Por Allan Wallace

En 1976, la Asamblea General de las Naciones Unidas dio una resolución declarando a 1979 co­mo el Año Internacional del

Niño. De inmediato muchas naciones crearon comisiones para tratar con el asunto.

En vista de los crecientes problemas relacio­nados con los niños que se han venido suscitando en los últimos veinticinco años, uno pensaría que estas comisiones son realmente lo que se necesita­ba. Sin embargo, muchos cristianos que han exa­minado de cerca a estas instituciones, sienten que es un atentado para extender la influencia del hu­manismo secular en nuestra sociedad, emasculan­do al mismo tiempo el cristianismo bíblico.

¿Cómo es que se puede llegar a una conclu­sión tan negativa de un programa que está diseña­do específicamente para beneficiar a los niños? Esta es la pregunta que exploraremos en este artí­culo.

Para los que han visto los anuncios de la tele­visión en los que aparecen figuras del mundo de los deportes y de la pantalla endosando estos pro­gramas, alguna de la información que sigue les sorprenderá. Después de todo, la mayoría de nosotros responderíamos con agrado a la idea de que hubo un Año Internacional del Niño, pensan­do en los lindos niños que hemos conocido y las sorprendentes cosas que hicieron.

Sin duda, esta es la actitud de muchas de las personas que han trabajado a un nivel local para promover estas ac­tividades. Disfrutan del reto que se les presenta reconociendo que muchos de esos niños tienen verdaderas necesidades que no están siendo supli­das.

No obstante, este sentimiento compasivo no está en armonía con las intenciones de los líderes de este programa. Veamos las declaraciones de Iain Guest en un artículo que apareció en el Atlas World Press Review:

Una cosa es cierta: el Año Internacional del Niño, no será un evento sentimental para los que están involucrados. Será una oportunidad para mejorar la educación, cambiar la legisla­ción y afectar a los gobiernos. «No podemos dejar esto en manos de las familias,» dice Rigmor von Euller de Suecia. «La legislación nacional tiene que crear el clima para que la familia florezca.» (Énfasis del articulista)

En vez de involucrarse ellos personalmente con individuos, lo que buscan es poner en prácti­ca sus designios por medio de las autoridades más elevadas que conocen.

¿Qué es precisamente lo que las comisiones nacionales y los líderes del Año Internacional del Niño pretenden lograr? En forma idealista se quieren resolver los principales problemas de los niños a través de programas de gobierno.

La ma­yoría de los cristianos están de acuerdo en que hay algo que se debe hacer con respecto a los proble­mas específicos que estas comisiones han catalo­gado; como la falta de vacunación completa de los niños para combatir las enfermedades, la nece­sidad de más servicios asistenciales, el incremento en el abuso de los niños, la proliferación del uso de drogas, el crimen, los suicidios, las enfermeda­des venéreas, el embarazo ilegal entre los adoles­centes.

Sin embargo, el acuerdo entre los proponentes del AIN y los cristianos que viven por los prin­cipios de la Biblia, termina con el reconocimien­to de tales problemas. El desacuerdo comienza cuando cada uno presenta su método como alter­nativa para solucionarlos.

El problema principal

Patricia Moore Harbour, la Directora Ejecu­tiva de una de estas comisiones ha dicho: «El Año Internacional del Niño es un mandato de la huma­nidad para que cada uno de nosotros actúe en be­neficio de los niños.»2

El problema básico de estas instituciones y de sus proponentes es que ellos ven su responsabili­dad de ayudar a los niños como un mandato de la humanidad y no de Dios. Su enfoque en este asunto, así como en el de todos los otros proble­mas es humanístico: es el hombre valiéndose de sí mismo porque el futuro depende enteramente del esfuerzo de la humanidad. Para el humanista no hay autoridad superior que «un mandato de la humanidad.»

El cristiano responde a una fuente superior de autoridad, no a la opinión popular o al bien común de la humanidad. Reconoce al Soberano Señor de toda la creación y él ha dicho: «Mío es el mundo y su plenitud» (Sal. 50: 12). Noso­tros, los que estamos conscientes de que fue «él quien nos hizo y no nosotros a nosotros mis­mas», no podemos estar de acuerdo con el huma­nismo, porque hemos visto la realidad de un po­der superior en el mandato divino.

