Por Mario Fumero

Nos vamos acercando más a la problemática del hogar en nuestro análisis de la familia dentro el contexto cristiano. Nuestras reflexiones deben si­tuarnos dentro de un esquema de principio que nos ayuden a salvaguardar la fuente de la estabili­dad y prosperidad social que es la familia.

Preparándonos para edificar

En nuestro medio, para dirigir una empresa, una construcción o una operación se exige «preparación académica de muchos años.» ¿Cuánto más se necesita capacitarse para realizar la más importante misión conferida al ser humano que es la edificación de hijos dentro de una hogar sano y estable? No se puede ir al matrimonio ciego de lo que nos espera después del placer sexual, pues sería igual que hacer una operación de apendicitis sin saber biología ni dónde está ubicada la apéndice. Es tan grande la responsabilidad de la familia que debemos prepararnos correctamente para esa tremenda misión.  

¿Cuánto tiempo toma el formar una familia estable con hijo victoriosos? Pues, mucho más tiempo que el que se requiere para edificar un edificio de 40 pisos. Después de casados vienen los hijos y desde el momento de la concepción hasta que el hijo está apto para valerse por sí mismo y repetir la historia tendrá que pasar aproximadamente 18 años, en los cuales los padres forjarán una moral, un carácter y una conducta social que será la base para que este joven sea feliz o desgraciado toda su vida. Es por eso necesario enfatizar la importancia de ser buenos constructores de vidas, siguiendo los patrones dados por el mismo Dios en su Santa Palabra.

Lo primero que necesitamos anaIisar antes de la boda son los puntos claves dentro del gobierno espiritual de la familia, así como el pasado de ca­da cónyuge. Se debe dialogar en temas tales como:

  1. Historia de los cónyuges a nivel familiar y del pasado, buscando herencia genética y

errores mutuos.  

  1. Los tipos de sangre y condiciones físicas pa­ra tener hijos normales de ambos.
  2. Las normas y principios religiosos a implan­tarse en el diario vivir de la familia.
  3. Reconocer las diferencias de caracteres de ambos cónyuges y un análisis de si se pueden adaptar o acoplar a estas diferencias.
  4. La planificación económica y familiar dentro de un esquema de recursos disponibles y fac­tores del medio.

Por lo tanto, debemos aprovechar el noviazgo como una etapa de diálogo en cosas vitales para el futuro hogar, pues en un pacto ante Dios es siempre necesario saber las demandas y repercusiones que tienden a cometer errores en compromisos que, como el matrimonio, son indisolubles.

Entre los puntos importantes ya expuestos son vitales aquellos que tienden a la conservación moral y espiritual de la familia cono el de incompatibilidad en asuntos religiosos y la adaptación de los caracteres. Si no están de acuerdo en la fe, existirá el “yugo desigual” y esto será caótico en las relaciones entre padres e hijos. Si los caracteres no se logran acoplar y Dios no los moldea a una comprensión mutua, los problemas del ego, la discordia, el celo, y la contienda, harán sucumbir todos los valores familiares, arrastrando el matrimonio a la destrucción y al divorcio. En tal caso es mejor no casarse, pues al hacerlo conducirán sus vidas, y las de las pobres criaturas que nazcan, a una situación difícil y frustrada.

La economía y la planificación de la familia son vitales para el éxito de la superación familiar. Los esposos deben saber administras bien los bienes materiales sin dar lugar al afán materialista como fuente de la felicidad, pues esta es la causa del mayor desastre en el seno del hogar, ya que por ello muchas familias se desintegran moralmen­te, aunque viven juntas.

Los esposos deben aprender a vivir como ordena la palabra «conforme cual­quiera que sea su situación» pues «teniendo sus­tento y abrigo estemos contentos» 1 Tim. 6:7-9. Al querer ofrecerles a sus hijos una abun­dancia tecnológica y cómoda, lo que hacen es destruir la relación y el amor en el hogar. Lo tris­te del afán materialista (imperante en nuestro me­dio) es que los padres se dedican tanto al trabajo para ganar dinero y comprar cosas frívolas, que se olvidan de darles tiempo a sus hijos, por lo que unos y otros trabajan olvidando esa relación per­sonal con los hijos que es esencial para que tengan seguridad y amor. No tienen tiempo de instruir, de corregir en justicia porque «están muy ocupados buscando no el pan, sino la vanidad social» y así viene el desequilibrio emocional en la educación.

