Por Richard Strauss

La grandeza de la maternidad

¿Su excelencia? ¿Grandeza? Una madre no se siente miembro de la realeza cuando se para fren­te al fregadero, cansada y preocupada por las ba­tallas del día. Antes de que pueda sentarse a des­cansar, deberá lavar ese montón de platos sucios, después los pañales y tres niños que deben ser ba­ñados y acostados; además, la casa debe limpiarse antes de la reunión de señoras la mañana siguien­te.

Resentimiento, autocompasión y sentimientos de culpa la inundan. Se siente más como una cau­tiva que como una reina …; y muy distinta, del conmovedor modelo de madre de los tiempos bíblicos cuyo esposo e hijos la alaban como la mejor entre las mujeres.

Ser madre es sin lugar a dudas uno de los llama­dos más complejos y exigentes de la vida. Una en­cuesta realizada entre mujeres reveló que para criar apropiadamente a los hijos se requiere tanta inte­ligencia y empuje como ocupar un alto puesto en los negocios o en el gobierno. La tarea descansa primordialmente en los hombros de la madre du­rante los primeros 6 años de la vida del niño. Aún después de este periodo, sus contactos con los ni­ños serán, necesariamente, más frecuentes y más prolongados que los del padre.

Si bien éste es el lí­der de la casa, la madre determina el tono en el hogar: las horas que sus niños pasan en su presen­cia tendrán una influencia más duradera en ellos. Los hijos llegarán a ser lo que ella haga de ellos. La madre enfrenta el noble reto de moldear sus tiernas vidas para ‘la eternidad; la maternidad es uno de los más altos honores de la vida, así como una de las más serias responsabilidades.

¿Dónde encuentra la mujer ayuda para tan in­creíble tarea? El salmista dijo: «Mi ayuda viene del Señor, quien hizo los cielos y la tierra». Dios tiene una gracia especial para las madres. Aunque Dios es el Padre, tiene un corazón de madre. El habló a la nación de Israel diciendo: «Como aquel a quien consuela su madre, así os consolaré yo a vosotros» (Is. 66: 13). Dios consuela a sus hijos igual que una madre.

La tercera persona de la Trinidad, el Espíritu Santo, es básicamente quien desempeña esta fun­ción material. Jesús lo llamó el Consolador y le envió para que no quedáramos huérfanos. Y, ¿no es interesante que nuestro nacimiento en la fami­lia de Dios sea descrito como: nacido del Espíri­tu? Es el Espíritu de Dios quien está con noso­tros, quien comparte su vida divina con nosotros, quien nos apoya, consuela y enseña, está listo pa­ra ayudar a cada mujer cristiana a llevar a cabo su sagrado deber.

Una madre que observe el ministerio del Espíritu Santo, podrá enterarse de su principal respon­sabilidad. El Espíritu procede del Padre y del Hi­jo; su ministerio no es por su propia cuenta, sino de ellos. Jesús dijo: » … porque no les estará ex­presando sus propias ideas con lo que ha oído. El les hablará acerca del futuro. El me alabará y me honrará al mostrarles mi gloria. La gloria del Pa­dre es mía, y a ella me refiero cuando digo que El les mostrará mi gloria»*

* N. T. Juan 16:13-15. Paráfrasis, Ken Taylor.

El Espíritu se sujeta al Padre y al Hijo y los representa en su ministerio hacia nosotros. De esta manera, una madre debe ser sumisa a su marido y representar su autoridad frente a tos niños. El fra­caso en este punto ha sido una de las mayores causas de la desintegración y desorganización de la familia. Cuando una mujer resiste la voluntad de su esposo, debilita el respeto que él tiene en sí mismo, lo desalienta a tomar el papel de líder en su familia y destruye el orden que Dios ha estable­cido para el hogar. Una esposa y madre dominan­te confunde a los niños.

