía; y la autoridad siempre se encuentra presente, ya que nadie está exento del gobierno terrenal.

Pronto nos podemos volver tan sensibles a los mandamientos de Dios que nuestros oídos oirán hasta Su susurro más suave. De la misma manera que una madre ajusta su sentido del oído para captar en el llanto del bebé las necesidades del niño, nosotros, en cada circunstancia de nuestra vida, podemos captar Su presencia. De la misma manera que un doctor escucha a su paciente cuan­do él describe sus síntomas, y mientras tanto está diagnosticando la causa del problema, noso­tros también podemos llegar a obtener una com­prensión de las causas y curas dentro de nosotros mismos.

El otro aspecto del asunto del oír, es que po­demos insensibilizar tanto nuestro oído que las «cosas nos entren por un oído y nos salgan por el otro». Un día yo estaba en una oficina donde en la parte de afuera estaban construyendo un edifi­cio …. estaban clavando estacas … y el ruido era ensordecedor. Le pregunté a la recepcionista: » ¿Cómo puede usted soportar todo ese ruido allá afuera?» Su ingenua respuesta fue: «¿Qué rui­do?» A una condición como ésta puede llamár­sele: «perforación del tímpano.» ¿No es maravi­lloso el hecho de que la naturaleza se ajusta a su ambiente? Hay también un ajuste que se hace a sí mismo en la percepción espiritual. Cuan­do nosotros «bajamos el volumen de nuestro apa­rato de oír» cuando Dios nos habla, a través de Su Palabra, de Su Espíritu, o de la autoridad de­legada, se evidencia el mismo resultado … » ¿Qué mandamientos?»

La invención del hombre del siglo XX de un aparato de oír de línea aerodinámica y operado con el principio del átomo restaura para muchos el placer de oír. Pero Dios no depende del inge­nio del hombre en el ámbito espiritual. No hay sustituto o suplemento para la obediencia.

El negarse constantemente a obedecer los mandatos de Dios endurecerá nuestros tímpanos de tal manera que no podremos oír lo que El nos está diciendo … ver lo que El está haciendo … y finalmente, puede cerrar nuestro espíritu a Su entrada. Llamamos a este resultado final de alber­gar un espíritu rebelde, La gran transgresión, acerca de la cual David nos advirtió en el Salmo 19, versículo 13.

Quiera Dios ayudarnos a darnos cuenta que ninguna invención del hombre puede suplantar o reemplazar los planes del Creador ordenados ori­ginalmente. Quiera El ayudarnos también en nuestro camino, a medida que buscamos entender y aceptar esos planes.

Reproducido de la Revista Vino Nuevo Vol. 3-Nº 7 junio 1980