Si se examina el material que ha salido del AIN, aunque sea superficialmente, se encontrarán las marcas del humanismo por todas partes. Por ejemplo, en el décimo principio de la Declaración de los Derechos del Niño dictado por las Naciones Unidas en 1959, encontramos la siguiente declaración:

El niño será protegido de las prácticas que promuevan la discriminación racial, religiosa y de otras formas. Será criado en un espíri­tu de comprensión, tolerancia, amistad entre los pueblos, paz, hermandad universal y con plena conciencia de que su energía y talen­tos deberán ser dedicados al servicio de sus se­mejantes. (Énfasis del articulista)

¿Es esta la meta final del hombre, la coopera­ción universal entre sus semejantes para la solu­ción de los problemas humanos? ¿O habrá una prerrogativa divina que sobrepase los deseos o in­tenciones propios del hombre?

¿Quién es dueño de sus hijos?

En los Estados Unidos, la Comisión Nacional sobre el AIN, ha dividido sus metas en siete cate­gorías: nutrición, salud, educación, justicia juve­nil, desarrollo individual, igualdad de oportunida­des y diversidad cultural e impacto masivo por los medios de comunicación. Si bien es cierto que al­gunas de las metas en cada una de estas categorías necesitan ser logradas, no le corresponde al estado la responsabilidad de hacerlo. Este es el encargo que Dios ha dado a los padres como buenos ad­ministradores suyos.

El Salmo 127:3 dice: «He aquí, herencia de Jehová son los hijos; cosa de estima el fruto del vientre.» Todos los niños pertenecen al Señor -así como el mundo y su plenitud. No son de ningún gobierno o institución humana. ¡Son de Dios!

Pero la responsabilidad de criarlos está claramente dada en las Escrituras a los padres: «Voso­tros, padres … criadlos en la disciplina e instruc­ción del Señor» (Ef. 6:4). El Antiguo Testamento nos muestra la extensión de la disciplina de los pa­dres en esos días. En Deuteronomio 21: 18-21 el Señor instruye a Israel de la siguiente manera:

Si alguno tuviere un hijo contumaz y rebelde, que no obedeciere a la voz de su padre ni a la voz de su madre, y habiéndole castigado, no les obedeciere; entonces lo tomarán su padre y su madre, y lo sacarán ante los ancianos de su ciudad, y a la puerta del lugar donde viva; y dirán a los ancianos de la ciudad: Este nuestro hijo es contumaz y rebelde, no obe­dece a nuestra voz; es glotón y borracho. En­tonces todos los hombres de su ciudad lo ape­drearán, y morirá; así quitarás el mal de en medio de ti, y todo Israel oirá y temerá.

Sin embargo, los puntos de vista del AIN sobre la responsabilidad final y control de los ni­ños es muy diferente. En un artículo en el Jour­nal of Social lssues, Serena Stier, una promotora de los derechos del niño, dice:

Los intentos de extender los derechos legales de los niños, para que sean generalmente pa­ralelos a los de los ciudadanos adultos, son confrontados con la presunción de la impor­tancia de la autonomía de los padres como al­go bueno que debe preservarse por el estado, siempre y cuando no se demuestre algún supeditante interés del estado que justifique la interferencia en la relación familiar. (En­fasis del articulista)3

Note primeramente que la autonomía de los padres se ve como una barrera en la expansión de los derechos del niño. Sin embargo, si el esta­do (dueño de los niños según el punto de vista humanista) tiene algún interés en un niño con el cual no cooperan sus padres, el estado justifica su interferencia con la relación familiar.

Un ejemplo concreto se dio en el fallo de la Corte Suprema de los Estados Unidos en 1973 en el caso Paternidad Planeada vs. Danforth, estipu­lado que los padres de una menor preñada no necesitan ser ni siquiera consultados con respecto a los derechos de su hija de abortar.

¿En qué otras situaciones podría intervenir el estado según la opinión de los proponentes del AIN?