El Señor Jesús estableció un importante principio que aplicó fundamen­talmente al dinero, pero que puede ser igualmente aplicado a la familia: «ninguno puede servir a dos señores, -pues odiará a uno y amará al otro, o será devoto a uno y despreciará al otro». Si la madre y el padre tuviesen igual autoridad, el niño no sa­bría a quien obedecer. Pondrá a uno contra el otro, para obtener lo que quiera y perderá pronto el respeto a uno o a ambos padres. Existen estudios’ que han demostrado que los niños con problemas de conducta usualmente tienen madres de carácter fuerte y muy dominante. Cuando el niño sabe, sin lugar a dudas, que papá es la cabeza de la casa, que mamá habla por él y que la autoridad de papá respalda lo que ella dice, será más apto para obedecer y tendrá más respeto y amor por ambos.

El llamado bíblico a las esposas para que se su­jeten a sus esposos tiene grandes implicaciones. El énfasis que pone la Escritura en este llamado, in­dica la importancia que Dios le da. El triunfo de la paternidad depende del éxito de las relaciones entre esposos. Estas, a su vez, están fuertemente apoyadas por el respeto que la esposa tenga hacia su marido y a su jovial sumisión a la voluntad de éste. Su autoridad sobre los hijos se deriva de él. Si ella mina o contradice la autoridad de él ante sus hijos, estará destruyendo su propia autoridad. Si ella se rebela abierta o disimuladamente contra la autoridad de él, sus hijos lo notarán y desarrollarán el mismo tipo de rebeldía hacia ella.

Madre, cultive una apreciación profunda y una admiración amorosa hacia su esposo. Después de su relación personal con el Señor Jesús, él está pri­mero en su vida. Si él no es el esposo que debiera ser, no lo fastidie, no lo empuje ni lo critique; esas acciones sólo lo alejarán más de usted. Si las cosas entre ustedes no son como debieran, no se esconda en sus hijos para compensar la inseguri­dad que usted siente y la falta de cariño de él. Eso solo destruiría la personalidad de sus hijos y dete­rioraría más su relación con él. Usted encontrará que el respeto hacia su esposo crecerá si observa sus buenas cualidades y las repasa en su mente. Cuando él se dé cuenta que su respeto crece, él hará lo posible para que aumente aún más. Pronto podrá añadir otras cualidades a su lista. Su matrimonio mejorará y con él su libertad de ser una buena madre.

Algunas esposas se quejan de que no pueden encontrar alguna buena cualidad en sus esposos. Pero, algo en él las atrajo originalmente. Piense en aquellos primeros días de noviazgo; si es necesa­rio, amplíe los rasgos agradables que recuerde.

La segunda gran responsabilidad de una madre se puede aprender también del Espíritu Santo, del nombre que Cristo le dio: El Consolador. Literal­mente esta palabra significa: «uno que es llama­do a estar al lado». Esto sugiere habilidad para consolar, ayudar y alentar. De igual modo, una madre debe estar cerca de sus hijos para darles asistencia, aliento y consuelo.

El apóstol Pablo se refirió a esta función de las madres cuando describió su ministerio a los tesa­lonicenses diciendo: «Antes fuimos tiernos entre vosotros, como la nodriza que cuida con ternura a sus propios hijos. Tan grande es nuestro afecto por vosotros, que hubiéramos querido entregaros no sólo el evangelio de Dios, sino también nues­tras propias vidas; porque habéis llegado a sernos muy queridos». «Cuidad con ternura» significa «calentar». En un sentido figurado esto es salva­guardar, acariciar y confortar. Una madre desea instintivamente abrazar a su niño protegiéndolo del peligro, calmando su aflicción y disminuyendo su dolor.

Aunque este deseo pareciera muy natural, a ve­ces es mermado por las presiones de la vida, por un espíritu egoísta, por falta de seguridad perso­nal, por hostilidades, ansiedad o por conflictos no resueltos con otra persona. Una madre puede vol­verse irritable y cortante con sus hijos creando así una atmósfera desagradable de tensión y discor­dia, pues ella es la que establece el ambiente en la casa. El padre es la cabeza del hogar, pero, como algunos han sugerido, ella es el corazón. Su estado emocional determinará a menudo la condición de todo el hogar y hasta el hijo menor observará los efectos de su estado anímico.