Por otro lado, olvidan la planificación familiar o abusan de ésta, yendo más allá de lo que como cristianos deben vivir. Tanto delito es el abortar un hijo como el procrearlos como animales para abandonarlos y no darles una correcta educación cristiana y social, pues ambas cosas son en sí actos criminales.

Debemos llegar al altar preparados para el papel que vamos a desempeñar, pues seremos los prime­ros y más importantes maestros y pastores de nuestros hijos y de ello dependerá el futuro de to­dos. Fortalecer los principios cristianos en el diario vivir es la esencia misma de la vida familiar.

Educando a nuestros hijos 

Al venir los hijos, los esposos entran a una di­mensión trascendental en la vida cristiana, pues adquieren una de las responsabilidades más grandes dadas al hombre en la tierra que es «instruir al niño en su carrera o camino» Proverbios 22:6. La pri­mera lección que deberán aprender nuestros hijos es la obediencia porque todos nacemos con la he­rencia pecaminosa que se lleva en la naturaleza que es la rebelión. Los primeros riesgos del niño antes del primer año de vida mostrarán este hecho inconsciente cuando quieren obtener de los padres sus deseos, desarrollando mecanismos de chantaje que no son sino rebeldía e imposición al medio.

El ejercicio de la autoridad tiene que ir acom­pañado de amor y comprensión, pero entendamos que compresión no es ceder siempre a los deseos o caprichos del niño, aunque sea infante, sino acom­pañar esa comprensión con las leyes de la autoridad, tan vital en los primeros tres años de vida del niño. No deje que los deseos de sus hijos sean siempre satisfechos, pues de lo contrario el hijo dominará al padre. Sea firme y muéstrele las reglas del juego desde los primeros meses de vida. La rebeldía inna­ta en los hijos sólo podrá ser sujeta mediante una autoridad que conduzca el impulso agresivo a una humildad impositiva e instructiva.

Los factores básicos en la instrucción del niño durante su primera etapa de la vida (desde que na­ce hasta los tres años de edad) son los más impor­tantes. Los padres deben estar bien de acuerdo en la forma en que van a actuar. He aquí algunos principios básicos que cada padre debe considerar y evaluar para no cometer serios errores:

Primero: Sea firme en sus decisiones. Nunca muestre delante del niño debilidad o contradicción en la disciplina pues, aunque sea infante, entiende más las acciones que las palabras.

Segundo: Nunca aplique disciplina sin primero haber dado la enseñanza y la exhortación. La Bi­blia enseña que primero se habla o enseña, después se exhorta, después se reprende y por último se disciplina (Tito 2: 15).

Tercero: Forme una atmósfera familiar impreg­nada de los principios cristianos. Ore con su hijo desde que sea un infante para que crezca dentro de un ambiente de oración y que al crecer, vea que la oración es parte de la vida. Lean la Biblia y alabe a Jesús exaltando su poder y amor. Hagan que la ley del Señor gobierne a todos y predique con el ejemplo.

Cuarto: Eviten cuadros conflictivos, violentos, alarmantes delante de los hijos, transmítales segu­ridad y confianza aún en los momentos de más in­certidumbre. Escondamos nuestros temores y ner­viosismo, pues los pequeños captan esto en una forma maravillosa. No los tenga acosados ni muy protegidos.

Quinto: Haga que la atmósfera familiar sea sana en todo. Póngale música suave e instructiva; que haya luz y calor. Los juguetes que sean constructi­vos y que desarrollen las actividades e inteligencia del niño; no le compre cosas que tiendan a desa­rrollar la violencia y destrucción o destruyan su poder creativo.

Dialogue diariamente y juegue con sus hijos, envolviéndolos de cariño y comprensión. Las horas que usted dedique a sus hijos en los primeros seis años de vida no podrán ser compensadas por ninguna otra cosa en el mundo.

Sexto: No aísle a su hijo del mundo ni le escon­da la verdad con mentiras. Capacítelo para que haga frente al mal sin caer en éste. Haga que le tengan confianza. Domine su enojo y actúe siem­pre con ecuanimidad.