Una que ha ganado ya atención nacional en los Estados Unidos es la libertad de los padres de decidir donde serán educados sus hijos. En no­viembre de 1975 el Estado de Ohio presentó car­gos de negligencia contra tres familias por enviar a sus hijos a escuelas cristianas que funcionaban en su iglesia sin licencia del estado. Si bien el estado perdió el caso, el estatuto sobre el que se basaron los cargos hubiera permitido el traslado de los hijos del hogar y de la custodia de los pa­dres si la corte hubiera dictado sentencia en favor del estado. Este es sólo un ejemplo de muchos in­tentos de interferencia del estado en la estructura y autoridad familiar establecida por la Biblia.

Otra situación es el intento de sacar a los ni­ños de la custodia de sus padres porque estos han seguido la instrucción bíblica de aplicar castigo corporal en la corrección de sus hijos, alegando que los niños fueron abusados.

Las metas del AIN

Hay dos extremos en que caen los que apoyan el AIN en lo que se refiere a la solución de los problemas de la niñez. Uno favorece que haya más control del gobierno desde muy temprano en el desarrollo humano, mientras que el otro está en total desacuerdo con este control. Sólo en una cosa están de acuerdo: que cualquier solución di­vina es impertinente.

Los que están a favor de más control declaran que la manera de ayudar a los niños es que el go­bierno regule completamente el proceso de desa­rrollo del niño. Este grupo aboga por la asistencia obligatoria a las guarderías del gobierno y el con­trol de todas las escuelas públicas.

Otra amenaza al derecho de los padres de criar a sus hijos a su manera es la creciente presión para el uso de técnicas de modificación del com­portamiento en la enseñanza. Esta técnica se des­cribe en el libro de B.F. Skinner titulado Beyond Freedom and Dignity. El método consiste en re­glamentar extrictamente las experiencias de la ni­ñez para que los sicólogos puedan «programar» las mentes de los niños hasta obtener casi absolu­to control sobre lo que piensen, crean, acepten y rechacen.

El resultado final de un mayor involucramien­to del gobierno en el proceso del desarrollo del niño desde muy temprana edad es que éste sería formado mayormente en el tipo de persona que el estado quiera producir.

En el otro extremo encontramos a los que apoyan la liberación total de los niños. Uno de los principales portavoces de esta posición es Richard Farson, un sicólogo, miembro de la facultad del Instituto de Sicología Humanística en San Fran­cisco, California. En un artículo suyo que apare­ció en el Times de Los Ángeles, Farson se decla­ró en favor de la eliminación del castigo corpo­ral, y la educación obligatoria, en favor de que los niños voten, conduzcan automóviles, participen en actividades sexuales, manejen su dinero y que decidan dónde y con quién (si es con al­guien) quieran vivir.

En su libro Birthrights: A Bill of Rights for Children, Farson entra en detalle para explicar sus opiniones con respecto a los derechos sexuales de los niños:

El derecho del niño a su libertad sexual no sig­nifica abogar por una forma en particular de sexualidad para adultos y niños. Lo que sí defiende es la libertad de los niños de condu­cir sus propias vidas sexuales sin más restric­ciones que las que tienen los adultos. Además, que toda actividad sexual sea discriminada pa­ra que la experimentación y los actos sexuales entre personas que estén de acuerdo sean dis­frutados sin temor al castigo (p. 152, énfasis del articulista).

La implicación que hace Farson y todos los que apoyan su opinión es que no hay aversión para la homosexualidad o cualquiera otra activi­dad prohibida en las Escrituras. En realidad, ellos no reconocen ninguna autoridad como absoluta excepto la voluntad y el deseo del individuo. Pa­ralelo a este intento de eliminar la enseñanza de los sanos valores morales para los niños que tie­nen padres con un parecer tradicional hacia el sexo, está el movimiento entre las «parejas» ho­mosexuales y lesbianas para valerse de la adopción o la inseminación artificial para alcanzar una ma­yor influencia en la sociedad y propagar su estilo de vida a través de sus hijos (vea Newswek, Feb. 12,1979, p. 61).

Un plan de ataque

Los cristianos necesitan reconocer primero el empuje general de los dos extremos de los de­fensores del AIN como una amenaza a su libertad de llevar a cabo las instrucciones de Dios de criar a sus hijos en la disciplina e instrucción del Se­ñor. Esto se puede lograr compartiendo con otros creyentes y con sensibilidad la información que tenemos. Después pídales que oren.