La mente del niño es como una videograbadora transcribiendo cuida­dosamente toda palabra, repitiendo inclusive el tono de voz y la expresión facial; todo esto con­tribuirá a formar la persona que llegará a ser. Al­gunos sicólogos dicen que el patrón emocional del niño es fijado antes de que cumpla dos años. Esto debiera ser una preocupación sobria para las ma­dres y un desafío para examinar cuidadosamente sus actitudes y temperamento. Mejorar en este sentido tendrá un efecto positivo en el hogar.

Doña «Recoge» está obsesionada por mantener su casa perfectamente limpia. Su conversación se limita a: «recoge esto, guarda aquello, ordena las cosas, limpia mejor». Molestar con tonterías se ha convertido automática e involuntariamente en su manera de ser. En última instancia podría llevar a sus hijos al extremo opuesto a ser descuidados o ser tan perfeccionistas como ella.

Doña «Precipitada» es una persona desorgani­zada que siempre anda atrasada. Mantiene a su ca­sa en un torbellino, gritando a todos para que se apresuren. Un niño con este tipo de presión se vuelve tenso y perturbado; le va mal en la escuela y le cuesta llevarse bien con los otros niños.  

Doña «Preocupada» es sumamente ansiosa. Se preocupa, se incomoda, se lamenta y se agita por cualquier problema, pequeño, real o potencial. Todos esos temores se registran en la conciencia del pequeñín que está a su lado, formando un espíritu de opresión y de ansiedad que lo tendrán sometido el resto de su vida; a no ser por un mila­gro de la gracia de Dios.

Doña «Gruñona» es infeliz e insatisfecha. Se queja de su sitio en la vida; refunfuña por la ma­nera en que la gente la trata; se queja de las incon­veniencias que sufre. Los pequeños oídos que la rodean envían impulsos a las pequeñas mentes causando que el descontento sea también un pa­trón habitual en las vidas de los hijos. Un niño ne­cesita de alguien cerca que lo ame más que una casa, alguien cuyo corazón esté rebosando del go­zo de Jesucristo, que refleje una paz interna aún en las circunstancias de la vida diaria; alguien que sea paciente, amable, que aliente y brinde apoyo. Madre, el Espíritu de Dios puede convertirla en ese tipo de persona. Busque Su presencia a menu­do durante el día. Reclame Su sabiduría y Su grandeza.

Entonces, pase tiempo con sus hijos, léales, en­séñeles la Palabra de Dios. De paseos con ellos mostrándoles cosas interesantes por el camino. Juegue con ellos: presénteles cosas creativas que sean un reto para ellos. Interésese en sus proyec­tos; esté disponible cuando la necesiten. Muéstre­les comprensión y compasión igual que el Espíritu de Dios. Sus hijos algún día se levantarán y la alabarán por esto.

Madres que trabajan

La idea de que la madre este cerca de sus hijos da lugar a la pregunta de si ellas deben de trabajar fuera de la casa. Sería difícil probar por medio de las Escrituras que es malo que las madres trabajen. El modelo de madre presentado en Proverbios 31 ciertamente trabajaba: «Busca lana y lino, y con voluntad trabaja con sus manos …. Considera la heredad, y la compra, y planta viña del fruto de sus manos. Ciñe de fuerza sus lomos, y esfuerza sus brazos. Ve que van bien sus negocios; su lám­para no se apaga de noche». En los tiempos bíbli­cos, las mujeres contribuían al ingreso familiar.

Sin embargo, se ha demostrado bíblicamente que papá tiene la responsabilidad primordial de proveer a las necesidades físicas de la familia. Así que, antes que la esposa trabaje, yo sugeriría que ella y su esposo se sienten y juntos respondan a algunas preguntas pertinentes. En primer lugar, ¿por qué quieren que ella trabaje? Si es porque es­tá aburrida del rol maternal, el trabajo pudiese no ser la respuesta. Ella debe de pensar de nuevo so­bre su actitud y confrontar el reto que implica ser madre. Realizar ese trabajo de la manera en que Dios lo requiere, demandará toda su inteligencia, usará todas sus habilidades, consumirá tanto tiem­po como quiera dedicarle, especialmente si sus hi­jos son pequeños.