Disciplinando a los hijos

No existe un aprendizaje sin ejercicios prácticos y errores que corregir. La Biblia establece que la obediencia en los hijos no sólo se impone con pa­labras, no es optativa (si quiero o no), sino que es imperativa y hay que implantarla en palabra y disciplina. Es por ello que tenemos que desarrollar un mecanismo de corrección de acuerdo a la edad y actuación del niño y no podrá haber una ense­ñanza familiar sin el principio primario de la vara, pues «el que detiene el castigo a su hijo aborrece, mas el que le ama desde temprano lo corrige» (Prov. 13:24).

La vara era una rama de árbol y simbolizaba en el Antiguo Testamento autoridad y corrección, símbolo del patriarcado y presente en todo hogar judío para imponer el orden y la disciplina, pues con ella se aplicaba el castigo físico al violador de la ley. En Proverbios 22: 15 se menciona como el método de disciplina al hijo, principalmente en la etapa de uno a siete años (Prov. 22: 15; 29: 15) incluye junto con la corrección, la sabiduría. El pegar a los hijos para infundirles temor y respeto es bíblico y necesario si se toman en cuenta algu­nas reglas del castigo físico.

Primero: No le pegue sin primero corregir con palabra e indicar las causas del castigo, pues de lo contrario es reprensión y no corrección.

Segundo: No le pegue en estado de ira, la ira en el golpe destruye y socava el poder correctivo. Cálmese y con todo dominio propio aplique en forma controlada y por zonas no peligrosas (pies, nalgas) el castigo impuesto, no abusando del mismo continuamente.

Tercero: Antes del castigo dele oportunidad al hijo, si ya razona. Escúchele antes de emitir la sentencia.

Cuarto: Use siempre la misma vara y colóquela en un lugar visible. Que el hijo sepa que violar la ley equivale a castigo para que así tenga temor y controle sus impulsos y deseos incorrectos.

Quinto: Una-vez dada una sentencia, cúmplala, si no sería debilidad de su parte. Si alguna vez comete un error en el castigo físico, reconózcalo y pida perdón.

El castigo físico no debe usarse en todo tiempo; claro que en los primeros años es más necesario, pero a medida que el niño crece, se debe cambiar al castigo moral que consiste en privarle al hijo de algo que le gusta, le agrada o desea. No siempre el mismo método correctivo resulta, a veces se necesita cambiarlo con otros para un mejor resul­tado, sabiendo que todo castigo debe llevar al hijo a la reflexión y el temor, el cual es el principio de la sabiduría, sabiendo que temor significa respeto a la ley y no miedo al hombre.

Sea cual sea el castigo debe haber firmeza en el mismo, no ceder a menos que la actitud del hijo responda favorablemente sin usar chantajes. Por ejemplo: se le castiga un día en el dormitorio, pe­ro al mediodía por portarse bien y sin éste pedirlo se le perdona. Es necesario que el hijo aprenda también que existe el perdón. Esto es compren­sión (Sal. 103: 13).

No se deben usar métodos de castigo fuera del presentado por la Biblia. El uso del miedo, el maltrato, las amenazas y la provocación de pala­bras ofensivas de parte de los padres a los hijos son incorrectas y conducirán a tu hijo a la des­trucción. La Biblia ordena a los padres no provo­car a ira a los hijos con procedimientos contrarios a Su palabra (Ef. 6: 4). Es triste pensar que muchas veces los padres son tan estrictos y brutales en sus castigos que están aumentando la rebelión interna del hijo y a la larga desembocará en una ira vio­lenta contra todo el medio social (Ef. 6: 4). Muchos padres en vez de corregir las acciones malas de sus hijos con disciplina amorosa e inteligencia según la Biblia (Heb. 12:7-11) usan métodos que reprimen o coaccionan, por lo que éstos llenos de resentimiento exteriorizan sus frustraciones en violencia social.

Y como conclusión, debemos vivir el mandato de Dios al ordenar criar a nuestros hijos en disci­plina y amonestación del Señor (Ef, 6:4), procu­rando que la disciplina le produzca pesar y dolor por la falta cometida a fin de enmendar las fallas de un comportamiento que se va a moldear dentro de esas reglas de convivencia que dentro del hogar los padres establezcan si es que tienen valores sólidos y estables para legar al futuro como el más grande patrimonio que un hijo puede recibir, para que cuando sea viejo «nunca se olvide de ello».

Reproducido de la Revista Vino Nuevo vol.4 nº 6 abril 1982