Segundo, debemos recordar que a pesar de lo que digan los humanistas, nuestro Dios sigue siendo Soberano Señor del Universo. El nunca ha sido sorprendido por ninguna artimaña de Sata­nás y esta no es la excepción. Si bien la familia y los principios bíblicos para la crianza de los hijos están bajo ataque, Dios nos ha prometido en su palabra que la victoria final es suya. En Malaquías 5 :4-6 él promete que «antes que venga el día de Jehová, grande y terrible, El hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres.»

En Isaías 49 el Señor asegura de nuevo a su pueblo:

Así dijo Jehová el Señor: He aquí yo tenderé mi mano a las naciones, y a los pueblos levan­taré mi bandera; y traerán en brazos a tus hi­jos, y tus hijas serán traídas en hombros. Reyes serán tus ayos, y sus reinas tus nodrizas; con el rostro inclinado a tierra te adora­rán, y lamerán el polvo de tus pies; y conoce­rás que yo soy Jehová, que no se avergonza­rán los que esperan en mí.

Y tu pleito yo lo defenderé, y yo salvaré a tus hijos. (vss. 22-23,25).

Cuando todo se haya dicho y hecho, podemos descansar confiadamente en la verdad de Dios que dice que él hará justicia para Sí mismo, su palabra y su pueblo y lo salvará de cualquier es­fuerzo del enemigo que intente posponer o impe­dir la plenitud de su Reino en la tierra.

Tercero, los cristianos necesitan reconocer la realidad de los problemas de los niños y hacer algo para solucionarlos. Si hay alguien que deba tener las respuestas a estas situaciones y necesi­dades, ese es el pueblo de Dios. A través de toda la Escritura vemos nuestra responsabilidad de ha­cer un impacto positivo y redentivo en la socie­dad que nos rodea.

En Israel, Dios ordenó a su pueblo cuidar de los huérfanos y abandonados. Jesús advirtió las consecuencias que vendrían so­bre los que ofendieran a uno de sus pequeñitos (Mí. 18: 1-6). La iglesia primitiva tenía la reputa­ción de recoger y cuidar de los niños abandona­dos, criándolos para que fueran instrumentos dinámicos del Espíritu de Dios.

Muchos de los problemas abordados por las comisiones establecidas en el Año Internacional del Niño no tienen probabilidades de solución con legislación o programas de gobierno, pero no hay ninguna razón práctica por la que los creyentes interesados no se adelanten significativamente pa­ra confrontarlos.

Debemos asegurarnos primero que nuestros propios hijos reciban el amor, el cui­dado y la instrucción que necesitan para que sean parte de la solución y no del problema. De allí podemos extendernos a la comunidad. Este acer­camiento positivo no sólo está de acuerdo con nuestra responsabilidad bíblica de alcanzar en una forma práctica a la gente con necesidades, si­no que sería un medio efectivo para el evangelis­mo y a la vez haría que la existencia del AIN fuera innecesaria y sin justificación.

El movimiento de la liberación del niño no es admisible para ninguno que acepte el mandato divino que hace a los padres responsables de la crianza de sus hijos. Sin embargo, en vez de reac­cionar emocionalmente con retórica inflamatoria a sus amenazas, debemos verlo como un comenta­rio patente de nuestro fracaso para influir en la sociedad. Entonces podremos aceptar el reto de hacer que nuestra fe opere y comprometernos con nuestra responsabilidad como administrado­res de la herencia que Dios nos ha dado y criar a nuestros hijos con justicia.

Alan Wallace se graduó summa cum laude de la Universidad de Auburn en 1974 con un título en Inglés. Cursó estudios adicionales en la Universidad de Florida y en 1976 se unió a la directiva de New Wine como asistente del editor administrativo. El, su esposa Sandy y Nathan Joshua, su hijo, viven en Mobile, Ala­bama.

  1. Atlas, Marzo 1979, p. 46
  2. American Education, Abril 1979, cubierta.
  3. Vol. 34, No.2 (1978), p. 47

Reproducido de la Revista Vino Nuevo Vol. 3-Nº 7 Junio 1980