Si su motivo es comprarse más ropa o aun darle algunos lujos a su familia, tal vez ambos necesiten ajustar sus prioridades de acuerdo con la Palabra de Dios. De otra manera, si es para ayudar con las necesidades de la vida, para contribuir a la educación de los hijos o para pro­veer alguna otra cosa necesaria, la Escritura no lo prohíbe.

Pero, existe una segunda pregunta: ¿Podrá ella desarrollar felizmente su papel de ama de casa? El apóstol Pablo exhortaba a las mujeres a que «go­bernaran su casa». En el texto original, esta pala­bra significa: «ser amas de casa», cuidar la casa. Además, les dijo que fueran «cuidadosas de su ca­sa». Esta es una palabra similar a la anterior y literalmente significa: «Hacendosas en el hogar». En otras palabras, las intenciones de Dios eran que las esposas y madres fueran amas de casa. Ellas tienen la responsabilidad de atender los asuntos del hogar.

En perjuicio de toda la familia, la vocación par­cial de ama de casa puede convertirse en una experiencia frustrante para la esposa que trabaja. Un esposo que la ama y que es sensible a sus nece­sidades deseará ayudarle, pero la asistencia volun­taria difiere grandemente de que a él se le asigne parte de las tareas domésticas, como es el caso algunas veces cuando la mujer trabaja. Esto equi­valdría a invertir los papeles que Dios ha estable­cido para los esposos y las esposas. Cuando es indispensable que la madre trabaje, el papá deberá movilizar a toda la familia para que ayuden. Los hijos pueden aprender algunas lecciones vitales del trabajo en equipo y responsabilidad por este medio.

Tercera pregunta: ¿Cuál será realmente el bene­ficio? No olvide incluirlo todo: impuestos, seguro social, el porcentaje de Dios, niñeras, vestimenta adicional, transporte, dinero para el almuerzo y el café, comidas más costosas en la casa (si compra comidas preparadas o semipreparadas, sin nada que sobre). Algunas parejas han encontrado real­mente que perdían dinero cuando la madre traba­jaba.

La cuarta pregunta es la más importante: ¿Có­mo afectará a los niños? Para algunos niños llegar a una casa vacía infunde formalidad y madurez. Para otros, este hecho causa inseguridad y presen­ta tentaciones para meterse en problemas. Las ni­ñeras pueden servir de ayuda, pero ninguna dará al niño el amor y la atención de su mamá. Si to­dos los niños están en la escuela, un trabajo de tiempo parcial puede ser la solución.

Sobre este tema deben ponerse de acuerdo los dos. Si la esposa trabaja en contra de los deseos de su esposo, abre la puerta a problemas más se­rios. Busquen juntos la dirección de Dios con un deseo profundo de hacer Su voluntad y El de seguro los guiará a la decisión más inteligente.

Madres solteras

El divorcio es una de las grandes tragedias de nuestro tiempo. Está en nuestro medio e ignorar­lo no hará que se vaya. En muchos casos hay ni­ños involucrados de modo que existe hoy en día un gran número de padres solos. El número es enorme si sumamos a este grupo los viudos, las viudas y las madres solteras. La gran mayoría de estos son mujeres solas, así que, nos dirigiremos brevemente a su condición. Los comentarios son igualmente aplicables a los hombres.

No hace mu­cho tuve la oportunidad de dirigirme a un grupo de madres cristianas solas sobre los problemas pe­culiares de ellas. La mayoría eran divorciadas. Cuando pregunté qué consejo darían a alguien que acabara de convertirse en una madre sola, una mujer escribió: «Si es posible, trate de no llegar a ese estado». Ese es el mejor consejo que yo co­nozco. Dios tiene la solución para todos los pro­blemas matrimoniales. Si hay alguna esperanza de reconciliación, búsquela diligentemente; sea que llegue o no a una solución. Como consejo piadoso y un deseo de mejorar el matrimonio, hay espe­ranza de lograrlo.

Para las viudas este consejo carece de sentido. Para muchas de las divorciadas, es demasiado tar­de. ¿Cuáles son entonces los problemas de una madre sola? Un problema constantemente men­cionado es la soledad: «son las ocho o las nueve de la noche, su hijo se ha acostado y la madre se encuentra sola. No hay con quien compartir las cargas y las alegrías. Tiene la responsabilidad de criar a un hijo, pero este no puede llegar hasta su nivel de comunicación. Algunas veces esta soledad se convierte en auto compasión».

¿Cuál es la respuesta a esta soledad vacía que carcome? Otro padre solo escribe: «Asóciese a un grupo de padres solos que, además de ver su pro­pio problema social, esté interesado en el bienes­tar de sus hijos; preferiblemente que sea un grupo cristiano». Paseos familiares con grupos como és­te permitirán que los hijos entren en contacto con adultos del sexo opuesto, permitiéndoles llenar el vacío en sus vidas. Más importante aun es que es­to permitirá a los padres tener comunión con los adultos. El contacto con personas mayores con problemas similares satisfará algunas de las necesi­dades y ayudará a relacionarse mejor con los hi­jos. Pero, el mejor remedio contra la soledad es cultivar una relación creciente con el Señor.

El segundo problema común era tener el tiem­po, la energía y la paciencia para llenar las necesi­dades de los niños. Una mujer escribió: «A menu­do me parece que no hay tiempo para ser sólo ma­má. Por ejemplo, después de un día duro y agita­do en la oficina, es hora de recoger a mi hija del jardín infantil. Ella ha estado jugando y apren­diendo felizmente todo el día, sin percatarse de mis frustraciones (como tiene que ser). Está tan entusiasmada de ver a su mamá que la desea sólo para ella. Pero su mamá está cansada. Es hora de hacer la comida, lavar los platos y hacer la limpie­za. Luego, es tiempo de alistarla para dormir. ¿Adónde se ha ido el tiempo? Una madre sola tiene que hacer la labor de dos y su niña necesita el amor y el apoyo que sólo ella le puede dar, pero ¿con qué tiempo?»

Esta misma mujer contesta su propia pregunta. Subráyela bien. «Su niño la necesita a usted, su madre, ahora; no cuando usted tenga tiempo, sino ahora. Así que, usted debe buscar el tiempo. Comparta sus actividades con su hijo. Permita que sea su ayudante. Esto no es fácil pero es muy necesario».

El tercer problema mencionado con más fre­cuencia por los padres divorciados se refiere a sus cónyuges y a la amargura que permanece entre ellos. Pareciera que siempre hay la tentación de culpar al otro por sus problemas y a menospre­ciarlo delante del niño. Un padre ofrece un buen consejo: «No critique a su ‘ex’. Estimule a los ni­ños para que amen y respeten a la otra parte. Haga todo lo que esté a su alcance para que quede claro que los niños no son responsables por la se­paración de sus padres». Una mujer divorciada me dijo que cada noche, antes de acostarse, cuan­do oraba con su hijo, le afirmaba que Dios lo ama­ba, que ella lo amaba y que su papá lo amaba. A pesar de la calamidad del divorcio ese pequeño gozaba de una relación saludable con su padre.

Sólo existe una manera de reducir el dolor pro­longado del divorcio y de sanar algunas de las he­ridas que hay que soportar: «Deshágase de toda amargura, cólera, enojo, pleito o calumnia, junto con cualquiera forma de malicia. Sea bondadoso y compasivo con el otro, perdonándose uno al otro como Dios lo perdonó a usted en Cristo».

Un padre o una madre sola y sus hijos son per­sonas necesitadas. Es deuda de toda familia cris­tiana completa acercarse con el amor de Cristo y ayudar a llenar estas necesidades. Algunos hijos de divorciados nunca han visto una relación ma­trimonial feliz. Podemos invitarlos a nuestras ca­sas y mostrarles que el matrimonio puede ser una experiencia maravillosa. Dios nos ayude a construir hogares exitosos en los años que vienen.

Tornado de New Wine, marzo de 1980. (Confident children and how they grow). Por Richard L. Strauss. Derechos reservados por Tyndale House Publishers.

Reproducido de la Revista Vino Nuevo vol. 4 nº 4 diciembre 1981